Elecciones en España 2008: Una campaña que empezó hace cuatro años
07/03/2008
- Opinión
En 2004, cuando el Partido Popular, PP, vio que había perdido unas elecciones que imaginó como un paseo, entró en shock. Creyendo que el poder le pertenecía, decidió negar la realidad, construyó una teoría de la conspiración y se vistió con un atuendo de guerra verbal con el que se ha lucido desde entonces.
El atentado en Madrid del 11 de marzo de 2004, con casi 3000 heridos y 192 muertos golpeó a una España que pensaba que la intervención en Iraq tenía que ver con ese mazazo. Pero eso no fue un criterio para castigar al Gobierno que nos había introducido en lo peor del primer mundo. La madurez de la democracia española empezaba a no soportar las mentiras de los gobernantes. Lo intolerable no fue solamente que unos locos acabaran con tantas vidas en unos trenes populares de cercanías llenos de trabajadores y estudiantes. Consternados pero lúcidos, lo que no pudimos perdonar fue que nuestro Presidente, nuestros Ministros, nuestros gobernantes quisieran engañarnos diciéndonos que había sido ETA para así ganar más votos.
El atentado fue un jueves y el PP suspendió la campaña electoral unilateralmente; el viernes convocó sin consensuarlo a una manifestación contra el terrorismo y por la constitución (pese a que la reforma constitucional formaba parte de la disputa electoral). El sábado era jornada de reflexión y no había espacio para mensajes. El domingo se iría a votar informados a través de unos medios que insistían con la mentira de que había sido la banda terrorista ETA.
Una manifestación delante de la sede del PP concentró a cientos de personas que gritaban: “queremos la verdad antes de votar”. Las televisiones extranjeras apostadas en el cuartel general del PP, aburridas a la espera del día siguiente, empezaron a informar de la protesta. Antes de las 11 de la noche, el Ministro del Interior tuvo que reconocer que había sido Al Qaeda. Unos centenares de miles, que no iban a votar o iban a hacerlo por Izquierda Unida, decidieron apoyar al Partido Socialista Obrero Español, PSOE, para terminar con los tramposos. Se unieron a los que ya habían decidido votar a los socialistas por la gestión popular del hundimiento del petrolero Prestige, por la huelga general, por la guerra de Iraq, por las manifestaciones estudiantiles, por el plan hidrológico nacional, por la manipulación televisiva, por la corrupción, por la gestión autoritaria…
El PP nunca aceptó el resultado y empezó a usar todo tipo de estratagemas –salvo las violentas- para tumbar al gobierno. El “todo vale” se convirtió en el manual del candidato. Aznar decía que la lucha contra Al Qaeda empezó en con Felipe II en Lepanto; Rajoy decía a Zapatero que era directamente responsable de las víctimas de ETA; la iglesia, pese al trato de favor recibido por el PSOE, señalaba a la izquierda como responsable de la Sodoma y Gomorra en la que se había convertido la patria de Torquemada; y la política exterior, estaba dilapidando la heroica gesta de la conquista, logrando ahora que los ayer súbditos estuvieran ahora respondones y exigentes, incluso con su majestuosa majestad el rey de España. Y en esas ha estado hasta hoy, cuatro años después, cuando de nuevo va a perder las elecciones por no querer aprender las normas básicas del diálogo democrático.
El PSOE acude a las elecciones con un bagaje gris. La noche electoral, Zapatero dijo que sabía que había ganado con los votos prestados de la izquierda. “No os fallaré”, gritó desde la sede del PSOE en la noche de las elecciones. Como en las novelas de Grahan Green, ni ha defraudado ni ha hecho volar, esto es, ni se ha emparentado con la derecha o sus políticas como hizo Felipe González ni ha gobernado desde la izquierda. Con una derecha montaraz, con una iglesia tridentina, con la izquierda desaparecida de Europa o la derecha gobernando histriónicamente en Francia, casi cualquier cosa pasa por izquierdista. Cierto es que se han hecho cosas, precisamente desde la siniestra política.
