Plebiscito y paz subalterna: la verdadera génesis de los procesos constituyente y destituyente

30/09/2016
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 colombia si
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Estamos a unas pocas horas del momento más significativo de la historia contemporánea colombiana: la paz golpea en nuestras propias puertas para quedarse. Después de cuatro años de posiciones encontradas, en la mesa de negociación, el humo blanco del fin de la contienda armada cada vez está más cerca.

 

Los traspiés en esta fase decisiva han estado a la orden del día: los agravios, la difamación, y el sinnúmero de mentiras de la campaña del NO, para perpetuar la guerra contra la insurgencia, privaron a la contienda electoral de cualquier vestigio de racional.

 

La campaña ha traído consigo un variopinto de posiciones, sobre la paz y el proceso constituyente, que la multiplicidad de comités, tanto del sí como del No, han expresado de diferentes maneras. El plebiscito se ha convertido en la campaña de impulso de centenares de proyectos políticos particulares.

 

Casi nadie se ha abstraído de esa matriz proselitista cuasi-inmediatista: ni los Uribistas; ni los Progresistas; ni la familia Comunista (UP-PC y MP); ni los camilistas (PUP, Congreso de los Pueblos, Fuerza Común); ni mucho menos el convoy político que acompaña al presidente  Santos, han perdido la oportunidad para fortalecer sus proyectos electorales en esta coyuntura.

 

Por los lados del NO el mensaje de uno de sus núcleos principales, los mandamases del latifundio en Colombia, ha sido bastante claro: ni una hectárea entregada, ni un centímetro de cerca corrida.

 

Al margen de los tropiezos, el país está a solo horas de decirle adiós a una guerra que cobró centenares de vidas, a un puñado de minutos de cerrar el capítulo de noche y niebla fratricida, que el dulce susurro de la paz borrará por completo de nuestras memorias.

 

Ahora vienen los verdaderos desafíos: construir pueblo, sumar voluntades, llenar las calles de multitud, devolverle la esperanza a las clases subalternas, deconstruir el sentido común de la sociedad actual y soñar con ser hegemónicos, no desde el gobierno, sino desde la guerra de posiciones que precisa el alcanzar el poder, desde una perspectiva verdaderamente popular.

 

No deja de ser paradójico que el fin de la contienda armada resignifique el campo de batalla real: la arena política. La máxima de Carl Von Clausewitz “la política es la continuación de la guerra por otros medios” es de total vigencia en el escenario posterior al 2 de octubre. Ahora si comienza la verdadera disputa: más y mejor democracia, más actores, más disensos y en suma, más deliberación.

 

En Historia y crítica de la opinión pública, el teórico alemán Jürgen Habermas esbozaba la necesidad de darle aliento a un tipo de democracia deliberativa en la cual, la racionalidad comunicativa se incube en el momento en el que los ciudadanos configuren un lugar común o “espacio público” en donde el “argumento va, argumento viene”, la racionalidad y el conocimiento florecen.

 

Las mismas Farc experimentaron esta democracia deliberativa en la mesa de negociación.

 

A pesar de que las posiciones del gobierno y la insurgencia siempre fueron diametralmente opuestas, primó la razón y la necesidad, de ambas partes, de conquistar acuerdos mínimos en torno a principios básicos de justicia[1].

 

Queramos reconocerlo, o no, la participación de la sociedad civil en el ciclo de conversaciones fue casi nula. Tampoco deja de ser contradictorio que el plebiscito, expresión popular de refrendación de los acuerdos de La Habana, tenga al constituyente primario como un convidado de piedra.                

 

Tampoco es menos preocupante, adem elijanlos electoresosamente preparadae m las opciones presentadas en el frás, lo poco convocante del sentido mismo de la pregunta para el plebiscito del domingo ¿apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?

 

La palabra “apoya”, además de etérea y excluyente, pareciese tendenciosamente preparada para que los electores elijan, dentro de las opciones presentadas en el frío mercado electoral, y se despidan de cualquier tipo de proceso emancipatorio que se prolongue más allá del 2 de octubre. En palabras más sencillas, al Gobierno, encabezado por Juan Manuel Santos, solo le interesa ganar el plebiscito y desactivar cualquier tipo de iniciativa ciudadana posterior a esa fecha.

 

Dicha avanzada plebeya y mayoritaria, que se unió en torno al SI en el plebiscito, debe seguir movilizada para empezar la pedagogía, de cara a la ciudadanía, en pro de una nueva constituyente.

 

Y es precisamente la ciudadanía quien debe ir percibiendo, paulatinamente, que el plebiscito, y su fase previa y posterior, hacen parte de un proceso constituyente que viene incubándose.

 

Las luchas por el medio ambiente; por los derechos sexuales y reproductivos; por la defensa del patrimonio público; por salud y vivienda de calidad; por la educación, y centenares de demandas, de diversos sectores, deben converger y ser arropadas por una nueva carta magna.

 

Este proceso constituyente debe allanar las condiciones para la irrupción de sujetos políticos de nuevo tipo. Esta tesis viene siendo defendida por múltiples organizaciones, entre las que se destaca la Red de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y Contra la Guerra, Redepaz, liderada por Luis Sandoval, desde hace algunos años.

 

El consenso, alrededor de un nuevo proceso constituyente, viene creciendo impulsado desde diversas vertientes políticas e ideológicas, que plantean cuestiones de fondo al sistema democrático actual, para transformar las estructuras del país.

 

El SI de parte de la ciudadanía al fin de la política con armas, tanto de la guerrilla como de los paramilitares, ampliará los cauces de la democracia y del debate político entre sectores otrora antagónicos, que dirimirán sus divergencias en un nuevo escenario agónico.

