Cuando las derechas latinoamericanas pensaron en Trump

10/02/2017
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Foto: CELAG
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En Trump no hay pospolítica. Mientras el universo progresista busca atajos discursivos y retóricos en la moderación, el candidato republicano, y ahora presidente, eligió otra trayectoria. Se colocó en el centro del orden.

 

Desde el primer momento eligió una dimensión tajante, divisoria y conflictiva. Salió a marcar el campo discursivo y político. Desestructuró algo que ciertas derechas y el progresismo daban por sentado: el consenso en las rutinas económicas y financieras mundiales configurado en las últimas décadas. El Partido Demócrata se quedó sin margen de maniobra, como sus aliados internacionales, que empezaron a hacer cuentas de cuánto impactaría el decisionismo trumpiano. México comenzó a padecerlo y ha obligado a Peña Nieto a reactualizar una fórmula que lo ha incomodado tanto a él como al PRI: el nacionalismo. El propio Carlos Slim apoyó al presidente mexicano y rompió todo lazo con Trump[1]. La comunidad nacional vuelve a reactivarse.

 

Lo que Trump expresó en campaña ya está en marcha. Los gobiernos progresistas y conservadores de América Latina (y de la Unión Europea) están expectantes. Ese orden geopolítico y sus rutinas conocidas desde fines de la década de los ‘80 comienzan a modificarse con grandes cuotas de incertidumbre. Trump busca reactualizar el orden norteamericano y global. El “manodurismo” viene a corroborar esto mismo. Construir un orden a golpe de decisiones, las cuales van desde la construcción del muro, la persecución y estigmatización de inmigrantes y mujeres, hasta la relocalización interna de capitales para generar empleo en EE.UU. El líder republicano vino a ensayar una nueva fórmula de integración y exclusión que ni siquiera su partido se había propuesto e imaginado.

 

El ‘bussinesman president’ hace un ejercicio de fuerza con otros empresarios. Les exige la relocalización de inversiones. Los presiona. Muestra quién manda. El sistema político norteamericano tiene un sheriff. El tipo que entra al bar a poner orden. Obliga a sus colegas a realizar su rentabilidad en su propio suelo estatal. Trump, como el Brexit, avisan que existen las fronteras y que el Estado vive de lo que pasa en su interior. El Estado ha vuelto. Inclusive, el muro posee un gran efecto político, más allá de lo propiamente operativo. Un muro implica un mayor consumo interno. Puede impactar en aquellos que ven necesario cambiar sus vidas económicas. Cierto “internacionalismo” de la globalización –propiciado por China- y del “progresismo” europeo es puesto en crisis. Sus pobres resultados en indicadores sociales han alentado esta crítica y propiciado una mirada que parecía desgastada durante el largo siglo XX. Trump y el Brexit recuerdan que el viejo y moderno concepto de Estado, su fiscalidad y fronteras pueden ser reactualizados. Estan ahí como “monstruos” disponibles, funcionales, que albergan memorias de grandezas, de crueldades y de utopías de integración social. De todo ese repertorio, Trump construyó un discurso de campaña y una simbología.

 

Sus acciones tendrán efectos en las agendas económicas y políticas de los diversos países latinoamericanos. Tanto, izquierdas existentes como neoconservadores que se creen exitosos pueden “funcionalizar” la agenda de Trump en diversos sentidos. Correa indicó que Trump puede ser una oportunidad para consolidar propuestas progresistas. Beppe Grillo del Movimento 5 Stelle reivindicó a los hombres fuertes[2] como Putin y el presidente norteamericano. Trump parece una “significante” que puede ser aprovechada por todos.

 

Una derecha latinoamericana atónita “amiga de la globalización” comienza a sentir el peso del Brexit y de Trump. No sabe si mirar a China y a su partido comunista, decidido por la liberación absoluta de la economía, o a Estados Unidos. No saben si quedarse con el trabajador hiperflexibilizado chino o el wasp[3] que reclama sus derechos a punta de pistola y discriminación. 

