Argentina ¿Como si nada hubiera sucedido?
19/09/2002
- Opinión
En estas últimas semanas, aquí y allí aparecen noticias que parecen querer
reemplazar el "Qué se vayan todos" por la frase 'Aquí no ha pasado nada', y
demostrar que en la Argentina de 2002 las jornadas de diciembre han pasado al
recuerdo, grato para los luchadores, amargo para los dueños del poder. Pero
al fin no presente sino recuerdo, destinado a desvanecerse progresivamente por
el mero transcurso del tiempo.
Menem realiza actos proselitistas en distintos lugares del país. El eterno
gobernador de Santiago del Estero, Carlos Suárez gana su enésima elección
provincial (ya no es gobernador en los papeles, pero sí en los hechos). El
poder legislativo intenta clausurar definitivamente el juicio político a la
Corte Suprema. Los 'cerebros' del presidente Duhalde pergeñan una y otra vez
sus planes para garantizar que las elecciones de marzo de 2003 sirvan para
perpetuar la hegemonía política actual. Y paradoja mayor, Adolfo Rodríguez
Saa, arrojado 'cacerolazo' mediante en los últimos días de 2001 de su
interinato presidencial, despunta como el candidato a Presidente con mejores
perspectivas.
La demanda tiende a diluirse, incluso por las acciones de la propia oposición,
que intentó primero un operativo mediático en torno a ella
(Carrió+Kirschner+Ibarra), y luego apostó a una movilización callejera
(Carrió+Zamora+De Gennaro), que no fue el éxito que se esperaba y que no dio
lugar, hasta ahora, a ningún movimiento o acción ulterior. Cierta dolorida
resignación, junto a un escepticismo indiscriminado que no debería confundirse
con sabiduría, aparentan volver poco a poco a ser el talante habitual de
amplios sectores de la sociedad argentina. La idea de que nada más o menos
sustancial va a cambiar, se vuelve más plausible ante el leve adormecimiento
que produce lo que algunos llamaron 'veranito' económico: Un par de meses con
el dólar estable, la inflación importante pero en baja, e indicadores
productivos que no descienden de modo tan catastrófico como hasta hace pocos
meses. Allí están los aterradores niveles de pobreza, desocupación y
precariedad laboral, pero se cierne el peligro de que pasen a formar parte de
una perversa 'normalidad', que neutralice el sentimiento de indignada sorpresa
que hoy producen. La degradación de la institucionalidad política sigue su
curso, entre rumores de coimas, tentativas de trampa electoral vía ley de
lemas y otros mecanismos que tienen en común la intención de distorsionar los
resultados electorales, y nada de lo ocurrido, está visto, ha impuesto un
cambio en los métodos y las conductas de los que ocupan esas instituciones.
Por 'abajo' las asambleas populares ocupan edificios abandonados para realizar
actividades comunitarias, arman comedores populares, establecen centros
culturales, y hasta quieren reconstruir clínicas desactivadas hace años.
Numerosas empresas (en general medianas y pequeñas) retoman su funcionamiento
bajo la dirección de sus trabajadores, algunas como cooperativa, otras como
organizaciones bajo control obrero. Las organizaciones piqueteras continúan su
trabajo en barrios y villas, mientras fluyen trabajosamente los fondos del
Plan Jefes de Hogar, el último de los 'planes sociales' que da sustento a las
organizaciones, pero también a los 'punteros' radicales y peronistas, que
persisten en su accionar pese a la profunda crisis de las estructuras
partidarias. La presencia ruidosa en calles y rutas del movimiento social ha
descendido, si bien esto no puede asimilarse sin más a desmovilización, sino
en muchos casos a un vuelco a trabajar en la consolidación de las
organizaciones, en la satisfacción de problemas tan concretos como urgentes de
sus miembros, en fundamentar con mayor amplitud las críticas al sistema social
imperante y las propuestas alternativas al mismo. Se siguen tejiendo lazos
entre las capas medias en descenso y los sectores más pobres; asambleas
populares organizan la vacunación antitetánica de los 'cartoneros' que
lastiman sus manos buscando el sustento entre la basura, o tratan de pergeñar
una obra social para el personal de las empresas tomadas; y muchos vecinos de
los barrios acomodados incorporan cada vez más la idea de que los pobres y
desempleados pueden ser sus aliados en las soluciones, y no una parte de sus
problemas.
