Energía distribuida
14/12/2007
- Opinión
“La tercera revolución industrial se basará en las energías renovables e Internet. En ella se deben embarcar las naciones desarrolladas para superar la dependencia del petróleo”. Así lo asegura el economista estadounidense Jeremy Rifkin, uno de los mayores expertos en políticas energéticas.
Tras una revolución agrícola e hidrológica y el comienzo de la escritura se pasó a una revolución mecánica protagonizada por la imprenta, la máquina de vapor y el teléfono e impulsada por los combustibles fósiles. Ahora, según Rifkin, ha llegado el momento de dar un nuevo salto evolutivo basado en las energías renovables y en las comunicaciones instantáneas. Nos enfrentamos al final de la economía del carbono, del petróleo, del gas y del uranio, que resulta ser insostenible y contaminante.
Estas energías fósiles son “de élite”, suelen estar centralizadas, precisan enormes capitales para su proceso y comercialización, además de fuertes inversiones militares para garantizar su seguridad. Se han dado muchos conflictos por ellas y han generado un gran desequilibrio.
La energía nuclear “no puede ser una solución a largo plazo”, por motivos económicos y medioambientales. Los 408 reactores nucleares que hay en el mundo, están obsoletos en su mayoría, y haría falta invertir 2.000 millones de dólares en cada uno. Para que tuviera protagonismo la energía nuclear sería necesario construir dos centrales cada 30 días durante los próximos 60 años, según el economista. El país que más energía nuclear produce, Francia, necesita el 40% de sus reservas de agua para refrigerar las centrales nucleares. No parece viable pensando en las sequías que vendrán. Además, habrá déficit de uranio y, aunque se podría reconvertir en plutonio, su transporte generaría un problema de seguridad internacional por el terrorismo. Sin olvidar los residuos radiactivos para los cuales aún no hay una solución adecuada.
Sin embargo, hay energía renovable por todo el planeta. “Está en nuestro propio jardín”. Podemos acceder a las fuentes de energía solar, eólica, hidrológica y geotérmica, a los residuos agrícolas, forestales y basureros del mundo.
Igual que ahora compartimos información con Internet, si se reúne y almacena en forma de hidrógeno y se distribuye a través de redes eléctricas inteligentes, la energía renovable tiene potencial para ser compartida de igual a igual. Un tipo de economía verde y sostenible, una energía distribuida, descentralizada y global.
Antes de 20 años, asegura el experto, cada uno de los hogares, edificios y coches del planeta puede ser una central energética en sí, gracias a la producción propia de renovables y al almacenamiento en pilas y baterías de hidrógeno. Se generaría una red inteligente de energía, con un software que permitirá saber lo que consume cada electrodoméstico en tiempo real y volcará a la red el superávit energético para que se utilice en otras casas y en zonas donde hay menos fuentes de renovables. Es una idea, “imaginativa pero no utópica- defiende Rifkin- al igual que en Internet, podemos expandir una red mundial de intercambio energético y será horizontal, sin jerarquías que excluyan a los países en desarrollo”.
Como no siempre brilla el sol o hace viento, el agua también puede escasear por las sequías, la energía renovable es intermitente. Para funcionar con ella hay que almacenarla en forma de hidrógeno. Son las pilas de combustible alimentadas con este elemento las que garantizan un suministro fiable.
Por otro lado, parece recomendable gravar los consumos que perjudiquen el medio ambiente e incentivar políticas que lo beneficien. Los franceses, por ejemplo, subvencionan hasta con mil euros a quienes compran vehículos poco contaminantes y ponen tasas de hasta 2.600 euros cuando se adquieren automóviles que superan las emisiones de CO2 recomendadas en territorio europeo. Hasta 2020, Francia se propone subvencionar el aislamiento de las viviendas y elevar el porcentaje de energía solar, eólica y de biomasa desde el 12% actual hasta el 30%.
La lucha contra el cambio climático pasa por el final de los combustibles fósiles, el impulso de las energías renovables y la liberalización de la red energética para que nadie sea propietario de los recursos.
