Convocar a la ciudadanía y reencauzar el proceso de paz
- Opinión
La situación actual en Colombia es más que paradójica, parece una película de comedia negra, es casi increíble e inexplicable. La izquierda (incluyendo la armada) ha terminado siendo uno de los principales soportes políticos del gobierno pero, en vez de fortalecerse a su lado, se desgasta rápidamente. Es bueno recordar que, al igual que acaba de ocurrir en Perú, sin las fuerzas de izquierda Santos no hubiera sido elegido. Hoy la debilidad del gobierno es creciente y paralizante. Y no se observa cómo puede retomar la iniciativa política.
El gobierno se sostiene por el control de la burocracia y el ejército pero, en lo fundamental, por el apoyo del gran capital financiero global y del gobierno de los EE.UU. Ha logrado convencer a una parte de los grandes terratenientes que antes estaban contra el “proceso de paz” pero en algunas zonas de la Costa Atlántica y Antioquia, existen fuertes resistencias a la política de restitución de tierras. Pero en general, su base social es precaria y la opinión favorable se le reduce día a día. Su naturaleza de clase le impide impulsar una paz auténtica y sus contradicciones internas lo hacen vulnerable a todo tipo de ataques y presiones.
El mismo Santos se pone zancadillas a diario. Su última “metida de pata” en el Foro Económico Mundial lo muestra como un gobernante al borde de un ataque de nervios. Sonó a chantaje y amenaza la alerta sobre una “guerra urbana” que preparan las FARC en caso de que fracase el “proceso de paz”. Pero además, ratificó la imagen de ser un negociador débil y arrinconado. Es más, parece una mentira torpe y mal contada. Si la inteligencia militar tiene esa información no se explica cómo es que no han contrarrestado esos planes. Y si fuera cierto ¿qué sentido tiene divulgarla? Todo muy mal.
Los antecedentes de esta pifia son varios. Las frases de “El tal paro nacional no existe” o la reciente comparación entre la región del Catatumbo y la zona del “Bronx bogotano”, lo han hecho quedar muy mal y han generado fuertes rechazos. Pero el fondo del asunto es la presión que sufre el gobierno por efecto de cuatro procesos paralelos y conflictivos que debilitan su cohesión interna y merman su credibilidad ante la sociedad. Ellos son: 1. El proceso de paz; 2. La crisis económica; 3. La continuidad de su gobierno en 2018; 4. El entorno internacional. La combinación de esos procesos y sus efectos son una verdadera bomba de tiempo.
El gobierno de Santos es una veleta al viento que se mantiene en un equilibrio inestable conectado a una cuerda que amenaza con romperse debido a la presión de enemigos, amigos, aliados y su contraparte negociadora (FARC), y sobrevive gracias a las ráfagas de aire caliente o frío que de vez en cuando logra –en medio de su torpeza y la de sus contradictores– canalizar a su favor para sostener su revoloteo. Más por inercia que por habilidad. Entró en fase de apagar incendios: la minga agraria, el paro camionero, la resistencia civil de Uribe, los fallos de las Cortes, los escándalos de corrupción, los trámites legales del plebiscito, etc.
El proceso de paz
En apariencia “todo va bien”. Se anuncian acuerdos parciales y fechas posibles de firma de los acuerdos definitivos y de cese bilateral de fuegos. Pero, en la práctica no han podido cumplir los plazos que se ha impuesto Santos como una forma de presionar a las FARC. El tiempo se agota. El gobierno sabe que con nuevos anuncios no logrará ampliar los márgenes de acción. La presión se siente. El nerviosismo no le ayuda al gobierno. Se aprueban normas para blindar los acuerdos, se empieza a promover el plebiscito sin tener la aprobación de la Corte Constitucional ni el acuerdo en la mesa de negociación. Se lanzan propuestas de consultas internas de partidos políticos que no tienen ni pies ni cabeza. Ya ni las FARC se pronuncian a diario como lo hacían meses atrás, todo está sobrecargado y sobreactuado. La pita no da más. Y… faltan los acuerdos más delicados y difíciles.
La contraparte uribista se ha movido con habilidad aprovechando las debilidades del proceso. Uribe explota con eficacia los aspectos claves de los acuerdos anunciados. La elegibilidad política de los guerrilleros y las supuestas penas sin cárcel, son el centro de su ataque. Pero el sentimiento que aprovecha con más efectividad es la frustración que genera el hecho de que la guerrilla aparezca como la gran triunfadora cuando Uribe había logrado posicionar la idea de que los había derrotado. Y lo chocante es que el presidente Santos ayudó con el posicionamiento de esa idea. Es por ello que le ha costado tanto trabajo mostrar el proceso como un acto de justicia con contenido punitivo. Además, la guerrilla no ayuda dado que considera que la única forma de potenciar su capital político es reivindicar las negociaciones como un gran triunfo. Es una contradicción insalvable.
