Chávez, CELAC y la oportunidad perdida de Costa Rica
15/12/2014
- Opinión
El 14 de diciembre de 1994, Hugo Chávez, por entonces teniente coronel de paracaidistas del ejército venezolano, y soldado insurrecto recién indultado, visitó Cuba por primera vez, en lo que sería el inicio de una relación tan profunda e innovadora en sus alcances integracionistas, como no se registraba en las últimas décadas entre dos naciones latinoamericanas, ya de por sí hermanadas por más de una razón histórica. Según se recuerda, Chávez arribó a La Habana en un vuelo comercial y, para su sorpresa, fue recibido en el Aeropuerto Internacional José Martí por el propio Fidel Castro. El historiador cubano Eusebio Leal dijo de aquel encuentro: “Fidel descubrió en Chávez a un diamante que alcanzaría las cotas más altas en el discurso político, revolucionario e internacionalista. Creo que el que lo vio todo con claridad, nitidez y visión, que alcanza el tiempo futuro, fue Fidel, quien cobró una simpatía infinita por él”.
Ese mismo día, Chávez dio un discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, cuyo contenido y visión estratégica debería estudiarse con mayor interés en nuestras academias y organizaciones políticas, toda vez que en esa intervención delineó el programa ideológico de lo que, años después, se convirtió en la Revolución Bolivariana; y además, anunció el proyecto de integración continental que sentó las bases de la actual Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Chávez se refirió a lo que consideraba “un proyecto estratégico continental de largo plazo”, que en un horizonte de 20 a 40 años permitiera el desarrollo de un modelo económico y político alternativo, soberano y complementario para la región. A lo que aspiraba era a conformar “una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño original de nuestros libertadores”, a la manera de “un congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre nuestra tragedia y sobre nuestro destino”; un proyecto, en definitiva, que pusiera fin a la fragmentación de nuestros pueblos de la que se han valido los imperios durante doscientos años y que hiciera del siglo XXI “el siglo de la esperanza y de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.
En 2011, quince años después de aquellas palabras, y gracias a un compromiso y una pasión que consumió la vida del líder venezolano, finalmente fue creada la CELAC: un organismo llamado a impulsar el latinoamericanismo en el contexto complejo de la nueva integración regional y de los nuevos equilibrios de fuerzas políticas, configurados a partir del ascenso de los gobiernos nacional-populares y de la crisis del capitalismo neoliberal. Se buscaba con esto, además, liberar a América Latina de los anclajes impuestos por los Estados Unidos para perpetuar su dominación mediante la ideología del panamericanismo, como eje rector de la política exterior, y de un sistema jurídico-político afín a ese propósito, y que se articuló en torno a la Organización de Estados Americanos (OEA).
En ese marco, Costa Rica asumió en enero de 2014 la presidencia pro témpore de la CELAC, en medio de la incertidumbre de un proceso electoral que, a la postre, puso fin a ocho años de gobiernos neoliberales y, desde el mes de mayo, abrió la puerta de un gobierno que insinuaba posiciones progresistas y, en apariencia, mucho más afines con las tesis de la integración latinoamericana que se han venido consolidando, por ejemplo, en iniciativas como el ALBA o UNASUR.
Sin embargo, al cabo de casi doce meses al frente de CELAC, resulta difícil realizar un inventario de acciones concretas que evidencien un liderazgo diplomático de los gobiernos costarricenses –del Partido Liberación Nacional, primero, y del Partido Acción Ciudadana, después-, y un compromiso real por impulsar la consolidación del organismo latinoamericanista. En parte, porque la cancillería no realizó una buena lectura de la coyuntura regional y no logró conformar una agenda que sintonizara con los intereses y problemáticas de sus pares; y en parte, por el aislamiento al que nos condujeron las élites políticas y económicas neoliberales durante los últimos diez años, y que nos impide dialogar con gobiernos y movimientos cuyos procesos políticos se sitúan ya en el umbral del posneoliberalismo. Más grave aún, la Cancillería costarricense ha sido incapaz de contrarrestar, a nivel local, el discurso opositor de la prensa de derecha y de algunos sectores políticos vinculados al "exilio" cubano y venezolano, que cuestionan la organización de la cumbre de CELAC en San José en enero de 2015, y la presencia de las delegaciones de Cuba y Venezuela en el evento.
Costa Rica tuvo todo un año para empujar hacia su concreción el sueño de integración de la CELAC, pero no fuimos capaces de hacerlo. Simplemente, nuestros gobiernos no estuvieron a la altura del tiempo histórico y sus exigencias, porque su mentalidad sigue anclada a las ataduras del pasado y a los esclavizantes temores de clase que los inmovilizan.
Ojalá Ecuador, que asumirá la presidencia a partir del próximo año, pueda revitalizar a la CELAC y darle el protagonismo merecido y necesario a este empeño de unidad y solidaridad nuestroamericano.
Andrés Mora Ramírez /AUNA-Costa Rica
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