El nerviosismo crónico de los imperialistas
20/10/2007
- Opinión
Los gobernantes estadounidenses padecen de nerviosismo crónico, y no me sorprende. Acostumbrados como estaban a manejar a pleno antojo el destino de los países latinoamericanos, ahora observan impotentes (aun poseyendo armas potentes) cómo buena parte de ellos disienten de sus perversas “recomendaciones” y escapan exitosamente de sus garras.
Cuba hace rato que camina fuera de su dominio, siendo desde entonces referente indiscutible de los Movimientos de Liberación de toda América Latina y de buena parte del resto del mundo (este es uno de los “pecados” que el imperialismo no le perdona); Venezuela hizo lo propio y, entre otras muchas cosas, recuperó el petróleo y la dignidad para ponerlo al servicio de sus dueños naturales; Bolivia es mucho MAS Bolivia desde que Evo Morales comenzara a dirigir la refundación del país; Nicaragua, todo apunta que con la lección bien aprendida, vuelve a ser Sandinista... y Ecuador, que acaba de dar un paso de gigante en las elecciones a la Asamblea Constituyente, está en disposición (por primera vez en su historia) de elaborar una nueva Carta Magna que le permita acceder a las viejas y justas aspiraciones de sus habitantes.
Decía al inició de estas líneas que el nerviosismo de los imperialistas es ya crónico, y añado ahora que su vieja “enfermedad neurológica” le ha llevado en demasiadas ocasiones a comportamientos extremadamente crueles, que arrojan millones de personas asesinadas y maltratadas en el intento desesperado de imponer su hegemonía.
Ahí están Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán, Guatemala, Chile, Argentina, Nicaragua Yugoslavia... Y podríamos añadir las llamadas “guerras de baja intensidad”, que también han contribuido a aumentar tan desorbitadas cifras necrológicas. En Cuba, por ejemplo, desde el triunfo de la Revolución a esta parte, los mercenarios al servicio del imperio han causado la muerte de 3.478 personas y 2.099 lisiados (en solo catorce meses, entre el 30 de noviembre de 1961 y enero de 1963, llegaron a perpetrar 5.780 acciones terroristas en territorio cubano); una invasión (igualmente mercenaria; la de Playa Larga y Playa Girón, en abril de 1961)... y una guerra económica que hoy en día todavía sigue vigente, a pesar de que la rechazan casi todos los países que conforman la ONU (ya se sabe, cualquier decisión de cada uno de los cinco países con derecho a veto vale más que la suma total del resto de los países miembros; así de “democrática” es esa Organización).
Pero hoy no me voy a referir a los resultados del “nerviosismo” yanqui en territorio ajeno, sino en el propio.
Por albergar en su seno la sede general de la ONU, Estados Unidos tiene la obligación de acoger y facilitar la estancia a todas las delegaciones de los países miembros que asistan a sus asambleas (los beneficios, que obviamente también los tiene, los expondré un poco más adelante). Sin embargo, la hostilidad para con los visitantes de los países que escapan de sus garras es más que evidente. Recurriré a la experiencia cubana para citar algunos ejemplos.
El 26 de septiembre de 1960, Fidel pronunció un memorable discurso en la XV Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero Cuba era un país “disidente” desde el primero de enero de 1959, y los yanquis, lejos de cumplir con sus obligaciones, procuraron de manera ridícula y miserable que la delegación cubana tuviese una estancia lo más incómoda posible. No había salido ésta de la Isla cuando un cable informativo anunció que el Sindicato de Maleteros del Aeropuerto de Idelwild (hoy Kennedy) había acordado no cargar sus maletas, “en protesta por la presencia del comunista Fidel Castro”.
Los cubanos respondieron viajando a Nueva York con las mochilas utilizadas en la Sierra Maestra.
Después, el gerente del Hotel Shelbourne, argumentando que la presencia de Fidel provocaba una publicidad negativa para su negocio, exigió pagos adicionales (un depósito de 20.000 dólares). De más está decir que la exigencia fue rechazada. El propio Fidel se encargó de comunicar al Secretario General de la ONU que, si no podían instalarse en el hotel, comprarían tiendas de campaña para acampar en el jardín de las Naciones Unidas.
