Los caminos del dólar
18/01/2005
- Opinión
Las previsiones sobre el destino del dólar están limitadas por el tipo de enfoque dominante en las ciencias económicas actuales. Hay una preponderancia irresponsable de los análisis de los flujos de corto plazo con una ausencia total de los movimientos históricos de largo plazo. De esta forma, se confunden movimientos de coyuntura con tendencias históricas seculares.
El destino del dólar no depende de variables de coyuntura sino de grandes movimientos históricos. En realidad, la fuerza y decadencia del dólar hacen parte de la ascensión y decadencia del imperio norteamericano que alcanza su auge en la economía mundial en el post II Guerra Mundial. En esta oportunidad, se iniciaba una onda larga de Kondratiev cuya fase de ascenso duró desde 1940 hasta 1967.
El año de 1967 puso en evidencia dos límites fundamentales para la supervivencia de la dominación del dólar que había sido consolidada en los Acuerdos de Bretton Woods:
a) la expansión de la moneda dólar hacia toda la economía mundial creaba presiones inflacionarias sobre el mismo que el Estado norteamericano no podía controlar. El asian y el euro dólares aumentaron espectacularmente con la dominación mundial de los Estados Unidos y pasaron a circular regionalmente con lógicas financieras propias;
b) la expansión de los gastos militares del gobierno de Estados Unidos en el exterior para pagar su poder imperial había sido uno de los fundamentos de la crisis cambiaria que se juntaba al creciente déficit comercial ( como consecuencia de la sobrevalorización del dólar y de una política científica y tecnológica de punta cada vez más especializada en gastos militares, cuyo speed off hacia el sector comercial nunca se cumplió ampliamente, más aún cuando las consecuencias comerciales de muchos de los avances científicos impulsados por los gastos militares fueron aprovechadas por los japoneses u otros centros tecnológicos).
Ambas causas no se reducen al fenómeno financiero. Al contrario, el fenómeno financiero es parte de una sistema económico y social, cuyo funcionamiento escapa a la lógica financiera. Para reparar los desequilibrios generados por estas acciones políticas, culturales y sociales no bastan decisiones financieras. Es verdad, sin embargo, que el costo de estas políticas financieras empieza a ser contestado por las partes afectadas, es decir, por los Estados nacionales involucrados. La Francia de De Gaulle fue la primera en cuestionar al dólar y exigir el pago en oro de las deudas norteamericanas a su país. No faltaron “teóricos” de la economía al servicio de intereses bien definidos que intentaron “probar” que De Gaulle era un arcaico y superado creyente en el patrón oro. Pero el tiempo le dio la razón. De hecho, el gobierno norteamericano tuvo que rendirse ante los hechos. Cuando el déficit fiscal, el comercial y el cambiario en general se unieron para demostrar la imposibilidad de revertir la situación en favor de un superávit norteamericano, los Estados Unidos simplemente suspendieron el acuerdo de Bretton Woods de conversión oficial del dólar. Esto significó, en la práctica, una desvalorización de los dólares existentes, sobretodo como reserva de valor mundial, en cerca de 8 veces… Así no más…
Hacia la crisis definitiva
La economía mundial se vio arrastrada a la “serpiente financiera” sin ninguna moneda capaz de señalizar una referencia global. En 1973, el petróleo se ajustaba al nuevo valor del dólar y aumentaba en cerca de ocho veces su precio. Estábamos frente a la recesión más brutal entre 1973 y 1975. Los tiempos de la ascensión económica mundial estaban definitivamente superados. Los Estados se ahogaban militar y financieramente en la guerra de Vietnam. El dólar entraba en su crisis definitiva.
La historia de los años posteriores solo hizo confirmar la tendencia a la desvalorización y a la pérdida de la función del dólar como moneda mundial. Para recuperar poder en períodos limitados la economía norteamericana tuvo que recurrir a situaciones artificiales que condujeron a desequilibrios colosales en la economía mundial que no pudieron sostenerse indefinidamente. Los aciertos de cuentas se hicieron a través de graves crisis, guerras y conflictos que siempre recondujeron a la tendencia fundamental de caída del dólar y al aparecimiento de monedas alternativas como el euro y a otros expedientes financieros.
