La Patria como desafío
08/12/2014
- Opinión
Hace ya unos años atrás leí “Vivir afuera”, gran libro de Enrique Fogwill. De alguna manera, aquel libro a través de la escritura tangencial o de la interpretación territorial y subjetiva que el lector realiza sobre un texto dentro de una materialidad terrestre e histórica, quizá a través de una biografía personal cronicada, contada en forma de relato, manifestaba un clima de época en el cual se sentaron las bases para la globalización mercantilista del país, con una idea sencilla que hasta pudo haber pasado desapercibida: los cuerpos, los ciudadanos, las personas, no pueden circular libremente por rutas y caminos ya que la territorialidad del mercado ha sembrado sus retenes: El recorrido o la circulación por los territorios es tal si el mercado accede a ello. Allí están, nacen y se reproducen las autopistas. El viaje, el traslado, la circulación es sólo posible si antes se paga el peaje. Para ello se proyectan y se construyen, y es ahí donde se impone la idea de mercado como organizador espacial y territorial del movimiento de los cuerpos, cuerpos objetivados, cuerpos líquidos, intercambiables y descartables; cuerpos que se especializan en la venta de sus cualidades de consumo, y como ornamentación moderna, una pátina de subjetividad acorralada.
Es así como el mercado nos roba el cuerpo objetivo de nuestra subjetividad, el cuerpo de la Patria. Esa Patria, que es necesario pensar. Esa idea o noción aún más antigua que la de Nación o Estado. ¿Qué es la Patria? Podríamos decir que supone la pertenencia a un territorio, a un suelo, implicado en una historia diferencial, una historia propia y común, que produce las condiciones para que surja un pueblo que culturalmente se diferencia y se acerca a otros. Pero la palabra Patria, como lo expresó León Rozitchner, pudo ser la palabra Matria, ya que el suelo patrio es el suelo materno, la pachamama, que en la cultura de gran parte de nuestra región significa la primera y más profunda relación con la tierra. Patria y Matria: Quizás es en esta primera occidentalización donde emerge el dominio patriarcal; es tal vez en esa malinchenización donde comienzan a esbozarse las primeras diferencias de clase; los que están incluidos y los que no; los que están arriba y los que están por debajo; y también aquellos a quienes en tiempos amables son contenidos por el concepto de Patria: los extranjeros.
Entonces la Patria sería ese lugar primario donde las relaciones humanas son abarcadas y compartidas. La Patria ligada a la noción de comunidad pero también al territorio, a la tierra, al recorrido del suelo patrio y a la historia de ese recorrido. Pero cuando toma forma la noción de Patria se tejen suposiciones: la existencia de una tierra, la satisfacción de necesidades básicas, la cooperación entre los habitantes de esa tierra y la producción de los hombres que satisfagan esas necesidades al tiempo que alterarán la naturaleza y las relaciones entre los hombres.
Habrá que pensar entonces en cómo la idea de Patria se conjuga con la de mercado, y cómo a través de los tiempos, el mercado ha dominado la relación de los hombres entre sí y de los hombres con el suelo patrio, con la tierra, con la Matria y la naturaleza.
Aquella alusión a la novela de Fogwill remite a las complejas relaciones que los hombres y mujeres del suelo patrio han establecido con su cultura, su economía y su historia. Esa demarcación de peajes mercantilistas que delimitan el recorrido, la habitabilidad y la comunión con el territorio es lo que simbólicamente manifiesta la idea de vivir afuera, torna expresa la diferencia entre estar incluido y estar excluido. Las restricciones del mercado en su faceta neoliberal-financiera sólo hablan de dominio y reducción de esas condiciones necesarias para que exista la Patria, para que haya historia. Y para que haya historia y Patria debe haber nuevos hombres, nuevos desafíos, nuevas necesidades que atender, nuevos rumbos que emprender o destinos a modificar.
Volver al imperio total del mercado –porque de ese dominio no hemos salido: es más, aceptamos ese sino como ineludible – es restablecer las condiciones de reducción cultural, política e histórica de una Patria – y de un suelo materno- que en sus más de doscientos años ha vivido escasos momentos, raros momentos, de felicidad y relativo dominio de las variables socio-económicas enlazadas a la idea del mayor bien común posible. Y ello es así porque la Patria se asienta en una materialidad que las izquierdas desconocen o niegan luego de descubierta, mientras que la derecha siempre supo de ella, fue en su búsqueda, la conquistó y reservó para sí. Por ello es que habitamos un mundo, una región y un siglo que no ha podido modificar esa relación con un signo lingüístico que se opone siempre con renovados bríos a la expresión de un enunciado material y cultural cuyo lenguaje no sea la prevalencia de lo producido más allá de lo necesario para que las relaciones de sociabilidad y cooperación se establezcan al calor de comunidades para las cuales el peaje para acceder a la vida no sea exclusivamente el consumo de bienes económicos sino condiciones dignas de trabajo, salud, educación y, sí, ocio.
A partir de aquí, el desafío de pensar la Patria, su cultura, sus lenguajes y su historia, la pasada y la que debemos construir.
Conrado Yasenza
Periodista. Director de la Revista de Cultura y Política La Tecl@ Eñe http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene
https://www.alainet.org/de/node/165990
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