<i>Wikigate</i>, el cobro de facturas
07/12/2010
- Opinión
“Todo efecto externo es causa siempre de factores internos, así sean de descomposición”
Desde el fondo del imperio se asoma para el mundo la cabeza del Departamento de Estado como la primera víctima del Wikigate —sombra del Watergate de Nixon—. Así se habla ya de que la titular, Hillary Clinton, debe renunciar o ser echada de la oficina encargada de las relaciones exteriores de los Estados Unidos. Ella misma, sobreviviente de algunos escándalos políticos, ha dicho que será su último cargo en el gobierno, como admitiendo la posibilidad de cargar con la responsabilidad y anular sus aspiraciones presidencialistas.
Sería insuficiente, pero el caso es que Barack Obama tendría que hacer ajustes en esa oficina cuyo titular asesora al presidente en la promoción de su país [imperial] como la mejor alternativa —su bandera política exterior y mascarada, claro está— para crear “un país más libre, más seguro y más próspero” [según la definición de su portal web] y para no cargar con todo el peso que los republicanos le echarán encima y cuestionan continuamente [tan solo recuérdese Lo que realmente quiere el Tío Sam, de Noam Chomsky].
Con la cabeza o no de la señora Clinton, el caso es que el mundo merece no simples disculpas sino un replanteamiento de la política exterior de ese país. Y al presidente Obama le corresponde tomar la decisión de hacerlo. Se ve difícil porque el espionaje es una tradición imperial, pero sería la salida más digna para un demócrata y aceptable por parte de los países afectados con tamañas y embarazosas triquiñuelas.
De no hacerlo, claro está, para Obama el problema quedaría como un boquete de su administración. Blanco de ataque de los republicanos para impedir su reelección y objeto a denostación por todos aquellos países que se han visto descubiertos, denigrados, investigados secretamente por la cara más visible del imperio en cada país que es el cuerpo diplomático gringo.
En otras palabras, el Wikigate le cobrará facturas a EU en general y a Obama en particular, en muchos frentes. No por lo novedoso del asunto, porque los imperios se allegan información de otros países desde muchas vías; los pájaros en el alambre, los informantes a sueldo, la compra ilícita, la tortura, el espionaje informático, etcétera. Tampoco porque eso signifique un corte automático de las indagatorias soterradas. Pero los más de 250 mil cables rebelados por el portal Wikileaks de Julian Assange, reclama del mundo algo más que un: “Disculpe usted, nuestras relaciones diplomáticas son las mejores, de pleno respeto y lo serán todavía más en el futuro”, de Clinton.
Porque la señora del Departamento de Estado no tiene cara para pedir disculpas. Mucho menos cuando las peticiones de información hacia sus embajadas son acompañadas de descripciones detalladas sobre comportamientos y conductas psicológicas de los implicados —presidentes, jefes de Estado o primeros ministros, etcétera—, detalles de su vida privada, sus reacciones ante situaciones específicas y otro etcétera, con respuestas denigrantes, de irrespeto por las personas y su inflada soberbia.
Pero tampoco las cosas pueden quedar como están, ni interna ni externamente. Es claro que, por un lado, varios países “amigos” de EU seguirán apoyando esas prácticas “diplomáticas”, porque ellos también espían por esas y otras vías. También porque comparten intereses con EU, como es el caso de la Unión Europea, Canadá, Reino Unido. Caso lamentable de otros que, como México, se someten de pies a cabeza, negando o justificando el espionaje —muy triste explicación desde el gobierno mexicano, tanto desde Relaciones Exteriores como del gobierno.
Los países más afectados, aquellos que están fuera de la órbita imperial como Rusia, China, India, toda Latinoamérica y muchos más de Asia, África y la propia Europa —oriental digamos—, deben presionar a EU para que modifique ese tipo de prácticas. No en el sentido de repatriar a sus diplomáticos, dicho mejor espías a sueldo, sino de emplear mecanismos directos y abiertos de negociación en todo caso sobre los diversos asuntos de interés común y de respeto mutuo sin injerencia e intervencionismo.
Este paso sería una de las mejores opciones que podría o bien empujar el propio Obama —a la vez que promover y emprender los cambios internos necesarios para redefinir las funciones del Departamento de Estado y el rol de su titular; y los brazos diplomáticos extendidos al mundo—, o bien los países señalados presionar para que se den, como parte de un nuevo escenario de las relaciones con el imperio.
No es sencillo, porque de entrada el presidente Obama encontrará grandes obstáculos principalmente de aquellos sectores que más se benefician de la información obtenida —el tema asalta al propio gobierno y alcanza sectores estratégicos, como las grandes multinacionales de muchas ramas económicas como la energía, a los inversionistas financieros, la industria de la guerra; la ofensiva imperial que arremete con tal de preservar y prolongar los grandes intereses internos.
Pero esta vez EU quedó como el “emperador desnudo” del cuento. Y no le queda más que redefinir para tratar de recomponer las cosas con el mundo. Desde luego que dejar el aparato como está, creyendo que la inercia acomodará nuevamente todo, generará escenarios de reacción entonces sí contrarios como los previstos por Clinton. Y eso no lo quieren. Con todo y que, en el fondo, al mundo sí le conviene el deterioro de EU. Pero como bestia herida es peligrosa. Porque la industria de la guerra está a la orden del día. Y una mayor tensión entre EU y el mundo puede desatar reacciones impredecibles.
Así están los conflictos calientes con Irán, y el otro contra Corea del Norte, por citar los más álgidos. Y nadie quiera una guerra que devendría —como bien lo advierte Castro— en nuclear y altamente peligrosa. Porque el mundo quedaría como dijo Einstein para una cuarta guerra: de palos y piedras.
Sin embargo, como escribió Borges aquel bello y breve poema: “El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio”. Y es posible que, además de lo sintomático que es la debacle económica de la cual EU no atina en salir, sus propios síndromes de descomposición estén saliendo a flote para cobrar las facturas que originariamente le ha restado al mundo. Esa puede ser la otra posibilidad. Como no hay mal que dure cien años, tampoco imperio perenne. El asunto es que la revelación de las prácticas “diplomáticas” que reflejan el maltrato que propina EU al mundo cobrará facturas. Una de ellas puede ser, para comenzar, la cabeza de la señora Clinton. Ya veremos.
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