 

Las primeras medidas, entre las que se encuentra la vinculada a la inmigraciónm, han suscitado la reacción de varios gobiernos. Hoy México parece el más perjudicado. Pero todavía hay una gran “cuota de incertidumbre” en cuanto a la política comercial, especialmente en torno a cómo instrumentará la creación de empleo y protección de la economía norteamericana. Esto pone sobre el escenario debates que las actuales derechas latinoamericanas creían haber “superado” o “endosado” a las experiencias progresistas. Las diversas derechas deberán reacomodarse en este nuevo escenario. Volver a tomar el pulso. Decidir qué hacer con los temas que plantea e instala Trump.

 

Trump y los liderazgos latinoamericanos

 

Los liderazgos latinoamericanos no auguraban un triunfo de Trump y, en la mayoría de los casos, manifestaron sus simpatías por la candidata demócrata. Su victoria ha significado poner en jaque sus acuerdos bilaterales e internacionales. Perú y Chile –paladines de Alianza Pacífico- no sólo han resguardado sus acuerdos comerciales, sino que han destacado la misoginia del mandatario. Otros como Brasil vislumbran nuevas oportunidades de negocio, ante el rediseño del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), reforzando así las relaciones comerciales entre ambos. Contrariamente, Correa considera que la falta de mercado jugará a favor de una nueva integración regional, forzada por la coyuntura.

 

En cuanto a las políticas migratorias, México se erige como el gran damnificado, ante la promesa de campaña de la construcción de un muro con el vecino del norte. Este hecho ha sido cuestionado por los mandatarios de diversos países con distinto grado de énfasis. Sin embargo, la política de Trump no necesariamente constituye un nuevo modelo a seguir, Argentina y Chile presentan dos caras opuestas en política migratoria. Argentina con medidas más restrictivas y punitivas contra su población migrante y Chile con un proyecto de ley para flexibilizar los requisitos para migrantes.

 

Venezuela y Bolivia se abstuvieron de expresar su preferencia en cuanto a demócratas o republicanos, sin embargo, no dejaron de manifestar el rechazo a su discurso discriminatorio y xenófobo, una vez electo presidente. Sin duda las críticas a Trump han aunado los discursos de líderes que habitualmente presentan posturas disímiles.

 

México

 

México y los mexicanos se convirtieron en el “otro negativo” de Donald Trump antes, durante y después de la campaña presidencial. La inmigración se estableció en el imaginario colectivo como la fuente de los problemas de EE.UU.; crisis, desempleo e inseguridad, fueron las claves que llevaron a Trump a ofertar “protección” del extranjero.

 

Por su parte, los medios de comunicación han llevado el debate de la política migratoria a las concepciones de la “defensa al honor” del pueblo mexicano. En efecto se han hecho eco de supuestas humillaciones que recibió el presidente Peña Nieto por parte de Trump, en las amenazas de llevar las tropas a la frontera, en que México debería construir el muro, etc.[4]. El inmovilismo (o tibieza) en las respuestas de Peña Nieto[5] ha sido redituado por algunos posibles candidatos a 2018, entre ellos, Carlos Slim, que parece que haberse convertido en “la voz de autoridad de México” para responderle al magnate norteamericano[6].

 

Sin embargo, el problema que más preocupa a la derecha mexicana es cómo puede afectar a la elite empresarial la renegociación del TLCAN. A noviembre de 2016, Trump proponía “la renegociación o abandono” de dicho tratado[7], esta situación dejaba con cierta incertidumbre a un país cuya elite empresarial dirige la mayor parte de sus exportaciones manufactureras (90%) al vecino del norte, siendo también muy importante la exportación de materias primas[8].

 

El proteccionismo de Trump se ampara en que el déficit comercial de EE.UU. creció a su nivel más alto de los últimos cuatro años en 2016. Marcando desequilibrios persistentes con China, Europa y México. En efecto el saldo negativo de intercambios de bienes y servicios de EE.UU. con el resto de países ascendió a 502.200 millones de dólares (un 2,7% del PIB)[9]. Por ello, la propuesta de política comercial, particularmente con México, con el que el déficit aumentó un 4,1% en 2016, es gravar con imposiciones arancelarias de un 20% a los productos con origen en este país.

