Los atentados y la agresión del poder global
11/10/2001
- Opinión
Dos secuencias lógicas definen el curso de la reestructuración global y la agenda de discusión actual en todo el mundo. Una remite a los atentados en Nueva
York y Washington, y la otra a la consiguiente agresión bélica comandada por Bush, y por ahora concentrada en Afganistán. Dos secuencias que tienen historia previa y hermanadas en las acciones terroristas organizadas por oficinas del gobierno norteamericano en diversas latitudes. Formación "contra el peligro rojo" por parte de la CIA de “combatientes” y estímulo a cierto fundamentalismo religioso primitivo, que luego revierte su accionar sobre los propios creadores de la criatura. En todos los casos, la ocasión es propicia para hacer avanzar la
reestructuración del capitalismo. Los costos humanos se subordinan a la estrategia de la acumulación.
Es un hecho que la situación verifica la existencia de presupuestos estatales para financiar el terror en territorios lejanos y que terminan, con otros presupuestos obtenidos en los mercados globalizados del dinero, generando el terror en nuevos espacios vulnerables. Así, la trama del capital global enlaza a los Estados capitalistas con fracciones privadas que no subordinan su estrategia de acumulación a ningún mandato civilizatorio. En la era de las privatizaciones y el dominio del mercado, reaparece visible la figura del Estado para evidenciar su cambio de función, en este caso en el financiamiento y organización de la insurgencia sistémica y la guerra de exterminio sobre los pueblos. Todo un accionar para desminar los espacios (mercados) y favorecer la circulación del capital.
El ataque sobre Afganistán es uno más de los encabezados por EEUU, en una era que venía signada por el "fin de la historia" y la "ausencia de acontecimientos", según anunciaban los filósofos de moda. De Irak a Afganistán y pasando por Kosovo y otros espacios del acontecer bélico, transcurre una década donde la guerra, la militarización y el exterminio de población lo tiñe todo. Ni fin de la historia, ni ausencia de acontecimientos, el ciclo de la vida fluye y la lucha entre proyectos sigue definiendo el curso de los sucesos. Antes se llamaba “lucha de clases” y ahora, a algunos les cuesta sostener viejas categorías que siguen explicando la realidad. Claro que ahora las clases confrontan desde experiencias históricas diferenciadas, donde la manipulación del consenso y el uso del potencial militar ocupan un lugar central en la instalación de un nuevo orden mundial que sustituya al del antiguo mundo bipolar. Los trabajadores, a su vez, en tanto categoría sintetizadora de una de las partes antagónicas, sufren mutaciones, que a la vez que se extienden cuantitativamente entre la población global se ve deteriorada su capacidad de organización y estructuración socio política para el desarrollo de una alternativa civilizatoria, superadora del capitalismo.
La existencia de víctimas conmueve y afecta la sensibilidad social y son desconsideradas por los responsables de la materialización del terror, que hay que decir, va más allá de los sucesos del 11 de septiembre y de la actual respuesta bélica que involucra a la Argentina por voluntad explícita de su gobierno y la aquiescencia de las instituciones de la Constitución Nacional. Las imágenes reproducidas incesantemente operan sobre el imaginario social, modulando como nunca el consenso a los valores hegemónicos del capitalismo en su etapa actual de desarrollo transnacional.
Acción bélica e ideológico propagandística que retoma el impulso de una iniciativa económica en tiempos recesivos, pero también política, suturando grietas para favorecer la hegemonía norteamericana en todo el mundo. Lo simbólico puesto al servicio de la producción del sistema de explotación y dominación. La producción de plusvalor se extiende desde su lugar esencial, la fábrica o el ámbito de la producción material, a la generación de símbolos para naturalizar y eternizar un régimen de vida. No en vano la reproducción de imágenes se detiene en las torres y escamotea al pentágono, sede de la concentración de voluntades agresivas y complot en cualquier parte que sea funcional a los intereses del Estado hegemónico del capitalismo.
¿Por qué sugerimos que estos acontecimientos operan sobre la reestructuración, más allá de quien haya estado detrás de su perpetración, aún no dilucidada? Era un dato de la realidad la crisis japonesa durante los 90, la lenta evolución de la economía europea en los últimos años, y la actual desaceleración de EEUU, a punto de considerársele, técnicamente, como una recesión. Parece que se detuvo la locomotora que lubricó dos períodos exitosos en lo económico de la administración demócrata. La tendencia recesiva de las economías capitalistas más desarrolladas es previa a los acontecimientos y éstos permitieron ponerla en evidencia y justificar las cesantías masivas resueltas en los sectores directamente involucrados por el accionar del terrorismo, tales como las empresas aéreas, las de seguros, el turismo y las finanzas.
La decisión de reducir personal era previa y la oportunidad fue aprovechada a favor del ciclo de valorización del capital. Al mismo tiempo, se legitiman los argumentos para sostener presupuestos de "defensa" y alentar al lobby económico vinculado al complejo militar industrial y tal como en muchas otras ocasiones, al petróleo, sector donde, casualmente, define su fortuna el presidente norteamericano. La dinámica guerrerista estimula la circulación mercantil de armamentos, incluido el contrabando y los negocios financieros a ello vinculado, tal como el lavado de dinero y el delito económico global en toda su magnitud. Pero también al sector de tecnología avanzada, que en el último año venía en baja y se expresaba en la caída del índice NASDAQ. Es sabido que la invasión terrestre se posterga para después de las actuales acciones bélicas teledirigidas y aún, el accionar de la guerra convencional incluye tecnología de avanzada.
