La derecha después del 1 de junio
- Opinión
Hay bastantes elementos de juicio para conjeturar que, después del 1 de junio, en la derecha se están generando reacomodos orientados a encarar la nueva coyuntura. Hay suficiente evidencia para sostener que, de cara al segundo año de gobierno, se había fraguado una estrategia de desestabilización –en la que confluyeron los esfuerzos de la derecha empresarial, mediática y política, a los que sumó sus esfuerzos la derecha técnico-intelectual— que no dio los frutos esperados. En efecto, todo apuntaba a que la idea era hacer del cierre del segundo año de gestión del Presidente Salvador Sánchez Cerén el escenario de una crisis socio-política que deslegitimara al gobierno y que, en las mentes más febriles, llevara a una movilización que calle que exigiera la renuncia del Presidente de la República.
La estrategia fracasó, y la derecha tuvo que conformarse con ver cómo el gobierno rendía sus informes de cierre de gestión en un contexto de normalidad social y política que en lo absoluto era lo que se había previsto desde sus centros generadores de estrategias políticas. Hay quienes opinan que en esos centros están las inteligencias más geniales –es decir, quienes lo saben y controlan todo--, pero a juzgar por los resultados de su orientaciones y recomendaciones cabe sospechar que se trata de personas igual de limitadas y propensas al error que otras. Lo único preocupante es que esas orientaciones y recomendaciones –que se toman como verdades irrefutables— no reparan en las consecuencias sociales que se derivan de las mismas.
A la derecha, pues, le fallaron sus cálculos en vistas al cierre del segundo año de gobierno. Como se trata de una derecha inquieta e ideológicamente identificada con referentes de raíz anticomunista y antisocialista –lo cual quiere decir con referentes contrarios a la reforma social, el bienestar de las mayorías, la justicia distributiva, la equidad, el respeto a la diversidad, la opción por los más débiles, la tolerancia y la inclusión— no cabe duda de que, pasado el malestar del fracaso en la coyuntura del 1 de junio, esté preparando los arsenales para sus arremetidas en lo que viene de 2016 y 2017, puesta la mirada en 2018 y 2019.
Se trata de un periodo políticamente importante, pues en el mismo se consolidan –si antes se ha trabajado en ello— las bases que darán soporte a los procesos electorales de 2018 y 2019. Esas bases tienen que ver, por un lado, con el fortalecimiento institucional que involucra a las estructuras partidarias y a las militancias; y por otro, con la presencia territorial y la organización social. Hablamos, entonces, de una coyuntura medular para potenciar (o debilitar) las posibilidades electorales primero en 2018 y después en 2019. Será una coyuntura larga, lo cual exigirá posicionamientos estratégicos de largo alcance. Y seguramente en torno a esos posicionamientos florecerán, desde la derecha, las más diversas acciones mediáticas, políticas, gremiales y de incidencia social.
Como en estas reflexiones se analiza a la derecha salvadoreña, el tema a tratar es su (presumible) estrategia en esta nueva coyuntura. Se tiene que decir, ante todo, que quizás sólo sus dirigentes, estrategas e ideólogos de confianza saben (o tienen una idea) de cómo se posicionarán de aquí hasta finales del 2017. Desde fuera de esos círculos, sólo cabe aventurar hipótesis que, además de tener una mínima dosis de racionalidad y sentido común, deben valerse de la evidencia (no siempre confiable y completa) que se filtra desde las mismas voces de la derecha a través de las empresas mediáticas, también de derecha.
Lo primero que se puede decir (que se puede sospechar) es que en la derecha política (ARENA) se está viviendo un reacomodo interno largamente pospuesto y nunca felizmente terminado. Este reacomodo tiene que ver con la necesidad de una renovación interna que dote al partido de los liderazgos adecuados para las nuevas circunstancias históricas del país. ARENA no ha logrado encontrar a los relevos de Roberto D’Aubuisson, Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol, y quienes han emergido como candidatos –y temporalmente han tenido la oportunidad de conducir al partido— no han sabido ni podido lograr algo fundamental para el éxito político: la unidad interna.
Las rivalidades, las disidencias internas, las pugnas, la incoherencia en lo que se dice y lo que se hace…. son características de ARENA desde que Elías Antonio Saca no logró el cometido que se esperaba de él. El tiempo ha ido transcurriendo y en ARENA, muerto el ex mayor D’Aubuisson, siempre se quiso resolver las crisis internas y los problemas de liderazgo acudiendo a Cristiani y a Calderón Sol. Pero, por diversas razones, ambos perdieron la capacidad que otrora ostentaron de llamar al orden a las huestes areneras.
De ahí que el partido se haya metido en un callejón sin salida a la hora de designar a sus conductores políticos, comenzando con quien asume la presidencia del COENA. Esta enorme falla en su conducción ha impedido al partido dotarse del pragmatismo necesario para lidiar con las exigencias de la democracia (sobre todo cuando se está en la oposición) y, lo que es peor, lo ha mantenido atado a un discurso anticomunista, antisocialista y promercado que ha derivado en posturas fanáticas ciertamente peligrosas.