Pero lo más grave es que los enemigos de la paz se están moviendo en áreas más duras. El paro armado de las AUG fue un mensaje directo a las FARC. Y eso que no se movieron otros grupos paramilitares (supuestas Bacrim) de otras regiones en donde están activos y son más cercanos a los posibles sitios de concentración de la guerrilla. Pero además, como lo denuncia Alfredo Molano en su última columna (http://bit.ly/1UhxGD1), las mafias e intermediarios de las tierras despojadas y los perpetradores de esos crímenes oficializados en notarías y juzgados están moviéndose en diversas regiones para impedir la restitución de tierras. Y el Estado se muestra impotente porque grandes poderes económicos, políticos y militares están detrás del asunto.
Esa situación es el resultado de la debilidad del gobierno y del juego santista de querer llevarle la idea a todo el mundo. Por ello, aunque “todo va bien” la verdad es que va muy mal. Con los tremendos errores del gobierno, las vacilaciones e inconsecuencias internas, durmiendo con el enemigo adentro, la colaboración inconsciente del ELN y las condiciones cada vez más exigentes de las FARC para garantizar su seguridad y posibilidades de hacer política en sus zonas históricas y en el país, no se puede asegurar que las negociaciones terminen este año o que el plebiscito pueda ser ganado por el gobierno. La política del gobierno en este terreno, como en todos los demás, es vacilante y confusa, lo cual la hace aparecer doblemente pérfida. “Traiciona a Uribe pero no es leal con la paz”, concluimos.
Consecuencias políticas y perspectivas
Con ocasión de la errada conducción del proceso de paz por parte del presidente Santos se viene operando en la sociedad colombiana un constante desplazamiento político. Es simultáneo y diferenciado. De la derecha a la derecha-extrema; del centro-derecha hacia la derecha; y del centro-izquierda hacia el centro. Es en general un movimiento hacia la derecha.[1]
Ese desplazamiento político es evidente y visible. Pastrana día a día se aproxima más a Uribe y al Procurador. Cambio Radical se deslinda cautelosamente del gobierno. En el partido de la “U” lanzan como precandidato presidencial a Juan Carlos Pinzón. Serpa y Gaviria cada vez están más cerca. Clara López y una buena parte del Polo se alinean con el gobierno. El entusiasmo por la terminación del conflicto ha mermado y muchos callan.
Los síntomas de esa situación impactan al gobierno y lo hacen vulnerable a todo tipo de presiones. Al interior de las fuerzas del gobierno son conscientes de esa situación pero no pueden reorientar el proceso porque están presos de una dinámica de fuerzas que les ha quitado cualquier margen de maniobra. Todo el mundo presiona. Y su propia debilidad –que a veces ocultan para mantener la “caña”– les impide cualquier tipo de rectificación.
Por ello se requiere la intervención urgente y decidida de otros sectores que tienen la particularidad, porque la han construido conscientemente, de no estar alineados cerca del gobierno, la izquierda, Uribe o las FARC. Ese sector está representado idealmente por la senadora “verde” Claudia López, pero existen muchas fuerzas políticas y un amplio campo de la sociedad colombiana que comparte su posición política.
Ese sector social y político debe deslindarse con urgencia y claridad del actual proceso de paz santista. No para negarlo sino para reencauzarlo. Es la única fuerza política con capacidad de interlocutar con la Nación y los actores de la negociación para proponer dos aspectos básicos: acelerar la firma del acuerdo definitivo y rectificar todos los aspectos de contenido y forma que tienden a presentar ese proceso como un triunfo de la guerrilla y una claudicación del Estado y de la sociedad.
Una gran Asamblea Nacional Ciudadana convocada y realizada por diversos dirigentes políticos, sociales, empresariales y comunitarios sería un gran escenario para hacer conocer al país que existe la reserva moral, la independencia política y la determinación valiente para sacar al país de la polarización entre Santos y Uribe, y salvar el actual proceso de terminación del conflicto armado. ¡Es el momento de actuar!
Popayán, 20 de junio de 2016
E-mail: ferdorado@gamail.com / Twitter: @ferdorado
[1] En Colombia las fuerzas políticas se pueden agrupar así: Derecha: conservadores, liberales gaviristas, Cambio Radical, derecha-santista del partido de la U., peñalosistas; Derecha-extrema: Uribe-Centro Democrático, conservadores clericales; Centro-derecha: verdes "peñalosistas-mockusianos" vergonzantes, liberales serpistas, santistas liberales, y otros; Centro: Compromiso Ciudadano de Sergio Fajardo, “verdes” con Claudia López y Antonio Navarro; Centro-izquierda: progresistas, PTC, ASI, Polo de Clara López, otros; Izquierda: Polo robledista, PC, Marcha, UP, otros.
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