Se fue Dimas Lidio
- Opinión
Dimas Lidio Pitty era un hombre de gran sabiduría, lector empedernido y poeta hasta el más allá.
Dimas Lidio Pitty era un hombre de gran sabiduría, lector empedernido y poeta hasta el más allá. Supe de él hace 50 años. Para muchos ya era casi un mito. Era un personaje que llenaba los espacios. Los liberales gobernaban a Panamá en el ocaso de su esplendor republicano. Al mismo tiempo, Carlos Iván Zúñiga levantaba su voz contestataria en la Asamblea de Diputados denunciando los atracos de los gobernantes.
Muy de vez en cuando Dimas Lidio llegaba al Café El Boulevard de la avenida Balboa, donde una peña se levantaba todas las noches y los bardos y no bardos hacían sus análisis políticos de la coyuntura. Me sumaba a los encuentros para conocer la chispa de un Tristán Solarte y de un Chito Martínez que contextualizaban sus planteamientos con los recuerdos de la Plaza Italia de las capitales del Cono Sur. También aprovechaba para escuchar las sesudas opiniones de un Soler o de un Chuchú, que me parecían estar siempre listos para tomar el siguiente avión con destino a París. Los pintores Zachrisson, Trujillo o Calvit llegaban de tiempo en tiempo. No faltaba el poeta Carlos Wong que vivía en permanente peregrinaje. Los seguros eran los intelectuales Pedro Salazar, Carlos Franco, Franz García de Paredes y Roberto Reichard y sus respectivas compañeras.
Cuando Dimas Lidio aparecía por el ‘Boulevard' no estaba allí para recibirlo y conocerlo. En 1967 viajé al sur a continuar estudios y en 1968 se produjo el golpe militar que transformó el país que los panameños conocíamos. Cuando regresé en 1970, Dimas Lidio estaba en México. Su militancia revolucionaria lo convirtió en un blanco de los militares que rastreaban toda oposición para aplastarla. Fue un par de años más tarde que, por circunstancias fortuitas, viajé al Distrito Federal y me reuní con quienes habían resistido a la Guardia Nacional.
En la reunión, que se efectuó en una cafetería de la ‘Zona Rosa', cerca de Insurgentes, el dirigente máximo del grupo me recibió con ese cariño que repartía generosamente a todo quien se le acercaba. También habían muchas otras caras conocidas, unos deseosos de tener noticias del ‘terruño', otros algo indiferentes. Entre los desconocidos se destacaba una cara que, sin darme cuenta, quedamos mirándonos casi frente a frente. Era Dimas Lidio.
En un estilo periodístico, me preguntó: ‘¿Cuántos meses le das de vida al régimen militar?'. Antes de poder contestar, me lanzó la siguiente: ‘¿Qué están haciendo en Panamá para organizarse?'. Al principio pensé que eran preguntas retóricas. Después me di cuenta que Dimas Lidio hablaba en serio. En México su mito se agigantó. El poeta y periodista era cotizado en todos los medios intelectuales y académicos. A pesar de ello, cuando se presentó la primera oportunidad, regresó a Panamá.
El istmo era su tierra y venía decidido a cambiarlo todo. Su filosofía era sencilla, pero contundente: Todo cambia cuando se trabaja y se produce. La Universidad de Panamá le abrió sus puertas y allí se acopló al equipo formado por Pedro Rivera, Pedro Salazar y una gama heterogénea de jóvenes valores.
Casi de un día para otro, levantó vuelo nuevamente y se trasladó a la recién fundada Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI). No tardó mucho en revolucionar el mundo intelectual de la altiva provincia chiricana con sus iniciativas culturales y políticas.
¿Qué tareas nos dejó antes del fatal desenlace? Apenas hace pocas semanas hablamos —él en su retiro de Potrerillos Arriba— de la coyuntura nacional e internacional y de la revista TAREAS. Me habló —al pasar— de su pronta operación a corazón abierto. Su compañera de toda la vida me dio más detalles.
Era el embajador de la República Socialista de Potrerillos en Panamá y en el resto de los países del mundo. Su calidad plenipotenciaria la utilizaba con discreción, pero con firmeza. Igualmente, todos sus actos eran extraordinarios, desde su manejo de la pluma, hasta la conversación en el café y sus acciones en la academia o en el campo de la lucha de las ideas. No hay que olvidarse que fue un militante revolucionario, toda la vida. A todos los que querían escuchar, les decía que las banderas jamás se guardan ni se abandonan. Los principios no se negocian. Citaba a Victoriano, quien decía: ‘La pelea es peleando'. Dejó discípulos en Chiriquí, Panamá y México.
Fue lúcido hasta el último suspiro.
¡Hasta siempre, Dimas Lidio!
- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA) www.marcoagandasegui14.blogspot.com, www.salacela.net
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