Elecciones en Ecuador:
Neoliberalismo, dolarización y resultados electorales
19/10/2006
- Opinión
Según los resultados electorales, contra todo pronóstico, ha ganado en primera vuelta el magnate del banano, Álvaro Noboa, con una distancia de algo más de tres puntos sobre el populista de izquierda, Rafael Correa, de Alianza País, pero lo que realmente ha provocado una sorpresa es el tercer lugar de Gilmar Gutiérrez del Partido Sociedad Patriótica, PSP, con cerca de 700 mil votos, es decir, un 16% de la votación, desalojando de esa posición a León Roldós.
El Partido Socialcristiano, PSC, de su parte, acusa el peso de su desgaste y por vez primera, desde el retorno de la democracia en 1979, su representación para el Congreso Nacional, será marginal. De igual manera con el partido de la Izquierda Democrática. De hecho, son los grandes perdedores de este proceso electoral. Por otra parte, el movimiento indígena acusa un fuerte retroceso electoral cuando su candidato a la Presidencia no llega ni al 3% de la votación general, y su representación parlamentaria es mínima. Las provincias en las que el movimiento indígena es fuerte y las cuales han sido consideradas como bastiones de la votación y de la movilización india, ahora han dado su respaldo al partido de derecha, y con ribetes cuasi fascistas de Sociedad Patriótica.
Una primera aproximación a lo acontecido es que se trata de una polarización en la que, tal como están las cosas, la balanza está inclinada hacia la derecha. El poder de la derecha y de la extrema derecha en el Congreso es fuerte y pueden, habida cuenta de la casi inexistencia de la izquierda en el Congreso, imponer los temas de su propia agenda.
La izquierda ha desaparecido del escenario político gracias a esa alquimia de la representación liberal. Si las elecciones codifican la democracia liberal representativa y en virtud de la regla de la mayoría pueden procesar los conflictos sociales dentro de la institucionalidad política vigente, resulta que este mecanismo se ha revelado perfecto para casi suprimir las disidencias al neoliberalismo y generar la sensación del consenso, es decir, la gobernabilidad, sobre los temas pendientes de la reforma neoliberal.
Pero si bien la reforma neoliberal tiene una racionalidad y un tiempo para provocar los cambios institucionales, la situación postelectoral en el Ecuador, es más grave porque la reforma neoliberal, gracias a estos resultados electorales, ahora estará signada en clave oligárquica y fascista.
Ahora bien, una segunda aproximación a estas elecciones ecuatorianas está en el hecho de que los movimientos sociales no pudieron poner en perspectiva electora sus masivas movilizaciones de inicios del año 2006 en las cuales pudieron hacer retroceder al gobierno en su intención de firmar el TLC con EEUU. Esta incapacidad de poner en clave de representación liberal la capacidad de movilización tiene que ver con la estructura misma del movimiento social, cuyos tiempos políticos generalmente no están en sintonía con los tiempos electorales. En efecto, cuando la sociedad entra a elecciones, se clausura el tiempo político de los movimientos sociales.
En Ecuador, la CONAIE pasó la posta de la resistencia y la movilización al movimiento Pachakutik, pero este movimiento acusa desde hace varios años un serio desgaste por no haber logrado cambios sustanciales en el sistema político en función del proyecto original del movimiento indígena y de los movimientos sociales. Esa transferencia de responsabilidades políticas tiene un costo político para el movimiento indígena y para los movimientos sociales.
El Movimiento Pachakutik, para sobrevivir, ha tenido que suscribir las reglas de juego del sistema político, y, al hacerlo, ha hipotecado los contenidos, que no son solamente políticos sino también éticos, del proyecto histórico del movimiento indígena. Mientras en la CONAIE existen mecanismo de rendición de cuentas, de toma de decisiones de manera colectiva, en el movimiento Pachakutik esa dinámica no existe. Al enfrentarse al sistema político, el movimiento Pachakutik tiene que adoptar las formas y los contenidos de ese sistema político, y eso liquida la riqueza política que tiene el movimiento social, de ahí las distancias que existen entre ambos espacios organizativos.