El revolico que esta decisión formó en la prensa y en las propias instancias de la ONU fue mayúsculo. Finalmente, Malcolm X ofreció el Hotel Theresa, sito en el ghetto negro de Harlem. El Secretario General de la ONU, Dog Hammarksjöld, trató de que Fidel no aceptara el modesto Theresa, de que se trasladara a uno de los buenos hoteles de “Midtown”. Pero la decisión ya estaba tomada, y los cubanos se fueron a Harlem “con los humildes, los negros y latinos preteridos y discriminados, nuestros hermanos...” Pueden imaginarse la cara que debió poner el funcionario sueco al recibir la respuesta.
Y esto no fue todo. De vuelta a casa, a pesar de tener inmunidad diplomática, la delegación revolucionaria tuvo que hacerlo en un avión soviético, ya que la nave cubana fue embargada por el gobierno norteamericano.
Memorable fue también el discurso de Ernesto Che Guevara, quien el 11 de diciembre de 1964 representó a Cuba en la decimonovena sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mientras esto sucedía en el interior de la sede, un proyectil de bazuca fue disparado desde el otro lado de East River, y cayó en el río, a escasos metros del edificio donde el Che discursaba.
Fidel no volvió al magno foro internacional hasta septiembre de 1979, esta vez en calidad de presidente del Movimiento de Países No Alineados y con la intención de presentar el informe sobre los acuerdos de la Sexta Cumbre.
En esta ocasión no tuvo problemas con el alojamiento, ya que se instaló en un pequeño apartamento que los cubanos habían construido en el edificio de la Misión Permanente que Cuba tenía en 38 y Lexington Avenue. Los problemas reales surgieron con la contrarrevolución. Dos individuos de OMEGA 7 intentaron colocar una bomba en el auto del Comandante, pero no lo lograron. De regreso a la Isla, Fidel alertó al embajador de Cuba ante la ONU: “Ten cuidado; la contrarrevolución no ha podido hacer nada contra mi y ahora querrán hacerlo contra ti”.
Y, efectivamente, meses después los esbirros consiguieron colocar una bomba en el auto de Raúl Roa Kouri. El azar quiso que esta se desprendiera del tanque de gasolina, donde estaba adosada.
Los terroristas explicaron durante el juicio (Reagan no podía permitir hechos de este tipo en suelo norteamericano, aunque los autorizaba en cualquier otro país del mundo) que el explosivo no fue detonado porque, en el momento elegido, un grupo de niños estadounidenses pasaba junto al auto. Si los niños hubieran sido de otra nacionalidad, el hijo del “Canciller de la Dignidad” hoy no estaría vivo.
Quien no tuvo la misma suerte fue el compañero Félix García, que el 11 de septiembre de 1980 fue tiroteado en Manhattan, cuando repartía el último número de la revista “Bohemia” en diferentes lugares de encuentro de los emigrados. Se trataba del primer asesinato en Estados Unidos de un diplomático acreditado en Naciones Unidas.
Y ahora daré un salto en el tiempo, no porque no existan más casos reseñables, sino para no extenderme demasiado y llegar al año en curso.
Hace unos meses le tocó el turno a la “disidente” Venezuela: su ministro de Relaciones Exteriores fue retenido y vejado en el aeropuerto, cuando salía de Estados Unidos.
El pasado mes de septiembre, durante la 62 Asamblea General de las Naciones Unidas, varios funcionarios bolivianos tuvieron problemas con el visado. El ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, manifestó que le concedieron un visado de pocos días, motivo por el cual se vio obligado a regresar a Bolivia precipitadamente.
Estos no son hechos aislados, sino dos más producto del prepotente nerviosismo norteamericano.
El gobierno boliviano ya ha respondido, anunciando que iniciará una campaña internacional para pedir el traslado de la sede de la ONU fuera de Estados Unidos,
“donde se pueda otorgar a todos los países del mundo el mismo estatus de ciudadanos”.
¿Para qué sirve la ONU? ¿Quién realmente la dirige? Sabemos que Estados Unidos se vale descaradamente de la organización internacional. Y lo hace para llevar a cabo sus objetivos de política exterior, utilizándola como instrumento de intervención e injerencia en todo el mundo. En pro de sus intereses, los imperialistas involucran a la ONU en conflictos internos de algunos Estados “disidentes”, mediante las pseudodoctrinas llamadas “diplomacia preventiva” e “intervención humanitaria”. De ese modo, los “amistosos” Cascos azules inspeccionan y controlan elecciones, organizan, establecen y reemplazan gobiernos y crean o entrenan cuerpos de policías y ejércitos locales.
La ONU, en especial su Consejo de Seguridad, se ha convertido en instrumento habitual del hegemonismo de Estados Unidos, quien ha ejercido su antidemocrático derecho a veto en infinidad de ocasiones.
