China/Panamá: Una mirada necesaria
- Opinión
Si miramos las relaciones de EE.UU. con América Latina, el Caribe y Panamá, específicamente el rol del Canal, no podemos esquivar las constantes históricas que podrían pesar en las novísimas relaciones chino-panameñas, que se remontan a 1973 bajo Omar Torrijos y Juan Antonio Tack (Julio Yao, “Panamá y China Popular: antecedentes”, La Estrella de Panamá, 13 de junio de 2017).
Desde 1914, EE.UU. impuso un veto al desarrollo panameño porque, aparte de apoderarse de 1,432 kms cuadrados de territorio nacional, se quedó con el ferrocarril y nuestros puertos terminales dentro de la Zona del Canal, privándonos del comercio internacional; prohibió la construcción de carreteras y ferrocarriles entre el Pacífico y el Atlántico y entre el Este y el Oeste; objetó las comunicaciones inalámbricas porque atentaban contra la seguridad del Canal y, de acuerdo a la Declaración de Rutherford Hayes de 1886 y la Doctrina Monroe de 1823, impidió que Panamá vinculara a cualquier otra potencia, fuese europea o asiática, en cualquier nuevo Canal o en su reconstrucción.
Esto último (ordenado por el Consejo de Seguridad de EE.UU. en abril de 1986) fue una de las razones más importantes que motivaron la invasión del 20 de diciembre de 1989, que destruyó las negociaciones de Torrijos y Noriega con Japón y liquidó los beneficios del Tratado del Canal de 1977, como la Defensa Conjunta, que permitió ajustar la presencia militar estadounidense a la soberanía recién ganada, un tema que las élites oligárquicas y propietarias de los medios de comunicación han soslayado en complicidad con EE.UU. (Julio Yao, El Monopolio del Canal y la Invasión, en prensa).
Además, EE.UU. intentó uncir a nuestro país a una alianza militar perpetua, que sólo la presión popular bajo Domingo H. Turner y Harmodio Arias rechazó en 1926, al igual que lo hizo también el presidente Arnulfo Arias en 1941, fundador del Partido Panameñista actualmente en el poder, cuyo presidente Juan Carlos Varela deja entrever con la ridícula y peligrosa declaración de guerra al ISIS, en violación de la neutralidad tradicional de nuestro pueblo e ignorando que las organizaciones terroristas conocidas son todas creación de Washington.
Las relaciones Panamá/China abren una etapa nueva en Panamá. Si la fase Panamá/EE.UU. se caracterizó por un coloniaje directo y un absoluto veto a nuestro desarrollo, las relaciones Panamá/China inauguran una extraordinaria etapa de desarrollo como nunca nuestro país soñó y en la cual Panamá será la “Joya de la Corona”, el tramo más valioso de las Rutas de la Seda.
Digo “desarrollo de nuestro país” y no “desarrollo de nuestro pueblo” porque, al examinar las delegaciones que acompañaron al gobierno neoliberal a Beijing, especialmente en la firma de los primeros trece acuerdos, observamos que casi la totalidad de los viajantes representa a las élites, cuyos intereses radican en el comercio, la banca, las finanzas, la tecnología, los proyectos portuarios y marítimos, y en donde los sectores populares brillan por su ausencia.
Dicho de otro modo, China, que con toda seguridad sabe lo que necesita por muchas décadas en Panamá -- que sería una tuerca importante de su engranaje global -- puede impulsar vertiginosamente el desarrollo de Panamá y su pueblo, pero ésta es una responsabilidad de Panamá y no de China.
Por ende, hará falta integrar un Consejo Nacional que integrase al conjunto de los sectores sociales del país que no estuvieron en Beijing (profesionales, médicos, ingenieros, agroindustrias, universitarios, mujeres, jóvenes, campesinos, pueblos originarios, estudiantes, etc.) para que el pueblo panameño tenga una fuerte voz en las decisiones que afecten su desarrollo y su progreso en forma equilibrada, de modo que se corrijan las gravísimas distorsiones de la economía y la corrupción.
En los acuerdos, que deben ser ratificados por la Asamblea Nacional, el pueblo podrá tener la oportunidad de aprobarlos en el marco de un desarrollo integral que nos permita seguir impulsando los beneficios sociales, mismos que han sido anulados o reducidos gravemente en los gobiernos neoliberales post invasión. Ésta sería una forma de introducir nuevas formas de democracia participativa, sin la cual ninguna democracia es posible.
No se trata de desfigurar los acuerdos Panamá/China, de hacer una revolución contraria a ellos, sino de reducir significativamente las injusticias, las desigualdades, las carencias de todo tipo, la ineficaz atención a la salud y el analfabetismo, pues, si ello no es posible, tampoco será legítimo aprobar acuerdos para las minorías, ya beneficiarios exclusivos en una sociedad discapacitada por una corrupción metastásica.
Julio Yao Villalaz es analista internacional y ex asesor de política exterior.
Publicado en La Estrella de Panamá 21/11/2017
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