Esta debilidad de poner en perspectiva electoral su capacidad de movilización se vio agravada por la presencia y consolidación del discurso de la antipolítica. Pachakutik tuvo que entrar en una estrategia defensiva, al igual que toda la izquierda ecuatoriana, ante el avance del discurso de la antipolítica, que moralizó la crítica al sistema político sin poner al descubierto los mecanismos de poder inherentes a ese sistema político. La presencia de la antipolítica a la larga se reveló funcional al poder, porque al liquidar la posibilidad de un discurso más crítico al sistema político, optó incluso por amputarse la posibilidad de tener una representación parlamentaria y con esa decisión entregó en bandeja el Congreso, el verdadero locus del poder para la transición neoliberal, a la derecha.
Pero estas decisiones y estos resultados tienen un contexto que las explica y las referencializa, y es la transición neoliberal, una transición controlada por grupos financieros monopólicos, las oligarquías y caracterizada por la deconstitución del Estado. La transición neoliberal ha reprimarizado y desindustrializado al país, provocando desempleo, pobreza y conflictividad social. Empero, quizá aquello que más destaca de ese modelo es la dolarización de la economía. En efecto, la dolarización implicó profundos cambios en la estructura económica. La dolarización implicó una transferencia de costos de los sectores más poderosos a los sectores más débiles, y esos sectores débiles están, precisamente, en el sector rural y urbano-marginal.
Aquellos que aún tenían cierto tipo de recursos para comprar el derecho a emigrar del país, pudieron utilizarlos dejando a sus familias con deudas, hipotecando sus tierras, que son el sustento de su sobrevivencia, es decir, arriesgándolo todo y muchas veces perdiendo esa apuesta, habida cuenta de la criminalización a la migración que se ha hecho en EEUU y en Europa. Pero emigrar es la única baza de salvación cuando todas las demás cartas han sido jugadas y se ha perdido.
La dolarización también provocó un intercambio desigual entre el campo y la ciudad. La nueva moneda necesitaba de una racionalización económica que estaba ausente en las comunidades rurales y que no pudieron acomodar su estructura de costos y de producción a la nueva moneda. Los sectores subproletarios acusaron el costo de la moneda en la pérdida de empleos y en el encarecimiento de la canasta familiar. Ambos sectores son los principales damnificados por la dolarización.
La economía ecuatoriana, desde que empezó la dolarización, se fue transformando en una economía rentista y de consumo, sacrificando sus opciones productivas y de redistribución del ingreso. Esa dolarización ha sido mantenida, paradójicamente, por los más pobres, los migrantes. Son las remesas de los migrantes los que han sustentado ese comportamiento consumista y los que han posibilitado la pervivencia del modelo económico.
El Estado, de su parte, con una mínima capacidad de ingerencia en la economía, y con sus estructuras institucionales devastadas por la reforma estructural neoliberal, no podía proponer una redistribución del ingreso ni tenía capacidad para hacerlo. La banca pública de desarrollo apoya más bien a los sectores más modernos y oligárquicos de la economía, no a los más pobres. No hay apoyo de ninguna manera a la pequeña producción campesina, ni a la producción artesanal, ni a las pequeñas empresas de autoempleo y empleo familiar. No hay ningún mecanismo de comercialización que los defienda de la dolarización y de los monopolios.
El Estado, en su lugar, había desarrollado al tenor de las recomendaciones y de las imposiciones de la banca multilateral, en especial el Banco Mundial, una política asistencialista que a la larga termina consolidando una relación estratégica y clientelar en la sociedad. Las redes clientelares que funcionan en la política, cotidianamente se fortalecen y se consolidan con esta actuación clientelar y paternalista del Estado y del Banco Mundial.
