Paz que humaniza, fusiles que destruyen

26/08/2016
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 paz colombia
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Periódicos tradicionales, canales de televisión y radio como RCN, NTN, CARACOL, y sus redes sociales asociadas, han venido prestando un flaco favor a la pretensión de un país por empezar a vivir el derecho negado a la paz, abandonando la guerra y los aplausos a la muerte. El país tiene que empezar a olvidarse de los héroes y a reconocer a los humanos como humanos a secas, que merecen vivir en condiciones de dignidad, alejados del temor, de la persecución, del odio, de las humillaciones y las carencias. Los titulares de esta prensa, basados en encuestas de mínimo rigor, con preguntas tendenciosas e ideologizadas y respuestas incoherentes, anuncian mensajes confusos, oscuros y tramposos, como que la gente quiere la paz pero no a los que se desarman; que a la gente no le molestan los habitantes de calle, pero no los acepta en sus calles; que no le afectan los desplazados pero no frente a sus negocios; y que si hay muertos no sean de su familia; y que haya guerra pero lejos de sus casas. Quien es la gente, esa gente que quiere esas cosas y que atributos los hacen mejores humanos? y ¿cuál es la gente a la que no quieren y cuales sus atributos para que sean negados?

 

Esta presentación sistemática de imágenes y comentarios indolentes, no es casual, como tampoco lo es, que junten anuncios de paz y derechos y crucen debates morales con asuntos laicos, como decir por ejemplo que la gente acepta que cada persona sea como quiera, pero menos homosexual o comunista; que acepta que otros opinen pero menos en contra del poderoso. Lo evidente es que en esta coyuntura política y social del país, hay una estrategia claramente definida ideológicamente por los primeros perdedores de esta guerra: La extrema derecha, sus estrategas políticos y agenciadores: terratenientes, ganaderos, paramilitares autónomos o dependientes y sus asociados dueños de poderes territoriales que empiezan a ser puestos en cuestión y reveladas sus grises actuaciones. Para ellos el fin último de toda predica, lamento, escandalo y eco repetitivo contra la paz es para continuar la guerra bajo el lema de que el fin justifica los medios y del todo vale. El propósito de medios de comunicación y guerreristas, los dos asociados a la lógica de acumulación del capital por despojo, es desvirtuar la certeza de la paz como derecho real, porque que ya se ha producido la terminación de la guerra entre el estado y la más significativas y determinante insurgencia en la historia colombiana.

 

Los mensajes equívocos de paz, o más bien mensajes malintencionados para desvirtuar la paz, son reforzados por mentiras que son repetidas en coro y uno a uno por los encargados de crear la percepción de que hay una hecatombe, al mejor estilo nazi con la lógica de repetir una mentira hasta volverla verdad, manipular las percepciones, infundir temor y rabia, sumar debilidades y empujarlas a la muerte, aprovecharse del otro sometido para despertar sus pulsiones de muerte, sembrar dudas donde hay claridad, oscurecer donde hay luz y dimensionar los odios y la venganza, para que cada quien quiera ejercer por su mano una venganza y desterrar el ánimo de reconciliación y justicia.

 

Los medios pasan imágenes rebuscadas de emboscadas, filas de muertos cubiertos con plásticos, hombres sangrantes, casas destruidas, niños con ojos de terror. Son imágenes de guerra con las que llaman justamente a seguir la guerra, no a evitarla. Qué paradoja e insensatez. No convocan a abandonar la guerra que mata, si no a seguir matando. Las imágenes son acompañadas por las voces desencajadas de los convocantes a seguir la guerra, gritan, manotean, intimidan, anuncian muerte para lograr otra victoria. Esta comunicación ideologizada en nada contribuye a perdonar, cesar odios, desarmar mentes, abolir lenguajes de ofensa. No llaman a tolerar y entender que a pesar de lo que sea, de las contradicciones o enfrentamientos que a veces parecen irreconciliables siempre será mejor lograr acuerdos en paz, que estar dispuestos a morir por la guerra. Solo los guerreros de oficio, los mercenarios y los enfermos de otras guerras, pueden tener cinismo para justificar que podemos ser mejores humanos en la guerra que en la paz. La paz humaniza, la guerra des-humaniza, la paz nos hace mejores seres humanos, más solidarios, más hermanos, adversarios, opositores, demócratas, mientras que la guerra impide, mata, lesiona, destruye, enriquece a pocos y envilece a muchos.

