La comunicación nómade

11/09/2005
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  • Opinión
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Durante la insurrección boliviana de octubre de 2003, cuyo epicentro estuvo en la ciudad aymara de El Alto, las radios jugaron un papel decisivo. Los dirigentes sociales hacían sus convocatorias a la movilización llamando a las radios, que les permitían salir al aire con sus mensajes no censurados. Los vecinos de las principales ciudades bolivianas no sólo sintonizaban las cadenas radiales más comprometidas con la lucha social, sino que también oficiaban como reporteros espontáneos, ayudados de los teléfonos celulares. Las trasmisiones radiales desde los mismos lugares donde se producían masacres de las fuerzas armadas y bloqueos de los pobladores, generalizaron un clima de indignación que finalmente forzó la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.

Incluso la televisión jugó su papel en los sucesos argentinos del 19 y 20 de diciembre de 2001, que se saldaron con la renuncia de Fernando de la Rúa. La transmisión en directo de la represión, en la mañana del día 20, contra las Madres de Plaza de Mayo en el centro de la ciudad, disparó la indignación que se trocó en movilización. También en Ecuador una radio, Radio Luna, jugó un papel destacado en el movimiento que forzó la renuncia del presidente Lucio Gutiérrez.

En el caso de Bolivia, el papel de los medios fue más allá de la difusión, para convertirse en verdaderos organizadores de la rebelión. La cadena ERBOL (Educación Radiofónica de Bolivia), vinculada a la Iglesia Católica, puso sus ondas y hasta sus instalaciones a disposición de la rebeldía. La huelga de hambre realizada por varios dirigentes aymaras en la misma radio, entre ellos Felipe Quispe, ejecutivo de la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), jugó un papel decisivo al convertirse en un espacio de coordinación mucho más ágil y dinámico que los ampliados que realizan las dirigencias sindicales.

Julio Mamani, director del periódico Prensa Alteña y de la Agencia de Prensa Alteña, rememora las llamadas a la radio: “Soy el secretario tal de tal comunidad, estamos aquí en La Paz, y hasta mañana hemos cumplido el tiempo donde nos han asigando el rol, entonces yo les comunico que preparen el piquete de relevo que nos sustituye y manden puros jóvenes ya no manden señoras ni viejitos, necesitamos jóvenes...” (1)

En la mejor tradición de las radios mineras, en El Alto y otras ciudades de Bolivia, los medios de comunicación no sólo jugaron el papel de difusores sino que saltaron la barrera y fueron organizadores, pasando a formar parte de esa manera del movimiento social. Esto muestra que no existen límites para los medios, que cualquier dificultad (técnica, económica, de recursos materiales) puede resolverse siempre que el “factor humano” estemos dispuestos a ir más allá.

Cuestión de intensidad

El importante papel que juegan los medios en situaciones como las descriptas, no debe pasar por alto que se trata siempre de momentos excepcionales y fugaces. Por lo mismo, y aún reconociendo el valor que han jugado en esas coyunturas, la cuestión decisiva está vinculada con la cotidianeidad, con los largos períodos en los que no suceden hechos extraordinarios, ni grandes movilizaciones sociales.

En otra ocasión señalé que en la comunicación social no hay “información transmitida” sino “coordinación conductual en un dominio de acoplamiento estructural” (2). Ciertamente, en los momentos decisivos de nuestra historia, cuando nuestros pueblos dicen su palabra con hechos contundentes, la comunicación es la coordinación del comportamiento, y por lo tanto es algo que sucede en las relaciones humanas, entre una pluralidad de sujetos; algo completamente diferente de la concepción dominante, en la que debe existir un emisor (activo) y un receptor (pasivo) (3).