La dolarización significó un incremento espectacular de las tasas de interés que el sector financiero de la economía podían descargar a una capa emergente de clases medias ávidas de consumo, pero que a nivel rural y agrícola fueron fatales. Los bajos costos de la producción agrícola de los países vecinos hicieron que incluso cultivos tradicionales sean reemplazados por producción agrícola externa. Hay señales de descampesinización, de exacerbación de la pobreza en el sector rural. En un ambiente de concentración de la tierra y privatización del agua. La seguridad y la soberanía alimentaria del Ecuador están en peligro por la dolarización.
Sobre ese escenario no existe ninguna presencia del Estado o de otros actores que puedan resolver esos conflictos del día a día y que tienen que ver incluso con la propia sobrevivencia. En muchas regiones rurales y urbano marginales, son las redes clientelares del Estado con el apoyo del Banco Mundial, las que constituyen el único soporte para la liquidez monetaria de esas comunidades y por tanto para satisfacer sus mínimas necesidades de consumo en un contexto de transferencia de costos de la ciudad al campo.
Pero esta dura y dramática realidad no llega a las grandes ciudades, sobre todo Quito, Cuenca y Guayaquil. No consta en los debates políticos ni tampoco en los académicos. No está en los medios de comunicación, salvo como crónica roja. En estas ciudades existe una emergente clase media vinculada a los sectores más modernos de la economía, por ejemplo los exportadores de flores, o empresarios vinculados con la globalización, o sectores profesionales vinculados a la consultoría o a la prestación de servicios profesionales, para los cuales los problemas de su entorno más inmediato, como es el rural, simplemente no existen.
Esos sectores son proclives a un discurso político que critica al estatus vigente y que reclaman un cambio de ese estatus político pero a tono con sus propias reivindicaciones y expectativas. Son sectores muy susceptibles al discurso de la moral política y de la transparencia, muy receptivos a las nociones de participación de la ciudadanía y de cambios al sistema político para descentralizarlo de sus puntos fuertes de poder, vale decir, los grandes partidos políticos, pero muy reacios a que se revise el esquema monetario, o que el Estado participe de alguna manera para atenuar las graves distorsiones causadas por la dolarización.
Son esos sectores los que de una u otra manera adscriben a las tesis de la crítica a la “partidocracia”, y que han logrado importantes niveles de participación y movilización política, en las coyunturas de 1997 cuando se movilizaron y produjeron la caída del ex Presidente Abdalá Bucaram, y en el 2005 cuando provocaron la destitución de Lucio Gutiérrez.
Mas, a pesar de esa capacidad de movilización no se sienten representados por la actual estructura partidaria y exigen cambios al sistema político para que a la larga pueda albergarlos. Para esos sectores, a diferencia de las comunidades campesinas, indígenas, y los pobres urbano-marginales, la dolarización no es una amenaza sino una oportunidad. Defienden la dolarización porque les ha otorgado estabilidad y certezas de consumo en el mediano y largo plazo. Fueron sectores muy golpeados por la crisis financiera del año 1999, que condujo a la dolarización de la economía, y no quieren saber nada que afecte a la estabilidad de la dolarización. Para estos sectores la dolarización fue la mejor decisión que se pudo haber adoptado y la defenderán incluso movilizándose.
Ahora bien, la dolarización como fenómeno económico que amerita revisión y cambio, fue tratado de manera tangencial por el candidato Rafael Correa, y las clases medias reaccionaron inmediatamente obligándole a cambiar de discurso: la dolarización se mantendrá, y, no solo eso sino finalmente desapareció del discurso electoral.
