Televisión: fábrica de plusvalía ideológica

19/01/2012
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La televisión es una fábrica ideológica. Genera miles de megawatts de ideología en cada programa, por más inocente que parezca. Y la ideología como la definió Marx es: encubrimiento de la realidad, engaño, ilusión, falsa conciencia. Entonces, si consideremos que la mayoría de la población latinoamericana,  en la que está incluida la brasileña, se informa y se forma a través de ese canal,  pensarla y analizarla debería ser tarea intelectual de todo aquel que piensa el mundo. A la final, como bien afirma Chomsky en su clásico “Los Guardianes de la Libertad”, los medios actúan como sistema de transmisión de mensajes y símbolos para el ciudadano medio. “Su función es divertir, entretener e informar, así como inculcar en los individuos los valores, creencias y códigos de comportamiento que les harán integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad”. No es sin razón que vestidos, modas y chismes penetran en las gentes de tal forma que la reproducción es inmediata y sistemática.
 
Un termómetro de esa fábrica es la famosa “novela de las ocho”, que consolidó un lugar en el imaginario popular desde los años 60, con la extinta Tupi, y fue recuperado con maestría por la Globo y viene repitiéndose en los demás canales. El horario noble es usado por la teledramaturgia para inculcar  los valores que interesan a la clase dominante, funcionando como una sistemática propaganda que apunta al mantenimiento del estado de cosas. Es clásica, en los folletines, la eterna disputa entre el bien y el mal, el pobre y el rico, con clara vinculación entre el bien y el rico. Siempre hay un empresario bondadoso, una empresaria generosa, un hacendado de gran corazón, que son los protagonistas. Y, si en la novela,  la figura principal comienza como pobre lo cierto  es que, por su natural bondad, llegará al final como una persona rica y exitosa, porque lo que queda implícito es que el bien está pegado a la riqueza, así le sucede a Griselda de Fina Estampa, la novela en boga.
 
Otro elemento bastante común en las novelas es la belleza de la sumisión. Como los protagonistas son siempre personas ricas, ellos están obviamente cercados de los serviciales, que, en más de una ocasión los aman y son muy “bien tratados” por los patrones. Luego, por este motivo, actúan como fieles perros guardianes. Uno de esos ejemplos puede verse actualmente en la novela global. Es el empleado-amigo (?) de la avara Tereza Cristina. Él actúa en la casa de la millonaria como un mayordomo, cómplice, sufridor, dependiendo del humor de la mujer. Ora ella le cuenta los dramas, ora le abofetea en la cara, ora le amenaza quitar todo lo que ya le dio. Y él, apremiado por la necesidad, soporta todo, lamiéndole las manos como un cachorro  amaestrado. Todo es tan sutil que no hay quién no se sienta encantado por el personaje. Él provoca la risa y la condescendencia, incluso si es presentado de forma caricatural como un homosexual lleno de gorduras, gestos y extremadamente servil.
 
Pero, si el servilismo de Crô puede ser cuestionado por la profunda simulación, otros hay que aparecen aún más sutiles. Es el caso del grupo de la playa que, en la pobreza, hostigaba a Griselda y, ahora, después que ella se volvió rica, se pasó a su lado, yendo incluso a trabajar haciendo de todo, asumiendo de inmediato la postura de defensores y fieles amigos. O aún la relación de los demás trabajadores con los patrones “bonzinhos (1) ”, como es el caso de Paulo, Juan, el hombre del puesto de venta de jugos, y Renê. Todos son “amigos” y hacen los mayores sacrificios por los patrones, reforzando la idea de que es posible coexistir en esa linda conciliación de clases en la vida real. El grupo que actúa con el cocinero  Renê, por ejemplo, fue despedido por la avara, no recibió los salarios, vivió en la escasez  por un tiempo y retomó el trabajo con el antiguo jefe por puro amor. Cosa de llorar.                                                                                                                                 
  
