Lo malo y lo bueno

30/10/2008
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  • Opinión
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Sin perder la conciencia de lo tremendo de la situación nacional, donde la grosera concentración de la riqueza ha ocasionado que Guatemala ocupe, en el continente, el segundo lugar entre los países más desiguales; el 67.5% de las fincas miden un máximo de dos manzanas, mientras que el 1.9% posee el 56.6% de las tierras cultivables; y el 49% de los niños de uno a 5 años sufre desnutrición crónica, cifra que se eleva a 59% en las poblaciones indígenas, lo cual los marca para toda la vida en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Sin olvidar el drama que significa ocupar el séptimo lugar en el mundo en casos de raquitismo infantil, después de Nepal, Sudán y Etiopía; ni a los 26 mil deportados que dejan en total desamparo a sus familias que dependían de las remesas y que ahora pasan a ser parte de los 900 millones de personas que no cuentan con medios para alimentarse en el mundo.

Teniendo presente la cantidad de niños (as) que trabajan, cuando su lugar es la escuela, situación que repercute en nuestro desarrollo, ya que sin educación no hay competitividad posible, frente a la globalización; sin solidaridad, lo que afecta a los más pobres y se traduce en un proceso continuo de inequidades, desigualdad e injusticias múltiples.

Además de esta situación de miseria y de vulnerabilidad extrema en que se encuentran las mayorías, la inseguridad es algo que resiente toda la sociedad, por muy pobre o rica que sea. Expresión de esta desesperación son los linchamientos ocurridos en las comunidades, donde los linchados igual son ladronzuelos de gallinas, policías sorprendidos “robando cebollas” o bien secuestradores y extorsionistas.

Los reiterados llamados de la Iglesia Católica al Gobierno, para evitar la debacle, son conmovedores, evidencian que el país, en gran medida, está tomado por poderes paralelos que actúan con libertad e impunidad y tienen postrada a la población. Los delincuentes están libres, y las personas honradas están presas en sus moradas, sean humildes o majestuosas; el efecto del temor a ser víctima de desalmados delincuentes es el mismo para todos y todas, aunque algunos puedan pagarse seguridad privada.
Sin embargo, en medio de este drama, también hay aspectos positivos que es justo valorar, comenzando por las masas de trabajadores (as) que día a día ponen su fuerza de trabajo a cambio de un sueldo, a veces simbólico y muy por debajo de sus necesidades, ya sea en la economía formal o informal, pero llevan el sustento a sus hogares.

Hay que destacar igualmente la labor de quienes, sin esperar nada a cambio, se dedican a los necesitados; el entusiasmo de los artistas, compositores, músicos, bailarines, payasos sociales y otros que nos regalan su talento para mitigar nuestras tribulaciones. Es justo reconocer la creatividad de quienes, en un justo rescate de nuestras tradiciones, han organizado actividades culturales y festivales que no solo aportan al arte y a la historia, sino que son un soporte para nuestro espíritu, que junto a nuestro cuerpo arrastra sufrimientos propios y ajenos.

La academia, con tantas deficiencias y limitaciones, hace su esfuerzo con investigaciones y análisis, que, aunque insuficientes, son una contribución que el Estado debería aprovechar.

Por eso, atribulados con los males que sufrimos, no podemos olvidar los valores que tenemos y nuestras potencialidades para triunfar.

Guatemala, 29 de octubre de 2008

- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, es directora de la Agencia CERIGUA.


https://www.alainet.org/de/node/130606
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