De esta manera, el discurso político electoral, una vez neutralizada la dolarización, se ubicó, entonces, en dos niveles, en un nivel de vinculación con las expectativas de los sectores más pobres, ofreciéndoles incrementar los recursos de la política asistencialista del Estado (por ejemplo duplicar el bono de la pobreza, que en Ecuador se llama Bono de Desarrollo Humano), ofreciéndoles empleo, crédito a los pequeños talleres en donde existe mucho autoempleo y empleo familiar, es decir, abriendo un horizonte de expectativas para la resolución de sus conflictos inmediatos de empleo, inversión, mercado y asistencia técnica, y que, para ciertas familias, tienen que ver incluso con la sobrevivencia y la alimentación. Este discurso fue posicionado por los candidatos de derecha Álvaro Noboa, del PRIAN, en la costa, principalmente; y Gilmar Gutiérrez del PSP, en la sierra y en la amazonía.
Otro nivel del discurso político estuvo en la crítica a la “partidocracia”, la moralización del sistema político y la apertura de ese sistema político a las necesidades de los sectores más modernos de la economía. Este discurso fue posicionado por los candidatos de izquierda Rafael Correa de Alianza País, y de centro izquierda, León Roldós, de la alianza RED-Izquierda Democrática.
En estas dos dimensiones del discurso político, lo que estaba en juego era la construcción de una base electoral que les permita pasar al ballotage final. Más allá de su real creencia en sus propuestas políticas, se trataban de candidaturas que expresaban una realidad concreta del país y que buscaban desde esa percepción un posicionamiento electoral para ganar las elecciones. Para Álvaro Noboa y para Gilmar Gutiérrez, la sintonía con los sectores más golpeados con la dolarización se tradujo en un enorme respaldo electoral, pero ambos partidos representan a la derecha más recalcitrante que con toda seguridad, una vez en el poder, agravarán las condiciones de pobreza, exclusión y explotación de estos sectores sociales.
Para Rafael Correa y León Roldós, la sintonía con los sectores medios traducía una necesidad de democratizar al sistema político y provocar cambios a su interior para dar cabida a los nuevos grupos emergentes de la sociedad y que no se sentían representados por ninguno de los partidos políticos vigentes, de ahí que el centro de su campaña política haya sido la Asamblea Constituyente.
De su parte, el movimiento Pachakutik, no pudo sintonizarse con ninguno de estos sectores sociales del país, y su votación solamente podía convocar a la militancia más fiel y leal. Pachakutik no podía ofrecer resolver problemas de empleo y de ingreso a los sectores afectados por la dolarización, porque sabe que incluso ganando el gobierno la estructura del poder no le permitirá una redistribución de ingreso y menos aún un cambio en el sistema monetario, y habrá perdido entonces legitimidad y credibilidad de su proyecto de largo plazo, pero tampoco podía convertirse en el portavoz de los sectores medios que pedían cambios en el sistema político pero sin tocar al sistema económico, es decir, entre otras cosas mantener la dolarización.
Las elecciones desubicaron a Pachakutik y lo dejaron en el vacío. No podía representar a su propia militancia que estaba dispuesta a movilizarse para defender su tierra, su agua, su cultura afectadas por el TLC con EEUU, pero que necesitaba respuestas concretas y urgentes para enfrentar los estragos de la dolarización, de ahí que hayan sido muy susceptibles de apoyar las propuestas electorales del PSP y en menor medida del PRIAN, pero hayan guardado distancias con Pachakutik. Tampoco podía representar a sectores de una izquierda que se había identificado con la crítica moral al sistema político y se había convertido en vocera de las necesidades de las clases medias favorecidas por la dolarización.
