Un golpe mediático conjurado en su terreno
09/12/2002
- Opinión
Antes del anochecer del octavo día de huelga general decretada por la alianza
CTV-Fedecámaras en Venezuela, los rumores de golpe se sucedían de una a otra
línea telefónica. Como tantas otras veces a lo largo de los últimos meses, los
venezolanos esperaban -con alegría o tristeza, según el bando político de su
preferencia- un desenlace de fuerza al largo conflicto político que vive el
país. Sin embargo, esta vez la batalla no se libró a las afueras del Palacio de
Gobierno sino a las puertas de los principales medios de comunicación.
El frontal enfrentamiento entre los principales medios privados de comunicación
nacional y el gobierno de Hugo Chávez es ampliamente reconocido. En los últimos
tiempos, los medios venezolanos se han revelado como actores de primera línea,
heroicos combatientes contra el régimen o cómplices de intereses de clase,
según una u otra tendencia. En este marco, la población venezolana se ha visto
cada vez más bombardeada de información claramente contradictoria, según
sintonice un medio estatal o privado.
Esta circunstancia se fue agravando a partir de la huelga general decretada por
la alianza entre la principal central obrera del país -la CTV- y su equivalente
empresarial -Fedecámaras-, líderes de la llamada Coordinadora Democrática, que
incluye también a organizaciones de la sociedad civil y a militares disidentes,
algunos de los cuales participaron en la fallida intentona golpista del 11 de
abril. Día tras día, los canales de televisión transmitían imágenes que
mostraban media cara de la realidad: la ciudad paralizada, a través de las
privadas; actividad normal en las calles, a través de la televisora estatal.
Con encendidos discursos, los líderes refrendaban una y otra versión, negando
rotundamente no ya la fuerza sino la existencia de los otros.
Día tras día el paro fue ganando en calor: los opositores a Chávez recorrían
las calles del este de Caracas, obligando a quienes no acataban el paro a
cerrar sus comercios "de forma pacífica", según los medios. Diariamente, grupos
de opositores se apostaban a las puertas de la televisora estatal, hostigando
por igual a periodistas, técnicos y obreros; los adeptos al gobierno comenzaban
a concentrarse en distintos puntos de la capital, sin que estas manifestaciones
fuesen reseñadas por medio alguno, salvo, vale repetir, el canal oficial. La
huelga se iba resquebrajando en las calles, mientras se reportaban nuevos
incidentes contra comerciantes renuentes al paro y se incrementaba la brecha de
intolerancia entre uno y otro bando. Finalmente, al quinto día, mientras se
anunciaba la continuación del paro y la adhesión de PDVSA, la petrolera
estatal, tres personas son asesinadas y unas veinte resultan heridas, en medio
de una concentración en la Plaza Altamira, bastión de los militares disidentes
desde hace varias semanas.
Entre escenas de sangre y confusión, como en una cruel parodia de los reality
shows de emergencias médicas, los venezolanos vimos morir en cámara a una
adolescente de 17 años, mientras los líderes militares recorrían la plaza de un
extremo a otro, mostrando un profuso arsenal de armas de guerras que,
sorprendentemente, no lograron disuadir ni neutralizar a un solo hombre, ahora
señalado de haber efectuado los disparos.
Las cámaras de televisión mostraron los rostros desencajados de ciudadanos
clamando venganza contra "el asesino", Hugo Chávez, mientras reporteros y
especialistas señalaban la inequívoca y comprobada responsabilidad del
Presidente en estos hechos. Comenzó así un fin de semana que se caracterizó por
el incremento de los niveles de violencia y por contundentes demostraciones de
apoyo y rechazo al gobierno. Una gran concentración chavista, y numerosas
manifestaciones de oposición, que se acercaban agresivamente a las
instituciones oficiales y a las sedes del partido oficialista, algunas de las
cuales sufrieron destrozos de consideración. La tensión crecía frente a la
amenaza de desabastecimiento de alimentos y combustibles, mientras la gente se
mantenía en las calles.