Si a eso se suma la inmadurez e imprudencia de algunos de sus dirigentes –jóvenes y no tan jóvenes—, se entienden mejor los desatinos partidarios no sólo en su falta de lealtad a la institucionalidad política del país, sino en su incapacidad para mantener su unidad interna a partir de algo más que el fanatismo ideológico. Porque, a falta de otros recursos de legitimidad, varias figuras de ARENA han hecho de lo ideológico su principal carta de presentación ante sus colegas dirigentes, sus militantes y ante la sociedad, dando vida a discursos y comportamientos propios de la década de los años ochenta.
De ahí que un asunto estratégico para ARENA sea la renovación interna a nivel de su cúpula dirigente. Las señales que se detectan dan indicios de una fuerte disputa interna, en la cual se ven enfrentadas la “corriente ideológica” y la “corriente pragmática”. Una disputa de esta naturaleza no es nueva en ese partido; lo que cambia son las personas, sus talantes y su compromiso genuino –no meramente oportunista— con la corriente a la que se adscriben.
La fortaleza de cada corriente y sus posibilidades de éxito dependerán no sólo de su capacidad de aglutinar a los diferentes sectores del partido, sino de los apoyos o de las líneas de discurso y acción que emanen de la derecha mediática –que suele gozar de un importante grado de autonomía respecto de la derecha política (ARENA)— y de la derecha empresarial que tiene su propia agenda (económica y política), de la cual espera que tenga resonancia en la derecha política y mediática.
De todas formas, las posibilidades políticas de ARENA se juegan en la superación de sus fisuras internas y en la emergencia de liderazgo que, además de aglutinar a los diferentes sectores del partido, goce de la aceptación de la derecha mediática y tenga la confianza de la derecha empresarial.
A falta de lo anterior, la apuesta del partido para mantener su voto duro y para sumar nuevos votos caminará por un carril privilegiado: los ataques permanentes a la gestión del Presidente Sánchez Cerén, que incluyen el uso de recursos permitidos por la institucionalidad y legalidad vigentes, pero también recursos ilícitos más diverso signo. La derecha empresarial y la derecha mediática –tal como ha sucedido desde 2014— no dudarán en sumarse a esa estrategia, secundando las líneas de ataque emanadas de ARENA y/o fraguando las suyas propias.
Dadas sus limitaciones para elaborar y proponer a la sociedad un proyecto de gestión novedoso –un proyecto que sea mejor que el ejecutado por el gobierno del FMLN—, a ARENA no le ha quedado otra opción que hacer descansar su estrategia política en el sabotaje a la gestión del Presidente Sánche Cerén, con la pretensión de convencer a la población de que el “fracaso” del gobierno debe ser motivo suficiente para volver a confiar en ARENA.
Esta estrategia exige, precisamente, hacer fracasar la gestión del Presidente Sánchez Cerén, realizando cualquier tipo de acción que lo haga posible, todo acompañado de puestas en escena mediáticas que influyan en las percepciones ciudadanas en la dirección deseada. Y ahí donde la tesis del fracaso no surta efecto, siempre quedará a mano el recurso de apelar a lo insuficiente de los logros alcanzados, tal como sucede en estos momentos con el tema del crecimiento económico[1].
A la par de la economía, cabe esperar que la derecha insista en seguir explotando el tema de la inseguridad, ámbito en el cual se seguirá trabajando por hacer abortar los esfuerzos del gobierno, lo mismo que por desestimar los avances en materia de combate del crimen, el control territorial, la eficiencia policial y la transparencia en el manejo de los recursos. Es presumible que buena parte de los esfuerzos de la derecha, en sus ataques al gobierno, se concentren en estos dos ámbitos –la seguridad y la economía—, cuyo impacto en la vida la gente es indiscutible. Lo cual no quiere decir que no se aprovechen otros temas, ligados directa o indirectamente a la economía y la seguridad, para realizar acciones y forjar percepciones en contra del gobierno. Por aquí puede reavivarse la tesis del “robo de las pensiones” o los cuestionamientos al manejo eficiente y transparente de los recursos públicos, por ejemplo.
Sin embargo, uno de los asuntos gruesos –de envergadura semejante al de la economía y la seguridad— que hace de las delicias de la derecha es el de los cuestionamientos a la ética de los funcionarios de gobierno y de la dirigencia del FMLN. Es, sin duda, uno de los frentes de ataque preferidos de la derecha salvadoreña (empresarial, mediática y política). Y es que a la derecha le fascina explotar el tema ético, pues se trata de algo que, históricamente, ha sido el fuerte de la izquierda salvadoreña. Ha sido no sólo la mayor fortaleza en cuanto a ser soporte de la unidad y compromiso de sus dirigentes y militantes, sino también en cuanto a su principal fuente de legitimidad y credibilidad populares. Por tanto, poner en duda la ética de la izquierda, encontrarle fallas y debilidades, es una labor de primera importancia si lo que se busca es debilitarla.
