Desafíos de la COP21 París y los movimientos climáticos
- Opinión
Consenso científico, desacuerdo político y transición
Se acabó el debate. Ya nadie puede negar que el mundo sea más caliente y que ello se deba a la actividad industrial capitalista. O podrá hacerlo pero sin evidencia a su favor.
Incluso el Papa Francisco, en su Encíclica Laudato Si,0 reconoce que “hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático”. Y “numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana”.
Divulgada el 18 de junio, la carta papal define el clima como “un bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana”, luego, el clima no debe ser objeto de lucro ni blanco de la depredación y la avaricia.
En el documento que ha sido denominado “la Carta Magna de la ecología”, el pontífice critica el afán de lucro del modelo económico dominante que ha convertido al mundo en “un montón de porquería”, y redefine el significado del mandamiento «no matarás» al subrayar que “un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”.
Es insostenible el actual nivel de consumo de los países opulentos y de los sectores más ricos de las sociedades, afirma Francisco, “donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos.” El planeta está exhausto y no ha sido resuelto el problema de la pobreza.
El Papa enfatiza la necesidad de transformar los estilos de vida, de producción y de consumo, para resolver la crisis del clima. La encíclica es un llamado urgente a limpiar nuestra casa común —el único hogar de la humanidad—, resguardándola tanto de los gases de efecto invernadero como de las causas estructurales que someten a la mayor parte de la raza humana a condiciones infames de vida.
El consenso científico admite que vivimos con casi un grado centígrado más de temperatura global debido al incremento de los gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, resultado de la quema de carbón, petróleo y gas natural desde el inicio de la era industrial. El efecto invernadero natural que hizo posible un clima favorable para el desarrollo de la vida en el planeta ha sido alterado por la incorporación de enormes cantidades de carbono en el ambiente, consecuencia de la combustión de hidrocarburos extraídos del subsuelo que ha provocado un desequilibrio en el ciclo del carbono. El aire contiene más bióxido de carbono (CO2) y es más caliente que en el siglo XVIII y que en los últimos 800 mil años.
De hecho, el año pasado fue el más caluroso del que se tenga registro1. La temperatura media en la superficie de la Tierra fue 0.69 grados superior a la media del siglo XX, cuatro centésimas de grado más que el pico anterior observado en 2010. La temperatura ha subido 0.8 grados desde 1880, cuando inició el registro histórico. La mayor parte del calentamiento se ha dado en los últimos 30 años, y 9 de los 10 años más calurosos de la historia han ocurrido en lo que va de este siglo.
Si ocho décimas de grado en la columna de mercurio parece poco, en los hechos sus consecuencias son devastadoras. Huracanes más destructivos, exceso de lluvias en algunos lugares y sequías extremas, en otros; proliferación de incendios, derretimiento de glaciares en los polos y en las montañas, acidificación de los océanos y elevación del nivel del mar, son algunos de los fenómenos que están afectando ya la vida de millones de personas, principalmente de la población más pobre en todos los países del mundo.
Pero si bien el debate se acabó, no ha sido igual con las campañas de negación y desinformación impulsadas por personeros de la derecha, los medios y otros defensores del sistema, incluso por científicos al servicio de las corporaciones petroleras. Como en el caso de las campañas en contra de la teoría de la evolución, la derecha estadounidense pretende suprimir de los libros de texto escolares cualquier referencia a la ciencia del cambio climático.2 El estado de Carolina del Sur ha aprobado una norma en ese sentido. En Kentucky y Virginia Occidental hubo intentos similares pero la protesta popular los contuvo.
Las posiciones reaccionarias han ido desde negar la realidad del calentamiento global, hasta reconocerla pero explicándola sólo en función de causas naturales–nada que ver con la industria petrolera. Se ha llegado a argumentar que la alteración del clima se debe a los ciclos solares, por ejemplo.
Hoy sabemos que el sol no es el problema sino una de las soluciones. Y es posible fundamentar que la crisis climática ha sido generada por el afán de lucro de la economía capitalista y sus ropajes, como el extractivismo, la prevalencia del mercado y la concepción de la naturaleza como un conjunto de bienes susceptibles de ser convertidos en mercancía.
Ahora se sabe también que el calentamiento global continuará durante el presente siglo en todos los escenarios de emisiones previsibles. Muchas de las consecuencias del cambio climático perdurarán durante siglos, incluso si en este momento se detuvieran por completo las emisiones contaminantes. El 2009, en Copenhague, los gobiernos de los países acordaron limitar las emisiones para evitar que el calentamiento rebase los dos grados centígrados hacia la mitad del siglo. El incumplimiento de acuerdos y la falta de compromiso de los gobiernos de las naciones más contaminantes han convertido esa meta en un imposible.
Si se rebasa la frontera de los dos grados hacia 2050, los huracanes y otros eventos extremos serán más intensos y frecuentes. Katrina será un programa de la barra infantil. La ola de calor que en 2003 causó decenas de miles de muertos en Europa será nuestro pan de cada día. El océano continuará calentándose, acidificándose y elevando su nivel. Comunidades, ciudades y culturas se las llevará el mar. Muchas especies se extinguirán y caerá la producción de maíz, trigo y arroz en zonas tropicales y templadas, causando hambre en poblaciones enteras.