Con el apoyo de Izquierda Unida, el PSOE sacó a las tropas de Iraq y ha pasado por esta legislatura leyes de claro contenido progresista: la ley de dependencia (para los enfermos que necesitan cuidados domésticos); la ley de igualdad (para las mujeres, preteridas, maltratadas, asesinadas aún en España), la ley de matrimonios homosexuales (que permite la adopción a parejas gay), la ley de Memoria histórica (para recordar y resarcir, aunque pobremente, a los demócratas que se opusieron a Franco). Pero con el apoyo de la derecha ha gobernado la economía, el mantenimiento de las desigualdades sociales, el desempleo o la precariedad laboral, las relaciones exteriores, la sumisión a los Estados Unidos (vuelos de la CIA a Guantánamo) o el intercambio de las tropas de Iraq por su envío a Afganistán.
El PP, con su estrategia de crispación, ha mantenido alto su suelo electoral. La transición dejó indemne a la única derecha de Europa que no ha pedido perdón por su pasado fascista. Pero ese mismo suelo se ha convertido en un techo infranqueable, especialmente porque no hay ni un solo partido del arco parlamentario dispuesto a gobernar con el PP. La economía no ha golpeado en España tanto como esperaba la derecha. La crisis de las hipotecas en EEUU, la recesión que afecta a algunos países europeos, la subida de los precios internacionales de alimentos no ha sumido al país en la crisis. Las reservas internacionales son muy altas y se sigue creciendo por encima de la media europea. La inflación, el desempleo y la crisis del frenazo en la construcción no han tenido tiempo suficiente como para crear una sensación de amenaza. Al contrario, han dejado la idea de que sería más peligroso que una desaceleración económica la gobernase la derecha, más amiga, al menos en la teoría, de los ajustes y las terapias de choque. Por eso, la derecha ha decidido bajar a la arena electoral temas del bajo vientre, con el fin de movilizar a los votantes socialistas golpeados por el modelo neoliberal.
Como en Francia hizo Sarkozy, Rajoy ha disparado contra los inmigrantes, intentando crear un escenario de criminalización de los casi 4 millones de extranjeros que viven en España. La imagen no ha podido ser más terrible: acusados de un uso abusivo de la enseñanza y la sanidad pública, responsables de lapidar mujeres, de ablaciones constantes de clítoris, de la poligamia, potenciales islamistas radicales…Los inmigrantes deberán, si gana el PP, firmar un contrato asumiendo las “costumbres españolas”, algo que, a fecha de hoy, no se ha aclarado qué significa. En la misma espiral, se ha pedido rebajar la edad penal para los menores de 12 años o se acusa directamente al Gobierno de estar detrás del asesinato de mujeres por parejas descerebradas.
Esta estrategia del miedo se ha acompañado del discurso tradicional de la derecha franquista: “España se rompe y, por si fuera poco, se pacta con los separatistas y los violentos”. La verdad es que la existencia de la banda criminal ETA, más cercana a las FARC que al IRA –y debiera explicar por qué-, no ayuda a la sensatez ni a construir la España, republicana, federal y plurinacional. Seguir poniendo bombas en la Europa del siglo XXI, es una señal de demencia de la que se queja hasta el otrora sector duro de ETA (los presos). Pero el discurso apocalíptico del PP no hace sino articular un voto del miedo con el que es difícil discutir.
El tercer gran asunto está en que la campaña tiene dos problemas añadidos y relacionados que rebajan la calidad democrática: la construcción falsa de un sistema bipartidista y la concentración inaudita de la campaña en los medios de comunicación (especialmente las televisiones), grandes privatizadores de la esfera pública, lo que alimenta esa cartelización política donde parece que sólo existen un PSOE y un PP, enemigos a muerte que sin embargo, han votado conjuntamente decenas de leyes en los pasados cuatro años y que comparten los elementos esenciales del sistema. El ninguneo a Izquierda Unida, tercera fuerza política del país con 1.300.000 votos -si bien la sexta fuerza en el Parlamento por culpa de una ley electoral que viene del franquismo- reduce mucho colorido a la campaña en el ámbito estatal –en las Comunidades Autónomas están los partidos nacionalistas-, al tiempo que impide el debate central que se dilucidará después del 9 de marzo: ¿con quién va a gobernar el PSOE los próximos cuatro años?
