La historia no perdona
10/10/2011
- Opinión
El mundo se desmorona con pavorosa rapidez. Protestas masivas por hambre, capaces de derrocar gobiernos eternizados; crisis financieras, producto de la especulación de los grandes capitales; escasez de alimentos, por acaparamiento de los mercados; guerras imaginarias, que criminalizan a la sociedad; estulticia y simulación, acentuados en políticos y en los poderes del Estado; envenenamiento del ambiente y destrucción de los ecosistemas y ciclos climáticos naturales: son la expresión de la crisis a la que ha llevado el desarrollo del capitalismo.
Sus voceros –del Banco Mundial- lo dicen en números conservadores, pero no por ello tranquilizantes: mil millones de seres humanos (uno de cada siete), todos los días, se van a dormir con el estómago comprimido a la espalda.
Descubren… Ponderan el hallazgo: necesitamos una acción colectiva para dar el impulso a la producción y a la productividad agrícola y también esfuerzos para mejorar las redes de distribución, para que las personas tengan seguridad alimentaria mediante el acceso a los alimentos que necesitan. Dicho esto por la directora gerente del Banco Mundial, Ngozi Okonjo-Iweala.
El hambre vuelve a ser noticia en el mundo, sólo que ahora con matices globales. Ya no es sólo la hambruna ancestral de los países africanos o la miseria resignada del subdesarrollo ¡No! Ahora el fantasma salió a las calles, inclusive de los países ricos, para alimentarse de masas humanas desesperadas.
Las manifestaciones y protestas callejeras que se han diseminado por gran parte del mundo, lo mismo en países de extrema pobreza que en aquellos considerados en desarrollo, y en los altamente industrializados; son una parte de la expresión de la crisis por la que atraviesa el capitalismo global y de la que difícilmente se podrá recuperar, porque las salidas que encuentre para ello serán brasas que alimenten fuegos futuros, cada vez menos extinguibles.
Aunque, también, por las características que le dieron origen a dichas movilizaciones (la convocatoria a la protesta vía redes sociales a través de las herramientas de comunicación celular), les imprimieron el sello de la despolitización y las ataron a un objetivo (derrocar al gobierno en turno) que finalmente no garantiza un avance real en la solución del hambre y la injusticia.
Esta es una historia corta que se puede corroborar con la lectura de los diarios que tocan el tema, para verificar que cayeron los dictadores del Norte de África, pero el hambre, la miseria y la injusticia siguen libres en esos países.
Sin duda el problema es más de fondo. No son sólo los malos gobiernos aislados, entronizados al margen de la aprobación del sedicente guardián del mundo, los Estados Unidos, que ahora festeja el derrocamiento, que a fin de cuentas fue posible por la intervención de las armas y tácticas militares estadounidenses.
No. Si bien es cierto que la falta de empelo y la escasez de alimentos, son los detonantes de las protestas, que ya llegaron al corazón roto de la Unión Americana; Nueva York, también lo es que ambas circunstancias se derivan de la ruptura del equilibrio en el desarrollo de la humanidad.
En el primer caso la industrialización de los procesos productivos aceleró la tecnificación de los mismos, mediante el descubrimiento e incorporación de tecnologías que los automatizaron, con lo que desplazaron la fuerza de trabajo de los seres humanos. El tamaño del desempleo en el mundo, que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ubica en 205 millones de personas, es la medida del desplazamiento de la mano de obra por la tecnología. Pero existe un dato de este organismo que revela un futuro nada alentador en este tema, ya que considera que 1,530 millones de trabajadores a nivel mundial están en la línea de la vulnerabilidad laboral, es decir, a punto de ser despedidos.
Ese mismo desarrollo tecnológico, también, ha tenido como resultado la saturación de los mercados mundiales con mercancías inaccesibles para las masas trabajadoras desempleadas y las que están a punto de perder el empleo, que perciben salarios de muy bajo poder de compra. Esta es la otra parte de la crisis global y que está directamente vinculada al origen del problema: el sector agroalimentario.
Los alimentos registran una rápida transformación en sus formas de producción. Cada vez, son más los que se fabrican, que los que se cultivan. Entraron, también, a los esquemas de industrialización, bajo la premisa de que esto es necesario para satisfacer la demanda mundial alimentaria. Uno de los argumentos, es que para 2050 el mundo estará habitado por más de 9,000 millones de personas, lo que exigirá que la producción de alimentos se incremente en 70%, para satisfacer la demanda. No se dice que gracias a ello las multinacionales del sector multiplican sus ganancias de manera desmedida.
Sin embargo, en los días que hoy corren cargados de incertidumbre, amenazados por una nueva crisis alimentaria por escasez y aumento de precios, no hay signos de que cumplir con esa meta de crecimiento en la producción de alimentos, para mediados de siglo; sea garantía para acabar con la hambruna.
Las estadísticas de los principales organismo internacionales ocupados en dibujar esa realidad, son poco alentadoras, aunque no pierden su carácter de optimismo institucional. Con todo y ello, no pueden dejar de reconocer que el hambre aumenta en el mundo y que la cifra de 1,000 millones de personas en esa condición, que han pregonado, ya fue rebasada con mucho.
Se habla, en los números de Banco Mundial, FAO, OCDE y Naciones Unidas, de 1,300 millones de seres humanos que sobreviven con ingresos menores a 1.25 dólares diarios, que los colocan por debajo de la línea de la pobreza extrema. Y la tendencia es a que crezca ese número.
La situación es más que preocupante, a tal grado que el presidente de Banco Mundial, Robert B. Zoellick, declaró recientemente que “una crisis gestada en el mundo desarrollado puede tornarse en una crisis para los países en desarrollo. Europa, Japón y Estados Unidos deben hacer frente a sus grandes problemas económicos antes de que se conviertan en problemas más graves para el resto del mundo. No hacerlo sería un proceder irresponsable”.
La responsabilidad de las naciones industrializadas en todo esto, es evidente. Son la cuna de las multinacionales que dominan los mercados. Un ejemplo de esto, es Cargill, empresa que domina 70% del comercio mundial de alimentos, fundada en 1865, con 131 mil empleados repartidos en 67 países, con ventas anuales por 120 mil millones de dólares y cuyo capital supera la economía de Kuwait y Perú, entre otros 80 países. Sus utilidades anuales superan los 4,000 millones de dólares.
A esto se suma la amenaza de que durante los próximos 40 años se perderán incalculables superficies agrícolas y ganaderas como consecuencia de la urbanización y el cambio climático, que ya se puede ver con la desertificación, aumento de los niveles del mar y la salinización del agua, como lo documenta una investigación del Proyecto Foresight, El futuro de la alimentación y la agricultura.
Según esto, hoy día 24% de las once mil 500 millones de hectáreas con vegetación que tiene la Tierra, están afectadas por la degradación del suelo provocada por acción del hombre.
Esto es sólo parte de la explicación de los orígenes del problema que vive el mundo. Pero que están ahí, al alcance de todas las personas, y que llevan a concluir que el actual modo de producción está en plena decadencia.
Por ello la importancia de no perder de vista la necesidad de razonar las protestas. No son los hombres, en sí mismos, los malos o los buenos, sino los sistemas que representan e imponen. El hambre y la injusticia no terminan con quitar un dictador, para imponer un gobierno civil. Ambos azotes prevalecerán mientras la distribución de los alimentos y la impartición de la justicia, este acaparada por unas cuantas manos.
- Juan Danell Sánchez es periodista mexicano, editor de la revista Evolución y Energía, y freelance en diversos medios especializados de México.
https://www.alainet.org/de/node/153196?language=es
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