El oportunismo se paga
04/09/2011
- Opinión
“…los intelectuales modernos, con ayuda
de una sociedad que es democrática sólo de palabra,
ordeñan la vaca sin haberla alimentado”.
PAUL FEYERAABEND: ¿Por qué no Platón?, p. 63
La telenovela del ascenso y caída de los amoríos de Dieterich con el chavismo es un claro ejemplo del manejo oportunista de la figura del intelectual de cara a los vericuetos del poder. Oportunismo a dos velocidades: de parte de muchos intelectuales que trafican sin tanto escrúpulo los caramelos de palacio, de parte también de los agentes del gobierno que instrumentalizan de manera inadecuada el prestigio y figuración de algunos nombres (Ceresoles, Ramonet, Chomsky. Petras o Mezsaros) Ambos oportunismos están condenados, tarde o temprano, a las páginas rojas o a los culebrones del corazón. ¿Por qué?
Porque el papel de un intelectual no es hacer propaganda sino contribuir a la comprensión de los procesos; no es hacer proselitismo sino ayudar a la toma de conciencia de la mayor porción de la sociedad; no es hacer mermeladas ideológicas sino contribuir a formular las buenas preguntas ante cada situación; no es un recetador de fórmulas prefabricadas sino un cuestionador de lo dado; no es parte del coro sino hacedor de partituras. El primer deber de un intelectual es tomar distancia crítica de la propia realidad que ayuda a construir. Su primera regla de oro es atreverse a decir NO cuando el circo dice SI.
Todo ello independientemente del rol que le toca jugar a cada quien en determinadas coyunturas (como funcionario, como militante, como acompañante, como independiente, etc.) Lo que es innegociable es la función crítica. Lo que toca la médula es la entereza con la que cada quien defiende sus posturas, sus interpretaciones, sus conceptos. Si el intelectual condesciende al mercadeo de las opiniones al gusto, todo se ha perdido. El oportunista se especializa justamente en el arte de caer simpático al Príncipe. Acomodos, eufemismos, disimulos, omisiones, silencios. A veces porque ciertos poderes siniestros castigan con la muerte el atrevimiento de disentir. Otras veces por las miserias de los “bozales de arepa”; tantas otras por las adaptaciones funcionales a las batutas de turno. En todos lo casos un secreto denominador común: el fariseísmo de las ideas, las máscaras que ocultan otras máscaras, que a su vez ocultan otras máscaras.
El amigo Américo Martín no entiende bien esta complejidad con la fórmula expedita de situar a la gente en una u otra acera. En mi caso no hay rollo con eso de saber claramente en cuál acera me ubico. Lo que ocurre es que esa operación no agrega nada a la hora de evaluar qué es lo que vale cada quien, es decir, cuál es el peso específico de este o aquel intelectual. Mucho menos aún que el espíritu crítico--para mi esencial e innegociable--sea el motivo de aquella presunta indefinición. Para nada. Podría ser incluso que mientras más crítica es una posición, más hondo el compromiso que articula el pensamiento con los procesos revolucionarios.
El folletón Dieterich es para mí la crónica de un melodrama anunciado dadas todas las señas que incuban este síndrome del oportunismo de ida y vuelta. En cada país hay un personaje (se los podría nombrar uno a uno pero sería algo tedioso) que calza a la perfección con este juego oportunista de aparecer en el lugar adecuado, justo en el momento. El perfil es más o menos éste: viejos camaradas resignados a la retórica anti-imperialista, cultores de un marxismo rallado sin ninguna trascendencia, imbuidos de una profunda frustración histórica, sin audiencia y sin interlocución. Pero de repente, suena la campana en un pintoresco país tropical donde, aparte de afamadas reinas de belleza, parece que arrancó la revolución. La “bulla” (en sentido minero) recorrió el mundo y comenzó el interminable desfile de los oportunistas, perdón, de los asesores de la revolución.
Alguna lección debería sacarse de este papelón: el afán de protagonismo y figuración es inversamente proporcional a las reales capacidades para hacer aportes y acompañamientos a los procesos de transformación.
Sugiero esta fórmula: dígame su crítica y después hablamos.
https://www.alainet.org/de/node/152374?language=en
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