Áreas rurales y urbanas enfrentarán mayores conflictos por el suministro de agua y aumentará el desplazamiento forzado de personas. El peor escenario sería un calentamiento seis grados superior a finales de siglo. Ello implicaría no sólo desastres y eventos climáticos atípicos sino que transformaría por completo el modo de funcionar del clima de la Tierra. En el pasado, seis grados menos significaron la Edad de Hielo. Seis grados más, provocarían cambios dramáticos que volverían irreconocible el mundo tal como ha sido en los últimos 15 mil años.
Hoy las posibilidades se limitan a evitar que las cosas lleguen a extremos y se salgan de control. Ése es el desafío para la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC, acrónimo en inglés), a realizarse en París en su edición 21 a partir del 30 de noviembre 2015. En esta conferencia se intentará lograr por primera vez un acuerdo universal y obligatorio que permita combatir eficazmente la crisis del clima e impulsar la transición hacia sociedades no dependientes del petróleo. Un acuerdo global hacia una transición con equidad. Pero 20 años de fracasos sucesivos en las cumbres climáticas no dejan lugar al optimismo.
Aunque, viéndolo bien, 2014, además de batir récord de temperatura, también fue testigo de hechos esperanzadores. Entre marzo y noviembre, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la ONU finalizó su V Informe de Evaluación, dividido en tres partes: Bases físicas, entregado en septiembre de 2013; Impactos, adaptación y vulnerabilidad; y Mitigación del cambio climático. Además, el Panel presentó un informe de síntesis. Sus aportes son el principal sustento del consenso científico en la materia. En septiembre se llevó a cabo la Cumbre sobre el Clima en la sede de la ONU, convocada de emergencia por su secretario general Ban Ki-moon, y paralelamente se movilizaron más de 400 mil personas en Nueva York y muchas más en todo el mundo, demandando a los gobiernos y a las corporaciones soluciones verdaderas a la crisis del clima.
También en septiembre salió a la luz el libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima de Naomi Klein, que rápidamente escaló las listas de los más vendidos. En marzo, la serie Cosmos, una odisea en el espacio-tiempo, fue estrenada simultáneamente en 10 canales y transmitida en 181 países y 45 idiomas. En tres de sus 12 capítulos, el astrofísico Neil deGrasse Tyson expuso magistralmente la evidencia científica de los cambios climáticos naturales experimentados por el planeta en el pasado, y el actual calentamiento global antropogénico que nos tiene al borde de la más grande catástrofe ambiental y civilizatoria. Y en diciembre, en Lima, fue presentado por sus autores Gerardo Honty y Eduardo Gudynas, el libro Cambio climático y transiciones al Buen Vivir, alternativas al desarrollo para un clima seguro, en el marco de la Cumbre de los Pueblos Frente al Cambio Climático, encuentro alterno a la COP20. Honty y Gudynas enfatizan el límite físico de los recursos que vuelve imposible la aspiración general al “desarrollo”, y proponen opciones basadas en la cosmovisión de los pueblos andinos.
La advertencia de la ciencia
El IPCC es un grupo de expertos en clima formado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Su función es evaluar información científica, técnica, social y económica acerca del cambio climático, sus consecuencias y posibles soluciones. Sus informes se basan en literatura científica revisada por pares y son presentados a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático la cual se reúne anualmente en la Conferencia de las Partes. En 1997, una de estas reuniones dio origen al Protocolo de Kioto, acuerdo internacional para reducir las emisiones de GEI que entró en vigor en 2005 y ratificó su vigencia en un segundo período a partir de 2013 y hasta el 2020, pero cada vez más debilitado y lejos de sus objetivos.
Elaborado por alrededor de un millar de científicos de más de 80 países, el V Informe3 sostiene que la influencia humana en el clima de la Tierra es evidente y el calentamiento global es un hecho inequívoco. El cambio climático amenaza con efectos irreversibles y catastróficos para la vida y las naciones pero es posible limitar sus impactos si se actúa pronto, rápido y en gran escala. El informe es resultado de la revisión de más de 30 mil documentos científicos que lo convierten con mucho en la evaluación más completa del tema realizada hasta la fecha.
He aquí algunas de sus afirmaciones:
La influencia humana en el clima es evidente a partir del incremento en las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Se la ha detectado en el calentamiento del aire y el océano, en alteraciones en el ciclo del agua, en reducciones de la cantidad de nieve y hielo, en la elevación media del nivel del mar y en la intensidad de algunos fenómenos climáticos extremos. La evidencia de la influencia humana es cada vez mayor.
Muchos de los cambios en el clima observados desde 1950 no tienen precedentes en milenios. La principal contribución al calentamiento proviene del aumento en la concentración de CO2 en la atmósfera que se viene produciendo desde 1750.
Las concentraciones atmosféricas de bióxido de carbono, metano y óxido nitroso han aumentado a niveles sin precedente en los últimos 800 mil años. El CO2 ha crecido en un 40 por ciento desde la era preindustrial debido, principalmente, a la quema de combustibles fósiles y, en segundo término, al cambio de uso del suelo y la deforestación. Los océanos han absorbido alrededor del 30 por ciento del bióxido de carbono emitido, causando su acidificación, con consecuencias nocivas en las cadenas alimenticias.
Las emisiones de CO2 continuas y acumuladas causarán un mayor calentamiento durante el siglo XXI y después. La mayoría de los impactos del cambio climático perdurará durante varios siglos, — aun deteniendo las emisiones de CO2—, debido a las emisiones pasadas y presentes.
Para contener el cambio climático en márgenes que permitan la adaptación, será necesario reducir de forma radical y sostenida las emisiones de gases de efecto invernadero. No hay de otra.
