El significado de Seattle: La verdad sólo se vuelve verdadera a través de la acción

01/01/2010
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Antes de 1999, el impulso de la globalización parecía arrasar con todo lo que se le ponía por delante, incluida la verdad. Pero en Seattle, hombres y mujeres comunes hicieron real la verdad a través de su acción colectiva.
 
Hoy hay reconocimiento general del hecho que la globalización ha fracasado a la hora de cumplir con su triple promesa de sacar a los países del estancamiento, eliminar la pobreza y reducir las desigualdades. La profunda recesión económica mundial que atravesamos, cuyas raíces se hunden en los procesos de globalización y liberalización económica dirigidos por las transnacionales y en la ideología neoliberal que los ha legitimado, ha puesto el último clavo al ataúd de la globalización.
 
Pero las cosas eran muy diferentes hace una década. Todavía recuerdo el triunfalismo que rodeaba a la cumbre ministerial de la Organización Mundial del Comercio de Singapur en noviembre de 1996. Allí, los representantes de Estados Unidos y otros países desarrollados nos decían que la globalización dirigida por las transnacionales era inexorable, que era la ola del futuro, y que la única tarea pendiente consistía en lograr una mayor “coherencia” en las políticas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la OMC para que se pudiera concretar de manera más eficiente y rápida la utopía neoliberal de una economía mundial integrada.
 
Realmente, el impulso de la globalización parecía barrer con todo lo que estaba frente a sí, incluida la verdad. En la década anterior a Seattle, había muchos estudios, incluidos informes de las ONU, que cuestionaban la afirmación de que la globalización y las políticas de libre mercado pudieran conducir al crecimiento sustentable y la prosperidad. En realidad, los datos mostraban que la globalización y las políticas pro-mercado promovían una mayor desigualdad y más pobreza, y consolidaban el estancamiento económico, en particular en el Sur global. Sin embargo, estas cifras se consideraban más como “números” que como datos de la realidad a la vista de académicos, periodistas o elaboradores de políticas que repetían obedientemente el mantra neoliberal de que la liberalización económica promovía el crecimiento y la prosperidad. La visión ortodoxa, repetida ad nauseam en el aula, los medios y los círculos de políticas, sobre los críticos de la globalización era que no éramos más que una encarnación moderna de los Luditas, el movimiento que durante la Revolución Industrial destruía las máquinas, o según el apelativo despectivo que nos adjudicara Thomas Friedman, unos creyentes en una tierra plana.
 
Y entonces llegó Seattle. Después de aquellos días tumultuosos, la prensa comenzó a hablar del “lado oscuro de la globalización”, de las inequidades y la pobreza creadas por la globalización. Después de eso, se produjeron deserciones espectaculares del campo de la globalización neoliberal, como la del financista George Soros, el premio Nobel Joseph Stiglitz, y el economista estrella Jeffrey Sachs. La retirada intelectual de las trincheras de la globalización probablemente tuvo su pico más alto hace dos años en un extenso informe presentado por un panel de economistas neoclásicos encabezados por el académico de Princeton Angus Deaton y el ex economista jefe del FMI Ken Rogoff, donde se afirmaba duramente que el Departamento de Investigación del Banco Mundial –fuente de la mayor parte de las aseveraciones de que la globalización y la liberalización del comercio estaban llevándonos a tasas de pobreza más bajas, y a un crecimiento económico sostenido con menos desigualdad – había estado distorsionado datos deliberadamente y/o haciendo aseveraciones infundadas.
 
Es verdad que el neoliberalismo sigue siendo el discurso predeterminado de muchos economistas y tecnócratas. Pero incluso antes del reciente colapso financiero mundial, ya había perdido buena parte de su credibilidad y legitimidad.
 
¿Qué hizo la diferencia? No fue tanto la investigación o el debate sino la acción. Hubo que tener acciones de masas contra la globalización con gente en las calles de Seattle, que interactuaron de manera sinérgica con la resistencia de los representantes de los países en desarrollo en el Centro de Convenciones del Sheraton, y una refriega policial, para lograr el fracaso espectacular de una cumbre ministerial de la OMC y trasformar los números en hechos, en verdad. Y la derrota intelectual asestada a la globalización por Seattle tuvo consecuencias muy reales. Hoy, The Economist, el principal defensor de la globalización neoliberal admite que la “integración de la economía mundial está retrocediendo en prácticamente todos los frentes” y que un proceso de “desglobalización” que hace un tiempo se consideraba impensable hoy está en curso.
 
Seattle fue lo que el filósofo Hegel llamaba un “evento histórico mundial”. Su lección perdurable es que la verdad no simplemente está allí para ser descubierta, con una existencia objetiva y eterna. La verdad se completa, se hace real, y se ratifica por medio de la acción. En Seattle, hombres y mujeres comunes hicieron real la verdad con su acción colectiva que hizo añicos un paradigma intelectual que había servido como vigilante ideológico del control empresarial corporativo.
 
 
- Walden Bello es miembro de la Cámara de Representantes de la República de Filipinas y analista de Focus on the Global South. Este artículo fue publicado por primera vez en la revista YES!. Fuente: Enfoque sobre comercio, No 147.
https://www.alainet.org/de/node/138751
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