Esto es así porque si bien todo apunta a una victoria clara de los socialistas, parece también claro que no alcanzarán la mayoría absoluta, por lo que necesitará el apoyo parlamentario bien de IU –en caso de alcanzarse la mayoría absoluta con su horquilla entre 4 y 7 escaños- o de los nacionalistas de derecha de Convergencia i Unió. Los resultados serán radicalmente diferentes en uno u otro caso. El Presidente Zapatero ya ha dejado caer su preferencia por IU, sin olvidar que el pacto con CiU pondría en peligro el gobierno tripartito en Cataluña (donde CiU está en la oposición). Pero nada está escrito, sobre todo porque un sector del PSOE, históricamente anticomunista, siempre prefiere el acuerdo moderado con los nacionalistas que permitir a Izquierda Unida demostrar sus cualidades en el Gobierno de España.
Aun siendo cierto que la actitud del PP da miedo a amplios sectores de la población española –aún más por el voto duro que han demostrado poseer-, no deja de ser menos verdad que el PP perdió las elecciones de 2008 en 2004, cuando en vez de aceptar el resultado electoral empezó a comportarse como aprendices de golpistas, jaleados por algunos periódicos falsarios y la emisora radial de los obispos, altavoz diario de anatemas y diatribas contra lo que no sea la condena al quinto infierno de la izquierda. No parece haber duda de que el PSOE va a ganar las elecciones y el PP tendrá la necesidad de volver a recuperar el centrismo al que renunció Aznar tras la victoria absoluta en 2000.
El sector de derecha moderna del PP, expulsado de las listas por la extrema derecha que monopoliza el discurso y las prácticas del PP, espera ese momento (Gallardón, Rato, Piqué). Izquierda Unida espera poder ser necesaria para inaugurar un gobierno inédito en España (PSOE junto a una fuerza de izquierdas de ámbito estatal), aunque el bipartidismo mediático y las peleas internas sempiternas dificultan el crecimiento. Los nacionalistas saben que estas elecciones no son su momento y sólo esperan mantenerse en buena forma. Y el PSOE, con cierto triunfalismo, espera a ver si repetirá lo del violín (que se coge con la izquierda y se toca con la derecha) o se atreve a dejarse empujar hacia esos presupuestos críticos con el sistema que abandonó Felipe González, de la transición haciéndole merecedor de abandonar también en sus siglas la O de obrero y la S de socialista.
Juan Carlos Monedero
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
El atentado en Madrid del 11 de marzo de 2004, con casi 3000 heridos y 192 muertos golpeó a una España que pensaba que la intervención en Iraq tenía que ver con ese mazazo. Pero eso no fue un criterio para castigar al Gobierno que nos había introducido en lo peor del primer mundo. La madurez de la democracia española empezaba a no soportar las mentiras de los gobernantes. Lo intolerable no fue solamente que unos locos acabaran con tantas vidas en unos trenes populares de cercanías llenos de trabajadores y estudiantes. Consternados pero lúcidos, lo que no pudimos perdonar fue que nuestro Presidente, nuestros Ministros, nuestros gobernantes quisieran engañarnos diciéndonos que había sido ETA para así ganar más votos.
El atentado fue un jueves y el PP suspendió la campaña electoral unilateralmente; el viernes convocó sin consensuarlo a una manifestación contra el terrorismo y por la constitución (pese a que la reforma constitucional formaba parte de la disputa electoral). El sábado era jornada de reflexión y no había espacio para mensajes. El domingo se iría a votar informados a través de unos medios que insistían con la mentira de que había sido la banda terrorista ETA.
