Monroísmo y Bolivarianismo confrontan en Los Andes
- Opinión
Dos tendencias contrapuestas se han imbricado en la evolución de nuestros países a partir de su constitución como unidades políticas independientes en el primer cuarto del siglo XIX: la latinoamericanista y la panamericanista. La primera, defensiva y de inspiración bolivariana, y la segunda, con soporte en la doctrina Monroe (1823) formulada para asegurar la penetración y el dominio hemisférico por parte de Estados Unidos.
A fechas recientes, la coexistencia contradictoria de esas posiciones se ha enervado, tanto por el rechazo, en la Cumbre del Mar del Plata (noviembre del 2005), a la propuesta de George W. Bush orientada a un relanzamiento del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALBA), como debido a los Tratados de Libre Comercio (TLCs) cerrados por Colombia y Perú con la potencia y que han tenido el efecto de colocar en una encrucijada a la Comunidad Andina de Naciones (CAN).
Vaivenes de la CAN
La crisis de la Asociación de Libre Comercio de América Latina y el Caribe (ALALC, ulteriormente ALADI) a mediados de los años 60 del siglo pasado, provocada por su enfoque crematístico y el agotamiento de procesos industriales adelantados sin previa remoción de las estructuras agrarias, abrió paso a la idea de la fusión entre unidades nacionales más homogéneas. Este fue el origen del Acuerdo de Cartagena/Pacto Andino (1969), posteriormente denominado CAN, al cual adhirieron inicialmente Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú.
La CAN exhibe una biografía de etapas definidas y características.
En un primer momento, y conforme a los requerimientos de los empresariados industriales más poderosos de la subregión, es decir, los de Chile y Colombia, la CAN se configuró sobre la base de los mismos principios hegemonistas, competitivos y comercialistas que habían empantanado a la ALALC. Concretamente, el desarme arancelario, en la perspectiva de incursionar en los mercados más débiles, se convirtió en el eje de las negociaciones y ulteriores conflictos, mientras que propósitos como la planificación zonal y la armonización de políticas económicas y sociales, incluidos en el texto fundador del acuerdo, devinieron cada vez más elementos retóricos y decorativos. Estas condiciones de su primera época llevaron a que el proyecto andino fuera identificado como una “ALALC en pequeño”.
El segundo momento de la CAN se diferencia notablemente del anterior y corresponde a la fase de predominio en el área de gobiernos nacionalistas y populares como los de Salvador Allende en Chile, Juan Velasco Alvarado en Perú y Juan José Torres en Bolivia. El logro más significativo de esa coyuntura constituyó la aprobación (1970) de la Decisión 24, un instrumento jurídico que disponía una serie de restricciones al capital metropolitano (delimitación de sectores de inversión, progresiva nacionalización de empresas, inaccesibilidad al crédito local, límites a la repatriación de utilidades, registro y control de tecnología, etc.), disposiciones que, en la efervescente circunstancia de principios de los 70, resultó en una promisoria redefinición latinoamericanista de la CAN. A consecuencia de ese viraje, una serie de elementos –el pluralismo ideológico, el rol promotor del Estado en la economía, la complementación industrial, las empresas multinacionales andinas, la programación sectorial, amén de las políticas inherentes a la vigencia de la Decisión 24- bosquejaron una estrategia de desarrollo relativamente autodeterminado para nuestros países.
Semejante posibilidad no tardó en provocar la reacción de las viejas oligarquías criollas de añeja vocación librecambista y extranjerizante, que se materializó en una escalada de acciones desestabilizadoras mentalizadas y financiadas por Washington, que culminó con el derrocamiento manu militari de los gobiernos de Allende y Torres y en las caídas incruentas de Velasco Alvarado y del general-presidente ecuatoriano Guillermo Rodríguez Lara (1976), padre del nacionalismo petrolero. Este giro derechista –incluso abiertamente fascista, como en Chile- inauguró el tercer momento de la CAN.