Por otra parte, el hecho de que la sede de la Organización esté ubicada en Nueva York (he aquí los beneficios que apuntaba unas líneas más arriba), ha supuesto que Estados Unidos haya ingresado miles de millones de dólares de los gastos que se ven obligados a realizar la Secretaría de la ONU y el conjunto de sus agencias y organismos, así como el de los diplomáticos de todo el mundo. Estados Unidos, además, cuenta con el privilegio de ser el único país para el que se estableció un límite máximo a la cuota que debe pagar al presupuesto de la Organización. Por si esto fuera poco, el gobierno imperialista incurrió en una prolongada mora en el pago de su reducido aporte financiero.
Lejos de perder sus derechos en el seno de la Organización por este impago, que es lo que demanda la Carta de San Francisco en estos casos, la ONU negoció con su mayor deudor: Estados Unidos pagó una parte de lo que debía, y la ONU rebajó el importe de su ya reducida cuota, comprometiéndose además a realizar cambios en su gestión
administrativa que favorezcan, más todavía, al chantajista gobierno norteamericano.
Ricardo Alarcón definió este hecho como “un arreglo que más bien ilustra la vergonzosa rendición del mundo ante la arrogancia del imperio”.
Y no le falta razón, como tampoco le falta legitimidad al gobierno boliviano para iniciar su campaña internacional, independientemente de los resultados que se obtengan.
Resulta paradójico cómo los “demócratas” del mundo nunca reconocen el sentir de las mayorías, a no ser que éstas les favorezcan. Así, Bolivia contará con el apoyo de casi todos los países que conforman la ONU, pero, a efectos legales, prevalecerán los perversos intereses del imperio (recordemos que cinco países tienen más capacidad de decisión que ciento ochentaitantos juntos).
No hay que desalentarse, sin embargo. “Luchar contra el imperialismo dondequiera que esté”, dijo el Che, es “el más sagrado de los deberes”. Cumplamos con ellos. Si al imperialismo ya se le ha provocado nerviosismo crónico, agravemos su enfermedad; insuflémosle la mayor dosis posible de intranquilidad en sus venas; busquemos su sofoco continuo, y alejemos de su alcance el recurrido método de respiración asistida (la nefasta sumisión de los oprimidos a sus dictados) que le mantiene vivo todavía.
Sólo así conseguiremos su necesario cadáver, y con ello una vida más humana y justa para TODOS los habitantes del mundo.
Cuba hace rato que camina fuera de su dominio, siendo desde entonces referente indiscutible de los Movimientos de Liberación de toda América Latina y de buena parte del resto del mundo (este es uno de los “pecados” que el imperialismo no le perdona); Venezuela hizo lo propio y, entre otras muchas cosas, recuperó el petróleo y la dignidad para ponerlo al servicio de sus dueños naturales; Bolivia es mucho MAS Bolivia desde que Evo Morales comenzara a dirigir la refundación del país; Nicaragua, todo apunta que con la lección bien aprendida, vuelve a ser Sandinista... y Ecuador, que acaba de dar un paso de gigante en las elecciones a la Asamblea Constituyente, está en disposición (por primera vez en su historia) de elaborar una nueva Carta Magna que le permita acceder a las viejas y justas aspiraciones de sus habitantes.
Decía al inició de estas líneas que el nerviosismo de los imperialistas es ya crónico, y añado ahora que su vieja “enfermedad neurológica” le ha llevado en demasiadas ocasiones a comportamientos extremadamente crueles, que arrojan millones de personas asesinadas y maltratadas en el intento desesperado de imponer su hegemonía.
Ahí están Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán, Guatemala, Chile, Argentina, Nicaragua Yugoslavia... Y podríamos añadir las llamadas “guerras de baja intensidad”, que también han contribuido a aumentar tan desorbitadas cifras necrológicas. En Cuba, por ejemplo, desde el triunfo de la Revolución a esta parte, los mercenarios al servicio del imperio han causado la muerte de 3.478 personas y 2.099 lisiados (en solo catorce meses, entre el 30 de noviembre de 1961 y enero de 1963, llegaron a perpetrar 5.780 acciones terroristas en territorio cubano); una invasión (igualmente mercenaria; la de Playa Larga y Playa Girón, en abril de 1961)... y una guerra económica que hoy en día todavía sigue vigente, a pesar de que la rechazan casi todos los países que conforman la ONU (ya se sabe, cualquier decisión de cada uno de los cinco países con derecho a veto vale más que la suma total del resto de los países miembros; así de “democrática” es esa Organización).