¿Estamos dispuestos a arriesgar nuestra extinción como especie para obtener unos años más del actual bienestar? No es una pregunta retórica, es cuestión de supervivencia, una oportunidad y un desafío.
- María José Atiénzar es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
Tras una revolución agrícola e hidrológica y el comienzo de la escritura se pasó a una revolución mecánica protagonizada por la imprenta, la máquina de vapor y el teléfono e impulsada por los combustibles fósiles. Ahora, según Rifkin, ha llegado el momento de dar un nuevo salto evolutivo basado en las energías renovables y en las comunicaciones instantáneas. Nos enfrentamos al final de la economía del carbono, del petróleo, del gas y del uranio, que resulta ser insostenible y contaminante.
Estas energías fósiles son “de élite”, suelen estar centralizadas, precisan enormes capitales para su proceso y comercialización, además de fuertes inversiones militares para garantizar su seguridad. Se han dado muchos conflictos por ellas y han generado un gran desequilibrio.
La energía nuclear “no puede ser una solución a largo plazo”, por motivos económicos y medioambientales. Los 408 reactores nucleares que hay en el mundo, están obsoletos en su mayoría, y haría falta invertir 2.000 millones de dólares en cada uno. Para que tuviera protagonismo la energía nuclear sería necesario construir dos centrales cada 30 días durante los próximos 60 años, según el economista. El país que más energía nuclear produce, Francia, necesita el 40% de sus reservas de agua para refrigerar las centrales nucleares. No parece viable pensando en las sequías que vendrán. Además, habrá déficit de uranio y, aunque se podría reconvertir en plutonio, su transporte generaría un problema de seguridad internacional por el terrorismo. Sin olvidar los residuos radiactivos para los cuales aún no hay una solución adecuada.
Sin embargo, hay energía renovable por todo el planeta. “Está en nuestro propio jardín”. Podemos acceder a las fuentes de energía solar, eólica, hidrológica y geotérmica, a los residuos agrícolas, forestales y basureros del mundo.
Igual que ahora compartimos información con Internet, si se reúne y almacena en forma de hidrógeno y se distribuye a través de redes eléctricas inteligentes, la energía renovable tiene potencial para ser compartida de igual a igual. Un tipo de economía verde y sostenible, una energía distribuida, descentralizada y global.
Antes de 20 años, asegura el experto, cada uno de los hogares, edificios y coches del planeta puede ser una central energética en sí, gracias a la producción propia de renovables y al almacenamiento en pilas y baterías de hidrógeno. Se generaría una red inteligente de energía, con un software que permitirá saber lo que consume cada electrodoméstico en tiempo real y volcará a la red el superávit energético para que se utilice en otras casas y en zonas donde hay menos fuentes de renovables. Es una idea, “imaginativa pero no utópica- defiende Rifkin- al igual que en Internet, podemos expandir una red mundial de intercambio energético y será horizontal, sin jerarquías que excluyan a los países en desarrollo”.
Como no siempre brilla el sol o hace viento, el agua también puede escasear por las sequías, la energía renovable es intermitente. Para funcionar con ella hay que almacenarla en forma de hidrógeno. Son las pilas de combustible alimentadas con este elemento las que garantizan un suministro fiable.
Por otro lado, parece recomendable gravar los consumos que perjudiquen el medio ambiente e incentivar políticas que lo beneficien. Los franceses, por ejemplo, subvencionan hasta con mil euros a quienes compran vehículos poco contaminantes y ponen tasas de hasta 2.600 euros cuando se adquieren automóviles que superan las emisiones de CO2 recomendadas en territorio europeo. Hasta 2020, Francia se propone subvencionar el aislamiento de las viviendas y elevar el porcentaje de energía solar, eólica y de biomasa desde el 12% actual hasta el 30%.
La lucha contra el cambio climático pasa por el final de los combustibles fósiles, el impulso de las energías renovables y la liberalización de la red energética para que nadie sea propietario de los recursos.
¿Estamos dispuestos a arriesgar nuestra extinción como especie para obtener unos años más del actual bienestar? No es una pregunta retórica, es cuestión de supervivencia, una oportunidad y un desafío.
- María José Atiénzar es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/de/node/124769
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