A la sombra de esa regresión política, el capital monopólico internacional y nativo –apoyándose en la dictadura pinochetista- no escatimó esfuerzos para socavar las aristas nacionalistas y democratizantes de la CAN; especialmente se buscó mellar la Decisión 24, propósito que terminó zanjándose con el retiro de Santiago de la entidad subregional (1977). Lo cual, de alguna manera, viabilizó que Pinochet y sus Chicago boy’s aceleraran la implantación del decimonónico liberalismo económico.
La autoexclusión chilena y las disputas interburguesas en la asignación de las líneas de producción automotriz instalaron a la CAN en una senda de debilitamientos e incumplimientos que se profundizó en los años 80 a consecuencia de la reaganomics y el primer “shock” de la deuda (1982), que empujaron a los gobiernos andinos al tutelaje del FMI (Fundamentalismo Monetario Internacional) y sus rígidos programas de ajustes y reformas promonopólicas, instrumentadas para asegurar el servicio de astronómicas deudas externas y adscribir a las economías zonales a la reprimarizante “nueva división internacional del trabajo”, funcional al capital financiero internacional. A partir de los 90, y en el marco del Consenso de Washington, se institucionalizó esa reestructuración subordinada del continente, y específicamente de la subregión, bajo el peregrino concepto de integración “hacia fuera”.
Esta fase de falsificación del latinoamericanismo es la que ha llevado a la CAN al estado comatoso que actualmente padece por obra de los TLCs negociados entre Estados Unidos y las administraciones de Álvaro Uribe y Alejandro Toledo.
Conforme era previsible, los “hombres de paja” del imperio han buscado endosar el debilitamiento de la CAN al retiro de la Venezuela chavista y a las nacionalizaciones de los recursos energéticos decretadas por Evo Morales, con argumentos subjetivos que, por lo mismo, soslayan la incompatibilidad conceptual y práctica entre una Comunidad Andina neoliberal y los nuevos esquemas de unidad que vienen aflorando en Sudamérica, y a los cuales nos referiremos más adelante. Tales juicios, antes que explicar la crisis de la CAN, buscan solapar los aviesos propósitos del actual eje yancófilo Bogotá-Lima, refrendado a últimas fechas por la reelección de Uribe y la victoria presidencial del converso Alan García. Entre tales fines estaría convertir a la entidad integracionista en un simple organismo asesor para la promoción de acuerdos de “libre comercio”, así como en un biombo para nuevas articulaciones geoestratégicas con Washington, como la adhesión al Plan Puebla Panamá que acaba de decidir la Casa de Nariño.
Este orden de posturas proestadounidenses se reforzaría con la reafiliación de Chile a la CAN, a punto de concretarse a petición de la “socialista” Michelle Bachelet.
La Revolución Bolivariana, el ALBA y la reorientación del MERCOSUR
La frustración de esa CAN quintacolumnista no agota, ni mucho menos, la realidad subregional. Aún más, ha tenido el efecto de tornar visible e impulsar el renacimiento de la tendencia latinoamericanista, suceso perceptible en cuatro órdenes de procesos complementarios: a) la resistencia al modelo neoliberal (expresión contemporánea del monroísmo), b) la progresiva implantación de una estrategia alternativa de cuño nacional y popular, c) la emergencia y puesta en marcha de desalienadas formas de integración, y d) la redefinición del MERCOSUR a partir de la incorporación de Caracas a ese acuerdo unionista sudamericano previamente suscrito por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay.
El rol clave de Venezuela en la praxis de estas vertientes político-económicas es algo que amerita relievarse. ¿A qué aludimos en concreto?
Desde la objetividad que provee el paso del tiempo, aparece incuestionable ahora que el levantamiento del “pobretariado” en Caracas -el famoso “caracazo”- a principios de 1989, que se saldó con cientos de muertos y miles de heridos de las filas de los anónimos insurgentes, ha devenido un suceso fundacional de la historia contemporánea de nuestras naciones. No solamente porque mostró que la tolerancia al neoliberalismo tiene un límite, sino también porque abrió paso a inusitadas transformaciones internas y externas.
