Saneamiento y desarrollo
28/11/2006
- Opinión
La tercera parte de la población del planeta, unos 2.600 millones de personas, carece de saneamiento adecuado. No sabe lo que es una letrina, un inodoro o un pozo séptico y hace sus necesidades en el campo, junto a los ríos o en medio de la calle.
El lugar donde vacían sus excrementos los seres humanos es un factor determinante para saber si han comenzado a progresar o están todavía en el subdesarrollo. El informe de las Naciones Unidas titulado Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua, indica que el objeto emblemático de la civilización y el progreso no son el libro, el teléfono, ni las redes de Internet, sino el váter.
Unos mil millones de personas beben, cocinan, lavan la ropa y realizan su higiene personal con aguas contaminadas por heces humanas y animales. La falta de letrinas es la causa directa de dos millones de muertes infantiles cada año por diarrea y enfermedades infecciosas, como cólera, tifus y parasitosis que devastan enormes sectores de África, Asia y América Latina.
En la estación de las lluvias, las calles de Dharavi, (Mumbai), se convierten en ríos de excrementos. Sólo disponen de un váter por cada 1.440 personas. Como en muchas ciudades de los países empobrecidos del Sur, dadas las condiciones de existencia, el agua, en lugar de aportar la vida, se convierte en instrumento de la enfermedad y la muerte.
El problema del agua, inseparable del saneamiento, es uno de los principales que mantienen en el subdesarrollo a los pueblos empobrecidos. Cuando tienen fuentes de agua, suelen acarrear toda clase de bacterias que los enferman y matan, pero, en la mayoría de los casos, la pobreza condena a los pobres a una sequía que es todavía más catastrófica para su salud.
Los pobres pagan mucho más cara el agua que los ricos, precisamente porque los pueblos y barrios donde viven carecen de instalaciones de agua y desagüe y tienen que comprarla a servicios comerciales pagando unos precios exorbitantes.
El recibo del agua para una familia de los barrios pobres de Nairobi (Kenya) resulta hasta 10 veces más caro que el de los consumidores de los barrios más ricos de la ciudad o incluso que los de Londres. Ese precio desigual del agua hace que el 20% de los hogares más pobres de Nicaragua inviertan la quinta parte de sus ingresos en pagar un bien tan imprescindible, mientras el gasto promedio por agua de un londinense es apenas el 3% de sus ingresos.
Hay una estrecha relación entre la falta de agua y la educación de las niñas. El informe estima que se pierden 443 millones de días escolares al año a causa de enfermedades relacionadas con el agua y que millones de niñas faltan a la escuela y reciben una educación deficiente o nula, porque diariamente deben ir a buscar agua a acequias, ríos y pozos que están a varias horas de camino de sus hogares.
Cuando un europeo o un estadounidense utilizan la cisterna del inodoro o se duchan, consumen más agua que la que tienen cientos de millones de personas que viven en los barrios urbanos pobres de los países en desarrollo. “Con el agua que se ahorraría si los civilizados cerráramos el grifo del lavabo mientras nos cepillamos los dientes un continente entero de bárbaros podría lavarse”, comenta Mario Vargas Llosa en su artículo El olor de la pobreza.
Nuestra experiencia en los países desarrollados, con inodoros equipados con cisterna alimentada por agua corriente y lavabos cercanos, es bien distinta de la de miles de millones de seres humanos que nacen, viven y mueren literalmente sepultados por su propia inmundicia. Los residuos fecales que expulsan regresa a ellos en la comida que comen, el agua en que se lavan y hasta en el aire que respiran, enfermándolos y manteniéndolos en la mera subsistencia. Vivir en la mugre no sólo es insano para el cuerpo sino que afecta a la autoestima.
Todo lo relacionado con la suciedad repele. No se quiere ver, no se quiere oler. En gran parte ese es el motivo para que los gobiernos y los organismos internacionales que promueven el desarrollo no den al tema la prioridad necesaria. El objetivo de superar el gran déficit de saneamientos, es cerrar una fuente de indignidad diaria y una amenaza para el bienestar de millones de personas.