Es verdad que hubo la aparente “recuperación” en la década de los ochenta del siglo pasado. Pero esta “recuperación” se hizo al costo del pago por los Estados Unidos de tasas de interés totalmente absurdas que llevaron a la dominación del capital financiero sobre la economía mundial en detrimento del crecimiento económico y de las actividades productivas en general. Para garantizar la recuperación del dólar solo había un camino sólido. Lo que se usó fue la sobre valorización del mismo con la caída de las exportaciones norteamericanas y el aumento de sus importaciones que generaron los más gigantescos déficits comerciales jamás imaginados por los más audaces pensadores económicos heterodoxos. Para sostener el crecimiento económico, se recurrió al déficit fiscal aún más colosal, garantizado por títulos de la deuda pública estadounidense a tasas de interés colosales.
Cualquiera economista que no estuviera al servicio de sus patrones mostraría los límites de esta valorización artificial del dólar. Pero los economistas que así pensaban eran pocos con relación a los interesados en servir a los numerosos especuladores que ganaban con estas políticas irresponsables. Peor aún era la situación de los exportadores hacia los Estados Unidos que se aprovechaban de sus superávits fiscales para invertir en títulos de la deuda pública a altas tasas de interés. En 1987, la orgía se terminó, cuando los agentes económicos no tuvieron la disposición de actuar, las fuerzas ciegas del mercado recurrieron a la crisis económica. En octubre de 1987 el dólar se devaluó en 40% en un solo día. Pero los bancos centrales de Japón y Alemania actuaron de inmediato para defender sus inmensas reservas en dólares. Ellos compraron la moneda debilitada en grandes cantidades para mantener artificialmente su valor. Estas políticas duraron pocos años. La crisis de 1989 a 1993 los obligó a retroceder y la devaluación del dólar fue inevitable. En este momento, Europa se definió por una moneda propia y se inició el movimiento que redundó en la creación del euro al final de la década del 90.
De aventura en aventura
Durante el gobierno de Clinton se intentó una corrección de rumbo. Se buscó asegurar un dólar menos valorizado que generó una expansión significativa de las exportaciones norteamericanas y la rebaja dramática de sus déficits comerciales. Al mismo tiempo, la caída espectacular de la tasa de interés pagada por el Estado norteamericano permitió terminar con su déficit fiscal y generar incluso un superávit. Se trataba de retomar el crecimiento económico en el comienzo de un nuevo ciclo largo de Kondratiev. Desde 1994 a 2000 se demostró la posibilidad de retomar el crecimiento a través de una política de equilibrio económico razonable, favoreciendo la producción, limitando el poder del sector financiero y de los gastos militares. En este momento, el dólar parecía alcanzar un equilibrio razonable. Pero las fuerzas del poder financiero consiguieron revertir la situación. El aumento brutal de la tasa de interés impuesto por la Reserva Federal (FED) en 2000 llevó otra vez a los Estados Unidos a la recesión. La rebaja más brutal aún de la tasa de interés en 2002 permitió reanudar el crecimiento, ayudado, sin embargo, por el déficit fiscal y una acentuación dramática del déficit comercial.
Estamos de nuevo en la aventura. No faltan “economistas” que justifican estas locuras al servicio del delirio de un grupo de ideólogos de la hegemonía incontestable de los Estados Unidos. Es evidente que van a quedar atrapados o a empantanarse como ya ocurre en Irak. Y el dólar queda al vaivén de estas aventuras delirantes. El costo de la guerra es el endeudamiento mundial, el déficit fiscal y el déficit comercial sobre un estado general de endeudamiento insostenible. El resto del mundo no parece estar dispuesto a financiar los sueños hegemónicos de Estados Unidos. Una buena parte de la opinión pública norteamericana también rehúsa a seguir este camino aventurero. Como ya vimos tantas veces en la historia, los imperios se ven siempre en el dilema de disfrutar del poder o pagar sus costos. La solución de prorrogar la dominación a costa de las colonias termina en derrota general. El destino del dólar es el destino del imperio en bancarrota.
* Theotonio dos Santos es profesor titular de la Universidad Federal Fluminense y coordinador de la Cátedra y Red UNESCO-UNU sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible (www.reggen.org.br).
https://www.alainet.org/de/node/116845?language=en
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