La promesa de la equidad

24/11/2015
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 nino lustrabotas
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Las primeras víctimas de los conflictos bélicos, de la pobreza estructural, de las migraciones forzadas, del deterioro social y de las violaciones a los derechos de la familia son, casi siempre, los más débiles y desamparados de la sociedad, es decir, los niños. Y peor todavía si pertenecen al mundo de la pobreza y marginación. Está probado que la pobreza impide disfrutar de su infancia a millones de niños y de niñas de todo el mundo; les priva de las capacidades que necesitan para sobrevivir, desarrollarse y prosperar; les niega la igualdad de oportunidades; y aumenta su vulnerabilidad a la explotación, el abuso, la violencia, la discriminación y la estigmatización.

 

Un reciente informe del Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (Unicef), titulado Para cada niño, una oportunidad: la promesa de la equidad, señala que los niños de los hogares más pobres tienen casi el doble de probabilidades de morir antes de cumplir cinco años que los de los hogares más ricos, y cinco veces más probabilidades de no asistir a la escuela. La mitad de los pobres del mundo son niños; casi 250 millones de ellos viven en países asolados por conflictos y más de 200 mil han arriesgado sus vidas este año buscando refugio en Europa. En consecuencia, puntualiza el documento, el mundo sigue siendo un lugar profundamente injusto para los niños más pobres y más desfavorecidos, a pesar de los grandes avances logrados desde la adopción de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989.

 

Anthony Lake, director ejecutivo de Unicef, señala la injusticia de que las desigualdades entre las sociedades y dentro de ellas determinen, incluso antes del nacimiento, las oportunidades que muchos niños tendrán en sus vidas. No es justo que la discriminación y las desventajas a causa del género, el lugar de nacimiento o la condición social y económica definan si sobrevivirán y prosperarán. Y reconocida esta injusticia social e histórica, se proclama que el ciclo de la desigualdad imperante no es inevitable ni insuperable. Romperlo supone intervenciones concretas orientadas a ofrecer a estos niños y niñas un buen comienzo de vida y continuar interviniendo en momentos clave de su primera infancia y su adolescencia. Para Lake, realizar estas inversiones no solo cambia el futuro de los niños más desfavorecidos; también traza un nuevo rumbo para los hijos de ellos.

 

En el documento, la Unicef subraya la razón por la cual la equidad reviste tanta importancia: es condición de posibilidad para que a todos los niños y niñas se les garantice el derecho a vivir, prosperar y desarrollar plenamente sus capacidades, independientemente de quiénes sean y del lugar donde vivan. El compromiso con la equidad —entendida como dar una oportunidad justa en la vida de todos los niños, especialmente de los más desfavorecidos— tiene como punto de partida los logros que se han producido en favor de los niños más pobres cuando hay inversión suficiente en áreas fundamentales para el progreso de la infancia. En el informe se evalúan siete áreas: salud; VIH y sida; agua, saneamiento e higiene; nutrición; educación; protección de la infancia; e inclusión social. En cada una se observan brutales contrastes entre los avances mundiales y las necesidades urgentes e insatisfechas de los niños y niñas más vulnerables del mundo.

 

La promesa de la equidad, manifiesta en el lema “Para cada niño, una oportunidad”, debe ser honrada mediante el compromiso. Y eso pasa por conformar una conciencia personal, colectiva e institucional que asuma ese objetivo como justo, necesario y posible. El informe de Unicef ofrece una serie de argumentos en ese sentido. A continuación, enunciamos de manera sintética algunos.

 

Es posible reducir drásticamente la desigualdad de oportunidades entre los niños de una misma generación. Para lograrlo, las naciones del mundo tienen que prestar más atención a los grupos rezagados. Los Gobiernos y los aliados en el desarrollo tienen que concentrarse en los países y regiones cuyas brechas de equidad son mayores; suscitar la voluntad política necesaria para abordar las fuentes arraigadas de la exclusión; y comprometerse a largo plazo a mantener los avances logrados.

 

La profundización de las desigualdades exige que sea aún más urgente la adopción de medidas correctivas. Carecer de una oportunidad justa para hacer efectivos sus derechos empeora la exclusión de los niños más pobres y ensancha las brechas de equidad. A medida que los niños crecen, estas desigualdades iniciales se manifiestan en mala salud, desnutrición, malos resultados de aprendizaje, embarazos no deseados, bajos ingresos y altas tasas de desempleo en la edad adulta.

 

Dos futuros posibles para los niños y niñas más vulnerables del mundo: el de un círculo vicioso de desventaja o el de un círculo virtuoso de oportunidades. Con el apoyo adecuado de la familia, con inversiones oportunas en salud, nutrición y educación, y con acceso a agua potable, protección y atención, estos niños y niñas tienen una buena oportunidad no solo de sobrevivir a los primeros años de vida, sino de prosperar durante su infancia, adolescencia y edad adulta. Si se abordan las desigualdades que les afectan, tendrán todas las oportunidades de hacer realidad sus sueños. En consecuencia, es posible propiciar ciclos virtuosos.

 

Los argumentos planteados cobran mayor fuerza cuando se consideran los datos. En 2010, se estimaba que más de 81 millones de niñas y niños no alcanzarían su pleno potencial de desarrollo debido a causas como la pobreza y malnutrición. En 2012, 6.6 millones de niñas y niños murieron antes de cumplir los cinco años, lo que equivale a 18 mil muertes por día. Muchas de ellas se habrían evitado si se hubiera invertido a tiempo en sistemas de salud, en nutrición adecuada y en la generación de empleos para satisfacer un mínimo de las necesidades básicas de las familias. En el informe se señala también que la tragedia reflejada en estas cifras no solo afecta a la niñez que vive con privaciones y a sus familias, sino al conjunto de la sociedad, que pierde en cohesión social, en productividad y en oportunidades de desarrollo.

 

La conclusión a la que llega el informe de Unicef es clara: la pobreza en los primeros años de vida aumenta de manera drástica la probabilidad de ser pobre al alcanzar la adultez. De ahí la necesidad y urgencia de abordar las raíces de las inequidades que afectan a los niños y los adolescentes. La nueva estrategia que regirá los programas de desarrollo mundial durante los próximos 15 años —consensada por los Estados miembros de las Naciones Unidas— es toda una promesa en favor de la equidad. Su declaración suena a compromiso esperanzador: “Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo de aquí a 2030, a combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a construir sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos y promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, y a garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales”.

 

La promesa de la equidad, pues, se hace desde lo que exige la realidad para que esta sea justa. Y podemos afirmar que ha comenzado el tiempo del cumplimiento de esa promesa, de la que tienen que hacerse cargo las instituciones del Estado, los organismos de cooperación internacional, la sociedad organizada en el ámbito de la economía y la política, y por supuesto, la ciudadanía, de la que debe esperarse una actitud crítica y comprometida.

 

24/11/2015

 

- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.

https://www.alainet.org/de/node/173815
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