Pero hoy no me voy a referir a los resultados del “nerviosismo” yanqui en territorio ajeno, sino en el propio.
Por albergar en su seno la sede general de la ONU, Estados Unidos tiene la obligación de acoger y facilitar la estancia a todas las delegaciones de los países miembros que asistan a sus asambleas (los beneficios, que obviamente también los tiene, los expondré un poco más adelante). Sin embargo, la hostilidad para con los visitantes de los países que escapan de sus garras es más que evidente. Recurriré a la experiencia cubana para citar algunos ejemplos.
El 26 de septiembre de 1960, Fidel pronunció un memorable discurso en la XV Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero Cuba era un país “disidente” desde el primero de enero de 1959, y los yanquis, lejos de cumplir con sus obligaciones, procuraron de manera ridícula y miserable que la delegación cubana tuviese una estancia lo más incómoda posible. No había salido ésta de la Isla cuando un cable informativo anunció que el Sindicato de Maleteros del Aeropuerto de Idelwild (hoy Kennedy) había acordado no cargar sus maletas, “en protesta por la presencia del comunista Fidel Castro”.
Los cubanos respondieron viajando a Nueva York con las mochilas utilizadas en la Sierra Maestra.
Después, el gerente del Hotel Shelbourne, argumentando que la presencia de Fidel provocaba una publicidad negativa para su negocio, exigió pagos adicionales (un depósito de 20.000 dólares). De más está decir que la exigencia fue rechazada. El propio Fidel se encargó de comunicar al Secretario General de la ONU que, si no podían instalarse en el hotel, comprarían tiendas de campaña para acampar en el jardín de las Naciones Unidas.
El revolico que esta decisión formó en la prensa y en las propias instancias de la ONU fue mayúsculo. Finalmente, Malcolm X ofreció el Hotel Theresa, sito en el ghetto negro de Harlem. El Secretario General de la ONU, Dog Hammarksjöld, trató de que Fidel no aceptara el modesto Theresa, de que se trasladara a uno de los buenos hoteles de “Midtown”. Pero la decisión ya estaba tomada, y los cubanos se fueron a Harlem “con los humildes, los negros y latinos preteridos y discriminados, nuestros hermanos...” Pueden imaginarse la cara que debió poner el funcionario sueco al recibir la respuesta.
Y esto no fue todo. De vuelta a casa, a pesar de tener inmunidad diplomática, la delegación revolucionaria tuvo que hacerlo en un avión soviético, ya que la nave cubana fue embargada por el gobierno norteamericano.
Memorable fue también el discurso de Ernesto Che Guevara, quien el 11 de diciembre de 1964 representó a Cuba en la decimonovena sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Mientras esto sucedía en el interior de la sede, un proyectil de bazuca fue disparado desde el otro lado de East River, y cayó en el río, a escasos metros del edificio donde el Che discursaba.
Fidel no volvió al magno foro internacional hasta septiembre de 1979, esta vez en calidad de presidente del Movimiento de Países No Alineados y con la intención de presentar el informe sobre los acuerdos de la Sexta Cumbre.
En esta ocasión no tuvo problemas con el alojamiento, ya que se instaló en un pequeño apartamento que los cubanos habían construido en el edificio de la Misión Permanente que Cuba tenía en 38 y Lexington Avenue. Los problemas reales surgieron con la contrarrevolución. Dos individuos de OMEGA 7 intentaron colocar una bomba en el auto del Comandante, pero no lo lograron. De regreso a la Isla, Fidel alertó al embajador de Cuba ante la ONU: “Ten cuidado; la contrarrevolución no ha podido hacer nada contra mi y ahora querrán hacerlo contra ti”.
Y, efectivamente, meses después los esbirros consiguieron colocar una bomba en el auto de Raúl Roa Kouri. El azar quiso que esta se desprendiera del tanque de gasolina, donde estaba adosada.
Los terroristas explicaron durante el juicio (Reagan no podía permitir hechos de este tipo en suelo norteamericano, aunque los autorizaba en cualquier otro país del mundo) que el explosivo no fue detonado porque, en el momento elegido, un grupo de niños estadounidenses pasaba junto al auto. Si los niños hubieran sido de otra nacionalidad, el hijo del “Canciller de la Dignidad” hoy no estaría vivo.