María José Atiénzar es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
El lugar donde vacían sus excrementos los seres humanos es un factor determinante para saber si han comenzado a progresar o están todavía en el subdesarrollo. El informe de las Naciones Unidas titulado Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua, indica que el objeto emblemático de la civilización y el progreso no son el libro, el teléfono, ni las redes de Internet, sino el váter.
Unos mil millones de personas beben, cocinan, lavan la ropa y realizan su higiene personal con aguas contaminadas por heces humanas y animales. La falta de letrinas es la causa directa de dos millones de muertes infantiles cada año por diarrea y enfermedades infecciosas, como cólera, tifus y parasitosis que devastan enormes sectores de África, Asia y América Latina.
En la estación de las lluvias, las calles de Dharavi, (Mumbai), se convierten en ríos de excrementos. Sólo disponen de un váter por cada 1.440 personas. Como en muchas ciudades de los países empobrecidos del Sur, dadas las condiciones de existencia, el agua, en lugar de aportar la vida, se convierte en instrumento de la enfermedad y la muerte.
El problema del agua, inseparable del saneamiento, es uno de los principales que mantienen en el subdesarrollo a los pueblos empobrecidos. Cuando tienen fuentes de agua, suelen acarrear toda clase de bacterias que los enferman y matan, pero, en la mayoría de los casos, la pobreza condena a los pobres a una sequía que es todavía más catastrófica para su salud.
Los pobres pagan mucho más cara el agua que los ricos, precisamente porque los pueblos y barrios donde viven carecen de instalaciones de agua y desagüe y tienen que comprarla a servicios comerciales pagando unos precios exorbitantes.
El recibo del agua para una familia de los barrios pobres de Nairobi (Kenya) resulta hasta 10 veces más caro que el de los consumidores de los barrios más ricos de la ciudad o incluso que los de Londres. Ese precio desigual del agua hace que el 20% de los hogares más pobres de Nicaragua inviertan la quinta parte de sus ingresos en pagar un bien tan imprescindible, mientras el gasto promedio por agua de un londinense es apenas el 3% de sus ingresos.
Hay una estrecha relación entre la falta de agua y la educación de las niñas. El informe estima que se pierden 443 millones de días escolares al año a causa de enfermedades relacionadas con el agua y que millones de niñas faltan a la escuela y reciben una educación deficiente o nula, porque diariamente deben ir a buscar agua a acequias, ríos y pozos que están a varias horas de camino de sus hogares.
Cuando un europeo o un estadounidense utilizan la cisterna del inodoro o se duchan, consumen más agua que la que tienen cientos de millones de personas que viven en los barrios urbanos pobres de los países en desarrollo. “Con el agua que se ahorraría si los civilizados cerráramos el grifo del lavabo mientras nos cepillamos los dientes un continente entero de bárbaros podría lavarse”, comenta Mario Vargas Llosa en su artículo El olor de la pobreza.
Nuestra experiencia en los países desarrollados, con inodoros equipados con cisterna alimentada por agua corriente y lavabos cercanos, es bien distinta de la de miles de millones de seres humanos que nacen, viven y mueren literalmente sepultados por su propia inmundicia. Los residuos fecales que expulsan regresa a ellos en la comida que comen, el agua en que se lavan y hasta en el aire que respiran, enfermándolos y manteniéndolos en la mera subsistencia. Vivir en la mugre no sólo es insano para el cuerpo sino que afecta a la autoestima.
Todo lo relacionado con la suciedad repele. No se quiere ver, no se quiere oler. En gran parte ese es el motivo para que los gobiernos y los organismos internacionales que promueven el desarrollo no den al tema la prioridad necesaria. El objetivo de superar el gran déficit de saneamientos, es cerrar una fuente de indignidad diaria y una amenaza para el bienestar de millones de personas.
María José Atiénzar es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/de/node/118417
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