 

En la actualidad, Trump está empeñado en avanzar en ese proceso de renegociación (ya no habla de abandono) y se centra en que el tratado enfatice en la “justicia y la libertad” comercial: “Quiero cambiar esto y quizá lo haremos. Quizá hacemos un nuevo TLCAN con una f extra en el nombre del TLC. ¿Saben qué significa? Comercio libre y justo. No sólo comercio libre, sino comercio libre y justo. Porque es muy injusto”[10]. Una renegociación que, por cierto, Peña Nieto ya habría anunciado durante la anterior legislatura norteamericana[11].

 

Argentina

 

Macri apostó por Hillary y le salió mal. Declaró en 2015: “Con 24 años, tuve que negociar con ese tipo que ahora es candidato a presidente y está totalmente chiflado”[12]. Es decir, a pesar de contar con un historial de negocios en común, desaprovechó la oportunidad de establecer buenas relaciones con el actual presidente norteamericano. Su pronóstico falló en su apuesta por Hillary, a diferencia del actual líder de la oposición, Sergio Massa, quien desde 2014 mantiene una estrecha relación con Rudolph Giuliani –ex alcalde de Nueva York famoso por su política de “tolerancia cero” y actual asesor de seguridad cibernética- quien lo ha invitado a la asunción del nuevo mandatario.

 

Paradójicamente, aunque el mandatario argentino afirma que “es evidente que la visión macro que Trump tiene es una visión muy de cerrarse, muy hacia adentro”[13], el endurecimiento de su política hacia los extranjeros, por medio de la reforma migratoria, vía decreto de necesidad y urgencia (DNU), pone de manifiesto que Macri está más cerca que cualquier otro líder a las decisiones de Trump en torno a esta temática[14].

 

La gran apuesta por la “inserción al mundo” del macrismo se vió afecatada por la suspensión por sesenta días del acuerdo comercial para importar limones tucumanos a los Estados Unidos. Los limones cobraron protagonismo ya que desde diciembre de 2016 se enfatizó como un logro de gestión la exportación del cítrico norteño bajo el gobierno del entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Otra cuestión se evidenció en relación a las visas para ingresar al gigante del norte. El Gobierno de Cambiemos auguraba que los trámites para obtener la visa de entrada a EE.UU. se volverían más laxos que durante el kirchnerismo. El arribo de Trump intensificó los requisitos burocráticos: a partir de ahora, se deberá solicitar audiencia con funcionarios consulares en la mayoría de los casos[15].

 

Brasil

 

El Gobierno de Temer recibió el apoyo del Gobierno demócrata de Obama y por ello, durante el periodo preelectoral, el Ejecutivo brasileño se posicionó a favor de Hillary. Así, el ministro de Relaciones Exteriores, José Serra, señalaba a finales de 2016, que la posibilidad de que Trump fuese elegido podría resultar una “pesadilla” para el Brasil[16].

 

Poco después, con Trump electo, la derecha brasileña, al igual que otras derechas regionales, buscó mantener unas relaciones cordiales con EE.UU. Se impuso el pragmatismo y Temer se apresuró a señalar que las políticas del Gobierno republicano tendrían poco impacto en Brasil[17]. Luego, manifestó la necesidad de un trabajo conjunto con el presidente electo, “para estrechar los lazos de amistad y cooperación”, señalando (paradójicamente) que los dos países son “democracias que comparten valores y mantienen, históricamente, unas fuertes relaciones en los más diversos ámbitos”[18].

 

Ya en diciembre de 2016, las declaraciones de intención de Michel Temer se consolidaron en la configuración de una agenda conjunta para el crecimiento de Brasil y EE.UU. En ese marco, el Gobierno de Temer ve en el rediseño del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) una oportunidad para reforzar las relaciones comerciales de Brasil con EE.UU.[19] .

 

En cuanto al debate relacionado con las políticas migratorias de EE.UU., Temer ha manejado un discurso ambiguo (a pesar de ser de origen libanés), evitando entrar en el terreno de la disputa: “Este país se formó exactamente por la inmigración, por todos los que vinieron a Brasil, de las más variadas razas, de las más variadas tendencias y construyeron nuestro país, también con nuestros vecinos convivimos en paz desde hace muchísimos años”[20].

