Las “treguas” de Hamas
19/06/2008
- Opinión
En 1994, Yasser Arafat se fijó como objetivo prioritario negociar una tregua con el Movimiento de Resistencia Islámica – Hamas. El entonces líder de la OLP y futuro Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) estaba persuadido de que la convivencia entre las principales corrientes de la sociedad palestina sólo se podía conseguir sellando las paces con el núcleo duro de la resistencia islámica, es decir, con los detractores de los Acuerdos de Oslo y de la llamada “vergonzosa traición de Washington”.
Sin embargo, los radicales de Hamas se negaron al diálogo, supeditando los posibles contactos a una gigantesca ‘operación limpieza’ en el seno de la Autoridad, destinada a eliminar a los elementos corruptos que gravitaban en la órbita de Arafat.
Pero la ideología de ambas organizaciones parecían irreconciliables; mientras la OLP defendía el diálogo con Tel Aviv y la creación de un Estado palestino en los confines con Israel, el programa político de Hamas contemplaba el establecimiento de una entidad nacional islámica en el territorio de la Palestina histórica, lo que implicaba la desaparición de facto del Estado judío.
Israel aprovechó la virulenta retórica del Movimiento de Resistencia Islámica para justificar sus reticencias ante un proceso negociador que “difícilmente podría desembocar en acuerdos de paz duradera”. La violencia desencadenada por los radicales de Hamas a partir de octubre de 1994 llevó agua al molino de los ‘halcones’ hebreos. Curiosamente, los atentados de los “grupúsculos incontrolados” coincidían con los relativamente escasos períodos de fluidez de las consultas israelo-palestinas. De este modo, los radicales islámicos llegaron a imponer el ritmo de las negociaciones, a neutralizar cualquier intento de diálogo.
Durante más de una década, Hamas se limitó a reflejar el ‘lado oscuro’ del carácter palestino. Los políticos israelíes se limitaron a esgrimir la ‘amenaza terrorista’ proveniente de los territorios palestinos. La pantomima finalizó con la victoria de Hamas en las elecciones generales de 2006, convirtiéndose en los dueños y señores de la Franja de Gaza y de numerosos poblados de Cisjordania.
Curiosamente, el presidente Mahmud Abbas parecía a su vez dispuesto a negociar una tregua con los radicales islámicos, pero sus iniciativas tropezaron con el “no hay que dialogar con los terroristas de Hamas” del Gobierno israelí.
Sin embargo, las sanciones económicas impuestas por la comunidad internacional a petición de Tel Aviv no derrocaron al Gobierno islamista de Ismael Haniye. Al contrario, provocaron una reacción de rechazo en el seno de la sociedad palestina, que llegó a identificarse con el movimiento islámico. No hay que extrañarse, pues, del apoyo popular al golpe que desalojó a las milicias de Al Fatah de la populosa Franja de Gaza. Ni del éxito del operativo lanzado hace unos meses, cuando el Ejecutivo de Hamas avaló la espectacular invasión pacífica de los habitantes de la Franja en el territorio egipcio.
Los disparos de cohetes de fabricación casera contra las localidades limítrofes de Israel acabaron con la paciencia de los estrategas hebreos. En efecto, las ineficaces incursiones del ejército israelí en Gaza llegaron a provocar desconcierto en Tel Aviv. Al malestar de los militares se sumaron, con el paso del tiempo, el deseo de Estados Unidos de solucionar de un plumazo el conflicto, la voluntad de Siria de mejorar sus relaciones con Washington mediante un acuerdo de paz con el Estado judío, los intentos de Hezbollah de legitimar su poderío en Líbano a través del reconocimiento internacional y el deseo del Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, de eludir su destitución por acusaciones de corrupción merced a una ofensiva diplomática.
Mientras para los vecinos de Israel la última etapa de George W. Bush en la Casa Blanca ofrece la oportunidad de mejorar in extremis las relaciones con los Estados Unidos, para el Gabinete Olmert ello presupone la posibilidad de negociar un importante canje de prisioneros tanto con Hamas como con Hezbollah y de reanudar los contactos con algunas capitales árabes – Damasco, Beirut – que conviene ‘neutralizar’ en previsión de un hipotético operativo bélico contra Irán.
