Gaza
28/06/2007
- Opinión
“Hay que salir de Gaza; esa tierra es una auténtica bomba de relojería”, afirmaba allá por la década de los 60 el entonces Primer Ministro israelí, David Ben Gurion, al familiarizarse con las condiciones de vida de los habitantes de la exigua Franja. Sin embargo, la clase política hebrea tardó casi 40 años en llevar a la práctica la sugerencia del mítico líder sionista. Mientras tanto, Gaza se había convertido en un polvorín.
Al abandonar la Franja, los estrategas hebreos sabían que no tardarían en volver a este supuestamente autónomo territorio palestino. Todos los indicios apuntaban hacia el recrudecimiento del conflicto, hacia el deterioro de las relaciones entre Israel y los pobladores de la Franja.
Desde la firma de los Acuerdos de Oslo, Gaza se había convertido en una especie de gigantesco laboratorio de los expertos en técnicas subversivas. Durante el verano de 1995, los medios de comunicación palestinos independientes o allegados a Al Fatah denunciaron la existencia de una conjura destinada a corromper a los pobladores de la Franja, convertida en plataforma de los traficantes de armas y de drogas israelíes. Estos últimos no tardaron en introducir en Gaza redes de prostitución, desencadenando la ira de los militantes islámicos, quienes controlaban la vida de Gaza ya desde finales de la década de los 80.
De hecho, en diciembre de 1988, cuando los expertos de las Naciones Unidas elaboraron el primer informe sobre el peso específico de la las agrupaciones políticas en los territorios palestinos, llegaron a la conclusión de que la mayoría de los habitantes de Gaza comulgaba con la ideología del movimiento islamista. Tal vez por ello los políticos hebreos trataron por todos los medios de “traspasar” la Franja a otros “gestores”.
Las autoridades egipcias, acusadas en su momento de haber llevado a cabo una brutal política represiva en Gaza, descartaron la posibilidad de volver a administrar ese conflictivo territorio. El rey Hussein de Jordania rechazó a su vez el ofrecimiento de Tel Aviv con la amable frase: “No, muchas gracias, pero no”. Los emisarios hebreos acabaron, pues, en Túnez, buscando un acuerdo con el propio Arafat. Pero el líder nacionalista descartó la famosa opción “Gaza primero”, decantándose por la conocida variante “Gaza y Jericó”. Mientras tanto, los radicales islámicos seguían afianzándose en esa franja costera.
Las acusaciones de corrupción contra la plana mayor y los cuadros medios de Al Fatah fueron formuladas en septiembre de 1994, es decir, pocas semanas después de la vuelta de la directiva de OLP de Túnez a los territorios palestinos. Ya en aquel entonces, Hamas exigió una “depuración” de las incipientes estructuras de la ANP. Pero Arafat se limitó a hacer oídos sordos. Con razón; la mayoría de sus colaboradores figuraba en las listas negras de la agrupación islámica.
Tras la muerte de Arafat, el Movimiento Nacional Islámico logró imponer su ideario en Gaza. Las corruptelas de la ANP, denunciadas en reiteradas ocasiones por los pocos políticos independientes, facilitaron el avance de los partidos de corte religioso. Convertida en baluarte de Hamas, la Franja se parecía, cada vez más, a la “manzana podrida” que convenía eliminar del cesto. En este contexto, la retirada “unilateral” de Israel de la Franja equivale a un mero intento de preservar la integridad física de los colonos afincados en el territorio.
La reciente guerra civil entre palestinos, anunciada por los analistas desde hace más de tres lustros, fue la guinda del proceso de putrefacción de unas relaciones conflictivas entre el sector laico y los círculos religiosos. Al abandonar Gaza a los islamistas, la Presidencia de la ANP se limitó a hacer el juego del establishment político de Tel Aviv.
Cabe preguntarse: ¿habrá acercamiento entre los radicales de Hamas, que cuentan con el apoyo de Hezbollah y Al Qaeda, y el sector laico de la sociedad palestina, capitaneado por Majmud Abbas?
La complejidad de la situación no facilita la labor del Cuarteto de Madrid. Y menos aún, teniendo en cuenta que la ya de por sí frágil estructura internacional apuesta, a partir de esta semana, por uno de los artífices del actual caos en el Oriente Medio: el ex primer ministro británico Tony Blair. El nuevo lema del Cuarteto –“Una paz, dos Estados” – no refleja en absoluto la realidad en la zona. ¿Por qué será?
