Y sin embargo... se mueve

18/01/2001
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Fue en 1994, cuando se suponía que el "fin de la Historia" había llegado, que una serie de temblores sociales sacudió a Latinoamérica cuestionando, precisamente, la premisa de que a la humanidad no le quedaba más alternativa que subordinarse a la dictadura del mercado apuntalada por el neoliberalismo. Desde entonces a esta parte, lo que se puede advertir es que las manifestaciones de protesta se han multiplicado teniendo como telón de fondo el fracaso del proyecto neoliberal para resolver los principales problemas económicos y sociales. En el plano internacional, el "timbrazo" sonó a fines del 99 en Seattle cuyas movilizaciones pusieron en evidencia la crisis de legitimidad de las instituciones pilares del andamiaje global, a la vez que se tornaron en un factor catalizador de las fuerzas contestarias a la globalización neoliberal, abriendo un proceso de convergencia que tendrá en Porto Alegre su próxima cita con ocasión del Foro Social Mundial. El desgaste del modelo, sin embargo, no necesariamente implica una modificación mecánica en la correlación de fuerzas. Por una parte, el neoliberalismo ha mostrado tener una gran capacidad de respuesta ideológica para preservar su hegemonía. Por otra, más allá de la multiplicación de la protesta, la dispersión y la fragmentación social y política prevalecen y, lo que es más, la formulación de alternativas se mantiene como tarea pendiente. No es que tales desafíos estén ausentes en las preocupaciones de los movimientos populares. El asunto es que son complejos. Después de todo, el desgarramiento del tejido social y organizativo iniciado por las dictaduras de la Seguridad Nacional y rematado por las políticas de ajuste, con la ideología del "sálvese quien pueda" de por medio, ha sido profundo. Pero además, no solo se trata de rearticular fuerzas, sino de construir nuevos entramados sociales acordes a las exigencias de los nuevos tiempos. He aquí algunos hitos de este proceso en la región. La Campaña por los 500 Años Entre octubre de 1989 y octubre de 1992 las Américas fueron escenario de una singular e inédita manifestación social que habría de marcar la lucha de los oprimidos en los años posteriores: la Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular. Además, por la forma como se desarrolló, podría decirse que también fue una iniciativa pionera de lo que hoy se ha dado en llamar la "globalización de la solidaridad". Aparte de haber sido impulsada por organizaciones indígenas y campesinas con fuerte arraigo nacional pero sin filiación alguna en el plano internacional (vale decir, novatas en este ámbito), la novedad de esta campaña radicó en su concepción, cuya premisa central fue: "unidad en la diversidad". Es así que logró abrir espacios de confluencia -tanto a nivel nacional como continental- de diferentes sectores sociales. Y ello, precisamente, en un momento crucial, cuando se acrecentaba la tendencia a la dispersión y el aislamiento por el impacto desintegrador de las políticas neoliberales en los procesos organizativos y cuando en muchas organizaciones había comenzado a cundir la sensación de desamparo tras la caída del muro de Berlín. En esta caminata, más allá de las repercusiones que tuvo en la coyuntura, en tanto consiguió neutralizar el carácter festivo que el gobierno de España y sus pares del continente querían darle al V Centenario, la dinámica de la campaña hizo que ésta trascienda a sí misma y se torne en un factor dinamizador de procesos sectoriales e intersectoriales. Es así que posteriormente se desdobló en instancias de coordinación de pueblos indígenas, la convergencia de organizaciones afroamericanas, la conformación de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y de la Asamblea del Pueblo de Dios, la reactivación del Frente Continental de Organizaciones Comunales (FCOC), entre otras. Vale precisar que los sectores más dinámicos fueron los más excluidos: indígenas, afroamericanos, campesinos, pobladores, mujeres, etc., quienes no solo dieron cuenta de nuevas formas y métodos organizativos y de expresión sino que además pusieron en el tapete nuevas demandas, con un denominador común: la aspiración de una democracia participativa y deliberativa -tanto en la vida interna de las organizaciones como de la sociedad en su conjunto- como antítesis a la exclusión social que genera el modelo neoliberal. Y en esta perspectiva, también quedó planteado el desafío de articular un movimiento "amplio, pluralista, multiétnico, plurinacional, pluricultural, anti-colonial, antiimperialista, solidario, autogestionario, democrático, en contra de todas las formas de explotación, opresión, racismo y discriminación". Unidad en la diversidad La razón para que la Campaña de los 500 Años asuma la premisa de "unidad en la diversidad" fue la presencia de las organizaciones indígenas y sus inquietudes sobre