La segunda vuelta electoral ha provocado un reposicionamiento de los discursos. Ahora, el candidato Rafael Correa, ha comprendido que las bases que apoyaron a Álvaro Noboa, y también a Gilmar Gutiérrez son más numerosas y cuantitativamente más importantes que aquellas que lo apoyaron en la primera vuelta. Esos sectores necesitan respuestas concretas, de ahí el cambio de su discurso. Tiene que entrar en el juego del baratillo de ofertas, si logra convencerlas quizá pueda arranchar algunos votos que podrían irse hacia el magnate bananero Álvaro Noboa, si, por el contrario, fracasa y no logra credibilidad será difícil que pueda remontar la diferencia que pueden significar las votaciones de Noboa, Gutiérrez y del conjunto de la derecha. De darse esa circunstancia, el Ecuador entrará en uno de sus periodos más tenebrosos, de la mano de la oligarquía más corrupta y de la derecha más recalcitrante
El Partido Socialcristiano, PSC, de su parte, acusa el peso de su desgaste y por vez primera, desde el retorno de la democracia en 1979, su representación para el Congreso Nacional, será marginal. De igual manera con el partido de la Izquierda Democrática. De hecho, son los grandes perdedores de este proceso electoral. Por otra parte, el movimiento indígena acusa un fuerte retroceso electoral cuando su candidato a la Presidencia no llega ni al 3% de la votación general, y su representación parlamentaria es mínima. Las provincias en las que el movimiento indígena es fuerte y las cuales han sido consideradas como bastiones de la votación y de la movilización india, ahora han dado su respaldo al partido de derecha, y con ribetes cuasi fascistas de Sociedad Patriótica.
Una primera aproximación a lo acontecido es que se trata de una polarización en la que, tal como están las cosas, la balanza está inclinada hacia la derecha. El poder de la derecha y de la extrema derecha en el Congreso es fuerte y pueden, habida cuenta de la casi inexistencia de la izquierda en el Congreso, imponer los temas de su propia agenda.
La izquierda ha desaparecido del escenario político gracias a esa alquimia de la representación liberal. Si las elecciones codifican la democracia liberal representativa y en virtud de la regla de la mayoría pueden procesar los conflictos sociales dentro de la institucionalidad política vigente, resulta que este mecanismo se ha revelado perfecto para casi suprimir las disidencias al neoliberalismo y generar la sensación del consenso, es decir, la gobernabilidad, sobre los temas pendientes de la reforma neoliberal.
Pero si bien la reforma neoliberal tiene una racionalidad y un tiempo para provocar los cambios institucionales, la situación postelectoral en el Ecuador, es más grave porque la reforma neoliberal, gracias a estos resultados electorales, ahora estará signada en clave oligárquica y fascista.
Ahora bien, una segunda aproximación a estas elecciones ecuatorianas está en el hecho de que los movimientos sociales no pudieron poner en perspectiva electora sus masivas movilizaciones de inicios del año 2006 en las cuales pudieron hacer retroceder al gobierno en su intención de firmar el TLC con EEUU. Esta incapacidad de poner en clave de representación liberal la capacidad de movilización tiene que ver con la estructura misma del movimiento social, cuyos tiempos políticos generalmente no están en sintonía con los tiempos electorales. En efecto, cuando la sociedad entra a elecciones, se clausura el tiempo político de los movimientos sociales.
En Ecuador, la CONAIE pasó la posta de la resistencia y la movilización al movimiento Pachakutik, pero este movimiento acusa desde hace varios años un serio desgaste por no haber logrado cambios sustanciales en el sistema político en función del proyecto original del movimiento indígena y de los movimientos sociales. Esa transferencia de responsabilidades políticas tiene un costo político para el movimiento indígena y para los movimientos sociales.
El Movimiento Pachakutik, para sobrevivir, ha tenido que suscribir las reglas de juego del sistema político, y, al hacerlo, ha hipotecado los contenidos, que no son solamente políticos sino también éticos, del proyecto histórico del movimiento indígena. Mientras en la CONAIE existen mecanismo de rendición de cuentas, de toma de decisiones de manera colectiva, en el movimiento Pachakutik esa dinámica no existe. Al enfrentarse al sistema político, el movimiento Pachakutik tiene que adoptar las formas y los contenidos de ese sistema político, y eso liquida la riqueza política que tiene el movimiento social, de ahí las distancias que existen entre ambos espacios organizativos.