En este contexto, la ‘tregua’ entre Israel y Hamas negociada por los intermediarios egipcios adquiere otras dimensiones. No se trata sólo de aliviar las condiciones de vida del millón y medio de pobladores de la Franja, sino de eliminar obstáculos molestos para poder concentrarse en el objetivo fijado por Ariel Sharon en los últimos meses de su Gobierno: la destrucción del potencial nuclear persa.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Sin embargo, los radicales de Hamas se negaron al diálogo, supeditando los posibles contactos a una gigantesca ‘operación limpieza’ en el seno de la Autoridad, destinada a eliminar a los elementos corruptos que gravitaban en la órbita de Arafat.
Pero la ideología de ambas organizaciones parecían irreconciliables; mientras la OLP defendía el diálogo con Tel Aviv y la creación de un Estado palestino en los confines con Israel, el programa político de Hamas contemplaba el establecimiento de una entidad nacional islámica en el territorio de la Palestina histórica, lo que implicaba la desaparición de facto del Estado judío.
Israel aprovechó la virulenta retórica del Movimiento de Resistencia Islámica para justificar sus reticencias ante un proceso negociador que “difícilmente podría desembocar en acuerdos de paz duradera”. La violencia desencadenada por los radicales de Hamas a partir de octubre de 1994 llevó agua al molino de los ‘halcones’ hebreos. Curiosamente, los atentados de los “grupúsculos incontrolados” coincidían con los relativamente escasos períodos de fluidez de las consultas israelo-palestinas. De este modo, los radicales islámicos llegaron a imponer el ritmo de las negociaciones, a neutralizar cualquier intento de diálogo.
Durante más de una década, Hamas se limitó a reflejar el ‘lado oscuro’ del carácter palestino. Los políticos israelíes se limitaron a esgrimir la ‘amenaza terrorista’ proveniente de los territorios palestinos. La pantomima finalizó con la victoria de Hamas en las elecciones generales de 2006, convirtiéndose en los dueños y señores de la Franja de Gaza y de numerosos poblados de Cisjordania.
Curiosamente, el presidente Mahmud Abbas parecía a su vez dispuesto a negociar una tregua con los radicales islámicos, pero sus iniciativas tropezaron con el “no hay que dialogar con los terroristas de Hamas” del Gobierno israelí.
Sin embargo, las sanciones económicas impuestas por la comunidad internacional a petición de Tel Aviv no derrocaron al Gobierno islamista de Ismael Haniye. Al contrario, provocaron una reacción de rechazo en el seno de la sociedad palestina, que llegó a identificarse con el movimiento islámico. No hay que extrañarse, pues, del apoyo popular al golpe que desalojó a las milicias de Al Fatah de la populosa Franja de Gaza. Ni del éxito del operativo lanzado hace unos meses, cuando el Ejecutivo de Hamas avaló la espectacular invasión pacífica de los habitantes de la Franja en el territorio egipcio.
Los disparos de cohetes de fabricación casera contra las localidades limítrofes de Israel acabaron con la paciencia de los estrategas hebreos. En efecto, las ineficaces incursiones del ejército israelí en Gaza llegaron a provocar desconcierto en Tel Aviv. Al malestar de los militares se sumaron, con el paso del tiempo, el deseo de Estados Unidos de solucionar de un plumazo el conflicto, la voluntad de Siria de mejorar sus relaciones con Washington mediante un acuerdo de paz con el Estado judío, los intentos de Hezbollah de legitimar su poderío en Líbano a través del reconocimiento internacional y el deseo del Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, de eludir su destitución por acusaciones de corrupción merced a una ofensiva diplomática.
Mientras para los vecinos de Israel la última etapa de George W. Bush en la Casa Blanca ofrece la oportunidad de mejorar in extremis las relaciones con los Estados Unidos, para el Gabinete Olmert ello presupone la posibilidad de negociar un importante canje de prisioneros tanto con Hamas como con Hezbollah y de reanudar los contactos con algunas capitales árabes – Damasco, Beirut – que conviene ‘neutralizar’ en previsión de un hipotético operativo bélico contra Irán.
En este contexto, la ‘tregua’ entre Israel y Hamas negociada por los intermediarios egipcios adquiere otras dimensiones. No se trata sólo de aliviar las condiciones de vida del millón y medio de pobladores de la Franja, sino de eliminar obstáculos molestos para poder concentrarse en el objetivo fijado por Ariel Sharon en los últimos meses de su Gobierno: la destrucción del potencial nuclear persa.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/de/node/128257?language=es
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