Colombia invade a Venezuela
01/08/2010
- Opinión
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El reaccionario presidente de Colombia no puede dominar la rabia. Su política represiva fomenta la guerra civil. Se asila en Venezuela uno de sus opositores, el doctor Uribe Uribe, quien escribe que “nuestra bandera ha crecido a través de la refriega. Pudo al principio no ser sino la reivindicación de un partido en las querellas intestinas de nuestro país; hoy es la bandera de la Gran Colombia!” El Presidente venezolano estrecha insoportables lazos de amistad con sus colegas de Ecuador y Nicaragua. En Ecuador manda un recio conductor de pueblos, que moviliza postergadas masas de pardos e indígenas. En Nicaragua la sublevación popular encumbra un dirigente que azota a las oligarquías terratenientes. Contra estos líderes de masas, cuenta el Presidente de Colombia con el apoyo de Estados Unidos ¡Hay que darles una lección! Treinta y nueve batallones colombianos disfrazados de venezolanos bastarán para hacerlos añicos.
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Tampoco faltan en Colombia opositores venezolanos dispuestos a invadir su propio país junto con extranjeros por una migaja de poder. El Presidente colombiano llama al exiliado general venezolano Rangel Garbiras, aclamado en los círculos selectos como ágil bailarín de vals y frenético enemigo de la idea de unificar la Gran Colombia, y le encomienda el mando de una selecta fuerza de cinco mil soldados colombianos para que invadan Venezuela, con bandera venezolana y al compás del Gloria al Bravo Pueblo. Oportuno, el obispo de Mérida monseñor Silva lanza una pastoral donde fulmina a los partidarios del gobierno venezolano por su devoción hacia La Mano Poderosa. El periódico caraqueño El Tiempo de la familia Pumar se une a las demoledoras críticas. Por la vía de Cúcuta los invasores violan la frontera con el Táchira el 26 de julio de 1901, dando vivas al presidente colombiano José Manuel Mallorquín.
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Feroces para reprimir a sus compatriotas desarmados, los militares o paramilitares colombianos no son modelo de disciplina castrense. Según cuenta Nemecio Parada en sus Memorias: “Las tropas de línea que vi no tenían de línea sino el nombre. Desde los jefes hasta los soldados, llevaban una indumentaria deplorable. (Los generales colombianos) Cote y Conde, de los primeros, aunque en buenas cabalgaduras, deslucían su apostura bélica, llevando cobija puesta, sombrero jipijapa de copa alta con ancha divisa azul, zamarros de cuero, ruidosas espuelas y descomunal peinilla terciada. El soldado se conocía porque portaba fusil y pertrechos y por el rosario, los escapularios y otras reliquias que colgaban del cuello. Eran las cosas naturales de la época y del momento en que se vivía” (Ramón J.Velásquez: La caída del Liberalismo Amarillo, Contraloría General de la República, Caracas, 1972, 275). A tal facha, tal conducta. Apenas cruzan la frontera, al grito de “abajo los rojos” pierden el tiempo en indisciplinado y rapaz saqueo de haciendas y aldeas que les demora alcanzar su objetivo, el parque de San Cristóbal.
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El retraso por el pillaje da tiempo a Celestino, hermano del presidente Cipriano Castro, para organizar la defensa de la plaza. El 28 de julio por la tarde revienta la batalla de San Cristóbal. Los venezolanos combaten furiosamente y pierden trescientos hombres. Al atardecer del día siguiente los colombianos huyen, dejando en el campo de batalla ochocientos muertos y miles de fusiles. Rangel Garbiras sufre otra derrota peor cuando intenta invadir por San Faustino.
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Mientras la invasión es desbaratada en Táchira, don Cipriano concentra fuerzas de reserva para la defensa de Maracaibo y el Zulia, y luego ordena al general José Antonio Dávila retaliar penetrando con ellas en la Hermana República en apoyo de los liberales rebeldes de Santa Marta y Riohacha. La incursión es rechazada en Carazúa por el ejército colombiano apoyado por indígenas de la Guajira y por venezolanos opositores de Castro, que no dudan en tomar partido por Colombia. Ésta reúne 15.000 soldados en los departamentos de Santander y acantona otros 10.000 en Santa Marta, creando desde entonces un marcado desequilibrio estratégico con Venezuela, la cual no mantiene más de 7.000 hombres sobre las armas (Eleazar López Contreras: El presidente Cipriano Castro: Imprenta Nacional, Caracas1986, 184).
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Estos sucesos deberían haber dejado lecciones para todos. El intento de invadir Venezuela confiando en paramilitares o mejor saqueadores resulta el peor fiasco militar de la Historia de Colombia. Venezuela confirma que nada tiene que ganar en un conflicto con la Hermana República, y desde entonces arregla sus diferencias con pacíficos y generosos Tratados. Entretenida intentando controlar en Venezuela a los disidentes que no puede controlar en su país, la oligarquía colombiana aplasta a su propio pueblo con un pesado gasto militar que provocará mil rebeliones, mientras descuida a su verdadero adversario, Estados Unidos, que le roba Panamá. No me canso de citar la frase de Jerónimo Pérez Rescaniere según la cual Colombia era el país más rico de América Latina porque tenía a Panamá, y cuando ésta se secesionó, no fueron ricos ni Panamá ni Colombia. Su estúpida obsesión contra Venezuela cuesta a esa oligarquía, primero el dominio de la vía estratégica más importante y productiva del planeta, y luego la pérdida de la soberanía bajo la planta insolente de invasores estadounidenses inmunes e impunes ante las leyes neogranadinas. Así pierden Panamá y luego toda Colombia, sin lograr nada contra Venezuela.
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Mientras tanto, el voluntarioso Cipriano Castro se afirma en su propósito de restablecer la Gran Colombia, y para ello firma un Tratado con el presidente de Nicaragua José Santos Zelaya y con el de Ecuador, Eloy Alfaro. La oligarquía terrateniente y bancaria criolla complotará con los acreedores de la Deuda Externa y con seis potencias imperialistas para impedirle culminar su propósito, valiéndose para ello de alzamientos y bloqueos y bombardeos con acorazados extranjeros. Pero sólo la traición interna de un golpe de Estado uncirá de nuevo a Venezuela al yugo del Imperio. Son apasionantes sucesos de hace más de un siglo, que conservan perenne actualidad. Los veremos en una película sobre Cipriano Castro dirigida por el maestro Román Chalbaud, si Dios quiere y si alguna vez se materializan los medios ofrecidos antes de que de nuevo nos invadan.
Versión en francés, gracias a la inteligente colaboración del amigo Romain Vallée;
Libros de Luis Britto en Internet:
Rajatabla: www.monteavila.gob.ve
Dictadura mediática en Venezuela: www.minci.gob.ve
La paz con Colombia: www.minci.gob.ve
gentina de Periodistas Ambientales (AAPA)-Medio&medio
https://www.alainet.org/de/node/143185?language=en
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