El lunes por la tarde, y pese a la reanudación de la mesa de diálogo presidida
por el Secretario General de la OEA, César Gaviria, la continuación del paro y
la débil actuación gubernamental auguraban una nueva salida violenta. Los
medios privados mantenían su apología del paro, estimulando a las masas a
mantenerse en la calle, mientras el canal oficial denunciaba el sabotaje a la
industria petrolera e instaba a la población a no hacerse eco de invitaciones a
la violencia. Las líneas telefónicas transmitían, una vez más, rumores de
golpe, en medio de las cacerolas que sonaban a uno y otro lado de la ciudad.
Sin embargo, por una vez, no fue el ruido de los tanques sobre el asfalto sino
las voces de centenares de personas que, poco a poco, fueron marchando para
rechazar la violencia ejercida desde el otro lado de la pantalla: cuatro de las
cinco televisoras privadas nacionales se vieron sucesivamente rodeadas por
centenares de partidarios del gobierno en actitud, reconocida hasta por los
mismos canales, pacífica aunque "intimidatoria". Poco a poco, las consignas en
contra de los medios y los graffitis en las paredes difundían un mensaje que
desde hace meses puede leerse en varios muros de la capital: Cuando los medios
digan la verdad las paredes callarán. Consecuentemente, la televisora estatal
volvió a ser rodeada por un grupo de opositores, quienes incluso dispararon
contra la planta.
Hechos similares se registraron al menos en cinco estados del interior del
país, con un tinte, eso sí, más violento. En Táchira y Aragua, los
manifestantes tomaron momentáneamente dos televisoras regionales. En el estado
Zulia, al occidente del país, se registraron destrozos a la sede regional de
Globovisión, una de las señales más pugnaces contra Chávez.
Entonces sí, los medios se apresuraron a llamar a la calma y a pedir a la
ciudadanía que se mantuviera en sus casas, al tiempo que mostraban públicamente
su estupor frente a un hecho para ellos inexplicable. No podían entender por
qué esas mismas masas, "a quienes durante cincuenta hemos llevado
entretenimiento e información, no sólo a través de las telenovelas" los elegían
ahora como blanco.
Sin embargo, no se trata de un fenómeno difícil de entender. Los medios
privados acusan a Chávez de gobernar para un solo estrato de la población: los
más empobrecidos; ellos han construido un mensaje exclusivamente dirigido a la
estratos medio y alto, exacerbando el odio entre clases y criminalizando a
priori a los seguidores de Chávez. Por citar apenas un ejemplo reciente, siete
personas fueron detenidas inmediatamente después del tiroteo en Plaza Francia;
todos fueron brutalmente golpeados ante las cámaras de televisión. Sin embargo,
este hecho no fue destacado por ningún medio, a excepción de uno, RCTV. Dos de
estas personas eran vendedores informales y otros dos eran trabajadores de la
zona, culpabilizados por su aspecto humilde, distinto al de los manifestantes
habituales de la plaza.
A lo largo del conflicto, los medios privados se han empeñado en negar o
minimizar la fuerza de apoyo al gobierno tanto como los estatales insisten en
hablar de normalidad. Más de una vez los oficialistas tomaron masivamente las
calles sin que este hecho fuese reseñado por los medios privados que, en
cambio, magnifican las manifestaciones de la oposición. Negar al otro para
reafirmar la propia fuerza; eso es lo que han hecho los medios venezolanos.
Sólo que esta vez, esa realidad negada con tanta insistencia llegó hasta sus
puertas. La imagen muda mostraba a los manifestantes gritando a los micrófonos
de los reporteros. Tardamos horas en escuchar lo que decían: "Queremos
transmisión", "queremos respeto a nuestra libertad de expresión", "queremos que
los medios digan la verdad".
* Marieva Caguaripano, activista de derechos humanos
https://www.alainet.org/de/node/106697?language=en
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