Misión Ciencia (s)
02/02/2006
- Opinión
Una gran ebullición de ideas e iniciativas ha precedido el anuncio formal de la Misión Ciencia por parte del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Está en curso una rica discusión que moviliza asuntos de distinta naturaleza, planteamientos de incidencia inmediata y de largo alcance, preocupaciones operacionales y sustantivas, en fin, un torbellino de inquietudes y formulaciones que revela a todas luces una fuerte sensibilización de la gente en torno a temas y problemas que suelen limitarse a grupos muy reducidos de interlocutores. Se entiende desde luego que estos asuntos no pueden ventilarse a ritmo de Zamba en una plaza de toros. Se comprende fácilmente que los debates en torno a las orientaciones y fundamentos de las políticas públicas en este campo tengan ámbitos de pertinencia acotados y ambientes de diálogo intelectual de una alta exigencia. Ello no es un “defecto” del modelo de gestión sino una condición de base de la naturaleza misma de los procesos que están en juego.
Esta nueva experiencia se pone en escena luego de un recorrido en el que ya se conocen distintas modalidades de “Misiones” en el país. Ello explica que muchos colegas tengan especial interés en discutir, no sólo los contenidos de esta específica “Misión Ciencia”, sino el concepto mismo de las “Misiones”, su inspiración original frente al burocratismo de Estado, el peligro de su deriva hacia “planes de emergencia”, los distintos entuertos que se perciben en la gestión concreta de algunas de ellas, etc. Podría decirse que el lanzamiento de la “Misión Ciencia” en esta coyuntura tiene la ventaja del trayecto recorrido, de la experiencia acumulada en otros ámbitos. De allí se desprenden diversas enseñanzas de lo que no hay que hacer. También se encienden algunas luces de prevención en torno a desviaciones o excesiva improvisación.
Pero lo que resulta más nítido en este balance preliminar es la justificada preocupación por evitar que un programa de esta envergadura sea subsumido en la telaraña de la planificación, de los reglamentos, de las contralorías y del implacable gesto de todo burócrata que se respete: “no se puede”. No hay receta para salvarse de esta maldición. No existe fórmula aprendida que pueda vacunarnos contra esta enfermedad del espíritu. La propensión al burocratismo está incrustada en el propio punto de partida de este engendro de Estado que padecemos. La burocratización de las ideas, de los procesos e iniciativas está en la cultura organizacional que impera en todos lados. Somos víctimas de una mentalidad burocrática y no simplemente de algunos excesos de formalismo o de pequeños rezagos procedimentales. Entender cabalmente el punto donde estamos en esta materia puede ser crucial para atinar con estrategias efectivamente anti-burocráticas. No se trata de cambiar a un funcionario por otro ni de distraerse con ejercicios de organigramas más pintorreteados que otros. Tampoco del expediente fácil de decir que en las “Misiones” “todo vale” (con lo cual se abre un boquete muy grande para costosas arbitrariedades o para la corrupción simple y llana). El asunto parece ser una sabia combinación de las mejores prácticas que se han podido aquilatar en la propia experiencia del MCT con una agresiva línea de gestión afincada en la relación directa con los actores del proceso, apoyada en el desempeño descentrado de los distintos proyectos, en la supresión de intermediaciones administrativas inútiles. Pero sobre manera, una conducción derivada del más alto nivel de gobierno en la que esta voluntad quede nítidamente plasmada:--de cara a las funciones directivas, --de cara a la gestión de los procesos, --de cara a los compromisos e involucramientos de los operadores en cada proyecto, --de cara a la calidad del desempeño de las pocas instancias que se habiliten para la conducción de esta “Misión Ciencia”.
Sabemos de antemano que los “productos” esperados de este super-programa no son de la tangibilidad de las casas que se construyen o de las vacas que se ordeñan. Aquí no cabe esperar “resultados” de este género. Los evaluadores convencionales la pasarán mal para sacar las típicas cuentas que dejan felices a los periodistas. Pero ello no quiere decir que se invertirá una millonada averiguando el sexo de los ángeles. No estamos hablando de un proyecto metafísico que sólo sobrevuela la fecunda imaginación de los creadores de utopías. Una “Misión” como esta tiene desafíos adicionales a los ya conocidos por otras “Misiones”. Se trata de poder dotar de suficiente visibilidad a las realizaciones que están en el campo de la producción de conocimientos, en el terreno de la calidad de procesos, en el universo de los nuevos contenidos de los saberes alternativos. Las dotaciones físicas, los equipamientos técnicos y las carteras de servicios son plataformas de una enorme importancia para poder desplegar estos proyectos. Pero no son en sí mismos elementos autónomos que puedan marcar la especificidad de una “Misión”. La cuestión no es tener más o menos computadores (aunque tenerlos es de suyo la condición operacional para entrar a discutir todo lo demás).
Nos es posible—ni deseable—emprender una labor cuasi-paranoica de detección anticipada de males, defectos y peligros. Pero tampoco sería razonable emprender este gigantesco salto adelante confiando ingenuamente en las bondades de los aparatos institucionales existentes. Desde luego, nadie se lanza al vacío proclamando la novedad absoluta y arrasando todo lo que encuentra a su paso con la espada del anti-burocratismo. Nos queda un estrecho margen para tensionar con fuerza y abrirse paso. Nada está asegurado desde ya…salvo la férrea voluntad de intentarlo hasta sus últimas consecuencias.
https://www.alainet.org/de/node/114237?language=en
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