Pero también están 'los otros', el conglomerado más 'silencioso' que masculla
en las esquinas contra las frecuentes manifestaciones y cortes de calles; pide
más represión para los delincuentes, mientras sigue apostando a la
preservación de su capacidad de consumo, de su lugarcito a la sombra de algún
poder, a la restauración de algún 'orden' que les permita seguir ignorando con
mayor comodidad todo lo que exceda su repliegue individualista, aunque el
mundo se derrumbe a su alrededor.
Y todavía otros más, los que instalados en el 'progresismo' o al menos en la
'corrección política', están al acecho para partir nuevamente rumbo al limbo
de su vida privada : 'Ah viejo, si después de todo esto la gente vota a
Rodríguez Saa o a Menem, yo no quiero saber más nada', se los escucha decir.
Como otras veces, esperan que ocurra algún sinsabor colectivo para volver a
autojustificar la inacción, con la monserga de que la mezquina sociedad en que
viven no merece que persistan en sus elevados ideales... Que estas actitudes
no se generalicen y terminen prevaleciendo no está asegurado, ya que mucho
importante pero casi nada irreversible ha ocurrido en el movimiento social en
los últimos años, días 19 y 20 incluidos.
Entretanto, se debate una reforma constitucional de carácter radical, se
espera una movilización popular que vuelva a desbordar el poder político y
reactualice los temas del último diciembre. Una parte de la militancia lo
aguarda todo de la acción de base y repite que no quiere tomar el poder sino
desenvolverse al margen de él, a riesgo de que el poder desarticule, o
directamente destruya, cualquier construcción alternativa que decida no
cuestionarlo (o peor la coopte gradualmente mellándole su filo crítico). Otra
parte insiste en confundir el avance de la organización popular y de la
radicalización del movimiento con el crecimiento de su propia organización y
con el principio de realización de lo que tienen 'planificado' como
ineluctable futuro revolucionario.
Sin embargo, desde el poder, el escenario está preparado para deslizarse sin
mayores novedades hasta el próximo marzo, y allí lograr, a tuertas o derechas,
que un representante de la decadente 'clase política', peronista casi con
seguridad, ocupe la Presidencia, seguramente con legitimidad 'manca' por la
limpieza más que dudosa del proceso electoral, pero con el aparato estatal en
sus manos, para continuar haciendo lo que el gran capital ordene, que no otra
perspectiva se dibuja en el horizonte de la dirigencia, ya curtida en demasía
en propiciar flagrantes inmoralidades con altivo gesto de estadista. Valdrá la
pena tratar de impedir que esto ocurra, poner un coto a la persistente alianza
de poder económico, político y comunicacional que no cederá un ápice sino se
lo obliga a ello. Volver a repudiar con protestas activas, abstenciones y
votos nulos comicios cada vez más farsescos.
Pero el apuntar a la construcción de una democracia radical inédita, al
afianzamiento de una cultura de la participación activa y el debate público,
la instauración de una voluntad colectiva dispuesta a correr riesgos, a sufrir
esperas y retrocesos, y a asentarse en una perspectiva anticapitalista,
requiere forzosamente plazos más largos que los meses que van de aquí a marzo.
Además de constancia en la construcción de poder, y claridad sobre la
necesidad de 'autorreforma' de un movimiento contestatario que arrastra
variadas rémoras que abarcan desde lo más conceptual de la 'visión del mundo'
hasta el modo de emprender las prácticas más cotidianas. Difícilmente
derrotas o victorias de largo alcance en la prosecución de esos caminos se
vinculen con el nombre del próximo presidente; y "Qué se vayan todos" quiere
decir mucho más que la terminación del mandato de unos cientos de
legisladores.
https://www.alainet.org/de/node/106389
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