Pero lejos de decrecer, las emisiones de GEI se están acelerando: crecieron dos veces más rápido en la primera década de este siglo que en las tres décadas anteriores. Los gobiernos del mundo están gastando mucho más dinero en subsidiar los combustibles fósiles que en acelerar el tránsito a energías limpias.
Las emisiones mundiales tendrían que reducirse de 40 a 70 por ciento entre 2010 y 2050 para mantener el calentamiento global por debajo de los 2° C. En un escenario de calentamiento entre 1 y 2 grados centígrados, los riesgos de impactos totales en la biodiversidad y la economía son moderados. El riesgo de pérdida amplia de biodiversidad con destrucción de bienes y servicios ecosistémicos es alto en caso de un calentamiento de 3 grados centígrados.
Aproximadamente el 80 por ciento de las reservas conocidas de combustibles fósiles deben quedarse en el subsuelo si se quiere evitar rebasar el umbral de un calentamiento de 2 grados centígrados.
Para mitigar el calentamiento, es necesario invertir 147 mil millones de dólares por año en energías limpias hasta el 2030. Y las inversiones en combustibles fósiles tendrían que bajar 30 mil millones de dólares al año.
El mayor crecimiento de emisiones de GEI ocurre en los países en desarrollo, pero gran parte proviene de la producción de bienes consumidos en Estados Unidos y Europa.
Durante este siglo, el cambio climático hará más lento el crecimiento económico, extenderá la pobreza y disminuirá la producción de alimentos, creando nuevas zonas críticas de desnutrición y hambruna. Se prevé la incidencia en daños a la salud especialmente en la población pobre. Crecerá la probabilidad de lesión, enfermedad y muerte debido a olas de calor e incendios más intensos; aumentará la incapacidad de trabajo y caerá la productividad laboral de la población vulnerable; y habrá mayores riesgos de enfermedades ocasionadas por los alimentos y transmitidas por vectores.
¿Adaptación al desastre?
Las acciones más eficaces para resistir los efectos de la crisis climática son los programas que mejoran la salud pública básica como el suministro de agua potable y drenaje, servicios de vacunación y salud infantil, una mayor capacidad de anticipación y respuesta emergente frente a los desastres, y el combate a la pobreza.
La adaptación ha empezado a ser considerada en algunos procesos de planificación. Respuestas de adaptación emplean habitualmente alternativas de ingeniería y tecnología y con frecuencia son parte de los programas para enfrentar riesgos de desastre, así como en la gestión del agua. Ya muchas comunidades en riesgo o afectadas trabajan en la adaptación por necesidad, en esfuerzos frecuentemente dirigidos por mujeres. Cada vez es mayor el reconocimiento del valor de las medidas sociales, institucionales y basadas en los ecosistemas. Las opciones de adaptación están en la línea de ajustes progresivos y empiezan a enfocarse en la flexibilidad y el aprendizaje.
La mitigación es la intervención humana para reducir las fuentes o potenciar la captura de GEI. El cambio climático es un problema global y las acciones para reducir sus impactos deben ser globales. Dado que la mayoría de los GEI se acumulan, se combinan y se distribuyen en la atmósfera, las emisiones realizadas por cualquier empresa, corporación o país afectan a todos. No tendrá éxito la mitigación si los agentes contaminadores anteponen sus propios intereses.
Las opciones de adaptación y mitigación que se elijan a corto plazo afectarán a los riesgos del cambio climático durante todo el siglo y más allá. Asegurar el pleno ejercicio de los derechos humanos y la igualdad de género a las personas que habitan en comunidades y zonas vulnerables es indispensable para enfrentar los efectos del cambio climático.
Su importancia radica en la exhaustividad de la investigación y el consenso prácticamente unánime de la comunidad científica acerca de las causas y dimensiones del problema. Además reitera y confirma gran parte de las nociones y afirmaciones esgrimidas por los movimientos anti crisis climática en la última década.
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El 21 de septiembre, en el corazón financiero del imperio, se llevó a cabo la movilización de masas más grande a favor de solucionar la crisis del clima.4 En Nueva York más de 400 mil personas se apoderaron de las calles, y en varias ciudades del mundo otros cientos de miles se sumaron al clamor. El objetivo era que los líderes de las naciones presentes en la Asamblea General de la ONU para abordar el cambio climático, escucharan el reclamo de la gente.
El impacto de la marcha fue formidable, no sólo por su tamaño que rebasó las expectativas, sino por su diversidad. Reflejó “el nivel de concientización que se está dando en torno al cambio climático, que ya no son sólo los ambientalistas: son los obreros, las enfermeras, los desempleados, son los negros, los latinos, los asiáticos; se está creando una conciencia mucho más representativa y amplia sobre la problemática”, declaró a ALAI5 una organizadora de la gigantesca movilización, semanas después. Dijo más: el acuerdo entre EEUU y China para reducir sus emisiones de GEI, fue “definitivamente una movida política en respuesta a una movilización de masas”.
Los movimientos anticrisis climática alrededor del mundo aparentemente están a punto de lograr masa crítica para doblegar el poderío de las corporaciones de la industria de combustibles fósiles, en una ola global que actúa localmente mediante grupos y organizaciones en contacto y con disposición para reunirse. En cada cumbre de gobiernos, los movimientos instalan espacios de deliberación, organización y movilización para la gente.