En el orden interno, la resistencia venezolana al modelo liberal/monetarista fructificó en el ascenso de un sentimiento nacional defensivo, el levantamiento de los militares patriotas contra el régimen del megalómano “socialdemócrata” y venal Carlos Andrés Pérez en 1992, la fundación del Movimiento V República, el avasallador triunfo de Chávez en las presidenciales de 1998, la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en 1999 y la progresiva implantación de una política económica distinta a la sugerida-impuesta por la banca internacional con mediación del FMI y el Banco Mundial.
¿Cuáles son los elementos vertebradores de la Revolución Bolivariana? Sumariamente puede apuntarse los siguientes:
º La revalorización del Estado y su conversión en eje del desarrollo económico/social a partir del rescate de Petróleos de Venezuela (PDVSA), recuperándola de las manos de mafias político-empresariales adeco-copeyanas, y de la revisión de leoninos contratos suscritos con empresas extranjeras, principalmente estadounidenses.
º El destino productivo de una fracción sustantiva del excedente petrolero –la “siembra del petróleo”- es otro elemento clave del nuevo patrón de acumulación y desarrollo. A este respecto, el Palacio de Miraflores se ha fijado dos metas estratégicas. La primera, la asignación de cuantiosas inversiones para la búsqueda de nuevos yacimientos aceitíferos y para el equipamiento de la industria petrolera existente. La segunda, la canalización de fracciones asimismo cuantiosas de recursos financieros a programas como la reforma agraria y el fomento de la industria (grande, mediana y pequeña) y la artesanía, política complementada con alzas salariales indispensables para asegurar el autocentramiento de la economía.
º Componente fundamental de la estrategia chavista-cepalina y de transición a un remozado socialismo son las inversiones sociales. A partir de una concepción que combina justicia social y racionalidad económica convencional, la Revolución Bolivariana financia un amplio abanico de programas de promoción humana y productiva. Entre los de mayor relieve se cuentan: la Misión Robinson (que ha erradicado completamente el analfabetismo, según certificación de la UNESCO), la Universidad Bolivariana, la Misión Barrio Adentro (salud), la Misión Zamora (reparto de tierras), la Misión Mercal (comercialización de bienes básicos), la Misión Vuelvan Caras (pequeña industria y artesanía), la Misión Piar (minería)...
Cabe subrayar que esta estrategia nacionalista y popular –“populista” para sus detractores- habría sido completamente inviable sin las acciones del gobierno llanero en orden a la recuperación de la soberanía sobre sus recursos naturales, retomando uno de los legados teórico/prácticos más valiosos y visionarios de Simón Bolívar.
En este orden de precisiones, conviene recordar que, en la transformación democrática y pacífica de Venezuela, mucho tendrían que ver, por un lado, la larga y valerosa resistencia de Cuba a las sistemáticas agresiones de Washington, como los aportes del pensamiento latinoamericano auténtico. Nos referimos a las contribuciones de científicos sociales como José Carlos Mariátegui, Raúl Prebisch, Celso Furtado, André Gunder Frank, Pablo González Casanova, Alonso Aguilar Monteverde, Domingo Maza Zavala, Antonio García, José Antonio Mayobre, Agustín Cueva, Juan Noyola, Federico Brito Figueroa, Aníbal Quijano, José Consuegra, Pedro Vuskovic, Ruy Mauro Marini y otros.
En cuanto a las aportaciones de la Venezuela contemporánea al proyecto de una genuina integración de nuestras naciones, cabe destacar que la patria del Libertador ha devenido no solo la cuna de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), sino también su principal impulsora a través de su exitosa “diplomacia del petróleo”, paradójicamente sustentada en el empantanamiento de la política de George W. Bush en el Medio Oriente. El ALBA, creado en el 2005, cuenta con la membresía de Venezuela, Cuba y Bolivia. En su corta vida se ha constituido en una sólida propuesta teórico/práctica para la complementación, la cooperación y la solidaridad de nuestras naciones.
