Pensadores sociales y realidad nacional

26/04/2016
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El tema que voy a abordar se titula: “La participación de sociólogos y científicos sociales en movimientos sociales y organizaciones sociales”. De entrada debo decir que es un tema ciertamente complicado. Así que voy a hacer una aproximación general al asunto, que naturalmente se presta para un levantamiento de información acerca de las variadas formas en las que los pensadores sociales salvadoreños se han insertado o han participado en movimientos y organizaciones sociales.

 

Introduzco desde ya la noción de “pensadores sociales”, porque me parece que refleja mejor a ese segmento de actores que a partir de sus ideas asumieron un compromiso socio-político directo o indirecto.  Esa noción me parece que es más fiel a lo sucedido durante la mayor parte del siglo XX, que es la etapa histórica a la que me quiero referir en primer lugar.

 

Pues bien, en términos generales, desde las primeras décadas de ese siglo hasta los años ochenta, se hicieron presentes en el debate político y en la participación socio-política los más variados actores que englobo bajo la etiqueta de “pensadores sociales”: en una primera hornada, se trató principalmente de periodistas, abogados, poetas, narradores y ensayistas que tuvieron una presencia destacada y predominante en el debate público hasta mediados del siglo XX y, en algunos casos, en décadas posteriores. Por mencionar algunos nombres, pienso que José María Peralta Lagos (1873-1944), Alberto Masferrer (1868-1932), Francisco Gavidia (1863-1955), Salvador Salazar Arrué (1899-1975), Oswaldo Escobar Velado (1919-1961) y Matilde Elena López (1919-2010).

 

Una segunda hornada, de los años 50 en adelante se nutrió, sin que los anteriores actores dejaran de tener una presencia destacada[1], de economistas, sociólogos, psicólogos sociales  y filósofos.  Esa mitad de siglo es importante porque la profesionalización de las ciencias sociales (junto con las ingenierías) comenzó a cobrar fuerza, siendo decisivo para ello el surgimiento de la UCA a mitad de los años sesenta y su conversión, una década después, en una universidad para el cambio social.

 

Las formas de inserción y de participación socio-política de esos actores tan variados fue distinta en cada coyuntura o fase histórica, lo mismo que dependió fuertemente de los talantes, habilidades, fobias o filias ideológicas de cada quien en particular. Hubo quien fue más radical, otro que fue más reformista. Hubo figuras de altos vuelos intelectuales, mientras que también hubo quienes fueron más pobres en sus elaboraciones teóricas.

 

Lo común fue, sin embargo, el esfuerzo por pensar los problemas del país y por llevar a la práctica las ideas que se iban construyendo a partir de la reflexión y el debate con aliados o con opositores.

 

Este me parece a mí que es un hilo conductor que va desde Alberto Masferrer hasta el P. Ignacio Ellacuría: la confianza en el poder de las ideas para cambiar la realidad, siempre que se encuentren o se diseñen las mediaciones adecuadas.

 

Destaco dos cosas de mi tesis: 1) el esfuerzo por pensar los problemas del país por parte de esos pensadores sociales. Desde principios del siglo hasta el cierre de la década de los ochenta, se tuvieron elaboraciones intelectuales de enorme riqueza analítica e interpretativa. Hubo momentos más fructíferos que otras, pero en su conjunto ese siglo fue productivo en términos de ideas, pero también de arte y cultura. A partir de los años 60, el empuje académico fue mayor, pero no se trataba de academicismos positivistas, sino de vincular el conocimiento con los cambios que el país reclamaba en términos económicos, sociales, culturales y políticos.

 

Eso hacía parte de procesos transformadores que abarcaban a toda América Latina y que estaban acompañados de elaboraciones teóricas de envergadura, como el desarrollismo de la CEPAL y la teoría de la dependencia. Florecieron las investigaciones agrícolas, demográficas, sobre comercio exterior, planificación urbana, estructura de la familia, regímenes políticos, cultura e historia. Vieron la luz revistas, libros y periódicos (como la Prensa literaria Centroamericana) que permitieron un importante despegue editorial[2], lo mismo que el comercio de libros y revistas (en librerías que poco a poco se fueron estableciendo principalmente en  San Salvador).

 

2) La traducción práctica de las ideas. Esto supuso compromiso e incluso opciones socio-políticas que aseguraran, en la visión de sus agentes, la realización de los ideales que se asumían como justos y pertinentes para cambiar la realidad. Visto de ahora, sabemos que convertir ideales en realidades es algo sumamente complejo. Sin embargo, en los marcos éticos y políticos de ese siglo XX ese era el desafío.