Lo más destacable de la cumbre gubernamental realizada dos días después de la histórica marcha, fue la intervención en tribuna de Leonardo DiCaprio,6 recién investido como Mensajero de la Paz de Naciones Unidas para asuntos del cambio climático. DiCaprio se refirió a la crisis del clima como una cuestión no retórica ni producto de la histeria. Es un hecho. Los científicos lo saben. Las corporaciones lo saben, los gobiernos lo saben, incluso el Pentágono lo sabe. El actor fue sorprendentemente claridoso: no se trata sólo de decirle a la gente que cambie sus foquitos incandescentes por lámparas supuestamente ahorradoras o que compren un automóvil híbrido. Las causas como las soluciones al desastre van más allá del ámbito personal. Las industrias y los gobiernos alrededor del mundo deben realizar acciones decisivas y de gran escala. Ante el auditorio de representantes y jefes de estado, relanzó la idea controversial de cobrar por las emisiones de carbono, pero además eliminar los subsidios gubernamentales para las compañías que usan petróleo, gas y carbón. Llaman la atención las nociones del actor sobre libertad, interés público, recursos naturales y derechos humanos —más por provenir del mundillo usualmente asociado a la frivolidad:
“Se debe terminar con la libertad de las industrias contaminantes”, sin la excusa de que ella favorece una economía de libre mercado. Las empresas contaminadoras “no se merecen parte de nuestros impuestos, se merecen nuestro control, o la economía misma morirá si nuestros ecosistemas colapsan”. Reconoció que el aire limpio y un clima habitable son derechos humanos inalienables. De ellos depende la vida. Por eso resolver esta crisis es un tema de supervivencia. Finalmente, llamó a los líderes de las naciones a hacer historia o serán arrasados por ella. “Ahora es su turno —dijo—. La gente dio su opinión el domingo en todo el mundo (en la movilización en la que el propio actor participó), y el moméntum no se detendrá”.
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La crisis del clima es de tal magnitud que cambiará toda nuestra forma de vida, tanto si dejamos que siga su curso como si la combatimos a fondo. Por eso la derecha la niega y los movimientos sociales empiezan a entender que representa la oportunidad de acabar con un sistema económico salvajemente injusto. Porque el primer motor del cambio climático no es el bióxido de carbono sino el capitalismo.
Probablemente el párrafo anterior sea una buena síntesis de la nueva obra de Naomi Klein, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima.7 Rebatiendo a Al Gore, el libro plantea desde la solapa que la verdad verdaderamente inconveniente es que el cambio climático no es tanto un asunto de carbono, sino de capitalismo. Es la mayor amenaza que la humanidad haya enfrentado jamás. Se trata de la guerra de un modelo económico depredador contra la vida en la Tierra. “La verdad conveniente es que se puede aprovechar esta crisis existencial de nuestra civilización para acabar con un sistema económico irracional y construir algo radicalmente mejor”. Es decir, la concepción del cambio climático como catalizador poderoso de un movimiento de masas global que permitiría proteger a nuestra especie simultáneamente de los estragos sociales del capital y de la devastación por las alteraciones del clima.
Klein observa que el cambio climático nunca ha recibido de los gobiernos el tratamiento de crisis, a pesar del riesgo de pérdida de vidas en una escala mucho mayor que en el caso de la quiebra de los bancos en 2009 o el derrumbe de las Torres Gemelas por los ataques del 11S.
El recorte a las emisiones que los científicos aseguran es urgente y necesario para reducir el riesgo de una catástrofe, en la práctica se toma como sugerencia o acciones que pueden ser diferidas. Hasta ahora los políticos, lacayos de las trasnacionales, han insistido en falsas soluciones basadas en el mercado, en claro contraste con las medidas radicales que la realidad impone.
Pero —reflexiona la autora—, los políticos no son los únicos que tienen el poder de declarar una crisis. Los movimientos de masas pueden declararla también. La esclavitud no era una crisis para las élites británicas y estadunidenses hasta que el abolicionismo la convirtió en una. La discriminación de género no era una crisis hasta que el feminismo la evidenció. El apartheid no era una crisis hasta que Nelson Mandela y su movimiento lo declaró como tal.
“De la misma manera, si suficientes de nosotros dejamos de mirar de lejos y decidimos que el cambio climático es una crisis digna de una respuesta de los niveles del Plan Marshall, entonces se convertirá en una, y la clase política tendrá que responder, tanto por los recursos disponibles como doblegando las reglas del libre mercado que han demostrado ser tan flexibles cuando los intereses de la élite están en peligro.”
Naomi Klein confiesa que, como tantos otros, negó el cambio climático durante más tiempo del que le gustaría admitir. “Yo sabía lo que estaba ocurriendo, claro. No como pasa con Donald Trump y el Tea Party” para quienes la continua llegada del invierno demuestra que todo es un engaño o una teoría de la conspiración. Pero llegó un momento en que “dejé de evitar los artículos y los estudios científicos (sobre cambio climático) y leí todo lo que pude encontrar. También dejé de externalizar el problema a los ambientalistas, dejé de decirme a mí misma que era un tema ajeno, el trabajo de otra persona. Y a través de conversaciones con otros en el creciente movimiento de justicia climática, empecé a ver todo tipo de formas en que el cambio climático podría convertirse en una fuerza catalizadora para el cambio positivo.”