En esos folletines  también los prejuicios que interesan a las élites dominantes acaban reforzados bajo la faceta de la “promoción de la democracia”. El negro ya no aparece sólo como bandido, pero sigue siendo subalterno. En general forma parte del núcleo pobre, pero es generoso y sabe cual es “su lugar”. Es el caso del ético operario de la tienda de motos. Un buen muchacho, que, a lo sumo, puede llegar a gerente de la tienda. Las personas que escogen una forma alternativa de vivir aparecen como gente “sin-sentido”, en más de una vez caricaturizada, como es el caso de la chica que adivina el futuro, la mujer negra que era bruja, el muchacho que juguetea con fuego o los dueños de la posada que en nada difieren de los empresarios comunes, a no ser por sus ropas esotéricas. O como el  personaje de Zé Mayer que,  en una antigua novela, veía OVNIS, no aceptaba vender sus tierras y, al final, se “vuelve bueno”, entregando su propiedad a la empresaria “boazinha” (2) que era dueña de una papelería. Los homosexuales también encuentran espacio en las novelas, dentro de la lógica de la “democratización”, pero continúan siendo retratados de forma folclórica, como es el caso del Crô, en la novela de las ocho, o del transexual de la novela de las siete. Y el indio, como es invisible en la vida real, tampoco tiene oportunidad en las tramas novelísticas y cuando la tiene, como en la novela protagonizada por Cléo Pires, es representado de forma folclórica y desconectada de la vida real. Y así por el estilo...
 
Hay gente que se indigna con los modelos que las telenovelas reproducen año tras año, pero esa es la realidad real. Los folletines no hacen más que reforzar las relaciones de producción consolidadas por el sistema capitalista. Incluso por ello son financiados por el capital, reproduciendo lo que Ludovico Silva llama de “plusvalía ideológica”. O sea, la persona que está en casa disfrutando una novela, en  verdad está muy bien atada al sistema de producción de esa sociedad, consumiendo no sólo los productos que desfilan bajo su atenta mirada, mientras aguarda su  programa favorito, sino también por los valores que confirman y afirman la sociedad actual. Prisionera, la persona permanece en estado de “producción”, siempre al servicio de la clase dominante. Así, frente a la tele – y sin una mirada crítica- las personas no descansan, ni disfrutan.
 
Es cierto  que la televisión y los grandes medios no definen las cosas de forma automática. Como bien ya explicó Adelmo Genro, en su teoría marxista del periodismo, los medios de comunicación  también cargan en su interior la contradicción y una y otra vez eso se explicita, abriendo oportunidad para la visión crítica. Momentos hay en que los estereotipos aparecen de manera tan ridícula que provocan lo contrario de lo que se pretendía o los personajes adquieren tanta fuerza que provocan un despertar de la conciencia. Y, en esos centelleos, las personas van haciendo los análisis y pueden reflexionar críticamente. Pero, de cualquier forma, esos momentos no son frecuentes ni sistemáticos, lo que sólo confirma la función de fabricación de consenso que es reservada a los medios. Un caso interesante es la del transexual que está representado en la novela de la Record, que pasa a las diez horas. “Doña Augusta” nació hombre y se hace mujer, sin la folclorización con la que es retratado en la Globo. Es “descubierta” por el hijo que la interna como loca. Todo el tratamiento del tema está muy bien hecho por los autores, sin estereotipos, sin falsa moral. Pero, es la TV de los obispos evangélicos, que, por su parte, en la vida real predican la homosexualidad como “enfermedad”. Son las contradicciones.
 
De cualquier manera, la teledramaturgia brasileña debería ser mejor abordada por los sindicatos y movimientos sociales. Y cada uno de los personajes debería ser analizado en aquello que carga ideología. No para enseñar a los que “no saben”, sino para dialogar con aquellos que acaban siendo capturados por el tejido del engaño. Así como se debe hablar de aquello que se silencia en los medios, de lo que no aparece, de lo que no se explicita, también es necesario discutir sobre lo que se inculca, día tras días, como la mejor manera de vivir.  Pues es en ese intersticio de cosas dichas, malditas y no dichas, que el sistema sigue fabricando el consenso, siempre a favor de la clase dominante. (Traducción ALAI)
 
  Elaine Tavares es periodista.
 
(1) (2) NDLT: Bonzinho es aquella persona que solo piensa en ayudar a todo el mundo, que no guarda rencor con aquellos que lo atormentan, no reclama ni habla mal de nadie. Sin embargo este “ser humano perfecto” pasivo carece de espíritu de iniciativa.

https://www.alainet.org/de/node/155341?language=es
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