Premisa fundamental del ALBA es su comprensión de la integración como un proceso para el mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos. Un enfoque diametralmente distinto al sustentado por los acuerdos convencionales –como la ALALC, el Mercado Común Centroamericano (MCCA), el NAFTA, el CAFTA o la actual CAN-, diseñados dentro la lógica del costo/beneficio y, por lo mismo, en función de los intereses del capital monopólico extrarregional y regional. Entre sus instrumentos cabe destacar el comercio compensatorio, una modalidad de intercambio que no requiere el egreso de divisas; la fijación del precio de los bienes al margen de las cotizaciones determinadas por el mercado mundial; la asesoría y ayuda energética; la provisión de servicios de salud y educación a estratos depauperados inclusive de terceros países (estratos pobres de Estados Unidos se están beneficiando de esos programas).
A fechas recientes, y a petición de La Paz, el ALBA fue complementado con el Tratado Comercial de los Pueblos (TCP), que subraya el principio de la solidaridad bolivariana, al incorporar el compromiso de Venezuela y Cuba de garantizar la adquisición de productos agrícolas bolivianos que no puedan mantenerse en el mercado norteamericano debido a la eventual confirmación de los referidos TLCs por parte del Congreso de la Unión.
Sorpresivamente, esta “otra integración posible” acaba de proyectarse al MERCOSUR. Los hechos son los siguientes:
Con la incorporación plena de Venezuela al MERCOSUR, la firma de un Acuerdo de Complementación Económica con Cuba y la adopción de una serie de resoluciones en materia económica, energética y política, el bloque regional salió fortalecido tras su última reunión presidencial de julio del 2006, desvirtuando los anuncios de sectores conservadores que vaticinaban su inminente defunción. (1)
La referida reorientación comporta un desafío de enorme magnitud debido a la democratización económica y política interna que presupone y a agudas controversias que aún prevalecen entre los socios, así como en razón del injerencismo incluso militar de los Estados Unidos. En todo caso, pocas dudas caben de que la incorporación de la Venezuela chavista está llamada a impactar favorablemente y de diversas maneras.
La integración de Venezuela significa para el MERCOSUR contar con un socio que tiene 27 millones de consumidores, y reservas de petróleo y gas que están consideradas entre las más altas del mundo. Venezuela, la tercera economía sudamericana luego de Brasil y Argentina, le permite al bloque sumar el 76% del PIB de América del Sur. Desde el punto de vista político, la inspiración bolivariana del gobierno de Hugo Chávez contribuye a fortalecer una visión estratégica de Sudamérica como bloque regional, independiente de los designios hegemónicos de Washington... Tras 15 años de integración, el MERCOSUR se ve abocado a superar la fase de la integración aduanera y asumir otros desafíos en los campos económicos, energéticos, sociales, institucionales e incluso militares. En materia de integración económica, los presidentes aceptaron la propuesta argentina-venezolana de crear un banco de desarrollo del MERCOSUR (el Banco del Sur) para financiar proyectos de desarrollo regional. Esta banca permitiría mantener independencia financiera respecto a organismos como el FMI y el Banco Mundial. Otro desafío es la implementación de una moneda única para las transacciones comerciales... para salir del dólar estadounidense... En lo que respecta a la integración energética... se prevé la construcción del Gasoducto del Sur que recorrerá unos 8000 kilómetros desde el mar Caribe hasta el Río de la Plata, abasteciendo de gas a los países... Fidel Castro... manifestó que en tanto exista voluntad política el MERCOSUR podría convertirse en una herramienta de gran contundencia para resolver carencias que la región padece en asuntos como salud, analfabetismo, educación y desarrollo social... El MERCOSUR, bajo la presidencia pro témpore de Lula da Silva, se ha comprometido a hacer avanzar el bloque y en ese sentido invitó a Bolivia, México y Cuba a integrarse al mismo. (2)
Otros capítulos de la resistencia
Ecuador
Abocado a firmar el TLC que venía “negociando” con Estados Unidos bajo presión de cúpulas empresariales sin sentido nacional (los Dassums, Pintos, Blascos, Ginattas, Illingworths et al), Alfredo Palacio ha optado por una sinuosa conducta.