Por ejemplo, para la reconstrucción y fomento de las economías locales; el rescate de las democracias de la influencia corrosiva de las corporaciones y, en pocas palabras, para revertir todas las acciones, programas, tratados y reformas legales que han privatizado y pulverizado la propiedad pública y social en transporte, energía, agricultura, vivienda, educación, servicios básicos y salud, así como recuperar los derechos sociales y humanos y las garantías individuales sacrificados con el puñal del libre mercado.
Para Naomi Klein, el núcleo del problema se encuentra en que “el dominio de la lógica de mercado sobre la vida pública prohíbe políticamente las más directas y obvias respuestas al problema. Para empezar, ¿cómo podría la sociedad invertir masivamente en servicios públicos e infraestructuras bajas en carbono, mientras se desmantela y se subasta la esfera pública? ¿Cómo podrían regular, tasar y penalizar los gobiernos a las compañías de energía fósil cuanto estas medidas son equiparadas a reliquias de la “planificación y control” conocidas en el comunismo? ¿Cómo podría recibir el sector de la energía renovable el apoyo y la protección que necesita para remplazar las energías fósiles cuando el ‘proteccionismo’ se prohíbe?”
Esas interrogantes ubican a la autora frente a la cuestión principal: ¿es posible enfrentar eficazmente la crisis climática sin salirse del marco del sistema capitalista?
O puesto de otro modo: ¿existe alguna empresa privada que quiera desaparecer del negocio o dejar de expandir su mercado y sus ganancias? Ni de chiste. Entonces cualquier fuente de energía que pueda servir para una transición a corto plazo, debería ser manejada por el sector público y en claro beneficio del interés general, de modo que las ganancias actuales se reinvirtieran en energías limpias que saquen de circulación a las energías contaminantes.
Muy al contrario de lo que está ocurriendo. Afirma Klein:
“Para que su valor siga estable o crezca, las compañías de gas y petróleo deben demostrar a sus accionistas que tiene reservas frescas de carbono tras agotar las que actualmente explotan. Este proceso es tan importante como demostrar a los accionistas de las compañías automovilísticas que la empresa tiene nuevos modelos a sacar o a las de ropa nuevas prendas en diseño. Por lo menos, una compañía energética debe demostrar que tiene tanto gas y petróleo en sus reservas probadas como el que extrae actualmente, lo que se conoce como un “reserve-replacement ratio” del 100%. Este ratio es tan importante, que en 2009 cuando Shell anuncio que había caído al 95%, la compañía corrió a asegurar a los inversores que no estaba en problemas, asegurando que cesaría las nuevas inversiones en energía solar y eólica, y reforzaría su estrategia de añadir nuevas reservas de gas de esquisto.”
“Desde el punto de vista de la compañía petrolera buscar nuevos depósitos de carbono de alto riesgo —de contaminación o vertido— es una responsabilidad al administrar el dinero de sus accionistas, que insisten en ganar los mismos mega-beneficios el próximo año tal y como hicieron este año y el pasado. Y cumplir con esta responsabilidad es lo que garantiza virtualmente que el planeta se asará”.
El capitalismo coloca a los pueblos frente a falsas disyuntivas en las que la gente siempre sale perdiendo: austeridad o extraccionismo; desempleo o envenenamiento; hambre o transgénicos. Sus dinámicas de socialización de pérdidas y privatización de ganancias, de consumismo desenfrenado, concentración del ingreso, derroche energético y adicción a los combustibles fósiles han puesto a la humanidad ante una crisis de gran escala.
Pero hay una historia popular pródiga en grandes victorias para la justicia social en medio de grandes crisis. Klein recuerda las políticas del New Deal después de la gran depresión de 1929 y varios programas sociales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Lo esencial era y sigue siendo la construcción de movimientos de masas capaces de hacer frente a los defensores del estado de cosas dominante, movimientos poderosos que exijan un reparto justo del pastel económico. Todavía permanecen, aunque bajo asedio, varios legados de esos momentos históricos en varios países, como el seguro social, las pensiones de vejez, el acceso a vivienda digna, la subvención pública de las artes y la educación gratuita.
“Estoy convencida —dice— de que el cambio climático representa una oportunidad histórica a una escala aún mayor.”
Ya que tenemos que reducir nuestras emisiones a los niveles que el consenso científico exige, por qué no aprovechamos la oportunidad para establecer políticas que mejoren los niveles de vida, que reduzcan la insultante brecha entre ricos y pobres, creen buenos y suficientes empleos, y reconstruyan la democracia desde abajo. En vez de la máxima expresión de la doctrina del shock contra el pueblo, el cambio climático puede ser el shock del pueblo, como un golpe desde abajo, para repartir el poder en muchas manos, y ampliar radicalmente los bienes comunes y públicos, rescatando los que han sido subastados.
“Y donde los médicos del choque de derecha explotan emergencias (tanto reales como fabricadas) con el fin de impulsar las políticas que nos hacen aún más propensos a las crisis, los tipos de transformaciones discutidas en estas páginas harían exactamente lo contrario: podrían llegar a la raíz del por qué nos estamos enfrentando en primer lugar a una serie de crisis, y podrían dejarnos tanto con un clima más habitable que al que nos dirigimos como con una economía más justa que la que tenemos ahora”.
Pero antes de que cualquiera de estos cambios pueda suceder —antes de que podamos creer que el cambio climático nos puede cambiar, como asegura Klein— primero tenemos que participar, informarnos y organizarnos. Hay movimientos en curso y conocimiento nuevo y ancestral para enfrentar la crisis, para que ésta no sea el último reto de la civilización contemporánea.
