Francia niega la realidad

25/04/2017
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La negación de la realidad es un mecanismo psicótico. Un mecanismo de defensa en los trastornos de la personalidad. Un mecanismo de fuga. En este caso cabe la expresión chilena: “chutearon la pelota pa’ delante”. Ya se verá luego, dentro de cinco años, en otra elección presidencial. Hoy, no queremos cortar el nudo ciego, el nudo gordiano que no nos atrevemos a cortar. La fórmula “nudo gordiano” designa una cuestión que admite solo soluciones creativas, innovadoras. Una ruptura.

 

Para comprender el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas basta leer los titulares de la prensa parisina: “¡Bolsa de París da un salto de 4 puntos!” O bien la prensa internacional que celebra: “Bolsas europeas reciben con euforia resultados de la primera vuelta”.

 

Euforia, palabra que designa un estado patológico.

 

Euforia: Sensación exteriorizada de optimismo y bienestar, producida a menudo por la administración de medicamentos o drogas, o por alguna satisfacción material o espiritual.

 

Euforia: (en Medicina) Estado del ánimo propenso al optimismo que, como fenómeno patológico, se observa en algunas intoxicaciones y enfermedades del sistema nervioso.

 

¿Qué ha cambiado después de la primera vuelta? Nada. Esperamos la segunda vuelta. Y luego la tercera, las elecciones parlamentarias que le darán, o no le darán, una mayoría de gobierno al presidente elegido.

 

Los comentaristas de la TV señalan, –ahora–, que el programa de Emmanuel Macron es muy vecino al de François Fillon, o sea una suerte de volada exponencial hacia el neoliberalismo más desenfadado. Privatización de la Seguridad Social y de la Salud, desregulación de las relaciones laborales, reducción de los presupuestos del Estado, disminución del número de funcionarios (enfermeras, policías, profesores, guardias forestales, etc.), drástica reducción de los recursos de los poderes locales (municipios, gobiernos provinciales y regionales), puesta a régimen de la Educación, privatización de la previsión. La enfermedad como remedio a la enfermedad.

 

He ahí porqué los mercados financieros exultan, como si les hubiesen “administrado drogas…”. O, simplemente, porque –como sucede desde hace años– sufren de la patología del optimismo convulsivo: donde las dan las toman, y si hay otra catástrofe como la crisis de los créditos subprime, no pasa nada: paga el Estado.

 

La otra finalista, Marine Le Pen, la neofascista, es el resultado de las políticas impulsadas en los últimos diez años por Sarkozy y Hollande. La eliminación de François Fillon (primera vez en la Vª República que los “gaullistas” no van a la 2ª vuelta), y el hundimiento de Bénoît Hamon y la virtual desaparición del partido socialista francés, constituyen un terremoto político. Se terminó el bipartidismo. Ese que designó candidatos en ‘primarias’.

 

La xenofobia de Le Pen, la discriminación de la que hace objeto a una población designada a la vindicta pública como la causa de todos los males –los inmigrados–, recuerdan los peores momentos de la Historia del Viejo Continente.

 

Jean-Luc Mélenchon dice que se trata de “un suicidio colectivo”. Y explica: “La historia muestra que la progresión de la extrema derecha se alimentó siempre de la descomposición de las reglas de la sociedad democrática. Si se disuelven los fundamentos de las reglas de la sociedad democrática, ¿qué queda? La ley del clan, de la tribu, de la etnia. La extrema derecha es lo que queda en el fondo de la cacerola cuando se evapora la Virtud republicana”.

 

He ahí las razones por las que los mercados reciben este resultado con euforia.

 

Entretanto, ni Macron ni Le Pen aportan nada para afrontar las cuestiones de fondo que mantienen prostrada a una Francia que niega la realidad: una profunda crisis institucional, una mutación industrial que nadie –hasta ahora– se decide a abordar porque “de eso decide el mercado”, el declive de la agricultura (que durante décadas fue el primer exportador del continente), el peligro que representa la energía nuclear (58 reactores nucleares mayoritariamente obsoletos), el empobrecimiento de la población en un país que nunca fue tan rico, la degradación de la Salud pública (no hace poco la mejor del mundo), la crisis ecológica que exige una nueva matriz productiva y diferentes modos de consumo, el peligro bélico que se hace cada día más agudo: las guerras activas en las que Francia está involucrada, y aquellas en las que pudiese verse envuelta, exigen cambiar radicalmente la política exterior, retirar el país de la OTAN que regentan los EEUU, definir y aplicar un programa por la paz.

 

¿Vientos de guerra? He ahí porqué los mercados exultan, de ahí la euforia.

 

El oportunismo de unos y otros, derrotados, anihilados por el voto democrático, –derecha tradicional, socialistas en perdición–, les hace correr a apoyar a Macron esperando, en una improbable fusión de nulidades políticas, conservar algo del poder que han perdido. Desde Santiago, Bachelet se suma –de manera patética– al coro de los perdedores.

 

Francia no eligió. Francia niega la realidad, esperando que la negación de las cuestiones que la acosan las haga desaparecer.

 

Sarkozy y Hollande, y sus partidos políticos, portan una grave responsabilidad en lo que ahora ocurre. Gobernaron como un cierto Francisco Franco, del cual se dice que en su despacho tenía dos cajones: uno para los problemas que el tiempo debía resolver, y otro para los problemas que el tiempo había resuelto.

 

El combate por el triunfo de la racionalidad contra la injusticia, la corrupción, la acumulación insensata de la riqueza en las manos de un puñado de privilegiados, no ha terminado. Quienes, en la Francia Insumisa y en otras estructuras políticas emergentes, sueñan con una Francia digna de su Historia, tenemos una pesada tarea por delante. Ahí estaremos. Con la fuerza de siete millones de electores que desafiaron la campaña del terror contra Jean-Luc Mélenchon.

 

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