El lecho de Procusto

22/02/2017
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Los pobres deben ser pobres, esforzarse por no serlo, pero seguir siéndolo…

 

Es así como avanza una sociedad

 

Pese a que derechistas y beatos fundamentalistas son o parecen melifluos, responden a la perfección a la leyenda de la mitología griega conocida como “El lecho de Procusto”. ¿De qué iba la leyenda? Lea y sonría.

 

Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis, famosa ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos de las diosas Deméter y Perséfone. Era hijo de Poseidón, el dios de los mares, y su estatura era gigantesca y su fuerza descomunal. Su verdadero nombre era Damastes, pero le apodaban Procusto, que significa "el estirador", por su peculiar sistema de hacerle amable la estancia a los huéspedes de su posada.

 

Procusto les proponía una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le aserraba los pies que sobresalían de la cama. Si el desdichado era de estatura más corta, le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente a la longitud del fatídico catre.

 

Según algunas versiones de la leyenda, la cama estaba dotada de un mecanismo móvil por el que se alargaba o acortaba según el deseo del verdugo, con lo que nadie podía ajustarse exactamente a ella y, por lo tanto, el que caía en sus manos era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento.

 

Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado.

 

¿Qué tiene que ver esto con los talibanes del neoliberalismo salvaje? Mucho. Aunque no sólo con la derecha: también es aplicable a otros actores, incluyendo algunos seudo progresistas del sector político acomodaticio que hoy es mayoría en el oficialismo.

 

No es novedad afirmar que derechistas, progresistas, cristianos y masones, desde siempre, han tratado que los chilenos internalicen uno de los más defendidos preceptos sociopolíticos del conservadurismo patronal: libertad de comercio, de consumo y de prosperidad individual basada en la propiedad privada.

 

¿Alguien, en su sano juicio, hoy –en pleno siglo XXI– podría oponerse a obtener para sí mismo, y para su familia, lo que ese precepto básico del capitalismo viene señalando desde los albores del liberalismo económico?

 

La diferencia estriba en la forma en que puede ser conseguido y el problema –para derechistas, beatos y progresistas reconvertidos a la fe neoliberal– surge cuando alguien que no pertenece a su casta, lo logra.

 

Tengo serias objeciones a la opinión de quienes aseguran, con una soltura de lengua que aterra, que los mega-millonarios han llegado a ese nivel de fortuna económica merced a su esfuerzo ininterrumpido y al “buen ojo” para los negocios.

 

No dudo que sea así: lo niego.

 

¿Cómo podría estar de acuerdo si para los mega-ricos la pobreza es una ley de la madre naturaleza? Para esos mismos ricos, su propia fortuna económica es producto del “trabajo y el ahorro”, a los que se suma la gracia de dios.

 

En estricto apego a la realidad, no existe multi-millonario que haya llegado a ese nivel de riqueza utilizando exclusivamente métodos legales y morales. Todos los multi-millonarios amasaron su fortuna robando, estafando al fisco y a los particulares, mintiendo, evadiendo impuestos y en algunos casos, como ocurrió con los terratenientes de la Araucanía y de la Patagonia en los siglos precedentes, asesinando indígenas –con el apoyo de un Estado que ellos mismos controlaban– para agenciarse ‘legal’ y gratuitamente las tierras ancestrales de esas etnias.

 

Agréguese a lo anterior el regalo –un robo en descampado, el mayor en la Historia de Chile– efectuado por la dictadura cívico-militar el año 1989, poco antes de hacer abandono del gobierno, que le entregó, a precios risibles, un centenar de empresas fiscales a los privados, a ciertas familias de extrema derecha que fueron cómplices del bandidaje dictatorial.

 

Veamos por qué es un problema para derechistas, beatos y progresistas reconvertidos al neoliberalismo salvaje, cuando alguien ajeno a su casta logra u obtiene lo que ellos han predicado perennemente.

 

Un excelente alumno que tuve en una de mis clases como profesor ayudante en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, me confidenció el porqué de su desazón respecto de las FFAA, particularmente de las escuelas matrices que forman a la oficialidad.

 

La historia es simple, pero indignante. El alumno estaba pronto a cursar el 2° año de Derecho en la ‘U’ cuando le correspondió presentarse en el cantón de reclutamiento. Dado que carecía de las redes necesarias para evadir el Servicio Militar Obligatorio, fue considerado ‘apto’ y debió concurrir a las filas.

 

Corría el año 1978 y la dictadura galopaba cómodamente sobre ese corcel llamado ‘patria’, a la vez que brisas de inquietud bélica soplaban sobre los Andes por causa de la vieja disputa con Argentina por el Canal Beagle y las últimas islas frente al Cabo de Hornos: Picton, Lenox y Nueva.