 

Colombia

 

Las actuales relaciones del Gobierno Trump con el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos reflejan una dinámica particular propia de los procesos políticos que vive el país, en gran medida, inscriptos en una histórica cercanía con los Estados Unidos. Si bien las relaciones del Gobierno colombiano con el demócrata de Obama fueron fluidas y cordiales, el nuevo articulado de relaciones a establecer con el Gobierno republicano no puede dejarse de lado, debido a la existencia de diversos intereses bilaterales en juego.

 

El Gobierno de Barack Obama apoyó la reapertura de los diálogos con las FARC. En este marco la administración demócrata siempre estuvo dispuesta a apoyar el diálogo, pero, sobre todo, a contribuir con el periodo posterior a los acuerdos: con un fondo de 450 millones de dólares anuales a invertirse en programas de cooperación al desarrollo, diseño de las políticas públicas y cambios normativos a implementarse en el eventual posconflicto.

 

Todo ello también vinculado a la necesidad de apertura de nuevos espacios empresariales y explotación de recursos naturales, en los que EE.UU. sería uno de los actores principales. Porque, como señaló Humberto de la Calle (jefe negociador), desde que los diálogos se hicieron públicos, “el modelo de desarrollo de Colombia no está en cuestión”. Con ello el líder negociador se refiere a que el modelo caracterizado por una fuerte concentración de la tierra, en el que el extractivismo minero-energético se ha convertido en la forma de desarrollo aceptada unilateralmente por Gobierno y líderes negociadores como la principal forma de desarrollo económico, no es en absoluto cuestionado.

 

En este sentido, y aunque el Gobierno Santos se volcó en la campaña con los demócratas, señalando, a septiembre de 2016, que Hillary ofrecía más garantías para la paz que Trump[21], conforme avanzaron los meses, el plebiscito puso los acuerdos de paz en serias dudas y, con Trump alzándose en la Casa Blanca, Santos reculó, enviando saludos al presidente electo y celebrando “el espíritu democrático de EE.UU.”[22]: “Hablé con el presidente electo Donald Trump. Acordamos fortalecer la relación especial y estratégica entre Colombia y los Estados Unidos”, señalaba poco después de las elecciones[23].

 

Los más recientes anuncios del republicano han abierto las puertas hacia un discurso, que empieza a popularizarse entre algunos liderazgos latinoamericanos, posicionado en contra de la política migratoria del mandatario norteamericano. Así, sin grandes aspavientos, Juan Manuel Santos, en su discurso en la XVI Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz, que tuvo lugar en Bogotá a finales de enero de 2017, observó sin remitirse a nombres, pero en un claro llamado de atención sobre la nueva política migratoria norteamericana: “La discriminación, la crisis de los refugiados y el rechazo creciente y absurdo a los migrantes frente al discurso de odio y exclusión que conquista los corazones atemorizados ¿Qué le podemos decir a la humanidad?”[24].

 

Chile

 

En septiembre del pasado año durante su gira por Estados Unidos, la presidenta Michelle Bachelet reconoció su apoyo a la entonces candidata Hillary Clinton, de cara a la contienda electoral por llegar a la Casa Blanca. La mandataria no sólo se reconoció amiga de Hillary Clinton, sino que también afirmó “creo que necesitamos más presidentas mujeres en el mundo”[25]. Asimismo, hizo hincapié en la persistencia de sexismo en la política actual, en referencia a las campañas con un elevado grado de misoginia en contra de la candidata demócrata.

 

Ante la victoria de Trump, la presidenta chilena declaró estar a la espera de las decisiones y sus viabilidades, atenta a conocer “cuáles de los compromisos de campaña el presidente Trump lleva a la práctica”[26]. En el caso de chileno, y respecto al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) –el cual Chile suscribió y promovió pero que Trump pretende desmantelar-, Bachelet se reconoció también expectante. En contraposición, Trump manifestó mediante la divulgación de un video que dicho acuerdo comercial es “un potencial desastre” para Estados Unidos y que él pretende negociar acuerdos bilaterales “justos”. Michelle Bachelet aseguró recientemente que los países miembros del TPP acordaron seguir impulsando la iniciativa a pesar del evidente rechazo inicial de Trump.