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¿Cuál es la expectativa de vida de una civilización? ¿Qué hay de las civilizaciones que se destruyen a sí mismas?, se pregunta Neil DeGrasse Tyson en Cosmos, una odisea en el espacio-tiempo, inspirada en la celebrada serie de los años setenta Cosmos, un viaje personal, del científico y divulgador fallecido en 1996 Carl Sagan, coescrita con su pareja Ann Druyan.
El capitalismo se formó cuando el planeta y su aire, sus ríos, sus mares y continentes, en fin, sus recursos, parecían infinitos. Se consolidó antes de que viéramos la Tierra como el organismo limitado que es, con sus delicados equilibrios que sustentan la vida. Los sistemas económicos que conocemos, sean economías de mercado o economías de estado, coinciden en un punto: los impulsa el lucro, por lo tanto se enfocan en las ganancias a corto plazo. Los sistemas económicos prevalentes, al margen de ideologías, carecen de mecanismos integrados para proteger los intereses de las generaciones presentes y futuras y su derecho a un medio ambiente sano.
En la escena del crimen del calentamiento global, Cosmos encuentra las huellas dactilares de la civilización capitalista por todos lados.
DeGrasse Tyson cuenta que, en 1960, la tesis de doctorado de Sagan incluyó el primer cálculo del efecto invernadero galopante en Venus, como parte de su interés por la atmósfera de los planetas, incluido el nuestro. Recuerda que sobre la Tierra, en la serie original de Cosmos, dijo: liberamos cantidades vastas de CO2 e incrementamos el efecto invernadero. Tal vez no se necesite mucho para desequilibrar el clima, para convertir este cielo, nuestro único hogar en el cosmos, en una especie de infierno. Tal vez estamos en el punto de no retorno o a un paso de él.
“Venus y la Tierra empezaron con cantidades similares de carbono pero se vieron impulsados a través de caminos radicalmente diferentes. En Venus se encuentra casi todo en forma de gas (CO2) en la atmósfera. La mayor parte del carbono en la Tierra ha permanecido almacenado durante mil millones de años en bóvedas sólidas de roca caliza carbónica. Menos de una tricentésima del 1 por ciento se mantuvo en la atmósfera. Menos de tres moléculas de cada diez mil. Pero eso hace la diferencia entre una Tierra estéril y un jardín de vida. Sin CO2 la Tierra estaría congelada, y con el doble, las cosas se pondrían incómodamente calientes. Y aunque no haría tanto calor como en Venus, nos causaría problemas graves.”
Sobre todo por su abordaje del cambio climático ante un auditorio masivo, la nueva serie Cosmos, puso de muy mal humor a la derecha estadunidense y sus émulos en todo el mundo.
Cosmos apela a la inteligencia superior como distintivo de nuestra especie, y afirma que debemos usarla como otros seres usan sus ventajas evolutivas para garantizar que la descendencia prospere y su herencia se transmita y que el material de la naturaleza que nos sustenta esté protegido.
“La inteligencia humana es imperfecta, claro, y es reciente. La facilidad con que puede disuadirse, abrumarse o trastocarse por otras tendencias innatas, a veces disfrazadas como la luz de la razón, es preocupante. Pero si nuestra inteligencia es nuestra única ventaja, debemos aprender a usarla mejor, afinarla, entender sus limitaciones y deficiencias”.
Nuestra inteligencia nos ha permitido conocer las causas del calentamiento global y sus consecuencias y nos ha llevado a encontrar la salida mediante modelos y propuestas de soluciones posibles a la crisis del clima.
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El tiraje modesto del libro de Honty y Gudynas, Cambio climático y transiciones al Buen Vivir8, está en proporción inversa a la relevancia de su contenido. La obra entraña la propuesta más acabada para transitar con equidad de economías cuya matriz energética depende del petróleo, a sociedades que tiendan a eliminar radicalmente las emisiones de carbono mediante el uso de fuentes de energía limpias y renovables. La alternativa difiere de las estrategias de desarrollo de corte neoliberal y expresa una transformación que trasciende los marcos del capitalismo y el socialismo realmente existente.
Los autores uruguayos no tienen pelos en la lengua al subrayar la necesidad de superar una “cierta hipocresía” de los países latinoamericanos que en las negociaciones sobre cambio climático culpan —justamente— a las naciones industrializadas por sus altas emisiones, pero olvidan que éstas provienen con frecuencia de petróleo importado de los países menos desarrollados. En honor a la congruencia, los países de América Latina que poseen petróleo deberían suspender sus exportaciones a la globalización.
Gerardo Honty arguye: los países pobres defienden su derecho al desarrollo, se sientan en las negociaciones con el discurso de que los latinoamericanos no pueden hacer mucho para reducir emisiones porque deben recorrer el camino del desarrollo, y para eso los países ricos tienen que transferir recursos. Es la deuda ecológica de los países ricos con los pobres, imposible de negar. Lo que exige la propuesta de transiciones es que desde América Latina se haga una nueva política orientada hacia el buen vivir, abandonando el estilo actual de desarrollo que está enfrentando a la región y al mundo a problemas límite como el cambio climático.
