Reflexiones post-electorales
27/02/2010
- Opinión
El pasado domingo 7 de febrero tuvieron lugar en Costa Rica elecciones presidenciales, parlamentarias y cantonales. En el apartado de la elección presidencial las urnas costarricenses dieron como vencedora a una fémina, Laura Chinchilla Miranda, quien se convertirá a partir del 8 de mayo en la primera mujer que presida la nación centroamericana. Chinchilla, candidata del socialdemócrata Partido Liberación Nacional (PLN), fue Vicepresidenta y Ministra de Justicia y Gracia en el anterior gabinete del ex Premio Nobel de la Paz -e infructuoso mediador en el golpe de Estado en Honduras- Óscar Arias Sánchez. Su victoria se produjo con un 46.7% de los votos de los casi dos millones de costarricenses que estaban llamados a votar. El segundo candidato, separado por una diferencia del 20% de los votos fue Ottón Solís del Partido Acción Ciudadana (PAC), considerado de centro-izquierda. A éste le siguió Otto Guevara, el candidato por el Movimiento Libertario (ML). Partido que, pese a su nombre, no representa a un grupo anarquista sino que es uno de los partidos más derechistas del espectro político costarricense. Un posición reñida pues resulta difícil establecer quién está más a la derecha en el ya de por sí derechista espectro político costarricense.
Algunos analistas han explicado el triunfo de Chinchilla como la expresión de la voluntad de continuidad del pueblo costarricense, poco propenso a los cambios bruscos, o por la condición de mujer de la candidata. Es un lugar común la afirmación de que el tico repele los extremos. Un lugar común que, además, es engañoso. El apelativo de “extremista” parte de la propia visión ideológica del que califica como extremista unas ideas en función de su ubicación ideológica. Aparte de ser un argumento falaz, pues lo que es una postura extremista para una sociedad, puede ser algo muy moderado para otra. En el caso costarricense se observa que el extremismo al cual algunos sesudos analistas se refieren es el de izquierdas, por supuesto. La derecha, para ellos, nunca es extremista.
La imagen de Costa Rica como un país de paz, que busca la armonía y que rehúye el conflicto -la Suiza centroamericana- tiene que ver con la mitificación de su pasado reciente que, no obstante la deliberada construcción ideológica que esconde por parte de unas élites interesadas en perpetuar determinada visión de su país que rinde frutos en el ámbito internacional, contiene, de todos modos, parte de sustento histórico. El pasado de Costa Rica, sólo salpicado por una guerra civil que duró menos de dos meses en 1948 producida, precisamente, tras unas elecciones de dudoso resultado, se puede considerar bastante tranquilo si se le compara con los conflictos que en décadas recientes han desangrado la región centroamericana. Éste y otros aspectos como contar con uno de los mejores sistemas sanitarios de América Latina que, cabe decir, es universal y da cobertura a todos los ciudadanos costarricenses y a los extranjeros residentes en el país; o un sistema educativo incluyente en el que el hijo del ministro puede estudiar al lado del hijo del campesino becado; dan idea de una sociedad donde la divisoria entre clases es menos acusada que en otras realidades latinoamericanas. Decir esto, por supuesto, no supone negar que dicha estratificación exista y que pueda ser determinante a la hora de decidir el futuro laboral de una persona, por ejemplo.
Sin embargo, ese legado hasta cierto punto “igualitarista” -donde negros e indígenas no estaban necesariamente incluidos[1]- que fue consenso entre las élites costarricenses, ha venido sufriendo ataques en los últimos años. La llegada al poder de partidos de corte neoliberal que intentaron acabar con el patrimonio empresarial público del país, cuyo punto de salida fue el intento de privatización del Instituto Costarricense de Electricidad -ICE- en el año 2000; unida a la derechización del cada día menos socialdemócrata PLN (que ha provocado el abandono del partido de algunos de sus más destacados miembros) cuya futura presidenta defendió durante la campaña electoral la dolarización del país; han provocado que muchos analistas vean un viraje hacia la derecha en la política costarricense. Máxime cuando en estas elecciones la Asamblea Legislativa costarricense va a contar por primera vez con la presencia de dos partidos evangélicos dirigidos por sendos predicadores protestantes: Renovación Costarricense y Restauración Nacional. A lo que hay que sumar el auge del ML antes mencionado que bien podría establecer alianzas estratégicas con el PLN para aprobar iniciativas que profundicen esa consolidación de las políticas neoliberales.
