Escuchar el consejo de Niccolò
- Opinión
Ya te había contado de Maurizio Viroli, un patriota que es profesor de Teoría Política en Princeton y profesor de Comunicación Política en Lugano.
Gran especialista de Macchiavelli, ha consagrado unos cuantos libros a rescatar el legado del hombre de Estado florentino, cuya imagen aparece empañada por quienes le citan sin haberlo leído y resumen su pensamiento a una frase jamás pronunciada ni escrita por él: “el fin justifica los medios”.
Viroli tiene a Machiavelli por un “filósofo de la libertad”, y estima que quién decide votar en una elección debiese pedirle consejo al florentino:
“Con tanto opinólogo, comentarista y experto puede parecer extraña la idea de tornarse hacia Niccolò Machiavelli para que, cuando debemos votar, nos ayude a bien elegir (…), y nos enseñe a ser ciudadanos sabios” escribe Viroli en su libro “Scegliere il principe”.
La razón le parece clara como agua de roca. Citando un ejemplo expuesto por Machiavelli, el del riquísimo y poderosísimo Luca Pitti, escribe:
“Un error grave que hay que evitar es votar, o apoyar, a hombres muy ricos y muy poderosos. Este tipo de personas tiende a buscar su propio interés, son insaciables, desean los privilegios, no soportan la igualdad civil, quieren vivir como príncipes y para hacerlo estimulan la corrupción”.
Ya ves, nunca debiste haber votado por un tal Piñera. Machiavelli agrega:
“Los ricos y poderosos están en situación de distribuir favores, es decir de concederle beneficios a personas que no tienen derecho o no lo ameritan.” De ese modo logran que “los más altos cargos públicos y los puestos de responsabilidad sean ocupados por personas que no tienen ni las competencias ni la rectitud necesaria”.
Lo que muestra que aquellos que votaron por Lagos también se pisaron la huasca. Los candidatos amamantados por el riquerío, las multinacionales y los empresarios suelen tener obligaciones de obediencia.
SQM, Penta, Corpesca, el BCI, Ripley, la gran minería y muchas otras empresas protegen sus latrocinios comprando altos cargos, parlamentarios y cuanto pajarraco venal circula por los pasillos del poder. Algún vicario, uno que otro general, más de un juez e incluso un par de benefactores del deporte pelotero vienen a completar las listas de una corrupción panorámica y endémica.
Machiavelli vivió entre el Quattrocento y el Cinquecento (1469-1527), y sin haber conocido ningún régimen democrático tuvo sin embargo la ocasión de percibir los vicios que habrían de emporcarlos cinco siglos más tarde.
Hace un par de días el Sr. Yarur, patrón del BCI, dio un ejemplo luminoso al declarar: “Le di plata a Golborne porque me pareció una buena carta para defender el modelo de libre mercado.”
Más allá del delito demasiado común y sobradamente banal que consiste en comprar conciencias, Yarur proclama una nueva función empresarial, la de defender a cualquier precio un régimen económico que hace la fortuna de unos pocos entre los cuales se cuenta.
Los ingenuos piensan que los bancos están ahí para servir de canal de financiación de la actividad económica. Pero hace ya mucho tiempo que los bancos no sólo no financian la economía sino que extraen dinero de la economía (no siempre legalmente) para abundar gigantescos beneficios que no tienen ninguna relación con los “servicios” que prestan.
En 1947 el sector financiero de los EEUU obtenía el 8% del total de beneficios corporativos, pero en el año 2001 había alcanzado una parte inimaginablemente alta: ¡un 45,80%!
En marzo de 2011, Kathleen Madigan escribía en el blog que mantiene en el Wall Street Journal:
“Después de alzarse como el ave Fénix, la industria financiera obtiene alrededor de 30% de la masa global de beneficios industriales. Esta es una cifra sorprendente, habida cuenta que el sector cuenta por menos del 10% del valor agregado en la economía”.
Es decir que la parte de beneficios que la banca obtenía en el año 1947 estaba más cerca de su aporte real a la economía. Hoy en día opera un saqueo generalizado que afecta a la mayor parte de las empresas.
Un banco normalmente constituido gana mucho más dinero especulando, estafando, generando productos financieros truchos, contribuyendo a esquilmar Estados y ahorristas individuales y… financiando políticos que les aseguran plena impunidad.
Hace 500 años – cinco siglos – Niccolò Machiavelli, lejos de pronunciar la frase que se le atribuye, escribía:
“…jamás se persuadirá a un pueblo que esté bien llevar a las dignidades (de gobierno) a un hombre infame y de hábitos corruptos”.
Sin embargo, como dice la sabiduría popular: “Se han visto muertos cargando adobes”. Como si se tratase de una pinche serie B de televisión, los gerontes chilensis regresan una y otra vez a erigirse en salvadores de la patria. Piñera, Lagos… sólo falta que nos traigan de regreso a Patricio Aylwin.
Son – muy precisamente – los que Machiavelli detestaba: los secuaces del poder del dinero, los que viven gracias “al amor de los empresarios”, o bien se pasan por salva sea la parte el haber sido condenados como vulgares delincuentes financieros.
¿Seremos capaces de escuchar la palabra de Machiavelli?
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