 

Piñera estuvo en consonancia con la mandataria al sostener que “ojalá no siga por la ruta del proteccionismo, porque al final el libre comercio favorece a todos los países y para Chile es muy importante que el mercado americano siga siendo un mercado abierto para las exportaciones de nuestro país”[27]

 

En lo concerniente al nuevo paradigma en política migratoria –inaugurado por Trump y al que se sumó Argentina- la postura de Chile es diametralmente opuesta. Próximamente ingresará al Parlamento un proyecto de ley de migraciones que crea un Registro Nacional de Extranjeros –de carácter reservado- y que define un catálogo de derechos y deberes en materia de salud, educación y trabajo. La normativa –que a diferencia del caso argentino será debatida por el legislativo- no sólo flexibiliza el ingreso y permanencia de los migrantes en el país sino que además, en uno de los puntos que genera más polémica, establece que la comisión de un delito no obligará a una expulsión inmediata[28].

 

Perú

 

El presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski (PPK), se encuentra entre los más férreos detractores de Trump. En septiembre del año pasado, PPK se opuso enfáticamente a la construcción de un muro en la frontera con México, acto al que catalogó como un crimen, recordando además la caída del muro de Berlín en 1989[29].

 

A fines de octubre, al acercarse a los 100 días de su mandato, PPK concedió una entrevista a TV Perú en la que manifestó su inquietud por las propuestas del entonces candidato norteamericano, a las cuales calificó de “preocupantes” resaltando que “su actitud hacia las mujeres también lo es”[30].

 

En lo referente a las políticas migratorias, PPK dejó clara su postura en una entrevista con la agencia Bloomberg, donde manifestó que “los latinos, pese a lo que diga Donald Trump, hemos ayudado a Estados Unidos porque la inmigración ha disminuido la edad promedio de su población, han aparecido más jóvenes y ello ayuda a que el Seguro Social se mantenga financiado”[31].

 

La tensión entre ambos mandatarios radica en los acuerdos de libre comercio. Cabe recordar que Trump ha mencionado su intención de renegociar los términos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) –suscrito con México y Canadá- y ha anunciado además que se retirará del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP)[32]. En contraposición a esta postura, PPK considera que la “Alianza del Pacífico es el eje pensante de América Latina, en el otro lado está el proteccionismo, el gasto en subsidios desenfrenado”. Durante el Encuentro Nacional de la Empresa (Enade), el principal foro empresarial de Chile, Kuczynski advirtió acerca de los riesgos del proteccionismo: “lo que estamos viendo es una nube gris que se acerca llamada proteccionismo, que estaba escondida y ahora reapareció. Empezó a reaparecer con el ‘Brexit’ y ahora apareció en pleno cielo con la elección en Estados Unidos”[33], manifestó desde Santiago.

 

Por último, PPK ha sido uno de los pocos en destacar la problemática ambiental, asegurando que el medio ambiente se encuentra “bajo ataque” debido a los nombramientos anunciados por el nuevo gobierno de EE.UU. Según Kuczynski los retos del Perú en cuanto al cuidado de la ecología son inmensos, especialmente, frente a la desglaciación, puesto que Perú es considerado como el tercer país más vulnerable al cambio climático según la organización Tyndall Center. En cambio, para Trump, el calentamiento global constituye un invento de China para mermar la competitividad de la industria estadounidense y ya ha manifestado que podría cancelar la adhesión de su país al Acuerdo de París, compromiso suscrito el año pasado por 193 países para contener los efectos del cambio climático[34].

 

Ecuador

 

El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha sido uno de los pocos que ha percibido una oportunidad en el nuevo gobierno norteamericano. En lo concerniente ha manifestado que, si bien para América Latina habrá costos –ante el proteccionismo de Estados Unidos, el principal destino de las exportaciones latinoamericanas- y dolor –por el tratamiento a los migrantes y los discursos crueles e inhumanos-, dichas dificultades pueden convertirse en un factor de unidad. En sus propias palabras, “es tan torpe su discurso, tan básico, que despertaría una reacción de América Latina”[35].