Adrián Mac Liman
Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
Al abandonar la Franja, los estrategas hebreos sabían que no tardarían en volver a este supuestamente autónomo territorio palestino. Todos los indicios apuntaban hacia el recrudecimiento del conflicto, hacia el deterioro de las relaciones entre Israel y los pobladores de la Franja.
Desde la firma de los Acuerdos de Oslo, Gaza se había convertido en una especie de gigantesco laboratorio de los expertos en técnicas subversivas. Durante el verano de 1995, los medios de comunicación palestinos independientes o allegados a Al Fatah denunciaron la existencia de una conjura destinada a corromper a los pobladores de la Franja, convertida en plataforma de los traficantes de armas y de drogas israelíes. Estos últimos no tardaron en introducir en Gaza redes de prostitución, desencadenando la ira de los militantes islámicos, quienes controlaban la vida de Gaza ya desde finales de la década de los 80.
De hecho, en diciembre de 1988, cuando los expertos de las Naciones Unidas elaboraron el primer informe sobre el peso específico de la las agrupaciones políticas en los territorios palestinos, llegaron a la conclusión de que la mayoría de los habitantes de Gaza comulgaba con la ideología del movimiento islamista. Tal vez por ello los políticos hebreos trataron por todos los medios de “traspasar” la Franja a otros “gestores”.
Las autoridades egipcias, acusadas en su momento de haber llevado a cabo una brutal política represiva en Gaza, descartaron la posibilidad de volver a administrar ese conflictivo territorio. El rey Hussein de Jordania rechazó a su vez el ofrecimiento de Tel Aviv con la amable frase: “No, muchas gracias, pero no”. Los emisarios hebreos acabaron, pues, en Túnez, buscando un acuerdo con el propio Arafat. Pero el líder nacionalista descartó la famosa opción “Gaza primero”, decantándose por la conocida variante “Gaza y Jericó”. Mientras tanto, los radicales islámicos seguían afianzándose en esa franja costera.
Las acusaciones de corrupción contra la plana mayor y los cuadros medios de Al Fatah fueron formuladas en septiembre de 1994, es decir, pocas semanas después de la vuelta de la directiva de OLP de Túnez a los territorios palestinos. Ya en aquel entonces, Hamas exigió una “depuración” de las incipientes estructuras de la ANP. Pero Arafat se limitó a hacer oídos sordos. Con razón; la mayoría de sus colaboradores figuraba en las listas negras de la agrupación islámica.
Tras la muerte de Arafat, el Movimiento Nacional Islámico logró imponer su ideario en Gaza. Las corruptelas de la ANP, denunciadas en reiteradas ocasiones por los pocos políticos independientes, facilitaron el avance de los partidos de corte religioso. Convertida en baluarte de Hamas, la Franja se parecía, cada vez más, a la “manzana podrida” que convenía eliminar del cesto. En este contexto, la retirada “unilateral” de Israel de la Franja equivale a un mero intento de preservar la integridad física de los colonos afincados en el territorio.
La reciente guerra civil entre palestinos, anunciada por los analistas desde hace más de tres lustros, fue la guinda del proceso de putrefacción de unas relaciones conflictivas entre el sector laico y los círculos religiosos. Al abandonar Gaza a los islamistas, la Presidencia de la ANP se limitó a hacer el juego del establishment político de Tel Aviv.
Cabe preguntarse: ¿habrá acercamiento entre los radicales de Hamas, que cuentan con el apoyo de Hezbollah y Al Qaeda, y el sector laico de la sociedad palestina, capitaneado por Majmud Abbas?
La complejidad de la situación no facilita la labor del Cuarteto de Madrid. Y menos aún, teniendo en cuenta que la ya de por sí frágil estructura internacional apuesta, a partir de esta semana, por uno de los artífices del actual caos en el Oriente Medio: el ex primer ministro británico Tony Blair. El nuevo lema del Cuarteto –“Una paz, dos Estados” – no refleja en absoluto la realidad en la zona. ¿Por qué será?
Adrián Mac Liman
Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/de/node/121967?language=es
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