Mientras, por un lado, bloqueó el cierre del Tratado interponiendo reformas de corte nacionalista a la Ley de Hidrocarburos, por las cuales el Fisco percibiría, en principio, el 50 por ciento del excedente petrolero de las concesionarias; declaró la caducidad del contrato con la estadounidense Occidental Petroleum Corporation (OXY), y anticipó la reafiliación del Ecuador a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP); por otro lado, se unió a Vicente Fox en su campaña por la resurrección del ALCA, no ha cesado en su adhesión a la cruzada internacional contra el narcotráfico tan cara a Wall Street, ni en sus imploraciones al Gran Hermano para que retorne a las tratativas telecistas, escenificando un denigrante pedido de recolonización totalizante. En esta misma línea entreguista, ha continuado sin escatimar autos de fe en la CAN neoliberal y en un hipotético acuerdo con la Unión Europea.
¿Cómo explicar esa ambidextra diplomacia?
Por un lado, obedecería al temor del mandatario a que un franco retiro ecuatoriano del TLC provoque represalias aún mayores de Washington y las corporaciones yanquis (actualmente Quito enfrenta la amenaza de la Casa Blanca de suspender la vigencia de las preferencias arancelarias andinas, ATPDEA, y una demanda de la OXY por 1.000 de dólares a ventilarse en un tribunal internacional dependiente del Banco Mundial); y por otro, al miedo que le provocaría la ascendente ola nacionalista expresada en vastas movilizaciones indígenas-populares comandadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) que lidera el saraguro Luis Macas. Movilizaciones antiimperialistas y antioligárquicas que, el pasado marzo, semiparalizaron el país con pancartas contra el TLC, la OXY, la dolarización, las privatizaciones, la banca usurera, la cesión de la Base de Manta al Pentágono, el Plan Colombia/Plan Patriota, el FMI-Banco Mundial, la deuda, la partidocracia burguesa hegemonizada en el Congreso por el Partido Social Cristiano y la “Izquierda” Democrática... Y, en contrapartida, con proclamas a favor de la convocatoria a una Asamblea Constituyente representativa de “los de abajo”, la moratoria de las obligaciones externas e internas, la nacionalización de las riquezas naturales, la reforma agraria, la reactivación productiva, la atención a las necesidades básicas... Es decir, un conjunto de planteamientos similares a los que definen a los regímenes de Venezuela y Bolivia.
Presionado por el fervor nacionalista, el hamletiano Palacio sorprendió a tirios y troyanos al firmar con el visitante Hugo Chávez, el pasado 30 de mayo, acuerdos marco para la integración energética. Instrumentos visualizados, tanto por militantes como por enemigos del bolivarianismo, como paso previo a la incorporación del Ecuador al ALBA.
Para un país como Ecuador que, desde hace varios lustros, ha venido despilfarrando su renta petrolera para favorecer a gansteriles grupos extranjeros y criollos, la cooperación ofrecida por Caracas resultó ilustrativa de los beneficios que puede proveer una integración de corte no-capitalista.
El cambio del escenario político subregional después de las victorias de Uribe y García, por un lado, y por otro, la presión interna ejercida por los “enloquecidos por el dinero” –particularmente los intermediarios petroleros y los importadores de derivados- hicieron que las tratativas con Miraflores nunca llegaran a cristalizar. A los turbios entretelones de esa traición al nacionalismo y al proyecto bolivariano del ALBA nos referimos en el estudio “El último tango de Alfredo Palacio”. (3)
Rehén del establecimiento luego de su antipatriótico viraje, el cardiólogo-presidente ha venido empeñándose en una suerte de fuga hacia delante, a efectos de cumplir con las exigencias planteadas por la administración de Bush para la concreción del TLC de marras: reconocimiento de deudas reales o fantasmales a corporaciones estadounidenses, renegociación de contratos petroleros, reformas laborales, alineación del país con la lucha del imperio contra el “terrorismo al por menor” (Chomsky) cumplida mediante una actualización del llamado Libro Blanco...