Esta debilidad de poner en perspectiva electoral su capacidad de movilización se vio agravada por la presencia y consolidación del discurso de la antipolítica. Pachakutik tuvo que entrar en una estrategia defensiva, al igual que toda la izquierda ecuatoriana, ante el avance del discurso de la antipolítica, que moralizó la crítica al sistema político sin poner al descubierto los mecanismos de poder inherentes a ese sistema político. La presencia de la antipolítica a la larga se reveló funcional al poder, porque al liquidar la posibilidad de un discurso más crítico al sistema político, optó incluso por amputarse la posibilidad de tener una representación parlamentaria y con esa decisión entregó en bandeja el Congreso, el verdadero locus del poder para la transición neoliberal, a la derecha.
Pero estas decisiones y estos resultados tienen un contexto que las explica y las referencializa, y es la transición neoliberal, una transición controlada por grupos financieros monopólicos, las oligarquías y caracterizada por la deconstitución del Estado. La transición neoliberal ha reprimarizado y desindustrializado al país, provocando desempleo, pobreza y conflictividad social. Empero, quizá aquello que más destaca de ese modelo es la dolarización de la economía. En efecto, la dolarización implicó profundos cambios en la estructura económica. La dolarización implicó una transferencia de costos de los sectores más poderosos a los sectores más débiles, y esos sectores débiles están, precisamente, en el sector rural y urbano-marginal.
Aquellos que aún tenían cierto tipo de recursos para comprar el derecho a emigrar del país, pudieron utilizarlos dejando a sus familias con deudas, hipotecando sus tierras, que son el sustento de su sobrevivencia, es decir, arriesgándolo todo y muchas veces perdiendo esa apuesta, habida cuenta de la criminalización a la migración que se ha hecho en EEUU y en Europa. Pero emigrar es la única baza de salvación cuando todas las demás cartas han sido jugadas y se ha perdido.
La dolarización también provocó un intercambio desigual entre el campo y la ciudad. La nueva moneda necesitaba de una racionalización económica que estaba ausente en las comunidades rurales y que no pudieron acomodar su estructura de costos y de producción a la nueva moneda. Los sectores subproletarios acusaron el costo de la moneda en la pérdida de empleos y en el encarecimiento de la canasta familiar. Ambos sectores son los principales damnificados por la dolarización.
La economía ecuatoriana, desde que empezó la dolarización, se fue transformando en una economía rentista y de consumo, sacrificando sus opciones productivas y de redistribución del ingreso. Esa dolarización ha sido mantenida, paradójicamente, por los más pobres, los migrantes. Son las remesas de los migrantes los que han sustentado ese comportamiento consumista y los que han posibilitado la pervivencia del modelo económico.
El Estado, de su parte, con una mínima capacidad de ingerencia en la economía, y con sus estructuras institucionales devastadas por la reforma estructural neoliberal, no podía proponer una redistribución del ingreso ni tenía capacidad para hacerlo. La banca pública de desarrollo apoya más bien a los sectores más modernos y oligárquicos de la economía, no a los más pobres. No hay apoyo de ninguna manera a la pequeña producción campesina, ni a la producción artesanal, ni a las pequeñas empresas de autoempleo y empleo familiar. No hay ningún mecanismo de comercialización que los defienda de la dolarización y de los monopolios.
El Estado, en su lugar, había desarrollado al tenor de las recomendaciones y de las imposiciones de la banca multilateral, en especial el Banco Mundial, una política asistencialista que a la larga termina consolidando una relación estratégica y clientelar en la sociedad. Las redes clientelares que funcionan en la política, cotidianamente se fortalecen y se consolidan con esta actuación clientelar y paternalista del Estado y del Banco Mundial.
La dolarización significó un incremento espectacular de las tasas de interés que el sector financiero de la economía podían descargar a una capa emergente de clases medias ávidas de consumo, pero que a nivel rural y agrícola fueron fatales. Los bajos costos de la producción agrícola de los países vecinos hicieron que incluso cultivos tradicionales sean reemplazados por producción agrícola externa. Hay señales de descampesinización, de exacerbación de la pobreza en el sector rural. En un ambiente de concentración de la tierra y privatización del agua. La seguridad y la soberanía alimentaria del Ecuador están en peligro por la dolarización.
