Dejen que cante el gallo

30/07/2006
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Desde estas líneas quiero defender a nuestras amigas las gallinas, nuestros camaradas los pollos, los patos, las ocas, los faisanes y otros parientes. Desde hace milenios conviven con la especie humana con una entrega total y con muy pocas quejas (que sepamos). Y eso que tarde o temprano acaban en la cazuela, no sin antes habernos obsequiado con sus huevos. Con la aparición de la gripe aviar las aves domésticas las pasan canutas: se mueren resfriadas, se sacrifican como medida preventiva o se confinan cual presos malhechores. Pero con ellas también sufren las pequeñas familias campesinas que cuentan con un gallinero en el patio o en un corral. Este tipo de avicultura doméstica asegura la ingesta de proteínas de muchas personas, sobre todo de poblaciones rurales de los países empobrecidos del Tercer Mundo, donde el déficit nutritivo es un problema muy serio. También representa para ellos una fuente de ingresos periódicos gracias a los 60 o 100 huevos al año que puede poner una gallina campera. Los gallineros familiares se los pueden permitir muchas familias campesinas sin grandes costos y en situaciones ecológicas frágiles. Las aves domésticas son pequeñas, se pueden alimentar con las sobras de la cocina junto con lombrices e insectos que ellas picotean. Además proporcionan un buen abono para la agricultura y se reproducen con facilidad. En el campo español también encontramos aún explotaciones de aves de corral. Frente a las grandes granjas intensivas donde las gallinas no pueden ni abrir las alas, ni darse la vuelta, los modelos de producción tradicional nos ofrecen unos productos alimentarios de gran calidad. ¿Y qué me dicen de despertarse con el canto del gallo? A la hora de definir y legislar sobre las medidas de control de la gripe aviar se debería ser consciente de todo ello. La prohibición de la cría de aves en aire libre -si no es estrictamente necesaria- puede empeorar la seguridad alimentaria de muchas familias del Sur y favorecer aún más el despoblamiento del campo en los países industrializados. La desaparición de la cría de aves al aire libre limitaría nuestras posibilidades de elección de buenos alimentos. Otras medidas como subvencionar los excedentes de las producciones de aves industrializadas, por el temor del consumidor, también son muy graves para las familias campesinas de países empobrecidos, que reciben estas importaciones a muy bajo precio, destruyendo las posibilidades de los avicultores locales. Si Mahatma Gandhi nos decía que el grado de civilización de una sociedad se mide por la forma en que trata a sus animales, hoy, si queremos considerarnos una civilización preocupada por un medio rural vivo y activo, deberíamos pedir a las autoridades veterinarias competentes que, sin poner en riesgo la seguridad sanitaria, tengan en cuenta también las virtudes de la avicultura campesina, que, a mi entender, debemos preservar. - Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España) http://www.veterinariossinfronteras.org/
https://www.alainet.org/de/node/116352?language=en

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