Drogas

29/08/2002
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Drogas no son solamente la cocaína, el éxtasis, el crack o la marihuana. Lo son también el humo, las bebidas alcohólicas y los medicamentos tomados en exceso o equivocadamente, como es el caso de ocho jóvenes que, en São Paulo, quedaron estériles para el resto de sus vidas por ingerir anabolizantes destinados a caballos de carreras. Muchos consumidores de drogas "socialmente correctos", capaces de ingerirlas sin caer en tendencias antisociales, tratan de convencerse a sí mismos de que no son dependientes. Pero no pueden negar que ayudan a mover la rueda mortífera del narcotráfico, que induce a millones de personas, sobre todo jóvenes de las clases pobres, a la marginalidad y al crimen. Los medios de comunicación, como siempre, dan una de cal y otra de arena. Alertan sobre el peligro de las drogas, pero por otro lado exhiben clips publicitarios y películas que hacen la apología de los usuarios de las drogas. El narcotráfico mueve anualmente en el mundo cerca de 400 mil millones de dólares, poco menos que todo el PIB de Brasil. Los cabecillas se esfuman a través del lavado de dinero, del tráfico de influencias, de la compra de policías, militares y jueces. Los chivos expiatorios son cazados en las favelas, mueren acribillados o son encarcelados. ¿Quiénes son los culpables? Todos nosotros somos responsables, aunque sea por omisión ante el problema, y somos también víctimas (asaltos por drogados, accidentes de tránsito como consecuencia de bebidas, diseminación del sida, políticos elegidos con el dinero del narcotráfico, etc.). Es vano pensar que la cuestión de la droga es un problema individual. Es, sí, una grave cuestión social. La droga no es causa, es efecto. Si pretendiéramos erradicarla, habríamos de encarar un desafío frontal: el cambio de sociedad en que vivimos. No se trata de ceder al maniqueísmo ideológico y pensar que la llegada del socialismo pondrá fin al problema. También en las sociedades socialistas de Europa del Este actuaba el narcotráfico, como sucede hoy en Cuba. Esa "civilización química" en la que vivimos resulta de nuestro desencanto subjetivo. Una persona destituida de valores espirituales (religión, utopía, ideología, etc.) tiende a buscar sucedáneos que llenen su vacío interior. En el fondo, se recurre a la droga para alterar el estado de consciencia. He aquí una necesidad de la que nadie puede prescindir. Nadie aguanta ser "normal" a tiempo completo. Es una exigencia de nuestra salud espiritual cultivar la subjetividad, como el artista estéticamente febril ante su obra, el profesional encantado con su proyecto, el militante guevarianamente empeñado en su lucha, la joven apasionada, el místico tocado por el amor divino. Son estados de plenitud y felicidad. Pero no se encuentran en la farmacia de la esquina, ni merecen la publicidad de los grandes medios. Porque son valores anticonsumistas. Cuanto más realizada esté una persona, gracias al sentido que imprime a su vida, menos necesidad siente de recursos artificiales que alteran momentáneamente el estado de consciencia para, a continuación, pasado el efecto, caer en el vacío de sí misma, en el abismo de la propia frustración. Cambiar la sociedad no es sólo transformar sus estructuras. Eso es prioritario: asegurar a todos la alimentación, la vivienda, la salud y la educación, el trabajo, el descanso y la cultura, lo que supone distribución de la riqueza, compartir los frutos del trabajo humano, soberanía nacional, reforma agraria, etc. Cambiar la sociedad es modificar también los valores que rigen la vida social. Esa revolución cultural ciertamente es más difícil que la primera, la social. Quizás por eso el socialismo haya caído como un castillo de naipes en Europa. Sació el hambre de pan, pero no el de belleza. Erradicó la miseria, pero no logró que las personas cultivasen sentimientos altruistas, valores éticos, actitudes de compasión y solidaridad. El ser humano es un animal amoroso. Un bebé desprovisto de amor no sonríe. La falta de afecto es, ciertamente, un factor que induce a un joven a buscar en las drogas la plenitud que sólo las relaciones personales son capaces de ofrecer. Sin embargo en las clases populares el desempleo engendra desesperación, que lleva a la bebida, provoca agresiones, etc., de modo que, desamparados social y afectivamente, muchos jóvenes, e incluso niños, sólo en el uso de drogas experimentan un estado de "felicidad" que la vida les niega. PS: A propósito, no dejen de ver el filme de Helvecio Ratton "Uma onda no ar" (Una ola en el aire).
https://www.alainet.org/de/node/108148?language=es
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