“Existen datos objetivos y globalmente aceptados que afirman que si queremos mantener un planeta habitable para los seres humanos no podemos consumir más que un tercio de las reservas de combustibles fósiles conocidas”. Un tercio, subraya Gerardo Honty, y agrega:
“En el mundo se están explorando y desarrollando nuevos recursos de combustibles fósiles llamados no convencionales: shale gas, fracking, lutitas; las imponentes reservas que hay debajo del Ártico, etc. Todas estas reservas no están contabilizadas en los números mencionados”.
“Nuestros países están embarcados en una frenética ampliación de la frontera petrolera y gasífera, haciendo nueva exploración, incorporando nuevas reservas cuando ya se sabe que lo que hoy conocemos como reservas no lo podemos consumir”.
Es una situación sumamente injusta pero ineludible: tener que dejar la mayor parte de las reservas de hidrocarburos en el subsuelo porque los países ricos han agotado el límite de emisiones. A esto alude el concepto de justicia climática: los países ricos les deben a los países pobres un apoyo financiero para transitar de los combustibles fósiles a las energías limpias. Este será uno de los principales asuntos en disputa a finales de año en la cumbre de París.
Honty considera que los países de América Latina podrían alimentar perfectamente su propio buen vivir con las reservas que hoy existen sin necesidad de consumirlas todas. Pero andan en otra órbita. “En el libro señalamos una lista de las inversiones que nuestros países pretenden hacer en estos cinco años (de 2013 a 2017) en exploración petrolera, gasífera y el aumento de la oferta de combustibles fósiles. Cifras muy importantes en dólares que podrían ser destinados a otras fuentes y a otro tipo de desarrollo de fuentes de energía”.
Eduardo Gudynas, por su parte, describe la propuesta de transiciones, tema central del libro, de una manera sencilla:
“Es como tomar un paciente en la puerta de emergencias de un hospital. Ese paciente es el estado actual de nuestras sociedades y sus estrategias de desarrollo. Se trata de medidas de urgencia para evitar deterioros adicionales sociales y ambientales y para dejar al planeta Tierra en mejores condiciones para iniciar una salida de la actual situación que impone el desarrollo contemporáneo. Por lo tanto las transiciones son —y de ahí su nombre— sucesivos cambios democráticos, consensuados y que sirven de ejemplo para avanzar en mayores modificaciones de esa salida del desarrollo con la orientación hacia el buen vivir.”
Por eso el énfasis en salir de la senda del desarrollo. Los recursos del planeta entero no alcanzan para que todos los países arriben al “desarrollo”, entendido como el estilo de vida de los países industrializados.
En síntesis, Honty y Gudynas proponen un proceso de transiciones en el que la ecología rige a la economía y no al revés, como hasta hoy. Se basa en dos grandes ejes: uno, reducir las emisiones propias con un enfoque sencillo: hay que reducir el consumo energético en cuanto a la demanda y recurrir a fuentes renovables en cuanto a la oferta. Segundo: reducir la coparticipación en la economía y comercio globales, dejando de alimentar emisiones que hacen otros países a partir de hidrocarburos y otras materias primas exportadas.
Esta distinción es clave. Los autores están convencidos de que las negociaciones en la ONU han llegado a un punto de estancamientos sucesivos y consideran que el planeta no puede seguir esperando que la UE, los EEUU y demás países industrializados comiencen un proceso de transiciones, sino que América Latina debe iniciarlo inmediatamente.
“La región debe tomar el liderazgo en las transiciones, y en lugar de basar sus discursos en pedidos de asistencia o denuncias, hacerlo en un liderazgo apoyado en acciones propias, innovadoras y de vanguardia sobre el cambio climático. Los discursos en ámbitos como las Naciones Unidas ya no pueden ser invocando a una Madre Tierra planetaria, sino a ejemplos concretos sobre cómo se protege a la Pacha Mama dentro de cada país”.
Y explican cómo hacerlo:
Las políticas para las transiciones se aplican en cuatro ámbitos: la oferta de energía, la demanda energética, el sector agropecuario y el plano internacional. El primer caso incluye una moratoria sobre nuevos yacimientos de hidrocarburos, es decir la suspensión de nuevas exploraciones porque carece de sentido aumentar las reservas de algo que no podrá ser utilizado. Es imprescindible un nuevo marco regulatorio que prohíba proyectos o emprendimientos de altos impactos sociales y ambientales, y norme la evaluación de las extracciones de hidrocarburos en operación y el reorientación de su uso y comercio. El destino de los hidrocarburos será distinto al actual basado en las exportaciones globales, la prioridad serán las necesidades nacionales.
Las políticas sobre la demanda consideran priorizar el transporte colectivo, abandonar paulatinamente el uso del automóvil particular manteniendo sólo vehículos para uso legítimo e indispensable como bomberos, ambulancias, tractores y transporte de carga.
En este ámbito son destacables los cambios necesarios en el sector industrial en relación con las normas de obsolescencia o la vida útil de los productos, elemento determinante del consumo de energía y materiales. Se deberá impedir la obsolescencia programada, es decir la trampa de la industria para inducir la venta periódica y permanente mediante la reducción de la vida útil de sus productos.
Deberán establecerse sistemas de promoción, castigo o limitación de productos en función del uso de materiales reciclados y renovables. En el sector de la construcción habrá códigos de diseño arquitectónico para garantizar la eficiencia energética de viviendas y edificios de todo tipo.
En el sector agropecuario es necesario detener la deforestación y eliminar progresivamente la dependencia de insumos derivados del petróleo, como es el caso de los agrotóxicos. Las medidas más importantes para enfrentar el cambio climático en el campo consisten en reorientar la producción a los mercados nacionales y locales, reducir el ciclo que empuja la llegada de ganaderos a los bosques y producir alimentos bajo condiciones agroecológicas y de baja emisión de carbono.
