(sobre el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas

Las víctimas de la guerra siguen esperando

19/02/2010
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El día 25 de febrero de 1999 la Comisión para el Esclarecimiento Histórico -instancia de Naciones Unidas que estudió el conflicto armado que se vivió en Guatemala- hizo entrega de su informe final, titulado “Guatemala: memoria del Silencio”. En el año 2004, el Congreso de la República estableció esta misma fecha de cada año como el Día Nacional de la Dignidad de las Víctimas del Conflicto Armado Interno.
 
Como parte de la historia del siglo XX es imprescindible tener presente el Holocausto judío ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial: 6 millones de personas muertas en forma inmisericorde por el solo hecho de pertenecer a un grupo socio-cultural determinado. El recordatorio de este suceso, a todas luces infame, es casi obligado en cualquier parte del planeta.
 
“Olvidar es repetir” dice un letrero en la entrada del que fuera el más famoso campo de concentración durante los años del dominio nazi, en Auschwitz, Polonia. Ese rótulo encierra una gran enseñanza: lo que no se procesa adecuadamente, lo que se intenta borrar por decreto, desde arriba, siempre sigue ahí. Es como el polvo que se mete debajo de la alfombra para esconderlo; no desaparece, pues al final siempre va a volver. Por eso los pueblos deben conocer su pasado, de dónde vienen, apropiarse de sus raíces históricas; esa es la única manera de no caer en los mismos errores. Intentar terminar con la memoria histórica es condenarse a seguir repitiendo lo ocurrido sin aprender las lecciones de la historia. En el caso de Guatemala, significa seguir con más miseria, más explotación, más exclusión, fundamentalmente de los pueblos indígenas. Y también: más violencia, más represión, más muertes y sufrimiento.
 
Es por eso que evocar a las víctimas de una guerra, recordarlas y dignificarlas, tiene un valor incalculable para el sano proyecto de cualquier sociedad. Significa, en otros términos, poder superar la violencia, el odio y la frustración que deja tanta muerte, tanta destrucción. En el caso concreto de nuestro país, es dejar claro que los muertos no fueron “delincuentes”, no fueron ilegales, sino que sufrieron los efectos de una campaña sistemática de exterminio por motivos políticos.
 
Salvando las distancias con lo sucedido con la colectividad judía después de terminada la Segunda Guerra Mundial, aquí en Guatemala también se dieron tareas de dignificación de las víctimas. Víctimas que, por cierto, fueron muchísimas. Pero hay una diferencia fundamental entre ambas situaciones: en la Alemania post guerra fueron los ganadores, que claramente se impusieron sobre los nazis, quienes fijaron la dignificación de las víctimas y el correspondiente castigo a los autores de crímenes considerados de lesa humanidad, es decir: crímenes imperdonables y que por siempre, en tanto castigo ejemplar para toda nuestra especie, deben recordarse como lo que nunca debió cometerse, lo que jamás hay que repetir.
 
En Guatemala esa dignificación se ha venido dando con muchos condicionantes y en el medio de un proceso bastante limitado, bastante viciado, porque los victimarios no salieron derrotados de la guerra. En realidad, se firmaron Acuerdos de Paz, pero con eso no han variado sustantivamente las causas estructurales de pobreza y exclusión crónica que pusieron en marcha ese conflicto bélico, ni la situación de las fuerzas represivas del Estado, especialmente el ejército -recordemos que el 93 % de los crímenes de guerra fueron cometidos por agentes estatales-.
 
Dignificar a las víctimas es mucho más que dar un cheque compensatorio. Es, ante todo, enjuiciar legalmente a los responsables de los crímenes, castigando a quienes se encuentren culpables, y es también honrar la memoria de los ofendidos quitándoles la carga de criminalización que se le pretendió dar.
 
Hoy día, a más de una década de finalizada esa terrible guerra civil que enlutó la sociedad guatemalteca, las heridas siguen abiertas. La polémica Ley Nacional de Reconciliación, aprobada luego de terminado el conflicto armado, ha servido más como amnistía para encubrir crímenes que como verdadero instrumento de pacificación y dignificación. La dignidad de alguien ofendido, la verdadera dignidad profunda de una persona, es algo que toca por fuerza también al ofensor. Pero aquí eso parece una asignatura eternamente pendiente. La impunidad sigue siendo lo más cotidiano. El juicio y castigo a los responsables de todas esas matanzas aún espera.
 
Como decía, la basura puesta debajo de la alfombra siempre reaparece. Para nuestro caso: reaparece como violencia social, como cultura y aceptación de la violencia, como “normalización” de la muerte. Entonces, por la dignidad de las víctimas y de la sociedad en su conjunto, hay que terminar de una vez por todas con la impunidad. Pacificación no es olvido de lo sucedido, ni borrón y cuenta nueva: es el sano enjuiciamiento por el bien de toda la sociedad. Por eso es vital seguir luchando por la verdadera dignidad de quienes fueron masacrados. Su dignidad es nuestra dignidad.
 
Guatemala, 16 de febrero del 2010.
 
- Marcelo Colussi del Area de Estudios Sociourbanos
La Opinión fue Editorial del Noticierto Maya K'at de la Federación Guatemalteca de Educación Radiofónica -FGER- del martes 16 de febrero del 2010 - www.fger.org
https://www.alainet.org/de/node/139558
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