Sobre ese escenario no existe ninguna presencia del Estado o de otros actores que puedan resolver esos conflictos del día a día y que tienen que ver incluso con la propia sobrevivencia. En muchas regiones rurales y urbano marginales, son las redes clientelares del Estado con el apoyo del Banco Mundial, las que constituyen el único soporte para la liquidez monetaria de esas comunidades y por tanto para satisfacer sus mínimas necesidades de consumo en un contexto de transferencia de costos de la ciudad al campo.
Pero esta dura y dramática realidad no llega a las grandes ciudades, sobre todo Quito, Cuenca y Guayaquil. No consta en los debates políticos ni tampoco en los académicos. No está en los medios de comunicación, salvo como crónica roja. En estas ciudades existe una emergente clase media vinculada a los sectores más modernos de la economía, por ejemplo los exportadores de flores, o empresarios vinculados con la globalización, o sectores profesionales vinculados a la consultoría o a la prestación de servicios profesionales, para los cuales los problemas de su entorno más inmediato, como es el rural, simplemente no existen.
Esos sectores son proclives a un discurso político que critica al estatus vigente y que reclaman un cambio de ese estatus político pero a tono con sus propias reivindicaciones y expectativas. Son sectores muy susceptibles al discurso de la moral política y de la transparencia, muy receptivos a las nociones de participación de la ciudadanía y de cambios al sistema político para descentralizarlo de sus puntos fuertes de poder, vale decir, los grandes partidos políticos, pero muy reacios a que se revise el esquema monetario, o que el Estado participe de alguna manera para atenuar las graves distorsiones causadas por la dolarización.
Son esos sectores los que de una u otra manera adscriben a las tesis de la crítica a la “partidocracia”, y que han logrado importantes niveles de participación y movilización política, en las coyunturas de 1997 cuando se movilizaron y produjeron la caída del ex Presidente Abdalá Bucaram, y en el 2005 cuando provocaron la destitución de Lucio Gutiérrez.
Mas, a pesar de esa capacidad de movilización no se sienten representados por la actual estructura partidaria y exigen cambios al sistema político para que a la larga pueda albergarlos. Para esos sectores, a diferencia de las comunidades campesinas, indígenas, y los pobres urbano-marginales, la dolarización no es una amenaza sino una oportunidad. Defienden la dolarización porque les ha otorgado estabilidad y certezas de consumo en el mediano y largo plazo. Fueron sectores muy golpeados por la crisis financiera del año 1999, que condujo a la dolarización de la economía, y no quieren saber nada que afecte a la estabilidad de la dolarización. Para estos sectores la dolarización fue la mejor decisión que se pudo haber adoptado y la defenderán incluso movilizándose.
Ahora bien, la dolarización como fenómeno económico que amerita revisión y cambio, fue tratado de manera tangencial por el candidato Rafael Correa, y las clases medias reaccionaron inmediatamente obligándole a cambiar de discurso: la dolarización se mantendrá, y, no solo eso sino finalmente desapareció del discurso electoral.
De esta manera, el discurso político electoral, una vez neutralizada la dolarización, se ubicó, entonces, en dos niveles, en un nivel de vinculación con las expectativas de los sectores más pobres, ofreciéndoles incrementar los recursos de la política asistencialista del Estado (por ejemplo duplicar el bono de la pobreza, que en Ecuador se llama Bono de Desarrollo Humano), ofreciéndoles empleo, crédito a los pequeños talleres en donde existe mucho autoempleo y empleo familiar, es decir, abriendo un horizonte de expectativas para la resolución de sus conflictos inmediatos de empleo, inversión, mercado y asistencia técnica, y que, para ciertas familias, tienen que ver incluso con la sobrevivencia y la alimentación. Este discurso fue posicionado por los candidatos de derecha Álvaro Noboa, del PRIAN, en la costa, principalmente; y Gilmar Gutiérrez del PSP, en la sierra y en la amazonía.