Son varios los frentes de actividad en la reestructuración global y entre ellos vale destacar el objetivo continental. Inmediatamente después de los atentados, la OEA avanzó en su mandato por acelerar los acuerdos que hagan cumplir el calendario del ALCA. Es sabido que la cumbre presidencial de Quebec en abril pasado había encontrado el obstáculo de Venezuela para suscribir un acuerdo legitimador de las “democracias representativas” existentes en América Latina. Tras varios intentos frustrados desde entonces, el organismo que excluye a Cuba obtuvo las condiciones necesarias para la suscripción de una de las cláusulas para avanzar en el acuerdo comercial demandado por EEUU y al que se asocian la mayoría de los gobiernos en la región y los capitales más concentrados.
En el Parlamento norteamericano también se favorece la ocasión política para aprobar la capacidad negociadora del ejecutivo de EEUU con los países del continente. Tema necesario para materializar en el 2005 los inicios del acuerdo arancelario que define el ALCA. Mención especial merece el accionar del gobierno y la sociedad argentina. Del gobierno no se podía esperar otro posicionamiento. Sean relaciones carnales o como se las denomine, en los últimos años se ha ratificado la subordinación de la política exterior local a las necesidades del país del norte. La pérdida de soberanía consecuente termina en la eternamente sugerida dolarización de la economía local. Tema en el que se avanza progresivamente y donde los depósitos bancarios confirman la tendencia de los actores económicos a privilegiar el dólar sobre el peso argentino.
Cada vez más se depende del humor y las decisiones de los funcionarios estatales y de las empresas transnacionales de origen estadounidense. Antes del 11 de septiembre, los gobernantes de la Argentina habían acordado una asistencia financiera con el Tesoro norteamericano y canalizada vía FMI, tanto para la recomposición de las reservas internacionales, como para la refinanciación de la
impagable y eterna deuda externa de la Argentina. La crisis local aparecía afectando el ciclo de negocios globales y era de interés global la resolución de una hecatombe, el default argentino, que podía afectar una economía que se presentaba recesiva. El escenario ahora cambió y las prioridades pasan por otro lado.
Ello no obsta a darle continuidad a los acuerdos previos, pero al mismo tiempo convoca a transitar los caminos autosostenidos de la reestructuración local del capitalismo. En buen romance, significa que no puede esperarse mucho más del exterior para sostener la convertibilidad y la política económica de Cavallo, y por lo tanto, se impone desde el bloque social en el poder, la perspectiva de profundizar el ajuste que demora medidas devaluatorias o la dolarización de oficio. Es fácil imaginar que el recurrente apriete persistirá en su descarga sobre los presupuestos de gastos de las Provincias, los jubilados y pensionados y los trabajadores estatales, aunque también sobre el conjunto del gasto social, tal como en estos días se materializó en el achicamiento de las partidas culturales que llevó a la coordinadora de ámbitos de la cultura a denunciar esta restricción de recursos como un genocidio cultural.
La política de guerra y asociación al comando de la misma es la posición oficial y de la oposición complaciente asociada a la estrategia de subordinación. Del otro lado emerge una propuesta militante de aquellos que demandan por la paz. Es una posición que emerge a nivel mundial, incluso dentro de EEUU y que no reconoce fronteras, incluyendo los países árabes. ¿Qué pasa, sin embargo, con la sociedad argentina? Parece que la guerra es lejana y sólo da para reflexiones intimistas en el cuadro familiar frente al televisor o en la esporádica conversación de oficina o lugar de encuentro social.
¿Acaso la guerra no afecta nuestra cotidianeidad? ¿El ajuste mencionado, no se renueva acaso en el marco de un relanzamiento de la estrategia de reconversión reaccionaria? La respuesta a los interrogantes puede asociarse a lo que acontece estructuralmente con la sociedad argentina. Una sociedad afectada esencialmente por el accionar del terrorismo de Estado, el terror a la hiper inflación y desocupación, pero que extiende en el tiempo los orígenes de una falta de proyecto para constituir un país soberano. Quizá todo el siglo XX se consumió en la búsqueda de una identidad escamoteada por múltiples razones y que hoy se hacen evidentes en la coyuntura política con descrédito a los representantes electos y al mismo tiempo, la tozudez en reiterar representaciones claramente alejadas de las demandas sociales por un nuevo tiempo.
En todo caso, la cruda realidad puede alentar un debate sobre el presente y el futuro de la Argentina, de su lugar en el mundo e incluso de cómo incidir en las transformaciones globales que habían empezado a insinuarse en el movimiento de resistencia a la globalización neoliberal, con fuerte masividad resistente en Génova y un intento que próximamente se renovará en Porto Alegre con el Foro Social Mundial. A propósito de esto se nos genera otro interrogante: ¿cómo afectaron los actuales acontecimientos al movimiento de resistencia global? En su seno, luego del asesinato de Carlo Giuliani se abrió una discusión en torno a la violencia. Hoy se reabre en la discusión sobre el terrorismo. El miedo, tema del que la sociedad argentina está presa desde hace años, puede habilitarnos a una reflexión de superación. Lo peor que puede ocurrir es que el asesinato o la represión, o que el terrorismo, provenga de donde provenga, frene la constitución de sujetos que construyan la sociedad de la libertad contra la explotación.
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