 

La paz ya esta conquistada, se fueron los fusiles

 

Los resultados del proceso de negociación política del conflicto armado están dados, la guerra ha terminado. Las FARC-EP han dejado de existir. Las estructuras militares, la organización de bloques, comandos, secretariado y cuadernos de campaña son historia y tendrán su buen morir cuando todas las armas hablen como una sola voz de fuego disparándole al cielo como señal de cierre de su última conferencia político militar. A partir de ahí quedarán declarados hermanos de lucha política, ya no camaradas combatientes. La firma del acuerdo final proclamó el desarme total del ejercito insurgente y anunció su entrada a la vida política donde tendrá que reinventar su proyecto sin armas y movilizar su discurso de poder de otra manera, con otros modos de acción que impidan un salto al vacío.

 

El problema no es de Paz o Guerra, de Si o No. De alentar la polarización de la que se benefician las clientelas, corruptelas y empresas electorales, el problema está en entender que si el acuerdo de paz ya está concluido no hay que dar tiempo a debates sin sentido por un NO enfermizo y guerrerista. El No carece de argumentos, de premisas y conclusiones, no hay una sola posibilidad real para convencer ética, política o académicamente a otro de que la guerra es la salida y que la muerte mejor que la vida. El NO tiene un actor social y político, pero no un interlocutor válido para un pueblo que ha soportado medio siglo de barbarie. El NO carece de legitimidad, de respeto, sus voceros oficiales proceden del tanque de pensamiento de la derecha extrema del régimen Uribe, cuyo gobierno ha resultado ser el más corrupto, oscuro y proclive a defender la muerte de la que se lucraron pocos.

 

A pesar de las empresas de comunicación, de las redes de odios y falsificaciones y de los sectores políticos que a última hora acomodan sus discursos o de gremios o grupos que juegan al chantaje, es evidente que en medio de la realidad, la sórdida realidad de conflictos y miserias, de carencias y opulencias, no será fácil convencer con engaño a las mayorías, de que la guerra es mejor que la paz. No hay una sola razón humana que justifique que la guerra es mejor que la paz. La paz es un derecho humano que ya está conquistado, lo crearon los pueblos con sus luchas, pero además constitucionalmente está consagrado como un deber de obligatorio cumplimiento y aunque Colombia llegue tarde a cumplir la obligación, aún es tiempo para reconstruir la idea de ser humanos, respetuosos de los otros, de sus derechos, libertades, autonomías y deseos, gentes que comparten un territorio, unas lenguas, unas costumbres y un espíritu de grandeza, solidarios y honestos, incorruptibles e insobornables, esa es la Colombia de la paz, del SI, no la de los medios y las elites.

 