Por otra parte, el papel de la política exterior costarricense será crucial para la nueva reconfiguración geopolítica de una región donde EEUU ha estado perdiendo terreno en los últimos años debido a la emergencia de los gobiernos de izquierda y antiimperialistas. La “neutral” Costa Rica, que mantuvo hasta el año 2006 su Embajada en Israel en la ciudad de Jerusalén, violando todas las resoluciones de las Naciones Unidas al respecto del no reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, puede ser el gran aliado de EEUU en esta tarea. No será la primera vez que Costa Rica se preste a la voluntad de EEUU en este ámbito pues, desde los años de la “guerra de baja intensidad” de EEUU en Centroamérica, bases militares estadounidenses se han establecido en territorio costarricense de manera encubierta. Costa Rica no tiene ejército porque, como algunos dicen medio en serio, medio en broma, “ya tiene el de EEUU”. Y EEUU cuenta no sólo con la posibilidad de establecer en la actualidad bases en su territorio, que ya tiene, sino que sabe que la nación centroamericana es uno de los aliados más fieles de los EEUU en sus planes hegemónicos para América Latina, que está dispuesta a dar todo el apoyo al Plan Mérida y que puede servir de ariete anti-ALBA junto a gobiernos como los de México, Colombia, Panamá y el todavía ilegal e ilegítimo gobierno de Porfirio Lobo en Honduras. La elección de Chichilla no va a ayudar a afianzar las necesarias alianzas anti-imperialistas que urgen en América Latina sino que será un elemento que intentará ayudar a socavarlas.
No se espera que en el ámbito internacional, ni en el nacional, la futura presidenta realice cambios que la desvíen de la línea trazada por su antecesor y valedor, Óscar Arias. La alineación de Costa Rica con la defensa a ultranza de la economía de mercado está garantizada con Laura Chinchilla. También la continuidad en la defensa de los valores católicos como eje vertebrador de las políticas relativas a libertades individuales y sexuales. Ello está claramente establecido en la Constitución Política del Estado que, en su artículo 75 establece lo siguiente: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres”. Costa Rica, como se puede apreciar, es un Estado confesional que prohíbe hasta la fecundación “in vitro” por considerarla una práctica contraria a la Constitución.
No es de extrañar, por tanto, que la futura presidenta, católica practicante confesa, se haya declarado contraria al aborto, al matrimonio entre homosexuales, a los anticonceptivos del día después o a emprender cualquier tipo de reforma que vaya contra los preceptos religiosos que son el pilar de la nación costarricense. Una postura que provocó que un grupo de feministas costarricenses firmara un manifiesto titulado “Ella no nos representa”. Con Laura Chinchilla se demuestra, una vez más, que el hecho de ser mujer y de llegar a espacios de decisión no es garantía de ningún tipo de liberación para las mujeres si tras ese ejercicio de poder no existe un verdadero programa de emancipación de clase.
La elección de una mujer que llega al poder para perpetuar los valores más dañinos para nuestras sociedades como son la defensa efectiva -pese al discurso de “responsabilidad social”- de los intereses de las grandes empresas o de una institución tan anacrónica como la Iglesia Católica, no hace augurar ninguna esperanza de cambio en la nación costarricense. Todo indica que el gobierno de Laura Chinchilla profundizará en el viraje neoliberal que la política costarricense viene sufriendo en los últimos lustros. Una política que ha sido continuamente contestada por muchos sectores de la sociedad costarricense organizada. Los mismos que en el referéndum para ratificar el TLC con Estados Unidos celebrado en 2007 lograron más del 48% de los votos por la opción del “no” al tratado. Los mismos que tal vez no logran articular una alternativa de izquierda que pueda llegar al poder para revertir los ataques a las políticas socialdemócratas y profundizar en ellas. Aquellos que han de sufrir la etiqueta de “extremistas” en un país donde, oficialmente, se vive en un “equilibro” político y social.
Los años por venir nos mostrarán qué tan firme es ese equilibrio o si, por el contrario, no es más que una pantalla que oculta una crispación insostenible que dará lugar a nuevas confrontaciones sociales. Parafraseando a Laura Chinchilla en su discurso tras la victoria electoral: “Que Dios y la Virgencita de los Ángeles” ayuden al pueblo costarricense.
[1] Véase para el caso de la población afrodescendiente el trabajo de Diana Senior Angulo La incorporación social en Costa Rica de la población afrocostarricense durante el siglo XX, 1927-1963. Consultable en http://ccp.ucr.ac.cr/proyecto/pdf/tdsenior.pdf
Fuente: Refundación (www.refundacion.com.mx)
https://www.alainet.org/de/node/139734
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