Accidentes democráticos
11/06/2011
- Opinión
La geografía sobrevuela montañas, cruza valles, vadea ríos, traza deltas, describe oasis, esboza fallas, diseña volcanes, dibuja golfos… Pero la democracia no entiende de montañas, ni de valles ni de ríos, ni entiende de deltas ni oasis, y las fallas y volcanes le son desconocidos. La democracia, en realidad, no comparte tanto con la geografía.
Pero como sistema imperfecto que es, la democracia también presenta sus propios accidentes. Algunos de ellos son graves y los hay hasta muy graves.
En la democracia española, un ejemplo de accidente muy grave es el ocurrido recientemente con la victoria inexplicable del partido conservador, un partido en cuyas alforjas de propuestas solo traía falacias y amenazas contra las libertades. En su defensa a ultranza del dinero sobre las personas, el partido conservador vendrá a sembrar de minas antipersona el paisaje del estado español, sojuzgando libertades y retrotrayendo al ciudadano a lejanos tiempos de “extrema placidez”, nada que ver con este mundo moderno preñado de personas que piensan por sí mismas y aspiran a vivir libres en un estado verdaderamente democrático. Malos tiempos para las aspiraciones democráticas si tantos han creído elegir “susto” cuando lo que elegían era “muerte”, cuando tantos han elegido “extrema placidez”, en lugar de haber elegido más democracia y mayor representación ciudadana.
El sábado 11 de junio, han tomado posesión del poder municipal miles y miles de ediles, elegidos por tan solo una parte de los ciudadanos, que en algunos casos no llega ni al tercio de la población con derecho a voto; pues tal accidente es consecuencia del “juego” democrático. Nosotros les dimos el poder y ellos, siguiendo la tradición, nos sodomizarán con él durante cuatro años; pues tal accidente es propiciado por el “juego” democrático. Se pasan cuatro años como vencedores frente a los derechos ciudadanos y durante dos semanas, de vencedores se tornan en vendedores, hasta que vuelven a vencer, arrinconando de nuevo la soberanía popular; pues tal monstruosidad permite el “juego” democrático. Está claro que ni en broma debería llamarse “juego” a lo que, ni de lejos, resulta gratificante o lúdico.
¡Que paren esta “democracia de todo a cien”!, quiero jugar al juego original, no quiero seguir jugando con esta burda copia con la que puedo sufrir un serio accidente en el que me amputen para siempre uno de mis apéndices más queridos, el de mis derechos sociales. En la versión original del juego los papeles de vencedor y vencido no se adjudican hasta el final, mientras que en esta copia barata (que en realidad no sale tan barata) ya están adjudicados desde el principio y solo queda por dilucidar a cuanto ascenderá el expolio y a cuanto las facturas a pagar con cargo a los derechos sociales que habremos de costear entre todos.
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