 

El muchacho –inteligente y con excelente formación académica– destacó prontamente del resto del contingente. Fue trasladado a Punta Arenas, y allí vivió la “cuasi guerra” con la República Argentina. Alcanzó un grado superior en el escalafón pertinente, y su comandante le aconsejó no regresar a la universidad y optar por la vida militar ingresando a una de las escuelas del ejército. Contaba para ello con el apoyo y recomendaciones del mismo comandante. “Carezco de dinero –contestó el joven– y la Escuela Militar General Bernardo O’Higgins es bastante cara”.

 

Entonces recibió la respuesta que indignó su espíritu.

 

“¿Pretendes ingresar a la escuela de oficiales del ejército? No, pues… gente de tu condición social puede optar solamente a las escuelas de especialidades y de suboficiales. No confundas las cosas.”

 

Amigo lector, no se trata de simple literatura, ocurrió, fue real. Tan real como lo que escribió recientemente, en su espacio semanal en el diario El Mercurio, el académico (derechista, por supuesto) de la Universidad Adolfo Ibáñez, Francisco Covarrubias. Aspire profundo y lea esta ‘perlita’ que Covarrubias lanzó como propuesta pública: “que las personas de izquierda paguen más impuestos (o un impuesto extra) por usar bienes de lujo”. ¿Qué tal?

 

Sería oportuno que Francisco Covarrubias aclarase lo que él entiende por “bienes de lujo”. Es posible que considere ‘suntuoso’ tener una cabaña en un balneario, adquirir un automóvil, poseer un congelador de alimentos, tener piscina o vestir prendas ‘de marca’.

 

La cuestión es que según Covarrubias la gente de izquierda debería pagar impuestos extras por tales bienes, lo que ciertamente incluye el uso de la tecnología: ¿‘rotos’ con internet?… ¡horror!

 

Los ‘procustos’ pontifican que los pobres deben esforzarse, estudiar mucho, ahorrar, ya que sólo así llegarán a ser “alguien” en la vida. Lo extraño es que cuando uno de ellos, siguiendo la religión economicista imperante en el país, alcanza esos parámetros, topa con problemas mayores al postular a un cargo o a un puesto que corresponda a su talento y capacidad profesional.

 

En las empresas –privadas o estatales– ese “ex pobre” deberá soportar las envidias y chaqueteos de jefaturas que ven en él a un posible reemplazante. El “ex pobre” difícilmente llegará a ocupar el sillón de una gerencia si cimentó su vida laboral en su calidad profesional, su honradez y su seriedad.

 

En política el asunto es aún peor. Los altos cargos senatoriales, diputaciones, ministerios, etc., son ocupados mayoritariamente por personas con apellidos de abolengo castellano-vasco (si el apellido es de raigambre anglo o francesa, tanto mejor), que cuentan con el apoyo de una familia con raíces en la Historia (pillaje) del país, o pertenecen a una de las cofradías político-mafiosas que se han adueñado de la ‘modernidad’.

 

La democracia (?) tiene avenidas anchas y abiertas (como las venas de América Latina) para que transiten ciudadanos de todos los pelajes. Para que opten a cargos de alcurnia y/o de representación popular. Pero… cada bicho en su madriguera, porque en lugares como el Senado no hay espacio disponible para los que vienen de la parte baja de la pirámide social, por muy preparados e “inteligentes” que sean.

 

Sillones en una alcaldía o en un concejo municipal parecen meta suficiente. No cualquier alcaldía desde luego: el síndrome de Procusto lo impedirá.

 

Humberto Maturana, prestigiado médico, científico, neurofisiólogo y doctor en Biología, ha dicho que le debe todo a un Chile que ya no existe. “Me enfermé del pulmón y la medicina pública me mantuvo gratis un año en el hospital y un año en el sanatorio… ¡Yo se lo debo todo a este país! ¡Todo! Sin la medicina pública, yo no me mejoro; sin la educación pública yo no puedo llegar a la universidad; sin la universidad gratuita… y ahora resulta que me entrevistan porque soy una persona ‘tan importante’ y si me preguntan a qué se lo debo, les digo: al país, a Chile”.

 

Ese Chile ya no existe porque hoy, usando y abusando del mito de Procusto, la educación segrega a quienes ocuparán cargos de alto nivel en el mundo laboral y político. Los otros pondrán espaldas, músculos y cerebros para sostener a los de arriba.

 

Muchos dirigentes políticos y parlamentarios derechistas se oponen con énfasis a que estudiantes pobres, talentosos y esforzados reciban becas de gratuidad para continuar sus estudios académicos.

 

En un futuro cercano podrían –horror de horrores–, llegar a dirigir el país. Los pobres deben ser pobres, esforzarse por no serlo, pero seguir siéndolo… es así como una sociedad avanza, dicen beatos y talibanes.

 

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