Una manifestación delante de la sede del PP concentró a cientos de personas que gritaban: “queremos la verdad antes de votar”. Las televisiones extranjeras apostadas en el cuartel general del PP, aburridas a la espera del día siguiente, empezaron a informar de la protesta. Antes de las 11 de la noche, el Ministro del Interior tuvo que reconocer que había sido Al Qaeda. Unos centenares de miles, que no iban a votar o iban a hacerlo por Izquierda Unida, decidieron apoyar al Partido Socialista Obrero Español, PSOE, para terminar con los tramposos. Se unieron a los que ya habían decidido votar a los socialistas por la gestión popular del hundimiento del petrolero Prestige, por la huelga general, por la guerra de Iraq, por las manifestaciones estudiantiles, por el plan hidrológico nacional, por la manipulación televisiva, por la corrupción, por la gestión autoritaria…
El PP nunca aceptó el resultado y empezó a usar todo tipo de estratagemas –salvo las violentas- para tumbar al gobierno. El “todo vale” se convirtió en el manual del candidato. Aznar decía que la lucha contra Al Qaeda empezó en con Felipe II en Lepanto; Rajoy decía a Zapatero que era directamente responsable de las víctimas de ETA; la iglesia, pese al trato de favor recibido por el PSOE, señalaba a la izquierda como responsable de la Sodoma y Gomorra en la que se había convertido la patria de Torquemada; y la política exterior, estaba dilapidando la heroica gesta de la conquista, logrando ahora que los ayer súbditos estuvieran ahora respondones y exigentes, incluso con su majestuosa majestad el rey de España. Y en esas ha estado hasta hoy, cuatro años después, cuando de nuevo va a perder las elecciones por no querer aprender las normas básicas del diálogo democrático.
El PSOE acude a las elecciones con un bagaje gris. La noche electoral, Zapatero dijo que sabía que había ganado con los votos prestados de la izquierda. “No os fallaré”, gritó desde la sede del PSOE en la noche de las elecciones. Como en las novelas de Grahan Green, ni ha defraudado ni ha hecho volar, esto es, ni se ha emparentado con la derecha o sus políticas como hizo Felipe González ni ha gobernado desde la izquierda. Con una derecha montaraz, con una iglesia tridentina, con la izquierda desaparecida de Europa o la derecha gobernando histriónicamente en Francia, casi cualquier cosa pasa por izquierdista. Cierto es que se han hecho cosas, precisamente desde la siniestra política.
Con el apoyo de Izquierda Unida, el PSOE sacó a las tropas de Iraq y ha pasado por esta legislatura leyes de claro contenido progresista: la ley de dependencia (para los enfermos que necesitan cuidados domésticos); la ley de igualdad (para las mujeres, preteridas, maltratadas, asesinadas aún en España), la ley de matrimonios homosexuales (que permite la adopción a parejas gay), la ley de Memoria histórica (para recordar y resarcir, aunque pobremente, a los demócratas que se opusieron a Franco). Pero con el apoyo de la derecha ha gobernado la economía, el mantenimiento de las desigualdades sociales, el desempleo o la precariedad laboral, las relaciones exteriores, la sumisión a los Estados Unidos (vuelos de la CIA a Guantánamo) o el intercambio de las tropas de Iraq por su envío a Afganistán.
El PP, con su estrategia de crispación, ha mantenido alto su suelo electoral. La transición dejó indemne a la única derecha de Europa que no ha pedido perdón por su pasado fascista. Pero ese mismo suelo se ha convertido en un techo infranqueable, especialmente porque no hay ni un solo partido del arco parlamentario dispuesto a gobernar con el PP. La economía no ha golpeado en España tanto como esperaba la derecha. La crisis de las hipotecas en EEUU, la recesión que afecta a algunos países europeos, la subida de los precios internacionales de alimentos no ha sumido al país en la crisis. Las reservas internacionales son muy altas y se sigue creciendo por encima de la media europea. La inflación, el desempleo y la crisis del frenazo en la construcción no han tenido tiempo suficiente como para crear una sensación de amenaza. Al contrario, han dejado la idea de que sería más peligroso que una desaceleración económica la gobernase la derecha, más amiga, al menos en la teoría, de los ajustes y las terapias de choque. Por eso, la derecha ha decidido bajar a la arena electoral temas del bajo vientre, con el fin de movilizar a los votantes socialistas golpeados por el modelo neoliberal.
Como en Francia hizo Sarkozy, Rajoy ha disparado contra los inmigrantes, intentando crear un escenario de criminalización de los casi 4 millones de extranjeros que viven en España. La imagen no ha podido ser más terrible: acusados de un uso abusivo de la enseñanza y la sanidad pública, responsables de lapidar mujeres, de ablaciones constantes de clítoris, de la poligamia, potenciales islamistas radicales…Los inmigrantes deberán, si gana el PP, firmar un contrato asumiendo las “costumbres españolas”, algo que, a fecha de hoy, no se ha aclarado qué significa. En la misma espiral, se ha pedido rebajar la edad penal para los menores de 12 años o se acusa directamente al Gobierno de estar detrás del asesinato de mujeres por parejas descerebradas.