Pero en la vida cotidiana las posibilidades de conseguir que nuestra comunicación se convierta en “coordinación del comportamiento” de amplios sectores sociales, no parece tarea fácil. Más aún, es prácticamente imposible conseguirla, y debemos admitir que ese papel “heroico”, valiente y audaz de la comunicación y los comunicadores populares, está reservado para coyunturas muy especiales que se registran cada cierto tiempo. Por lo tanto, debemos formularnos otras preguntas: ¿Cómo hacer para que la inevitable grisura de la cotidianeidad no termine desgastando los aspectos alternativos de nuestra comunicación? O, dicho de modo inverso, ¿cómo dar vida a la vida pese a las desgracias que los sectores populares sufrimos en la vida diaria? Y, quizá el aspecto decisivo, ¿cómo evitar que la institucionalización ahogue la creatividad y el compromiso social?

Las instituciones son uno de los instrumentos de codificación (reglamentación y regulación) de las relaciones humanas, junto a las leyes y los contratos. La vida cotidiana, fuera de los grandes momentos de creatividad colectiva, transcurre en instituciones más o menos reguladas donde realizamos la comunicación social, aún la alternativa (4). De ahí que necesitemos establecer una relación “que ya no sea legal, ni contractual ni institucional”(5), para poder huir de las dependencias que anulan la creatividad social. Eso pasa por establecer “una relación inmediata con el afuera”, un “estar en el mismo barco” que los sujetos sociales con los cuales estamos comprometidos. Se trata, siguiendo a Deleuze, de ser capaces de encarar una práctica y un discurso nómades, capaces de desarticular y neutralizar las máquinas burocráticas, inevitablemente sedentarias, racionales, reguladoras.

¿Una comunicación nómade como forma de comunicación alternativa? Una comunicación en movimiento, o sea, con los movimientos, para los movimientos y, sobre todo, de los movimientos. Surge aquí otro problema, si es que no queremos dejar la cuestión en términos puramente retóricos, discursivos. Los movimientos se mueven sólo en ciertas ocasiones. Lo habitual es que también los movimientos recaigan en instituciones codificadas, en burocracias más o menos sedentarias. Así, nuestra comunicación en períodos “normales” suele ceder la palabra sólo a los dirigentes (en general varones alfabetizados que enarbolan un discurso racional e ilustrado). En suma, nuestra comunicación tiende a reproducir los moldes coloniales, aún sin proponérselo, lo que agrava nuestras deficiencias.

Romper el círculo de hierro no parece tarea sencilla. Un primer paso puede ser trabajar con otra idea de movimientos sociales. Bien mirados, no son lugares de llegada sino flujos, movimientos. Porque, ¿qué es un movimiento sino eso, mover-se? “Todo movimiento social se configura a partir de aquellos que rompen la inercia social y se mueven, es decir, cambian de lugar, rechazan el lugar al que históricamente estaban asignados dentro de una determinada organización social, y buscan ampliar los espacios de expresión” (6)

Inspirados en esa definición, diferente y hasta contraria a las que utilizan los sociólogos para definir a los movimientos sociales, podemos intuir que la “otra comunicación” no puede conformarse con formular un discurso alternativo desde los medios heredados, aún los alternativos y populares.

Un segundo paso sería considerar que “el nómade no es necesariamente alguien que se mueve: hay viajes inmóviles, viajes en intensidad, y hasta históricamente los nómadas no se mueven como emigrantes sino que son, al revés, los que no se mueven, los que se nomadizan para quedarse en el mismo sitio y escapar a los códigos” (7). En este punto, los aspectos a destacar serían “intensidad” como forma de “escapar a los códigos”. Porque una de las claves de la regulación burocrática es la pérdida de la vitalidad y la aparición de una languidez a través de una suerte de entronización de la inercia.