 

Esos pensadores sociales eran intelectuales políticos, es decir, hombres y mujeres para quienes pensar la realidad obligaba a transformarla. Estaban en sintonía con un modelo de intelectual forjado por José Martí (1853-1895) a partir del cual moldearon sus trayectorias las figuras más emblemáticas de la cultura intelectual latinoamericana a lo largo del siglo XX. De algún modo, las dos grandes figuras intelectuales y políticas del siglo XX latinoamericano son José Martí, con quien se inicia la tradición que vincula el quehacer intelectual con la política, y Octavio Paz (1914-1998), con quien se cierra.

 

Los años noventa constituyen un parte aguas en este modo de hacer intelectual y político. Algunas inercias de etapa heroica se mantienen, pero otras dinámicas comienzan a dibujarse.

 

Una es la renuncia al compromiso ético político por parte de los pensadores sociales. Otra es el academicismo con el cual que comienza a pensar los problemas del país. Un academicismo que justifica a partir de presuntas exigencias científicas y técnicas, que son precisamente las que se esgrimen como razón última para desvincular el ejercicio intelectual del compromiso ético político.

 

Los economistas reflejan bien esa transición: de haber compartido con sus pares de las ciencias sociales (en los años sesenta, setenta y ochenta) un compromiso ético-político en torno al cambio de estructuras a partir de su crítica a la dependencia, comenzaron a posicionarse como expertos asesores  del sector privado y gubernamental, desde su autoridad científica técnica neutral y no partidista.

 

En menor medida, otros profesionales de las ciencias sociales se hicieron cargo de ese nuevo talante intelectual, queriendo promoverse como científicos expertos técnicamente, no ideologizados ni mucho menos interesados en ser vistos como agentes o promotores de cambio social alguno.  La ambición academicista llevó a la búsqueda de títulos universitarios superiores (la máxima ambición son los doctorados), que tan buenos réditos habían dado a sus pares de la economía.

 

Soy pesimista acerca del saldo que este giro ha dado en términos de conocimiento, pero también en términos de aporte, de parte de los pensadores sociales, para la solución de los problemas del país. Soy tan pesimista que creo que cuando se cierran los años noventa entramos en una etapa de baja producción intelectual (teórica, analítica, comprensiva) que no se corresponde con la proliferación de títulos académicos que ha tenido el país a nivel de maestrías y doctorados. Y lo peor es que a la vez que dejó de pensarse críticamente sobre la realidad del país el compromiso ético político de los intelectuales se diluyó hasta casi desaparecer.

 

Esta es mi visión de los años noventa y parte del 2000. Tengo la impresión que después de la ofensiva neoclásica de la economía y su huella en la cultura intelectual, hay señales de que se quiere volver a la tradición heroica.

 

Hay señales de que es importante ser un pensador social comprometido con la realidad, pero especialmente comprometido con quienes padecen injusticias y exclusiones.  Las veo en colegas intelectuales que pese a todo no han perdido su ethos reflexivo, crítico y comprometido. Las veo en estudiantes para quienes ser expertos técnicos no comprometidos les parece poco atractivo.

 

En definitiva, creo que un buen punto de partida consiste en entender que lo importante no es el grado académico (y los privilegios que se derivan del mismo o a los que se aspira), sino pensar bien la realidad. Tener marcos analíticos y conceptuales que permitan entender sus dinámicas particulares, pero también su trayectoria histórica y sus posibilidades en vistas al futuro.

 

No hay que ser ingenuos: las ideas no se convierten automáticamente en realidades, por mucha buena voluntad que se tenga. Pero las ideas mueven a la gente y de un debate de ideas, crítico y riguroso, pueden derivarse comportamientos colectivos que terminen por cambiarle el rostro a la sociedad. Esta es la gran responsabilidad ética y política de los pensadores sociales.

 

San Salvador, 27 de abril de 2016

 

 

Texto de la ponencia ofrecida por el autor en la Universidad Nacional de El Salvador, en el marco de la conmemoración de los 50 años de organización de los profesionales de la sociología y de las ciencias sociales.

 

 

[1][1] Roque Dalton (1935-1975) e Ítalo López Vallecillos (1932-1986) son dos figuras representativas de esta presencia, que guarda continuidad con la tradición de compromiso intelectual de la primera mitad del siglo XX.

[2] La Editorial Universitaria, de la Universidad de El Salvador, se creó en 1958, siendo nombrado como segundo Director de la misma a Ítalo López vallecillos (http://www.editorialuniversitaria.ues.edu.sv/historia). UCA Editores fue fundada en 1975 (http://www.uca.edu.sv/publica/uedpub98.html)

 

https://www.alainet.org/de/node/177580
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