Travesía

23/03/2008
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¿Quién salta aún de alegría infantil el domingo de Pascua y esconde huevos de chocolate en el jardín? Todavía queda en nosotros una perenne edad de la inocencia.
La ternura declara la veracidad del amor, subraya Milan Kundera. Lugar recóndito en el que evocamos, nostálgicos, las misas del domingo, las procesiones tras las andas rodeadas de velas, el toque salvífico del agua bendita, el silencio acogedor de iglesias que el gótico no tuvo vergüenza de diseñar como vulvas estilizadas.

¡Jesús resucitó!, celebra esta fiesta de aleluyas. Aunque la razón no alcance a comprender la dimensión del hecho pascual, la intuición capta la crisis de la modernidad y nos lleva a un mundo sin misterios ni enigmas. Mundo sombrío, en el que los muertos se sobreponen a los vivos.

Hasta la llegada del Iluminismo la inteligencia rezumaba incienso. Copérnico y Galileo descifraron la armonía de la naturaleza como reflejo del Creador, y Newton dirigió sus cálculos por las manecillas de los relojes de las catedrales. Después el diluvio inundó los claustros. La razón irrumpió soberana, relegando a la categoría de superfluo todo cuanto no fuese mensurable. Entonces afloró el misterio.

¿Para qué sirven las preguntas cuando se cree tener todas las respuestas? Voltaire y los enciclopedistas se atrevieron a secularizar la inteligencia y más tarde Baudelaire y Rimbaud tantearon ávidos en busca de un Dios capaz de aplacarles la sed de Absoluto. Dostoyevski se revistió de la figura emblemática de Jesús, despojó a sus monjes de los hábitos eclesiásticos, les abrió de par en par el alma atormentada por los demonios de la duda.

Nietzsche recibió el fuego de los dioses e incendió de libertad el espíritu humano. Sartre proclamó que el infierno son los otros y erigió el absurdo de la muerte en acto final que despojó a la vida de cualquier sentido.

Entre angustias y utopías, el siglo pasado estuvo marcado también por el enigma Jesús. Corazones y mentes lo acogieron como paradigma: Claudel, Simone Weil, François Mauriac, Chesterton, Péguy, Graham Green, Albert Schweitzer, etc. Y en Brasil Murilo Mendes, Sobral Pinto, Gustavo Corçao, Tristao de Ataide, Hélio Pellegrino, etc.

Hoy ya no atribularían pavores trascendentales el alma poética de un William Blake. Entre tanta miseria se esfuma el encanto. Jesús es Dios que se hace hombre, y de hombre llegó a ser pan. Padre nuestro / pan nuestro. Esta concretez asusta. La fe cristiana no proclama la resurrección del alma sino ‘de la carne’. Jesús no es una figura del Olimpo griego enaltecida por la fuerza irreprimible de la literatura. Es el judío crucificado por razones político-religiosas en la Palestina del siglo 1º, y cuyas apariciones como resucitado contradicen las reglas de la ficción literaria. ¿Qué autor crearía un personaje inmortal con llagas en las manos y deseo de comida? Las narraciones evangélicas son, técnicamente, descripciones de un hecho subjetivo. A la luz de la fe, proclamación de que Jesús es el Cristo.

Antes de caer en manos de la represión que lo asesinó, Jesús se hizo comida y bebida. Poeta y profeta, dominaba el lenguaje realista de los símbolos. He aquí el desafío actual a la inquietud de la inteligencia. El pan repartido pasa a ser cuerpo divino; el vino compartido, alianza hecha con sangre y preanuncio de fiesta sin fin. El Dios de Jesús no es un viejo Narciso en busca de adoradores ni un verdugo airado con los pecadores. Es Abba, el padre amoroso (“más madre que padre”, diría Juan Pablo 2º), cuyo don mayor es la vida.

Ya no tenemos aquellas largas guerras que inquietaron a espíritus como Tolstoi y Camus; lo que vemos, de Bagdad a Guantánamo, es escabroso comparado con la ingeniería marcial de los ejércitos en conflicto: la senda hacia el futuro sembrada de cuerpos degradados y hambrientos. Hoy se tropieza en la calle con seres rebajados en su dignidad. Todos los discursos oficiales y todos los ajustes fiscales ofenden la condición humana para exaltar la concentración del lucro e ignoran el compartir la vida. En su hipocresía el sistema salva su aura cristiana y excluye el pan. La metafísica monetarista estabiliza monedas y desestabiliza familias; reduce la inflación y aumenta la miseria; socorre a los bancos y multiplica el desempleo; abraza el mercado y desprecia el derecho a la vida –y vida en abundancia, para todos.

Ahora la globalización despolitiza, el esoterismo desculpabiliza y el consumismo individualiza. Libres de ideologías mesiánicas, de culpas aterrorizantes y de altruismo colectivo, estamos a la deriva en este comienzo de siglo, cuyas pitonisas proclaman que “la historia terminó”.

Pascua es travesía; también para una ética política, que vuelva el pan accesible a cada boca y el vino alegría para cada alma. Somos nosotros quienes, en vida, necesitamos resucitar las potencialidades del espíritu, premisas y promesas de una verdadera dignidad humana. En una mezcla de Marcel Proust y El cazador del arca perdida, necesitamos urgentemente emprender la búsqueda de la conciencia perdida, en que la solidaria indignación contra las injusticias tome el aspecto de magdalenas apetitosas. En caso contrario seremos engullidos por esos simulacros de pirámide -los centros comerciales- que al menos tienen la estructura para contarle a la posteridad cuán grande fue la pobreza de espíritu de una generación que tenía, como suprema ambición, media docena de cachivaches electrónicos.

- Frei Betto es escritor, autor de “Trece cuentos diabólicos y uno angelical”, entre otros libros.
https://www.alainet.org/de/node/126466?language=es
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