En nuestras sociedades, esas intensidades capaces de empujarnos a romper los códigos, como bien saben los comunicadores populares, no las encontramos en los despachos alfombrados ni en las asépticas oficinas de ONGs. Reflexionando sobre las lecciones de la insurrección de octubre de 2003 en Bolivia, la antropóloga aymara Silvia Rivera sostiene que entre los sectores populares “la política no se define tanto en las calles como en el ámbito más íntimo de los mercados y las unidades domésticas, espacios del protagonismo femenino por excelencia” (8)

Mirar lo invisible, lo subterráneo


En el caso boliviano, que de alguna manera inspira este trabajo, la comunicación popular y alternativa recorrió un largo y doloroso camino, en el que acompañó las luchas populares, atravesando dictaduras y democracias, elecciones y masacres, triunfos y sobre todo derrotas. La red ERBOL, nacida en junio de 1967, recorrió tres etapas: las escuelas radiofónicas que hacían educación y promoción de adultos utilizando medios de comunicación social; las experiencias de comunicación popular orientadas al cambio social; y la comunicación educativa para el desarrollo. (9)

En ese proceso de “democratización de la palabra”, fueron descubriendo que la comunicación no es más, ni menos, que una relación social, que por lo tanto puede contribuir a profundizar la dominación y la alienación de los sectores populares, o bien puede fortalecer su organización y acción emancipatoria. Romper las barreras entre comunicadores y audiencia, activos y pasivos, y hacerlo en medio de la cotidianeidad gris de una dictadura, del trabajo fabril o campesino, es un desafío que requiere tiempo, persistencia y mucho coraje.

Sin embargo, no todo el trabajo de comunicación alternativa ha transcurrido a través de canales como ERBOL, sino que organizaciones como ésta son apenas emergentes del amplio movimiento por la democratización de la comunicación que atraviesa todo el continente. En El Alto, durante las dictaduras de Natusch Busch y García Mesa (1978-1982), decenas de comunicadores comprometidos que no pudieron seguir trabajando en medios establecidos, utilizaban sus bocinas para seguir haciendo un trabajo que era necesariamente clandestino, y no tenía ni los espacios ni la continuidad con la que solemos trabajar en situaciones más cómodas. Otros, apelaron al teatro de calle como forma de mantener el contacto con la población, seguir transmitiendo mensajes críticos y poder recoger opiniones y debates.

Los hechos nos enseñan que la comunicación es mucho más amplia que los medios que la contienen y, en no pocas ocasiones, constriñen. En todo caso, aún en las más difíciles circunstancias, los temas centrales no pasan por el tipo de medios ni por las técnicas, sino por algo mucho más profundo: el compromiso y la intensidad de la comunicación. Ambas están vinculadas a la sensibilidad de quienes hacemos comunicación, a la capacidad de captar lo imperceptible, lo inesperado, lo subterráneo. Si la “otra comunicación” es posible -si podemos mantenerla viva pese a las desfavorables condiciones que nos impone el modelo neoliberal, y también a pesar de las inercias propias de la condición humana- debe ser creativa, crearse y re-crearse cotidianamente, eludiendo la burocratización mediante un nomadismo físico y ético que rehuya los lugares comunes y escape a cualquier reglamentación impuesta.

Raúl Zibechi es miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multidiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios grupos sociales.

Notas:

(1)   Entrevista a Julio Mamani, El Alto, 25 de julio de 2005.

(2)   Alberto Maturana y Francisco Varela, El árbol del conocimiento, Madrid, Debate, 1996, p.169 y ss.

(3)   Raúl Zibechi, “Medios de comunicación y movimientos sociales”, en www.alainet.org 16/12/2003.

(4)   Quien esto escribe trabaja en un medio de comunicación, el semanario Brecha (Uruguay), como editor de la sección Internacionales. O sea, en una institución.

(5)   Gilles Deleuze, “Pensamiento nómadae”, en La isla desierta y otros textos, Pre-Textos, Madrid, 2005, pp. 324 y ss.

(6)   Walter Carlos Porto Goncalves, Geo-grafías, Siglo XXI, 2001, México, p. 81.

(7)   Gilles Deleuze, ob. Cit. P. 30.

(8)   Silvia Rivera Cusicanqui, Bircholas, Editorial Mama Huaco, La Paz, s/f, p. 132.

(9)   ERBOL, “Estrategia de comunicación educativa para el desarrollo”, La Paz, 1996.

https://www.alainet.org/de/node/123224?language=en
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