Quien no tuvo la misma suerte fue el compañero Félix García, que el 11 de septiembre de 1980 fue tiroteado en Manhattan, cuando repartía el último número de la revista “Bohemia” en diferentes lugares de encuentro de los emigrados. Se trataba del primer asesinato en Estados Unidos de un diplomático acreditado en Naciones Unidas.
Y ahora daré un salto en el tiempo, no porque no existan más casos reseñables, sino para no extenderme demasiado y llegar al año en curso.
Hace unos meses le tocó el turno a la “disidente” Venezuela: su ministro de Relaciones Exteriores fue retenido y vejado en el aeropuerto, cuando salía de Estados Unidos.
El pasado mes de septiembre, durante la 62 Asamblea General de las Naciones Unidas, varios funcionarios bolivianos tuvieron problemas con el visado. El ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, manifestó que le concedieron un visado de pocos días, motivo por el cual se vio obligado a regresar a Bolivia precipitadamente.
Estos no son hechos aislados, sino dos más producto del prepotente nerviosismo norteamericano.
El gobierno boliviano ya ha respondido, anunciando que iniciará una campaña internacional para pedir el traslado de la sede de la ONU fuera de Estados Unidos,
“donde se pueda otorgar a todos los países del mundo el mismo estatus de ciudadanos”.
¿Para qué sirve la ONU? ¿Quién realmente la dirige? Sabemos que Estados Unidos se vale descaradamente de la organización internacional. Y lo hace para llevar a cabo sus objetivos de política exterior, utilizándola como instrumento de intervención e injerencia en todo el mundo. En pro de sus intereses, los imperialistas involucran a la ONU en conflictos internos de algunos Estados “disidentes”, mediante las pseudodoctrinas llamadas “diplomacia preventiva” e “intervención humanitaria”. De ese modo, los “amistosos” Cascos azules inspeccionan y controlan elecciones, organizan, establecen y reemplazan gobiernos y crean o entrenan cuerpos de policías y ejércitos locales.
La ONU, en especial su Consejo de Seguridad, se ha convertido en instrumento habitual del hegemonismo de Estados Unidos, quien ha ejercido su antidemocrático derecho a veto en infinidad de ocasiones.
Por otra parte, el hecho de que la sede de la Organización esté ubicada en Nueva York (he aquí los beneficios que apuntaba unas líneas más arriba), ha supuesto que Estados Unidos haya ingresado miles de millones de dólares de los gastos que se ven obligados a realizar la Secretaría de la ONU y el conjunto de sus agencias y organismos, así como el de los diplomáticos de todo el mundo. Estados Unidos, además, cuenta con el privilegio de ser el único país para el que se estableció un límite máximo a la cuota que debe pagar al presupuesto de la Organización. Por si esto fuera poco, el gobierno imperialista incurrió en una prolongada mora en el pago de su reducido aporte financiero.
Lejos de perder sus derechos en el seno de la Organización por este impago, que es lo que demanda la Carta de San Francisco en estos casos, la ONU negoció con su mayor deudor: Estados Unidos pagó una parte de lo que debía, y la ONU rebajó el importe de su ya reducida cuota, comprometiéndose además a realizar cambios en su gestión
administrativa que favorezcan, más todavía, al chantajista gobierno norteamericano.
Ricardo Alarcón definió este hecho como “un arreglo que más bien ilustra la vergonzosa rendición del mundo ante la arrogancia del imperio”.
Y no le falta razón, como tampoco le falta legitimidad al gobierno boliviano para iniciar su campaña internacional, independientemente de los resultados que se obtengan.
Resulta paradójico cómo los “demócratas” del mundo nunca reconocen el sentir de las mayorías, a no ser que éstas les favorezcan. Así, Bolivia contará con el apoyo de casi todos los países que conforman la ONU, pero, a efectos legales, prevalecerán los perversos intereses del imperio (recordemos que cinco países tienen más capacidad de decisión que ciento ochentaitantos juntos).
No hay que desalentarse, sin embargo. “Luchar contra el imperialismo dondequiera que esté”, dijo el Che, es “el más sagrado de los deberes”. Cumplamos con ellos. Si al imperialismo ya se le ha provocado nerviosismo crónico, agravemos su enfermedad; insuflémosle la mayor dosis posible de intranquilidad en sus venas; busquemos su sofoco continuo, y alejemos de su alcance el recurrido método de respiración asistida (la nefasta sumisión de los oprimidos a sus dictados) que le mantiene vivo todavía.
Sólo así conseguiremos su necesario cadáver, y con ello una vida más humana y justa para TODOS los habitantes del mundo.
https://www.alainet.org/de/node/123865
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