Más allá de la ansiedad del actual inquilino de Carondelet por cerrar el Tratado de “Libre Comercio” con Estados Unidos antes del 15 de enero del 2007, fecha en la que culmina su mandato, la meta del sucesor de Lucio Gutiérrez no se cumplirá por diversos motivos, particularmente por la cercanía de las elecciones norteamericanas para renovar la Cámara de Representantes. De esta suerte, el futuro del acuerdo va a estar en función de la inclinación del presidente que resulte elegido en las inminentes presidenciales ecuatorianas de fin de año y, sobre todo, de las acciones contestatarias parlamentarias y extraparlamentarias que puedan desplegar las fuerzas y organizaciones locales opuestas a la globalización corporativa.
En el contexto de la política convencional, la profunda crisis de acumulación a que ha conducido el liberalismo esquizofrénico (Estado máximo para los ricos, Estado mínimo
para los pobres), el malestar de la población ante la clamorosa desinstitucionalización de la República, el riesgo de “balcanización” del Estado unitario en caso de aprobarse la Ley de Autonomías impulsada por el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot Saadi, y el de Quito, Paco Moncayo, y, en fin, la docilidad de los últimos gobiernos ante el diktat del Gran Dinero y los designios del eje Washington-Bogotá, ha venido polarizando al electorado entre las candidaturas derechistas del banquero León Roldós y la ex modelo socialcristiana Chyntia Viteri, y la del nacionalista/latinoamericanista Rafael Correa, quien ha anticipado la convocatoria a una Asamblea Constituyente refundacional (un paso formal pero importante en la ruta de la captura del poder real), una renegociación soberana de la deuda externa-interna, la no-firma del TLC y la denuncia del convenio de la Base de Manta.
Colombia
La reelección de Uribe el pasado mayo da lugar a múltiples lecturas. Básicamente representa el triunfo de la derecha oligárquico-financiera y proimperialista, de los grandes medios de alienación colectiva, la Iglesia conservadora y el paramilitarismo, así como la continuidad de las políticas recesivas y antipopulares provistas por el recetario del FMI y el Banco Mundial. Asimismo, va a significar la prosecución de la campaña contra la “narcoguerrilla” bajo los membretes de la “seguridad democrática” y el Plan Patriota, la ratificación por un Congreso clientelar del TLC concluido “en su fase técnica” con la metrópoli, la persistencia de la conspiración contra la República Bolivariana de Venezuela, la presión sobre el Ecuador para su intervención directa en la guerra civil norteña, la reforma agraria “al revés” y la intensificación de los desplazamientos internos, la persecución y el asesinato de opositores, el incremento de la pobreza y miseria de ese hermano pueblo.
Empero, la refrendación en las urnas del poder del establecimiento tiene también otra cara, derivada de la resistencia a la dominación externa y a la expoliación interna. Aludimos a que, gracias a los más de 2 millones y medio de votos logrados por el carismático Carlos Gaviria, el izquierdista Polo Democrático Alternativo (PDA) se ha convertido en la segunda fuerza política de Colombia, sepultando al bipartidismo liberal-conservador que ha controlado la Casa de Nariño por más de un siglo, y en una opción cierta de poder para el 2010.
El PDA encarna los anhelos de patria soberana, vida digna y respeto a los derechos civiles del pueblo colombiano. Para la baza electoral librada, el “Partido de la Esperanza” postuló –entre otras metas deseables- la oferta de que el TLC colombo-estadounidense sea decidido en un referendo, así como la búsqueda de un entendimiento con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para lograr una salida política a la añeja guerra civil.