 

El mandatario recordó que el proteccionismo esgrimido por Trump no es una mala palabra, sino que se trata de políticas soberanas, para un adecuado desarrollo del aparato productivo y la protección de la pequeña y mediana industria; modelo de desarrollo de países como Estados Unidos, Alemania o Japón. Por lo que el cese del mercado internacional propicia el desafío de construir capacidades nacionales, aumentando, por ejemplo, el comercio intrarregional[36]. En el mismo sentido destacó que los países que optaron por la apertura de sus mercados y acuerdos con el país del norte enfrentarán serias dificultades.

 

“Yo lo escribí hace casi una década: la globalización neoliberal durará lo que duren los beneficios para EE.UU. Esa es una de las razones del triunfo de Trump: ese EE.UU. profundo, el de los pequeños empresarios y trabajadores blue-collar afectados por la globalización y deslocalización de las empresas, y que no son noticia en los medios de comunicación, donde aparecen tan solo los intereses del capital trasnacional”[37], afirma el primer mandatario.

 

Bolivia

 

El presidente boliviano, Evo Morales, se enfocó en un discurso anti-imperialista, señalando –en el periodo preelectoral- que independientemente de quién gobernara (demócratas o republicanos), la política de EE.UU. hacia América Latina no iba a cambiar, en sus palabras: “Estados Unidos tiene una sola política, la intervención”[38]. La respuesta del primer mandatario boliviano se remite a una historia de fuertes tensiones con los gobiernos norteamericanos.

 

La crisis más reciente produjo la expulsión del embajador estadounidense Philip Goldberg, durante el Gobierno de George W. Bush. Ello debido a que en 2008 el enviado norteamericano habría apoyado y se habría reunido con Rubén Costas a fin de afianzar y apoyar los planes separatistas de los estados orientales, una reunión que fue considerada la prueba de un nuevo intento de desestabilización del país, aupado desde los Estados Unidos de América.

 

Sin embargo, a enero de 2017 el mandatario expresó poco antes de que Trump asumiera su cargo la necesidad de reestablecer relaciones, renovando el intercambio de embajadores, pero siendo enfático en la necesidad de respeto de la soberanía nacional[39].

 

No obstante, desde la crisis desatada en América Latina por la política migratoria en la que avanzaría el nuevo Gobierno norteamericano, Evo Morales se ha convertido en un liderazgo que denuncia sin tapujos las decisiones “racistas” del líder republicano. En este sentido, sus intervenciones han dado una luz sobre las contradicciones del gobernador de extrema derecha: “Al norte hacen muros para latinos, no frenan ni las bases militares en el mundo. Qué injusticia el racismo y fascismo”, denunciaba en su cuenta de Twitter[40].

 

Aprovechando esta situación de inconformismo en la región, el mandatario Morales también ha denunciado a los liderazgos de la derecha regional que aplican políticas similares a las del líder republicano, como es el caso del Gobierno argentino que endureció las políticas migratorias recientemente. Frente a la decisión de Macri, Morales hace un llamado a la unidad a los líderes latinoamericanos sentenciando: “Hermanos presidentes latinoamericanos: seamos Patria Grande, no sigamos políticas migratorias del norte. Juntos por nuestra soberanía y dignidad”[41]. En este sentido el presidente llama la atención sobre el fortalecimiento de los acuerdos multilaterales regionales, pide refuerzo en CELAC e invita al líder mexicano, Enrique Peña Nieto, a mirar hacia al sur en el marco de la crisis que está teniendo lugar por las decisiones en torno a la frontera binacional[42].

 

Venezuela

 

En la línea con el posicionamiento marcado por el presidente de Bolivia, el primer mandatario de Venezuela señaló desde octubre de 2016 que ninguna de las dos candidaturas, ni la de Hillary, ni la de Trump, venían con buenos intereses para el país[43]. El mandatario venezolano, quien se decantaba por Bernie Sanders, durante las primarias del partido demócrata, quiso inicialmente alejarse del debate internacional en torno a la elección de Trump.

