Cacerías por la tierra
04/11/2014
- Opinión
En los últimos años la preocupación por la propiedad de la tierra agraria ha vuelto a lugares destacados de muchas agendas. Desde luego, las de las organizaciones campesinas de los países empobrecidos del Sur, donde el fenómeno de adquisición (a veces compras, a veces alquileres muy largos y a veces por la fuerza) de las mejores tierras fértiles por parte de capitales extranjeros (empresas agroalimentarias, bancos de inversión o también a fondos públicos de países como Japón, China, Emiratos Árabes o Corea del Sur) es tan acelerado como grave en sus consecuencias. La más evidente es también la más sangrante: las gentes locales pierden la capacidad de vivir de sus propias cosechas.
Está también presente en las agendas de organismos multinacionales como el Banco Mundial o la FAO, que si bien también se detienen a observar el proceso de progresivo acaparamiento de buenas tierras campesinas, en lugar de considerar cómo poner freno a este expolio, lo están respaldando con programas encaminados a validar algunas de estas operaciones, con el argumento de que ‘pueden existir buenos acaparamientos’. Y, por último, varias instituciones gubernamentales y no gubernamentales están analizando qué sucede con la tierra agraria de los países europeos, pues, como veremos, la codicia por el control de la misma está relacionada con conflictos muy severos.
Si recogemos la síntesis de los estudios de la Fundación GRAIN y el Transnational Institute advertimos que, como en prácticamente todo el mundo, también en Europa, en las últimas décadas, se está acelerando el proceso de concentración de tierras a manos de élites agrarias que anhelan los beneficios de la tierra entendida como simple mercancía. Y es que quien controla la tierra fértil, cual anillo mágico, tiene acceso a lucrarse con la producción de alimentos pero también con la de agrocombustibles o especulando con un bien finito que, como el petroleo, está mermando.
Esta tendencia está teniendo lugar tanto en la locomotora alemana (en el año 1967 existían un total de 1.246.000 fincas agrarias y ahora apenas se cuenta con 299.000 fincas); como por ejemplo, en Catalunya. Según los datos que ofrece Carles Soler de la revista Soberanía Alimentaria, vemos que de las 127.000 fincas agrarias que existían en 1982 hemos pasado a unas 58.000 explotaciones donde la concentración es muy significativa pues de ellas, el 42% tienen menos de 5 Ha pero apenas representan el 5% de la superficie agrícola cultivada, mientras que un 4,8% de las fincas son grandes explotaciones que concentran casi el 45% del total de la superficie. De hecho, sólo 104 fincas son las propietarias de más del 13% de la superficie cultivada.
Pero donde el fenómeno alcanza las mayores dimensiones es en los países de la Europa Oriental. En estos países, la entrada en la UE significó para muchas y muchos pequeños productores no poder competir con productos agrícolas de la Unión, altamente subsidiados, provocando la venta de sus tierras hacia esa élite de especuladores/inversores. Conocidos son los casos de empresas chinas que se han hecho con tierras en Bulgaria para la producción a gran escala de maíz o el de compañías de Oriente Medio en Rumanía con los mismos propósitos.
El caso a destacar, y el que amerita toda esta reflexión previa, es el caso concreto de Ucrania, un territorio que si hoy está en disputa también lo es, por el valor de su tierra. Algunos datos nos muestran como ya años antes al conflicto bélico actual estaba muy presente el interés por sus tierras.
Según un informe del Oakland Intitute de EEUU, más de 1.6 millones de Has de tierra pasaron a manos de empresas multinacionales en menos de diez años, “incluyendo más de 405.000 Has a una empresa registrada en Luxemburgo, 444.800 Has a inversores registrados en Chipre, 120.000 Has a una empresa francesa y 250.000 Has a una rusa”. La presencia de las multinacionales más potentes en el capítulo agrícola, también estaban jugando sus bazas, como Monsanto que desarrolla un programa, “Grain Basket of the Future”, que ofrece préstamos para asegurarse el control de las producciones; o Cargill que invirtió 200 millones de dólares en uno de los grandes holding empresarial, el UkrLandFarming, el cual concentra muy buena parte de toda la tierra de Ucrania. Y en enero de este año, poco antes de las primeras manifestaciones de protesta, se firmó un acuerdo entre China y Ucrania que concedió el control de 3 millones de Has de primera calidad a Pequín, lo que es equivalente a una superficie similar a toda Galicia.
¿Es temerario argumentar que las guerras del siglo XXI tienen que ver con cacerías por la tierra agraria? A mi parecer no, si tenemos en cuenta un último dato: para muchos analistas Ucrania no es solo ya el tercer exportador mundial de algodón y el quinto de trigo, si no que la calidad y extensión de su tierra permite adelantar que en pocos años podría convertirse en el segundo exportador mundial de granos, solo por detrás de los EEUU. ¿No es esto un motivo para desear su control?
- Gustavo Duch Guillot es autor de Alimentos bajo sospecha y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
https://www.alainet.org/de/node/165204
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