Las interminables huelgas del servicio público
- Opinión
56 instituciones brasileñas de enseñanza superior llevan más de 60 días de huelga
El periodista Milton Temer ha escrito hace pocos días un texto en el cual cuestiona la huelga que la universidad pública brasileña ya lleva más de 60 días, alegando que ya es hora de que los trabajadores de los servicios públicos en general pensaran en otra forma de manifestarse y reivindicar sus derechos, de tal manera que no afecten a la ciudadanía. Enfatiza además que las huelgas en el servicio público sirven más para que los empleados salgan de vacaciones, lo que hace que la sociedad se vuelque en contra del movimiento.
He pensado acerca de esto y me permito hacer algunas puntualizaciones sobre esa indignación frente a la huelga “por tiempo indefinido”, que el colega periodista insiste en que es algo anticuada y anti sociedad.
Un primer punto a ser considerado es comprender que el servicio público no tiene una fecha-base. Una cosa tan prosaica que cualquiera en la esfera privada tiene. O sea. Cuando llega mayo u otro mes acordado por las partes, el patrón está obligado a discutir las pérdidas salariales y las posibilidades de un aumento real. Es la ley. Aunque el patrón no quiera hacerlo, está obligado a negociar con el sindicato. Entonces, cuando una huelga viene es porque ya se agotaron todas las conversaciones.
En el caso del servicio público, el gobierno no está obligado a discutir las pérdidas de los trabajadores en un mes específico del año. No existe la fecha-base. Entonces, los trabajadores van aguantando, esperando la buena voluntad del gobierno a negociar. Porque cualquier reposición salarial solo viene si el gobierno quiera discutir. Pero como hasta hoy no hemos tenido a un gobierno que se preocupe en dialogar con los trabajadores para debatir el sueldo y las condiciones de trabajo, todo ese parto hay que hacerlo con fórceps. Es un drama anual. El gobierno no llama para discutir, los trabajadores se articulan, buscan negociación desde sus federaciones, el diálogo no viene y se hace necesaria la huelga.
Así, la huelga es el único recurso que el trabajador tiene para abrir el diálogo con el gobierno. Y, por siempre, el gobierno se niega, hace poco caso, no marca una reunión y hace que la movilización de los trabajadores siga por dos o tres meses. Entonces, como es común, frente a la falta de información y del perjuicio perpetuado, los trabajadores pasan a ser los bandidos de la historia. Son ellos los que agreden a la “ciudadanía”. Son ellos los malvados que dejan a los estudiantes sin clases, viejitos sin pensiones, personas sin médicos. El gobierno parece que no es responsable de nada.
Reivindico que esa es una estrategia gubernamental muy vieja. Tornar largas las huelgas por meses para que los trabajadores sean ridiculizados en la plaza pública como si fueran irresponsables, los que no atienden a la gente. Aceptar esa premisa sirve como refuerzo al prejuicio creado por los gobernantes de que todo servidor público es un obstinado.
Ya en el aspecto de la metodología de la huelga, tiene cierta razón Milton Temer. Es más, es el momento de que los líderes de los trabajadores públicos estudien esta cuestión. Las huelgas prolongadas –provocadas por el gobierno– son como un talón de Aquiles que tiene de ser atendido. Conocedores de la estrategia gubernamental, de demonizar al trabajador, ya era tiempo de pensar en otras estrategias para que la reivindicación sea hecha sin tanta molestia para la gente que utiliza el servicio público.
Pero es bueno que el periodista sepa que este tema siempre ha sido el centro de debates y discusiones. Las tales “nuevas formas de lucha” están siempre en agenda, sin que se pueda avanzar. Porque, al final, ¿que tienen los trabajadores públicos para negociar? Ellos no paran la producción de morcilla, ni de zapatos o de automóviles, cosas que generan grandes ganancias para los patrones. Un día de huelga en esos sectores y los daños son gigantes, los patrones luego se movilizan para acabar con el movimiento, sea con violencia, con puniciones o negociaciones. Pero la cosa es muy rápida.
Pero ahora, cuando se trata del servidor público, ¿qué es lo que para? El servicio a la población. Cosa que históricamente siempre ha sido mirada con prioridad cero. En los discursos de los políticos están en la cima, pero en la acción cotidiana de los gobernantes, es cero. Entonces, una se pregunta: ¿Cómo son los servicios públicos cuando los trabajadores no están en huelga? Si una mira con honestidad percibe que la “ciudadanía”, las gentes, solo pueden tener los servicios del Estado por obra de la dedicación de los trabajadores que, laborando generalmente en malas condiciones, se vuelven gigantes para dar cuenta de una máquina ineficaz y deshumanizada. Basta que una se quede un día en un hospital público, en un puesto de salud, en una escuela de barrio, o en una universidad destruida, para ver cómo es trabajar en esas condiciones.
Entonces, cuando el trabajador ya no puede más, precisa gritar para mejorar el ambiente de trabajo, por carrera, por salario – esa cosa vil que no paga el valor de lo que se produce. ¿Y qué hace el gobierno? Torna larga la huelga, lleva dos meses para abrir una mesa de negociación en la cual dice que no habrá conversación. Y se pasan dos meses o más con los trabajadores implorando por diálogo. Es así una huelga de los trabajadores públicos. Una humillación más. Y al final de cuentas, aun son tratados como si fuesen villanos de la ciudadanía.
El periodista habla de un ejemplo en lo cual los médicos atienden a la gente en la calle, pero no es eso lo que ellos desean. Lo que quieren los trabajadores públicos es un trato digno, humanizado, en buenas instalaciones, eficaces. Los profesores podrían dar clases públicas, y lo hacen. Pero, ¿Y qué? ¿El gobierno las valida como clase dada? ¡No! ¿Y el trabajo cotidiano de los técnicos-administrativos para mantener la máquina pública funcionando? ¿Cómo hacerlo en tiempos de lucha? O ellos son tan insignificantes que no están en la lista de servicios importantes a cumplir.
Si, la huelga en los servicios públicos es un drama social. Si, toca lo que es más frágil, a quien necesita del servicio público. Si, provoca sufrimiento, angustia, dolor. Pues, por eso, la huelga no debería pasar. Eso significa que la "nueva forma" de lucha tendría que ser elegir un nuevo tipo de gobierno, un nuevo tipo de organización de la vida, que realmente si le importara lo público, que valorara a los trabajadores del sector, que dialogara con ellos y que, a la primera señal de movilización reivindicativa se dispusiera a negociar, impidiendo la paralización.
Pero lo que se ve es un gobierno -de todos los colores - que provoca el alargamiento de la huelga, que se omite, que se esconde, que endurece en posiciones predefinidas, que no hace una verdadera negociación. Así, las huelgas por tiempo indefinido son provocadas por esa acción gubernamental. Porque es el gobierno el que tiene el poder. Los trabajadores solo tienen su fuerza de trabajo, sus cuerpos desnudos, como decía el reportero Marcos Faermann. Y es esa fuerza, frágil, que ellos ponen a la calle, en lucha. Es cierto que hay trabajadores que no participan, que se quedan en la casa, que son irresponsables en la huelga y en el trabajo, pero son una minoría.
Por último, cuestionar el método de las huelgas interminables sí, es legítimo, pero hay que mirar el lado acertado. Responsabilizar a los trabajadores es volver más fuertes los viejos prejuicios.
Elaine Tavares es periodista brasileña
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