 

Tras el ascenso de Trump a la Casa Blanca, el presidente Nicolás Maduro decidió defender un discurso de respeto mutuo, apuntando a una relación de equidad entre los dos países: “Quiero unas relaciones de respeto, de altura y de cooperación con el Gobierno de EE.UU., ojalá que este siglo XXI vea más temprano que tarde nacer la cooperación entre EE.UU. y nuestra América”[44], manifestó el jefe de Estado.

 

El presidente venezolano, quien considera que las relaciones con la administración Obama fueron una prolongación de la política internacional de la era Bush, señaló que las relaciones de EE.UU. con Venezuela sólo podrían mejorar[45]. Esta afirmación fue, sin embargo, tomada como una declaración de intenciones exagerada por la prensa internacional la cual estableció nexos entre los liderazgos de Maduro y Trump.

 

No obstante, con los recientes hechos asociados a la política migratoria, se enfatizan las distancias del presidente venezolano con la administración Trump. En línea combativa, Maduro rechaza las políticas recientemente adoptadas por el Gobierno y, ante las declaraciones del presidente norteamericano, Maduro expresó su rechazo[46]. De esta manera, el presidente Maduro, que hasta ahora había mantenido cierta distancia (e incluso optimismo, que no identificación) con el nuevo liderazgo de la Casa Blanca, comienza a forjar un claro discurso contra la nueva administración norteamericana.

 

Puerto Rico

 

El gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, quien asumió su cargo el 1 de enero de este año enfrenta una situación compleja respecto de su principal promesa de campaña: la anexión de la isla a EE.UU. “Ustedes saben que yo había apoyado a Hillary Clinton para la presidencia, pero lo cierto es que yo estoy aquí para trabajar, y en la política pasan imprevistos y uno tiene que trabajar con ellos”[47].

 

El mandatario calificó como “inesperado” el triunfo del magnate en las elecciones y confió en que este, apoye el cambio de estatus en la isla. “La plataforma republicana es muy clara en cuanto al estatus de Puerto Rico y favorecerá un acta de admisión para la isla si así el pueblo lo decidiera”[48], opinó. Roselló confía en que el programa de Trump contemple en su agenda de gobierno, entre otras cosas, la inclusión y validación de la transición de Puerto Rico. Sus expectativas se sustentan en las declaraciones del entonces precandidato republicano quien en marzo del pasado año aseveró que los puertorriqueños deberían tener la posibilidad de elegir su propio estatus político, comprometiéndose además a respetar la voluntad del pueblo, aun si este reclamara la anexión, en caso de resultar electo presidente estadounidense.

 

Conclusión

 

Trump construye una agenda local que posee efectos internacionales. Su llegada a la Casa Blanca puede acelerar o potenciar procesos políticos que ya están en marcha, como aquellos que se desarrollan en Europa (Brexit, ultraderechas, etc.) o puede reconfigurar coaliciones contra algunas de sus políticas, como lo hizo la Union Europea indicando que Trump se ha vuelto una amenaza[49]. “Patear el tablero”, como estrategia de consolidación de la “vuelta del orden” en el Estados Unidos, abre muchas posibilidades al resto de los gobiernos latinoamericanos, europeos o de otras regiones. Las derechas “amigas de la globalización” tendrán que explorar una alianza con China y otros países asiáticos o recalibrar de manera individual o regional su relación con los EE.UU. El MERCOSUR está obligado a pensar la “Agenda Trump”, al igual que la Unión Europea, a la cual se añade una mayor tensión a partir del vínculo entre los presidentes norteamericano y ruso.

 

El mundo y las derechas están obligados a recalibrar y a ensayar nuevos cursos de acción posible, tanto económicos, políticos, como regionales. Hoy todos los gobiernos han encendido el GPS, uno que hace mucho que no usaban, y que ahora será de vital utilidad para orientarse.

 

Esteban De Gori, Ava Gómez  y Bárbara Ester

@edegori @Ava_GD @barbaraestereo

 

Fuente: http://www.celag.org/cuando-las-derechas-latinoamericanas-pensaron-en-trump/

 

 

[3] Wasp: americanismo que designa a las personas de origen anglosajón y religión protestante.

https://www.alainet.org/de/node/183440
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