Tanta esperanza en un pueblo tan sufrido

19/02/2016
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Muchas frases, juicios y reflexiones papales emitidas durante su primera visita a México a lo largo de cinco días –de 24 horas– de homilías, discursos y expresiones coloquiales ante millones de feligreses fueron registradas por los medios, pero acaso ninguna resultó tan completa por descriptiva del momento sociopolítico que a juicio de Francisco atraviesa México: “Sentí ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”.

 

Del carácter “tan sufrido” del pueblo mexicano probablemente concite más coincidencias que divergencias, excepto en los que ahora infortunadamente les da por hacer discursos paternalistas y demagógicos en grado extremo al subrayar que el esfuerzo nacional debe provenir de todos los gobernados y no sólo del gobierno y su presidente. Desconozco los nombres de los redactores de los discursos, pero alguien con atribuciones en Los Pinos debe corregirlos e indicarles que tal despropósito es insostenible y menos en la retórica presidencial en el cuarto año de este grupo gobernante, y tampoco en plena visita papal, pues la critica a lo social estaba a la orden del día. Además, es sabido que elogio en boca propia es vituperio. Y si de pasadita le explican que usa demasiado y sin ton ni son el adverbio eventualmente cuando improvisa un discurso, le harán un favor.

 

Ese “pueblo tan sufrido” fue físicamente relegado a un segundo y hasta cuarto planos en todos los actos papales, previas larguísimas horas de espera, y los encuentros privados en la Nunciatura y otros sitios sólo tuvieron lugar para los hombres y mujeres de los poderes fácticos e institucionales. Contaba Javier Solórzano que el Papa ya se sabía los nombres de los integrantes del gabinete de tantas presentaciones que le hizo Enrique Peña Nieto, y la procuradora Arely Gómez hasta bendición le pidió para una joya.

 

Los organizadores de la gira papal obligaron a Francisco a desplegar más la capacidad para improvisar movimientos y romper los acotamientos impuestos, como en Ciudad Juárez, donde la Confederación Patronal de la República Mexicana ocupó con los suyos nueve de cada 10 sitios para el encuentro con el mundo del trabajo, asegura el cronista jornalero Arturo Cano. Y para la misa binacional, las organizadas y movilizadas madres de las muchachas desaparecidas o asesinadas, recibieron boletos morados para ocupar los lejanos lugares de gayola, práctica recurrente en todas las misas y actos. “¿Cuál es el Papá?”, se preguntaban.

 

Hombres y mujeres “del pueblo tan sufrido” aguantaron con estoicismo todas las inclemencias de la larga espera, el frío y calor, y las revisiones policiacas y militares del Estado Mayor Presidencial. En esa medida el obispo de Roma fue testigo de una condición de siglos y por muchas generaciones.

 

De la esperanza entre los mexicanos en medio del sufrimiento que detectó el primer papa de origen latinoamericano y padres italianos, más vale para todos los de la pirámide socioeconómica que tenga razón, sobre todo cuando indicadores sobre la percepción ciudadana y hasta el imaginario colectivo parecieran indicar lo contrario, el predominio de la desesperanza en anchas franjas de la sociedad.

 

Esperanza que, sin embargo, está por apreciarse qué tanto coadyuvó a estimular la agotadora gira de Francisco –también para la maltratada pero vigorosa diversidad religiosa y el Estado laico lastimado–, sobre todo a la luz de las evidentes concesiones que realizó al conservadurismo de la jerarquía católica mexicana, al omitir cualquier mención a los feminicidios, la pederastia y Ayotzinapa.

 

Utopía 1643

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