Para Honty y Gudynas queda claro que los cambios propuestos —reseñados aquí muy sumariamente— no son sólo políticos en el sentido de que atañan únicamente a los gobiernos sino que implican transformaciones culturales de fondo. Son modificaciones de formas de consumo e ideas preconcebidas sobre la calidad de vida. Por eso las transiciones deben ser profundamente democráticas además de responder puntualmente a los desafíos de la crisis del clima.
…..
El principal desafío de la COP21 en París es también construir caminos efectivos de salida a la crisis climática mediante un acuerdo global vinculatorio que corte la larga cauda de avances dudosos y fracasos evidentes que la propaganda ha vestido de grandes éxitos, como el Protocolo de Kioto (1997), la Ruta de Bali (2007), los Acuerdos de Cancún (2010) y la Plataforma de Durban (2011).
El gobierno de Estados Unidos ha enviado un duro mensaje a París y al planeta al aprobar el 11 de mayo el plan de la Shell para la explotación de petróleo en el Ártico donde yace el 20 por ciento de hidrocarburos no descubiertos en el mundo. En tanto, la FAO, el banco mundial y las corporaciones que han secuestrado las cumbres de la ONU incrementan su activismo y presión para que el programa REDD, la geoingeniería y la así llamada agricultura climática inteligente sean incluidos en el próximo acuerdo internacional.
La agricultura climática inteligente (para agricultores tarados) y REDD no están diseñados para solucionar la pérdida de bosques y el cambio climático sino para preparar el terreno a los agronegocios, para privatizar territorios y permitir que los países ricos obtengan créditos de carbono que les permitan seguir tan campantes quemando hidrocarburos pero intentando hacer creer que contribuyen con ello a la reducción de emisiones.
La más reciente reunión del G7, el 7 de junio, acordó reducir sus emisiones de GEI entre 40 y 70 por ciento para 2050 y mantener la meta en 2 grados centígrados de incremento máximo en la temperatura global. El grupo de los siete países más ricos anunció su compromiso de establecer una economía de cero carbono hacia finales del siglo. El problema es que no dio a conocer un calendario vinculante ni un desglose de metas cuantitativas para los integrantes del grupo. Once días después, el Papa Francisco, publicó su encíclica “Laudato Si”, un urgente llamado al diálogo honesto para detener la traslación del planeta hacia el abismo.
Pronto se verá si la COP21 consigue desafiar la matemática terrible del cambio climático9, los tres números que resumen la tragedia acaso inminente: 2 grados centígrados (3,6 Fahrenheit), o la frontera hacia un calentamiento global que provocaría cambios drásticos e irreversibles que podrían volver a la Tierra un planeta inhabitable. 565 gigatoneladas (gt=1×10 elevado a la novena potencia), es la cantidad límite de CO2 vertible a la atmósfera que permitiría mantener el calentamiento por debajo de los 2 grados centígrados. Y el número quizás más terrible: 2795 gigatoneladas de CO2, el equivalente de las reservas mundiales de petróleo, gas y carbón que representa un volumen de emisiones cinco veces mayor al máximo aceptable.
2 de julio 2015
- Alfredo Acedo es colaborador con Programa de las Américas www.cipamericas.org en temas de soberanía alimentaria y cambio climático, y el director de Comunicación Social y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA)
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[1] Barack Obama estima que su plan en 2030 evitará 3 mil 600 muertes prematuras y prevendrá 90 mil ataques de asma infantil, entre otros impactos en la salud pública. https://www.whitehouse.gov/climate-change
[2] Las actividades militares estadunidenses representan un 80 por ciento del gasto de energía del gobierno federal. El papel del Pentágono en la catástrofe global. Sara Flounders, 2010 http://www.iacenter.org/o/world/climatesummit_pentagon121809/
[3] Los otros países con mayores emisiones per cápita son Arabia Saudita, Aruba, Australia, Bahrein, Brunei, Trinidad y Tobago, Emiratos Árabes, Kuwait y Omán. Un chino emite casi tres veces menos GEI que un estadunidense. http://datos.bancomundial.org/indicador/EN.ATM.CO2E.PC
[4] Friedmann/Homer-Dixon, Foreign Affairs, enero-marzo 2005
[5] Mark Z. Jacobson y Mark A. Delucchi, en 2009, en un artículo de Scientific American, presentaron un plan para producir 100 por ciento de la energía global utilizando tecnologías eólicas, solares e hidráulicas. http://www.scientificamerican.com/article/a-path-to-sustainable-energy-by-2030/
[6] Estudios confiables indican la posibilidad de erradicar la enfermedad, el hambre y el analfabetismo con inversiones comparativamente modestas. Se sabe que un gasto adicional de 13,000 millones de dólares resolvería los problemas de salud y nutrición de la población mundial. Con 9,000 millones habría agua y saneamiento para todos. La educación de la población infantil requeriría un gasto adicional de 6,000 millones. El año pasado el gasto militar global superó 1.7 billones de dólares. Más del 40 por ciento correspondió a Estados Unidos. http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=01 y http://www.infobae.com/2014/11/28/1611668-el-mapa-del-dia-los-10-paises-mas-gasto-militar-del-mundo
2 julio 2015
Fuente: Americas Program http://www.cipamericas.org/es/archives/15377
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