el sentido y el carácter de las alianzas, en la medida que su problemática exigía ir más allá de una lectura exclusivamente clasista, para incorporar la dimensión étnica. Y, obviamente, en el caminar dicha premisa también se fue enriqueciendo. En términos prácticos, ello se tradujo en la forma como se orquestó el proceso operativo: comités nacionales amplios, articulados regionalmente para nominar sus delegados/as a la coordinación continental, teniendo a una secretaría operativa como punto de enlace y facilitador del intercambio de información. Tras esta configuración existía el criterio de que la Campaña debía ser ante todo un espacio de confluencia de los diversos sectores implicados y que cada uno de estos podía impulsar las iniciativas que a bien tuviere. Esto es, una afirmación de la autonomía de cada sector y organización pues para hacer algo no había que pedirle permiso a nadie, lo único que se planteaba era la necesidad de coordinar esfuerzos para tener mayor contundencia. De modo que al reivindicar la diversidad (negándose a imponer una perspectiva única) también se quería evitar que la movilización en torno a los 500 años se traduzca en dispersión y se torne intrascendente. Si se quiere, el planteamiento implícito era: valorar la diversidad, fortificando la unidad. Toda vez, la formula tenía un prerrequisito: el respeto a la diferencia. Y este es, sin duda, uno de los desafíos más importantes que colocó la Campaña a sus protagonistas. Protagonismo y reencuentro social A diferencia de otras iniciativas de carácter continental que para entonces estaban en curso, como las realizadas contra la deuda externa, por ejemplo, lo que permitió que la Campaña cobre fuerza, más allá de la motivación histórica, entre otros factores fue el hecho que ella nació con un protagonismo social (por lo general ante la indiferencia cuando no sospecha de los partidos) y se arraigó en procesos nacionales, de la mano del despertar indígena que se produjo en varios países del área. Esto es, lo continental y regional fueron más bien expresión de las dinámicas y convergencias (en muchos casos inéditas) que habían logrado articular los comités nacionales, y no a la inversa. Pero además de las acciones desplegadas, lo importante es que este proceso permitió levantar en gran medida las barreras que se habían interpuesto tanto entre sectores como entre países. Esto es, articular un espacio en donde confluyeron los diferentes movimientos para intercambiar iniciativas y experiencias, hacer denuncias, exponer sus puntos de vista, generar solidaridades, y al mismo tiempo para definir en común ejes que permitan hacer luchas conjuntas. Es decir, no fue una propuesta para centralizar organizaciones, sino para unificar ejes de lucha. Si se quiere, fue una iniciativa que buscó responder a la necesidad de romper el aislamiento y la dispersión en que se debaten los movimientos sociales; a la necesidad de superar las relaciones fugaces y precarias que existen entre organizaciones a nivel regional y continental; a la necesidad de contar con una solidaridad efectiva con las luchas específicas; a la necesidad de gravitar con voz propia en los asuntos y espacios de alcance internacional; y para ello puso énfasis en las dinámicas y mecanismos más que en los esquemas y estructuras. En suma, esta Campaña se convirtió en una especie de gran trinchera que permitió resistir e intentar salir hacia adelante con procesos de organización, ya no sólo de cara a los parámetros nacionales, sino también en el terreno continental y aún global, como lo testifica el hecho de que en su interim logró el Premio Nobel Alternativo 1991 para el Movimiento Sin Tierra (MST) del Brasil y el Premio Nobel 1992 para la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú Tum. Todo esto, en el fondo, lo que demuestra es la capacidad que alcanzó la Campaña en términos de conexiones para actuar globalmente, a partir de iniciativas locales. Es decir, salió a flote algo que no se lo ve a primera vista, ni necesariamente se lo ha valorado de manera debida: la articulación de un tejido de comunicación, de redes informativas, de espacios de interacción, etc., que son requisitos básicos para una coordinación. El emblemático 1994 Una de las principales características de la lucha social en la América Latina de los '90 es que los puntales de la resistencia a las políticas neoliberales no han sido las expresiones gremialistas del sector obrero como en épocas anteriores, sino los sectores excluidos, y particularmente los excluidos del campo, acaso por que es allí donde tales políticas se han mostrado particularmente perversas. Podría decirse que 1994 fue un año emblemático por la fuerza con que se manifestaron la lucha por la tierra y el protagonismo indígena y campesino en la arena de los conflictos socio-políticos. Recordemos brevemente que ese año se inició con levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el