Por eso no será fácil que los millones de hombres y mujeres que votaron la reelección del presidente Santos poniéndole el mandato de firmar la paz ahora cambien de opinión o piensen lo contrario y tampoco será fácil convencer a alguien (convencerlo, no comprarlo) que es mejor la guerra que la paz. La paz es aspiración, anhelo, proyecto colectivo de un país que no sale en los medios. Son los dos millones de indígenas que han enterrado a los suyos durante quinientos años de abandono, despojo, persecución y encierro; los dos millones de afros humillados y aislados por el racismo y la indolencia; los ocho millones de campesinos que han entregado sus hijos a una guerra ajena de la que otros se lucraron, recibieron medallas, ascensos y gratificaciones o fueron descuartizados y tirados a los ríos por el supuesto delito de un marxismo o comunismo que jamás leyeron, ni pudieron conocer; de miles de mujeres negadas y ultrajadas como botín de sedientos vengadores. Las sumas agregan a ocho millones de víctimas registradas ante el mismo estado responsable junto a los victimarios; cinco millones de asilados, exiliados, expulsados por el hambre y la tragedia o refugiados dispersos por el mundo como parias; cuatro millones de desempleados, jóvenes en su mayoría que no están dispuestos a cargar un fusil ni a matar otra vez a sus hermanos; dos millones de jóvenes sin acceso a las universidades y cientos de miles mas sin señales de que sean reconocidos como humanos.

 

Esas son las cuentas de la paz, millones de personas, humildes, excluidas, negadas, silenciadas, olvidadas, desechadas, y muchos mas con otras comodidades, con energía eléctrica permanente, agua potable del grifo, alimentos y ropa del shopping, un salario, un cupo universitario, un puesto de rebusque, redes sociales sin obstáculo, vías con asfalto, vehículos personales, tiquetes para pasear. Son partes de Colombias distintas que la guerra ha separado y que la paz podrá poner en evidencia y propiciar sus encuentros. Esas y otras partes de Colombia, como aquella que ve morir de hambre sus niños o entierra a sus muertos por pedazos, coinciden en que la paz es mejor que la guerra, a pesar de lo incompleta que pueda venir. No importa incluso soportar a las viejas estructuras del poder político, acicalándose, reciclándose, anunciando paraísos que tampoco vendrán, expuestos sin recato ni pudor ante las luces y las cámaras ávidas de encontrar un lunar, una falla, una sombra, cualquier cosa, una pequeñez que oscurezca el ánimo de paz y de esperanza para convertirla en no.

 

El movimiento social, sabe que no puede caer en la trampa de una lógica binaria del sí y el no propuesto por las elites, ni hacer el juego de clientelización propuesto por oportunistas e insensatos que tratan de vender o chantajear su decisión. Y si el ELN no viene?, correrá el riesgo junto al gobierno de perder una partida por una paz completa, le quedara el encargo de vigilar que los acuerdos firmados se cumplan y el gobierno quedará con la obligación de cumplir lo acordado para poderlo derrotar y derrotar también y definitivamente la idea misma de pensar que la guerra es una salida.

 

La paz, no es un concepto que se acomoda con un decreto, o la firma del acuerdo, ni se resuelve con votar el sí. La paz no es la victoria militar de nadie, es simplemente la recuperación del reconocimiento del derecho humano ya conquistado y que le pertenece en este país a cincuenta millones de colombianos y colombianas, que merecen un respiro, un largo respiro, para vivir con tranquilidad, ser respetados como humanos y poder construir la vida digna que merecen y tienen otros humanos del planeta. La sociedad en colectivo y uno a uno de sus hombres y mujeres, diversos y plurales, iguales y diferenciados, no esta tan enferma para seguir a ciegas el grito fanático del NO, ni para aplaudir los desvaríos de los hiperactivos de la guerra a los que la paz les hace daño, porque la tranquilidad y la quietud que ofrece la paz los destruye como guerreros que beben de la sangre ajena.

 

P:D. 1. Recordando a Kid Pámbele, humilde y gran deportista del Palenque olvidado, siempre para los humanos será mejor vivir en paz, que permanecer bajo la persecución y el asedio de la guerra.

2. Espero ojala estar cerrando con esta la escritura de guerra y paz y abrir camino a paz y derechos, invito a acceder de manera gratuita al libro Parresia, allí expuse un marco extenso sobre Guerra, Paz, Capital y Derechos Humanos, on line: hptt//entalpiaeditores, Buenos Aires, dic 2015.

 

https://www.alainet.org/de/node/179768?language=es
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