Los ataques a la ética de la izquierda –que se focaliza en algunas de sus figuras partidarias o de funcionarios de gobierno— toman varias direcciones. Una consiste en encontrar esas fallas, sin importar su insignificancia o su envergadura, y posicionarlas en el imaginario social como algo de una relevancia extraordinaria. Desde los salarios, el consumo de alimentos y los viajes hasta los ahorros y las compras de bienes: nada escapa a la mirada de los “cazadores de fallas éticas” en la izquierda[2].
Si se topan con una práctica presuntamente ilícita –esta es una segunda vía— se las arreglan para posicionarla públicamente como un delito y presionan para que las instancias éticas, de rendición de cuentas, fiscales y judiciales tomen cartas en el asunto. Si estas instancias prosperan en sus indagaciones, es ganancia. Pero lo más importante es haber socavado la credibilidad en la ética de los dirigentes y funcionarios de izquierda, es decir, que tanto militantes de base como pueblo en general duden de la integridad de quienes, precisamente, los han motivado e inspirado con su compromiso y honestidad.
A esta derecha “cazadora de fallas éticas” le tiene sin cuidado la legalidad o ilegalidad de los actos que denuncia y manipula. Por supuesto que si se hace presente la ilegalidad (aunque sea en una mínima porción) la falla ética se ve magnificada, lo cual impacta más en la opinión pública. Y las fallas éticas de más impacto son las que tienen que ver con el uso, disfrute y apropiación de recursos económicos, o de bienes y privilegios, que marcan una distancia abismal entre quienes los gozan y la mayor parte de la población.
Nada más desgastante para la unidad de la izquierda que sus militantes perciban que algunos de sus dirigentes (o algunos funcionarios de gobierno vinculados al partido) se distancian abismalmente, en su estilo de vida, recursos y bienestar, de ellos. Nada más desgastante para la credibilidad política de la izquierda que la gente perciba una distancia semejante entre su vida y la de dirigentes o funcionarios de los que se espera austeridad, modestia, prudencia y un estilo de comportamiento recto y austero.
No es una buena defensa apelar a que eso que ahora se critica (esas fallas éticas que ahora se detectan y cuestionan) ya existían cuando ARENA gobernaba y nadie decía nada. Esta postura, que a veces la asumen personas de (o cercanas) a la izquierda, refleja poca consciencia acerca de uno de los patrimonios invaluables de la izquierda latinoamericana, es decir, su ética, cimentada en el compromiso, la renuncia, la austeridad, la entrega, la solidaridad, el compartir, el rechazo a la ostentación y la vocación de servicio.
No es casual que la derecha haga de las fallas éticas –inventadas o reales, pequeñas o grandes, legales o ilegales— de líderes o funcionarios de izquierda uno de sus frentes de ataque. Sabe que con eso socava el capital más valioso de la izquierda salvadoreña.
A su vez, una argumentación como la citada, vista desde la derecha da pie para afianzar la tesis, en el imaginario colectivo, que, en cuanto a la ética, no hay diferencias entre la una y la otra. Es decir, que la izquierda es tan proclive, como lo es la derecha, a violar preceptos éticos, y que por tanto no hay razones éticas que lleven a preferir la una a la otra. Hay eso sí, se dice desde la derecha –y esto se seguirá diciendo hasta 2018 y 2019—, hay razones de eficiencia y capacidad de gestión, especialmente económica, que son patrimonio suyos. Y es aquí donde empalma la tesis del “fracaso” o del “bajo rendimiento” del segundo gobierno del FMLN.
En fin, es presumible que por estos senderos caminará la estrategia de la derecha en la presente coyuntura. El cálculo de la derecha es que erosionada la credibilidad ética del gobierno y del FMLN, y afianzada la percepción del fracaso y/bajo rendimiento del gobierno en materia económica y de seguridad, el éxito electoral de ARENA será inevitable, pues no sólo la población la dará sus votos masivamente, sino que el voto duro del FMLN se verá sometido a la dura prueba de la fidelidad en un situación de pérdida de confianza.
Se trata de una apuesta con demasiadas variables, con una confianza desbordante en la capacidades de manipulación de la percepción ciudadana –porque eso es lo que se busca y no otra cosa— y que no considera ni los dinamismos de la realidad ni el desempeño real del gobierno y del FMLN. Y es que si no se erosiona la credibilidad ética del gobierno y del FMLN y no se afianza la percepción de que el gobierno ha fracasado –lo del bajo rendimiento es demasiado especializado para ser tema de conversación popular—, entonces el optimismo acerca de un éxito electoral inevitable de ARENA no deja de ser una esperanza vana.
San Salvador, 7 de junio de 2016
[1] Ver por ejemplo la nota “Ricardo Poma: debemos tener una meta de crecimiento del 5%”. elsalvador.com, 6 de junio de 2016.
[2] En esa línea se inscribe, por ejemplo, el seguimiento que La Prensa Gráfica ha dado a los gastos realizados por funcionarios de CEPA. Ver la nota, a doble página, titulada “LA CEPA GASTA MÁS DE $232,000 EN ALIMENTOS Y BEBIDAS”. 6 de junio de 2016, pp. 2-3.
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