Cambio de época e integración regional (II)
16/09/2012
- Opinión
Mar del Plata: el punto de inflexión
“Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto”. Palabras de George W. Bush a Néstor Kirchner, al cierre de la Cumbre de Mar del Plata 2005[1].
A la Cumbre de Mar del Plata en Argentina, en noviembre de 2005, América Latina llegó en condiciones adversas: salvo los casos de Venezuela, donde la Revolución Bolivariana y el presidente Chávez habían derrotado el golpe de Estado de 2002 y el paro patronal; de Brasil, donde Lula da Silva sentaba las bases de una nueva hegemonía del Partido de los Trabajadores; y de la Argentina de Néstor Kirchner, que se poco a poco se levantaba de los escombros de la crisis del 2001; el resto de gobiernos latinoamericanos (menos Cuba, aislada por el consenso panamericano, pero firme en su resistencia antiimperialista) adherían sin mayores reticencias al neoliberalismo privatizador y entreguista, y al proyecto de libre comercio impulsado por los Estados Unidos como alternativa –única- de desarrollo para la región.
A pesar de esto, los llamados a la unidad y la integración de signo nuestroamericano se escuchaban desde mediados de la década de los noventa. En 1993, ante el Foro de Sao Paulo reunido en La Habana, Fidel Castro dijo que la integración “es una cuestión vital, es una cuestión de supervivencia, estamos viviendo en un mundo de grandes gigantes económicos e industriales, de grandes comunidades económicas y políticas. ¿Qué perspectivas de independencia, de seguridad y de paz, qué perspectivas de desarrollo y de bienestar tendrían nuestros pueblos divididos?”[2]
Sin embargo, eran tiempos difíciles para las izquierdas de la región, y aquellas palabras no encontraron eco entre la clase política –seducida ya por el discurso de la globalización neoliberal- ni entre partidos y movimientos progresistas que recién intentaban sobrevivir en medio de la tormenta política e ideológica de aquellos años.
Ese desconcierto fue aprovechado por las élites políticas y económicas de los Estados Unidos, que a través de las Cumbres de las Américas, y bajo el alero de la OEA, impulsaron su proyecto de creación del ALCA: una iniciativa con la que, en palabras del Secretario de Estado norteamericano Colin Powell, “héroe” de la primera guerra del Golfo Pérsico, se garantizaría “a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del Polo Ártico hasta la Antártida”.[3]
Pero la Cumbre de Mar del Plata marcó un punto de inflexión en la historia reciente de la integración político-económica del continente, en términos de confrontar los empeños de Estados Unidos imponer su proyecto de hegemonía continental y global. Al mismo tiempo, abrió un frente de confrontación de imaginarios sociales e ideológicos, entre el ALCA -el modelo del libre comercio panamericano- y los nuevos esquemas y mecanismos de integración (ALBA y UNASUR, fundamentalmente), que está implícito en el desenlace de los acontecimientos político-electorales posteriores a esta cita, en prácticamente toda la región.
Estados Unidos y México colocaron como prioridad en la agenda de Mar del Plata el tema del ALCA y la necesidad de reactivar sus negociaciones (que, apegados al cronograma definido en 1994, debían estar concluidas en enero de 2005). La propuesta recibió el apoyo de 28 países, pero el bloque del MERCOSUR (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), exigió a Estados Unidos desmantelar su sistema de subsidios a la producción agrícola como condición para negociar en igualdad de condiciones. Venezuela, por su parte, “levantó en la cumbre una postura más radical y solitaria, ya que sencillamente llamó a enterrar el ALCA”[4].
El resultado final del pulso diplomático fue muy distinto al esperado por el gobierno estadounidense, puesto que las discrepancias comerciales y políticas entre los gobiernos retrataron la imagen de una América “partida en dos por las disidencias sobre el ALCA, luego de que tras extensas discusiones los mandatarios no consensuaron una postura para sacar del coma las negociaciones para un área de libre comercio”[5].
Así, el balance de la Cumbre anticipó lo que los procesos electorales de la región confirmarían más tarde: una reconfiguración de las fuerzas progresistas de la región, con un claro fortalecimiento del bloque suramericano y el ascenso de nuevos liderazgos políticos de izquierda y nacional-populares.
Más importante aún, la derrota del ALCA, cuando ya estaba en camino la consolidación jurídica y material del ALBA –forjada un año antes entre Cuba y Venezuela-, envió un mensaje de gran valor político y simbólico para toda la región: fue el cuestionamiento frontal, directo, a la integración de una sola vía (la liberalización de nuestras economías para el capital extranjero) y a los imaginarios construidos alrededor del modelo de desarrollo neoliberal como mecanismos de legitimación social.
Frente a la doctrina del libre comercio panamericano formulada por el presidente George W. Bush y sus asesores, plasmada en el ALCA y su variante en pequeña escala: los tratados de libre comercio, en Mar del Plata se enarboló otra bandera, que el Presidente Chávez definió, con acierto, como el parto de un tiempo nuevo y de una historia nueva para nuestra América.
NOTAS
[1] Cibeira, Fernando (2005, 6 de noviembre). “Un final con el corazón partido”. Página/12, Buenos Aires, Argentina. Disponible en:
[2] Castro, Fidel (2009). Latinoamericanismo vs. Imperialismo. México D.F.: Ocean Sur Press. Pág. 235.
[3] Toro Pérez, Catalina (2005). “¿Quién controla la nación?”, Bilaterals.org. Disponible en: http://www.bilaterals.org/article.php3?id_article=1340
[4] Mondiano, Paulina e Illiano, César (2005, 7 de noviembre). “Cumbre de las Américas cierra fracturada por ALCA”. Bilaterals.org. Recuperado el 30 de marzo de 2007. Disponible en: http://www.bilaterals.org/spip.php?article3059
[5] Mondiano e Iliano, op cit.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
https://www.alainet.org/de/node/161023
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