A la luz de estos y otros postulados, la honrosa derrota de Gaviria y sus seguidores supone que el horizonte de dignidad, autodeterminación y democracia económica y política sigue vigente para los coterráneos de Antonio Galán y Camilo Torres. Tanto más que Uribe Vélez está predestinado a un acelerado desgaste por sus deleznables vínculos y su insistencia en un agotado discurso.
Perú
El panorama político del Perú luego de la vuelta definitoria para la elección de presidente y que se selló con el apretado triunfo de Alan García sobre el nacionalista Ollanta Humala, el pasado 4 de junio, muestra gran similitud con la situación colombiana. ¿A qué aludimos? Esencialmente a que tanto Uribe como García están condenados a actuar como prisioneros de Washington y de sus respectivas oligarquías domésticas. En el caso del peruano, porque su victoria se fundó decisivamente en la “votación prestada” por la ultraderechista Lourdes Flores, candidata eliminada después de la primera ronda, así como en su habilidad con las palabras y en el baile del reaggaton.
La nueva presencia del derechizado APRA en el Palacio de Pizarro va a significar, con seguridad, la reedición de la performance cumplida por Toledo. Es decir, obsecuencia a la política hemisférica de Estados Unidos y las corporaciones de ese país, con su saga de ajustes recesivos, privatizaciones, economía de puertos, ruina de la agricultura tradicional, desempleo, represión, servicio de una impagable deuda externa, castigo a los presupuestos familiares, migraciones internas y externas. Y por cierto, oposición a cualquier iniciativa de integración de signo latinoamericanista. De hecho, con votos apristas el Congreso peruano aprobó el TLC con Washington incluso antes de la posesión de García Pérez, quien, además, ya como mandatario ha venido oficiando como adalid de la CAN neoliberal. Sin embargo, también es previsible que, en circunstancias en que la teología del mercado ha perdido su encanto entre las masas, especialmente del altiplano, la nueva gestión del candidato de Wladimiro Montesinos y Mario Vargas Llosa (quien recomendó votar por García “tapándose la nariz”), resulte cualquier cosa, menos un camino de rosas.
Los síntomas de las convulsiones sociales por venir ya están presentes. Y no solo porque el liderazgo de Humala ha convertido a Unión por el Perú (UPP) en el principal bloque parlamentario, sino porque para muchos de sus prosélitos el país del Rímac cuenta ahora con dos presidentes: Alan para el “Perú limeño” y el ex militar Humala para los millones de réprobos del Progreso y el Crecimiento.
Chile
Y de la caja de sorpresas que constituye América Latina, acaso principalmente el territorio cruzado por Los Andes, acaban de emerger deslumbrantes y promisorios sucesos. Aludimos a las recurrentes y masivas movilizaciones protagonizadas por los estudiantes secundarios chilenos que, arriesgando su integridad física y psíquica, han colocado en la picota al publicitado “milagro” neoliberal de su país, con sus demandas de subsidios para su transportación, pero sobre todo con sus creativas y estéticas impugnaciones de la “educación de mercado” de inspiración pinochetista.
La incorporación de los “cabros” y “cabras” compatriotas de Balmaceda, Allende y Neruda a la lucha que desde hace medio milenio libran los invisibles mapuches, está llamada a despertar del sueño mercantil a los socialistas “políticamente correctos” apoltronados en La Moneda. (Septiembre/2006)
Notas
(1) Eduardo Tamayo G., “Se fortalece el MERCOSUR”. En América Latina en Movimiento, no. 410, julio del 2006, p. 19.
(2) Ibid., pp. 19-20.
(3) ALAI: www.alainet.org/active/12706&lang=es
(Artículo originalmente publicado en la revista Contexto Latinoamericano, no. 1, septiembre-diciembre de 2006)
René Báez
Universidades Católica y Central del Ecuador, Premio Nacional de Economía y miembro de la International Writers Association
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