sureño estado de Chiapas en México, fecha que según la agenda oficial estaba destinada a marcar la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que se suponía era el visado para que ese país ingrese al primer mundo. Pocos después, en Paraguay estalló la bomba de tiempo que constituye el problema agrario, con las ocupaciones de tierra y la gran marcha nacional protagonizadas por las organizaciones campesinas. Para entonces, Bolivia también era escenario de la resistencia de los cocaleros a la política oficial de erradicación forzosa de la hoja de coca; mientras en Brasil la lucha de los "sin tierra" alcanzaba, una vez más, resonancia nacional. En tanto que en Ecuador un "levantamiento" indígena-campesino se encargó de forzar al gobierno a negociar los términos de una nueva ley agraria, que inicialmente los excluía. Parafraseando a Franz Fanon, podemos decir que "los condenados del modelo" han resultado irreductibles, al punto que es a partir de su lucha de resistencia que en diversos países de Latinoamérica la correlación de fuerzas ha comenzado a balancearse hacia el polo popular. El ejemplo más claro se da en Brasil, donde el Movimiento Sin Tierra se ha tornado en el movimiento social más importante y beligerante de ese país; pero igual podemos hablar de Ecuador, México, Guatemala, Bolivia, Paraguay, El Salvador, Honduras, Nicaragua y otros más. Es en este contexto que se constituyó la CLOC, no como una instancia de dirección, sino como un esfuerzo unitario que busca establecer vasos comunicantes entre las organizaciones del campo y sus luchas, para intercambiar experiencias y puntos de vista; encarar problemas y desafíos comunes de manera conjunta, tanto en lo referido a las dinámicas organizativas como a la presencia pública en los distintos ámbitos; en fin, impulsar la solidaridad a partir de las acciones concretas. En ese mismo año, con ocasión del IV encuentro del FCOC, las organizaciones urbano-populares animaron un intenso intercambio de enfoques y propuestas de cara a las nuevas realidades cuyos contenidos posteriormente se han convertido en elementos guías de las luchas populares. Los pueblos afroamericanos, entre tanto, esperaron que llegue 1995, el aniversario de los 300 años de la muerte de Zumbi -el héroe de la resistencia negra en Brasil-, para realizar una cumbre -en Sao Paulo- que sentó las bases de una articulación organizativa y programática del sector. Por otra parte, de manera general, en las organizaciones populares se ha venido procesando un serio afianzamiento de la presencia y participación de la mujer. Es muy significativo, por ejemplo, que entre las resoluciones centrales del 2do congreso de la CLOC constan el compromiso de asumir el enfoque de genero en el conjunto de la organización y el establecimiento de pautas para garantizar la participación femenina en un 50% en todos los niveles, y especialmente en los espacios de decisión y dirección. Esta tendencia que comenzó a despuntar en el 94 ha logrado mantenerse, redundando en el fortalecimiento del campo popular y, en general, de las fuerzas antineoliberales. Es así como, en el 2000 hemos podido ser testigos del incremento de los niveles de confrontación al modelo en diversos países de la región: la "revolución" de los ponchos en Ecuador, la marcha campesina en Bolivia, las ocupaciones de oficinas públicas y haciendas en improductivas impulsadas por los sin tierra en Brasil, la insubordinación nacional tica ante la privatización del sector energético... y, para cerrar, el paro nacional en Argentina. Pero además de la intensidad, estas acciones han mostrado que fueron impulsadas por organizaciones con plataformas nacionales y no meramente sectoriales o regionales. Grito de l@s Exluid@s Bajo la consigna "Por Trabajo, Justicia y Vida", a lo largo y ancho de Latinoamérica y el Caribe en 1999 se hizo escuchar, por primera vez, el Grito de los Excluidos y Excluidas cuya resonancia en el 2000 se extendió a todo el continente, con el propósito de señalar todas las situaciones de exclusión y las posibles salidas y alternativas. Manifestación de múltiples rostros y formas de expresión que propugna cuatro objetivos centrales: "denunciar el modelo neoliberal excluyente y perverso, que amenaza y destruye la vida y el medio ambiente; fortalecer la soberanía de los pueblos y la defensa de la vida; rescatar las deudas sociales; y luchar por el no pago de la deuda externa". El Grito de los Excluidos nació en Brasil en 1995 como respuesta a la creciente situación de exclusión social registrada en ese país por la aplicación de políticas de ajuste neoliberal. El impulso inicial lo dieron las pastorales sociales de la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, para en los años siguientes nutrirse del dinamismo de movimientos sociales, sindicales, ecuménicos, Ongs y otras entidades, por cuyo conducto se extendió al continente. Se trata de una manifestación popular que