Universidades públicas en riesgo (I)
16/03/2015
Explicaciones contrarias. En las universidades públicas de Colombia hasta hace una década era fácil describir e interpretar lo que ocurría y mantener un relato colectivo más o menos común, saber de sus propósitos, de las relaciones e implicaciones solidarias con el entorno, de los modos de acción en la creación de conocimientos y libertades y de lo que defendían sus directivos académicos. Hoy no resulta fácil conciliar una mirada común entre los distintos sectores y actores universitarios y menos aún hacer coincidir las explicaciones e informes respecto a lo que ocurre. Una de las razones es la separación de los órganos de administración de la naturaleza de la academia y consecuentemente la elección de metodologías para el análisis de datos que distan de ser neutras, es similar la situación a la que ocurre con la separación de los intereses del Estado y de la Nación.
Son las reglas del mercado las que orientan, no siguen la naturaleza de los fenómenos de la ciencia si no el interés por la gestión de resultados y de manera caótica crean dos mundos que se cruzan, uno donde las carencias estructurales se mantienen vigentes y otro en el que la realidad se nutre con datos que aprecian los equilibrios y desprecian los conflictos que son parte sustantiva de cualquier ámbito del conocimiento y las ideas. Parece haberse completado la mercantilización de las actividades, servicios y contenidos del derecho a la educación, que inicio con la multiplicación sin freno de la oferta de programas e instituciones, la precarización del trabajo docente y la apertura oficial a la educación como asunto rentable.
Las universidades públicas compiten con menos garantías que las privadas, son impulsadas a hacer negocios, producir excedentes y medirse con indicadores de gestión privada, se ha abandonado el interés por los procesos y sobrepuesto la medición de resultados para a través de ellos atraer beneficios y compensaciones del mercado, aun a riesgo de autoderrotar sus fortalezas. Algunas universidades aparecen ajenas a las transformaciones sociales y políticas, reducidas a reproducir el sistema mercantil y adelantar acríticamente las orientaciones globales prediseñadas por las instituciones globales del capital como FMI, BM, OMC y ahora OCDE, todas ellas con alta injerencia y representación de los financistas globales y sus empresas trasnacionales, para las que no cuentan los contextos, las culturales, las identidades, las soberanías, si no las riquezas materiales y sus garantías de saqueo efectivo.
Es evidente que los conceptos originales sobre los que pensaba y construía la universidad pública permanecen desocupados de sus contenidos y se impone otro modo de pensarlas y gestionarlas, que utiliza análisis ajustados a la concepción hegemónica de sus gobernantes, apoyados en staff directivos, expertos y técnicos que copan los espacios de debate público y confrontación intelectual y alientan tanto la homogeneización como el alejamiento de la universidad de su condición política, filosófica y social, propia del escenario plural de las artes y las ciencias, del librepensamiento, del dialogo y de creación de conciencia social para la configuración de una nacionalidad crítica y soberana como anunciaron las actas de fundación de las primeras universidades.
Los responsables de la gobernabilidad paulatinamente han abandonado el mandato recibido para afirmar el ethos, la ética y la legitimidad que sostienen la raíz del concepto universidad, algunas han caído incluso en autoritarismos y degenerado en corrupción y centralización de las decisiones en pequeños cuerpos de poder político con interés propio que reducen la democracia a mecánicas eleccionarias y deshistorizan y desmemorizan el sentido patrimonial de lo público para enajenarlo o modificarlo a su voluntad. La tendencia del mundo administrativo parece ser a aferrarse al poder con una lógica de organización de universidades-empresa, eficaces en indicadores de productividad y competitividad, mientras en el mundo de la academia los procesos de las artes, las ciencias y la humanización permanecen debilitados en sus capacidades para generar impactos de transformación de la realidad, en la que se determina su real estado y se confirma la acreditación de su calidad.
Los informes oficiales de lo que ocurre en cada institución, tratan de reportar lo que metodológicamente cabe en los ranking de competición global cuya metodología es de estudios cuantitativos sobre la web académica. Las sumatorias de datos de la web aparecen desprovistos de contexto y sentido práctico. Universidades como Harvard, Tokio, Cambrigde, Melbourne o Córdoba Colombia resultan medidas por igual a pesar de las inmensas desigualdades y diferencias no solo de los volúmenes de capital invertido para mantener la vida intelectual y el ethos universitario, sino también por las condiciones y garantías de las que disponen para ampliar las fronteras de las ciencias y las artes y entregar servicios asociados al derecho a la educación, siendo de imprescindible rigor mantener la legitimidad en los modos de decidir y gobernar, entender y respetar a estudiantes, profesores, intelectuales y funcionarios, abordar teorías y valorar el profundo significado de la cultura, el campus y la estética. Competitividad y Productividad impuestas como nuevas metas, son en verdad los nuevos pilares que convierten el derecho a la educación en una libertad que libera al estado de las responsabilidades políticas para garantizarlo e impiden observar asuntos complejos como por ejemplo que la Paz de U.S.A., Japón, Gran Bretaña o Australia que tienen las llamadas universidades de clase mundial no se enfrentan a las carencias, problemas y necesidades de una población mayoritariamente empobrecida con el telón de fondo de políticas sin política y una guerra en la que ciencia, arte y el humanismo de alguna manera tienen compromisos directos para transformar esta realidad.
(Esta es la primera de tres entregas sobre este tema)
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