Otro nivel del discurso político estuvo en la crítica a la “partidocracia”, la moralización del sistema político y la apertura de ese sistema político a las necesidades de los sectores más modernos de la economía. Este discurso fue posicionado por los candidatos de izquierda Rafael Correa de Alianza País, y de centro izquierda, León Roldós, de la alianza RED-Izquierda Democrática.
En estas dos dimensiones del discurso político, lo que estaba en juego era la construcción de una base electoral que les permita pasar al ballotage final. Más allá de su real creencia en sus propuestas políticas, se trataban de candidaturas que expresaban una realidad concreta del país y que buscaban desde esa percepción un posicionamiento electoral para ganar las elecciones. Para Álvaro Noboa y para Gilmar Gutiérrez, la sintonía con los sectores más golpeados con la dolarización se tradujo en un enorme respaldo electoral, pero ambos partidos representan a la derecha más recalcitrante que con toda seguridad, una vez en el poder, agravarán las condiciones de pobreza, exclusión y explotación de estos sectores sociales.
Para Rafael Correa y León Roldós, la sintonía con los sectores medios traducía una necesidad de democratizar al sistema político y provocar cambios a su interior para dar cabida a los nuevos grupos emergentes de la sociedad y que no se sentían representados por ninguno de los partidos políticos vigentes, de ahí que el centro de su campaña política haya sido la Asamblea Constituyente.
De su parte, el movimiento Pachakutik, no pudo sintonizarse con ninguno de estos sectores sociales del país, y su votación solamente podía convocar a la militancia más fiel y leal. Pachakutik no podía ofrecer resolver problemas de empleo y de ingreso a los sectores afectados por la dolarización, porque sabe que incluso ganando el gobierno la estructura del poder no le permitirá una redistribución de ingreso y menos aún un cambio en el sistema monetario, y habrá perdido entonces legitimidad y credibilidad de su proyecto de largo plazo, pero tampoco podía convertirse en el portavoz de los sectores medios que pedían cambios en el sistema político pero sin tocar al sistema económico, es decir, entre otras cosas mantener la dolarización.
Las elecciones desubicaron a Pachakutik y lo dejaron en el vacío. No podía representar a su propia militancia que estaba dispuesta a movilizarse para defender su tierra, su agua, su cultura afectadas por el TLC con EEUU, pero que necesitaba respuestas concretas y urgentes para enfrentar los estragos de la dolarización, de ahí que hayan sido muy susceptibles de apoyar las propuestas electorales del PSP y en menor medida del PRIAN, pero hayan guardado distancias con Pachakutik. Tampoco podía representar a sectores de una izquierda que se había identificado con la crítica moral al sistema político y se había convertido en vocera de las necesidades de las clases medias favorecidas por la dolarización.
La segunda vuelta electoral ha provocado un reposicionamiento de los discursos. Ahora, el candidato Rafael Correa, ha comprendido que las bases que apoyaron a Álvaro Noboa, y también a Gilmar Gutiérrez son más numerosas y cuantitativamente más importantes que aquellas que lo apoyaron en la primera vuelta. Esos sectores necesitan respuestas concretas, de ahí el cambio de su discurso. Tiene que entrar en el juego del baratillo de ofertas, si logra convencerlas quizá pueda arranchar algunos votos que podrían irse hacia el magnate bananero Álvaro Noboa, si, por el contrario, fracasa y no logra credibilidad será difícil que pueda remontar la diferencia que pueden significar las votaciones de Noboa, Gutiérrez y del conjunto de la derecha. De darse esa circunstancia, el Ecuador entrará en uno de sus periodos más tenebrosos, de la mano de la oligarquía más corrupta y de la derecha más recalcitrante
https://www.alainet.org/de/node/117739
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