tiene como fecha emblemática el 12 de octubre, mas no se reduce a ese solo día, pues éste se encadena con una serie de actividades previas y posteriores que le dan continuidad. Es un proceso que promueve la participación activa de los sectores excluidos en las diversas etapas, a través de las cuales se busca visibilizar las exclusiones y, a la vez, rescatar las propuestas alternativas que apuntan a la construcción de un nuevo ordenamiento social. Y es que, a la postre, es un clamor de humanidad, no un regateo de pedazos de inclusión en el sistema vigente. A la denuncia y el anuncio el Grito añade también otro componente: la convergencia amplia y plural de las fuerzas vivas de la sociedad, esas expresiones organizativas que condensan el compromiso y la voluntad de quienes se resisten a ser sujetos pasivos y un número más en las estadísticas. Es así que ello se ha traducido en la conformación de comités nacionales del Grito en los diversos países del continente, que se entrecruzan con la dinámica de coordinaciones sociales regionales y continentales. ¿Como explicar que, en relativamente poco tiempo, el Grito haya adquirido una dimensión continental? Obviamente por la magnitud de la exclusión social. Pero más allá de esta condición objetiva, también ha sido gravitante el hecho de que, en cierto sentido, se ha constituido en un virtual relevo a lo que en 1992 fue la "Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular". Es decir, no se trata de una continuidad lineal. Acaso lo más apropiado sea hablar de una catalización de procesos y perspectivas que se desencadenaron en el marco de esa campaña. No cabe duda que es este entronque histórico el que le ha dado la proyección continental al Grito, que no solo se expresa en el hecho de que los principales pilares sean articulaciones sociales vertebradas a partir de los "500 años", sino en el enfoque mismo, comenzando con el dato de haber establecido el 12 de octubre como momento culminante de las acciones que promueve. Enfoque que se caracteriza por descartar toda pretensión de crear una nueva organización o aparato, llámese super-red, comité central o cosas parecidas, pues le apuesta a las dinámicas propias de los actores sociales, con énfasis en aquellas que parten desde las bases. Si hay que encontrar un verbo que dé cuenta de esta perspectiva acaso el más indicado sea "articular", que expresa adecuadamente -me parece- el criterio de "unidad en la diversidad". Más allá de las acciones, es lo que como acumulado está dejando el Grito. Es así que en el balance de lo realizado en el 2000 quizás lo más importante sea el haber promovido la articulación de agendas con otras iniciativas continentales/globales, tales como el Jubileo 2000, la Alianza Social Continental, la Marcha de las Mujeres 2000, el Movimiento de Migrantes Indocumentados en los Estados Unidos, el Movimiento contra el Racismo, entre otras. Lo cual se tradujo en una primera acción práctica que tuvo lugar en el "corazón del imperio", en Nueva York, del 12 al 17 de octubre, donde se articularon la intervención del Grito frente a la ONU, la Marcha de los Migrantes (el 14) y la Marcha de las Mujeres (el 17). Para ponderar este esfuerzo articulador cabe tener en cuenta que con la ola neoliberal no solo que se ha evaporado del horizonte el bien común como razón de ser de la política y la economía, sino que la fragmentación y desarticulación del tejido social, el rompimiento de las solidaridades, han dejado el paso a un individualismo agresivo y la búsqueda del éxito a cualquier costo alentada por aquella. Los viejos valores que apuntaló el capitalismo, como el reconocimiento por el trabajo, ya no cuentan más: lo que prevalece es el reconocimiento al dinero como valor supremo. Es en este contexto que encuentran un caldo de cultivo la violencia social y las más diversas formas de degradación humana que se han acrecentado en los últimos tiempos. A contramano de esta tendencia, sin embargo, la perspectiva de una realización colectiva ha logrado resistir y preservarse bajo diversas formas de organización, buscando salidas a una realidad marcada por la sobrevivencia. En este caminar, la esperanza y la solidaridad han ido encontrando nuevos cauces que han desembocado en propuestas alternativas. Empero, debido a su dispersión, pero sobre todo porque el orden neoliberal prácticamente ha clausurado cualquier debate bajo el supuesto de que no hay otra alternativa, tales propuestas no han alcanzado la repercusión que merecen. Es tomando nota de esta realidad que el Grito de los Excluidos y Excluidas no sólo ha buscado ir más allá de la denuncia para canalizar y proponer alternativas al neoliberalismo imperante, sino también articular la esperanza y el optimismo de todas las personas e iniciativas colectivas que desde sus respectivos espacios pugnan por construir una sociedad solidaria y sin exclusiones.
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