Esta estrategia del miedo se ha acompañado del discurso tradicional de la derecha franquista: “España se rompe y, por si fuera poco, se pacta con los separatistas y los violentos”. La verdad es que la existencia de la banda criminal ETA, más cercana a las FARC que al IRA –y debiera explicar por qué-, no ayuda a la sensatez ni a construir la España, republicana, federal y plurinacional. Seguir poniendo bombas en la Europa del siglo XXI, es una señal de demencia de la que se queja hasta el otrora sector duro de ETA (los presos). Pero el discurso apocalíptico del PP no hace sino articular un voto del miedo con el que es difícil discutir.
El tercer gran asunto está en que la campaña tiene dos problemas añadidos y relacionados que rebajan la calidad democrática: la construcción falsa de un sistema bipartidista y la concentración inaudita de la campaña en los medios de comunicación (especialmente las televisiones), grandes privatizadores de la esfera pública, lo que alimenta esa cartelización política donde parece que sólo existen un PSOE y un PP, enemigos a muerte que sin embargo, han votado conjuntamente decenas de leyes en los pasados cuatro años y que comparten los elementos esenciales del sistema. El ninguneo a Izquierda Unida, tercera fuerza política del país con 1.300.000 votos -si bien la sexta fuerza en el Parlamento por culpa de una ley electoral que viene del franquismo- reduce mucho colorido a la campaña en el ámbito estatal –en las Comunidades Autónomas están los partidos nacionalistas-, al tiempo que impide el debate central que se dilucidará después del 9 de marzo: ¿con quién va a gobernar el PSOE los próximos cuatro años?
Esto es así porque si bien todo apunta a una victoria clara de los socialistas, parece también claro que no alcanzarán la mayoría absoluta, por lo que necesitará el apoyo parlamentario bien de IU –en caso de alcanzarse la mayoría absoluta con su horquilla entre 4 y 7 escaños- o de los nacionalistas de derecha de Convergencia i Unió. Los resultados serán radicalmente diferentes en uno u otro caso. El Presidente Zapatero ya ha dejado caer su preferencia por IU, sin olvidar que el pacto con CiU pondría en peligro el gobierno tripartito en Cataluña (donde CiU está en la oposición). Pero nada está escrito, sobre todo porque un sector del PSOE, históricamente anticomunista, siempre prefiere el acuerdo moderado con los nacionalistas que permitir a Izquierda Unida demostrar sus cualidades en el Gobierno de España.
Aun siendo cierto que la actitud del PP da miedo a amplios sectores de la población española –aún más por el voto duro que han demostrado poseer-, no deja de ser menos verdad que el PP perdió las elecciones de 2008 en 2004, cuando en vez de aceptar el resultado electoral empezó a comportarse como aprendices de golpistas, jaleados por algunos periódicos falsarios y la emisora radial de los obispos, altavoz diario de anatemas y diatribas contra lo que no sea la condena al quinto infierno de la izquierda. No parece haber duda de que el PSOE va a ganar las elecciones y el PP tendrá la necesidad de volver a recuperar el centrismo al que renunció Aznar tras la victoria absoluta en 2000.
El sector de derecha moderna del PP, expulsado de las listas por la extrema derecha que monopoliza el discurso y las prácticas del PP, espera ese momento (Gallardón, Rato, Piqué). Izquierda Unida espera poder ser necesaria para inaugurar un gobierno inédito en España (PSOE junto a una fuerza de izquierdas de ámbito estatal), aunque el bipartidismo mediático y las peleas internas sempiternas dificultan el crecimiento. Los nacionalistas saben que estas elecciones no son su momento y sólo esperan mantenerse en buena forma. Y el PSOE, con cierto triunfalismo, espera a ver si repetirá lo del violín (que se coge con la izquierda y se toca con la derecha) o se atreve a dejarse empujar hacia esos presupuestos críticos con el sistema que abandonó Felipe González, de la transición haciéndole merecedor de abandonar también en sus siglas la O de obrero y la S de socialista.
Juan Carlos Monedero
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/de/node/126196
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