Guerra y ética

25/02/2003
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Toda guerra es perversa porque viola el mandamiento de la ética natural del "no matarás". Pero hay problemas: si un país es agredido por otro, ¿qué hacer?. ¿Tiene derecho a defenderse por la fuerza defensiva? ¿Cómo deben comportarse los gobernantes de los pueblos que miran la limpieza étnica de minorías por parte de dictadores sanguinarios que todavía violan sistemáticamente los derechos humanos, eliminando a sus opositores? ¿Es válido alegar el principio de la no intervención en asuntos internos de los estados soberanos y asistir, pasivos, a crímenes contra la humanidad? ¿Cómo reaccionar al fenómeno difuso del terrorismo que puede utilizar armas de exterminio masivo y victimar millares de inocentes? ¿Contra eso es legítima una guerra preventiva? Son cuestiones éticas las que ocupan mentes y corazones en estos días. Para no desesperarse tenemos que pensar. En el mundo entero, dada la estrategia de los Estados Unidos de usar la fuerza para hacer valer sus intereses globales, se generó un debate extremadamente serio. Sobresalen varias posiciones. Un grupo numeroso sustenta la tesis: dada la capacidad devastadora de la guerra moderna que puede hasta comprometer el futuro de la especie y de la biosfera, no existe ninguna guerra justa (ius ad bellum). Otro grupo afirma: puede haber una guerra justa, la "intervención humanitaria", pero limitada a impedir el etnocidio y crímenes de lesa-humanidad. Otro grupo, representando el stablishment global, reafirma: hay que rescatar la guerra justa como auto-defensa, como un castigo a los países del "eje del mal" y como prevención de ataques con armas de destrucción masiva. Hagamos un juicio ético sobre estas posiciones: en las condiciones actuales toda guerra representa un altísimo riesgo, pues disponemos de la máquina de muerte, capaz de destruir a la humanidad y a la biosfera. La guerra es un medio injusto. Dentro de una política realista, una "intervención humanitaria" limitada es teóricamente justificable, bajo dos condiciones: no puede ser decidida por un solo país, sino por la comunidad de naciones (ONU) y debe respetar dos principios básicos (ius in bello): la inmunidad de la población civil y la adecuación de los medios (no se pueden causar más daños que beneficios). La fuerza empleada como auto-defensa no la convierte en buena, pero se justifica dentro de la estricta adecuación de los medios. La guerra de castigo, como la de Afganistán, se basa en la venganza y no es defendible. Solo alimenta rabia, caldo de futuros conflictos. La guerra preventiva, contra Iraq, es ilegítima porque se basa sobre lo que aún no es y puede no suceder. Ningún derecho, de cualquier naturaleza, le concede legitimidad por ser subjetiva y arbitraria. Todo eso vale teóricamente, pues es importante clarificar posiciones. Sin embargo en la práctica, se mostró que todas las guerras, incluso las de "intervención humanitaria", no observan los dos criterios, de la inmunidad de la población civil y de la adecuación de los medios. No se hace distinción entre combatientes y no combatientes. Para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura, con muchas muertes de inocentes (98%). Las consecuencias de la guerra perduran por años y hasta por siglos como en el caso del uranio empobrecido. La guerra no es la solución para ningún problema. Debemos buscar un nuevo paradigma, a la luz de Ghandi y de Luther King Jr., si no queremos destruirnos: la paz como meta y como método. Si quieres paz, prepara la paz. * Leonardo Boff es profesor emérito de ética en la Universidad de Rio de Janeiro (UERJ) y autor de "A oração de São Francisco", un mensaje de paz para el mundo actual, Sextante, Rio 1991.
https://www.alainet.org/de/node/109121?language=es
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