 

Conceptos como la democracia radical, el poder popular y el poder constituyente, cobrarán más vida que nunca en esta coyuntura prolija pero no ajena a la pulsión y a la convulsión.

 

Este último postulado, el poder constituyente, en resumidas cuentas persigue, cambiar el ordenamiento jurídico y organizar la jerarquía de los poderes del Estado[2].

 

Aunque algunos sectores sostienen que Plebiscito y Constituyente son discordantes, lo único cierto es que el plebiscito es la principal fuerza motora y popular que podría impulsar una nueva carta magna en el país. Un triunfo abrumador del Sí sobre el No abriría más fácilmente la puerta a un nuevo proceso constituyente impulsado por el bloque alternativo, que respaldó el proceso de paz, en su conjunto. 

 

Este plebiscito, que cambiarán la historia de Colombia plantean nuevos retos. No es simplemente el rito asambleario, u otra carta magna, lo que le da sentido a una constitución que reemplace a la de 1991, sino la construcción de verdaderos sujetos políticos, cabe enfatizarlo nuevamente.

 

Esta nueva realidad, la del fin de la combinación de las armas y la política, y la culminación de la confrontación bélica, permitirá crear las condiciones para alentar un proceso de movilización y construcción de una nueva voluntad popular sostenida que cuestione el excluyente Estado-Nación actual y ponga en entredicho, con más fuerza y vehemencia, el marco institucional existente.

 

El fin de las armas es, a su vez, la oportunidad para romper con la centralidad de la política colombiana, enmarcada dentro del eje guerra–paz con el cual, las élites emergente (Uribe) y tradicional (Santos), han enviado a la periferia a las demás opciones alternativas de poder.

 

Es el momento de romper con el ostracismo, y orfandad, en que se encuentra la sociedad civil. Para ejemplificar su resquebrajamiento, a manera de metáfora, podríamos decir: “la mesa de la paz sostenida, y del cambio social, se tambalea. 3 de sus 4 patas han sido protagonistas, y artífices, de nuestra histórica guerra, funcionando a la perfección: la pata del uribismo, la pata del santismo y la pata de las Farc. La cuarta pata está rota y es la que podría romper este tripartidismo a punto de configurarse: la cuarta pata de la ciudadanía y la multitud, la cuarta pata engendrada bajo el rito colectivo de la paz”.

 

Esta dinámica plebiscitaria, y por la paz, es constituyente y emancipa las demandas convergentes de los sectores subalternos. Como bien lo señala el profesor Miguel Ángel Herrera Zgaib “Es hora para articular una red de redes, y un movimiento de movimientos que potencia a las multitudes que hoy resumen el despertar de un conjunto de reivindicaciones moleculares cuyo precipitado debe dar expresión a una corriente principal que desborde los espacios de la representación política, y de trazas de auto-organización del trabajo en todas sus expresiones, para disciplinar los desmanes del capital, y en particular, del capital financiero nacional y transnacional”[3].

 

Procesos que en la teoría pareciesen ser disimiles entre si, fases constituyente y destituyente, en realidad conviven en coalescencia y persiguen, ambas, que un nuevo bloque social-popular emerja como fuerza hegemónica en la sociedad.

 

Esto se explica en la medida en que la presión y aprobación, de las mayorías sociales del país, hacia una nueva constituyente con visos progresistas, puede sentar las bases para iniciar un nuevo ciclo: el ciclo destituyente.

 

Cuando decenas de miles de personas, en la Argentina en llamas del año 2001, coreaban al unísono “que se vayan todos”, haciendo alusión a toda la clase política austral del momento, y centenares de personas se congregaban, 10 años después, en la puerta del sol de Madrid, resignificando su dolor y vitoreando “no nos representan”, en ambos casos cursaban procesos destituyentes que tenían por objeto sacar del poder a las élites políticas de turno que despreciaban, de todas las maneras posibles al pueblo.

 

En el caso colombiano el proceso destituyente debe reconquistar la calle, crecer, y seducir a la multitud, debe emancipar a un entramado de voluntades heterogéneas, o luchas con acumulados históricos particulares, que encuentren un motivo fundamental, un punto en común, para lograrlo: sacar del poder a la “rosca” que carcome los cimientos del Estado hace 200 años, “socavar los Estados heredados”, como bien lo caracteriza el investigador payanés Fernando Dorado en reciente artículo[4].

 

 

El presente texto resume las reflexiones del autor sobre los tópicos planteados. Algunas de estas ideas fueron expuestas en el conversatorio Plebiscito y Pax Subalterna, realizado el pasado lunes 26 de septiembre en el Auditorio Camilo Torres, de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Agradecimiento especial al profesor Miguel Ángel Herrera Zgaib.

 

 

 

[1] Vázquez Valencia, Luis Daniel. La democracia deliberativa y la confrontación entre poderes fácticos en una decisión gubernamental. Revista mexicana de ciencias políticas y sociales,  México ,  v. 52, n. 210, p. 105-131,  dic.  2010 .  Fuente: http://bit.ly/2d8jijF

 

[2] Boutmy Emile, Etudes de drout constitutionnel: France, Angleterre, Etats-Unis [1885], 3ª ed., París, 1909, p. 241. Citado por Negri, Antonio, en El Poder Constituyente. SENESCYT, 2015, p. 28. 

 

[3] Herrera Zgaib, Miguel Ángel. El paro del 17 de marzo: paz subalterna, reforma económica, intelectual y moral. Semanario Caja de Herramientas, marzo 18 de 2016. Fuente: http://bit.ly/2dIfjgc

 

[4] Dorado, Fernando. Socavar el Estado colonial y fundar la república social. Arañando el cielo y arando la tierra, septiembre 21 de 2016. Fuente: http://bit.ly/2dwsHoD 

https://www.alainet.org/de/node/180625
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