Había Meade antes de Peña y habrá después

21/05/2018
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Salvo lo programado en Tijuana, Baja California, durante el segundo debate entre los cuatro candidatos, uno testimonial y otro acaso también, José Antonio Meade no produce ningún deslinde con su jefe y gran elector, Enrique Peña Nieto.

 

Hizo un tímido intento que fue opacado por el impacto mediático que tuvo la inevitable renuncia de la candidata dizque independiente Margarita Zavala por el simple hecho de que no prendió como apostaron los calderonistas y sus aliados, entre los dueños del dinero y el grupo gobernante, para frenar a Ricardo Anaya y dispersar el voto anti PRI. No sé si encontrará Meade la ocasión para repetir el tímido deslinde más allá de los consejeros de BBVA-Bancomer, en donde utilizó por enésima ocasión el recurso de que “el que está en la boleta y en la campaña soy yo. Por cierto, había Meade antes de Peña Nieto y habrá Meade después de Peña Nieto”.

 

Pero dijo más el señor que habla mucho de sí mismo, presentándose como un estuche de monerías, lo que resulta presuntuoso, pedante, como si México no mereciera a un tecnócrata con experiencia en dos gobiernos y un cierto halo de honestidad. Proceso documenta hoy un caso más: la compra de escáneres aduaneros obsoletos y con sobre precio, cuando despachó en Hacienda con Felipe Calderón en Los Pinos. Lo que se suma a los desvíos y corruptelas que le heredó Rosario Robles en Desarrollo Social y el trasiego de recursos en Relaciones Exteriores para Josefina Vázquez Mota.

 

La pregunta de los consejeros de la multinacional fue directa: “¿Por qué no se deslinda del gobierno del presidente Peña?” Las frases fueron abundantes, importa una “Yo sí creo en la reforma educativa, en la energética, en finanzas públicas sanas; yo sí creo en lo que estoy planteando en materia de seguridad”.

 

El compromiso con el proyecto de Peña Nieto es completo y explica la resistencia para deslindarse, amén de que sus estrategas Aurelio Nuño y antes Enrique Ochoa, dos tecnócratas impuestos al Revolucionario Institucional, nunca compitieron por un cargo de elección popular y aprendieron de campañas desde las elegantes oficinas partidistas y gubernamentales.

 

Argumentó Maede: “No necesito definirme en contraposición de nadie. Hoy yo aporto mi perfil, mi historia de vida, mi honorabilidad y la aporto porque es suficiente”. Ve la tempestad que lo ubica en un lejanísimo tercer lugar y no se percibe propuesta de cambio, más allá de la remoción de Ochoa Reza, el lenguaraz que fracasó en forma estrepitosa.

 

El sustituto, René Juárez Cisneros, acompañado del cacique Rubén Figueroa Alcocer (masacre de Aguas Blancas, 28-VI-95), como su candidato presidencial repite que “las encuestas no votan”. Mas el ahora jefe de ambos, Peña Nieto, gastó una millonada antes de julio de 2012 para alinear a las casas encuestadoras y al oligopolio mediático y lo proyectaran como triunfador indiscutible y con mayoría en el Congreso de la Unión. Resultó falso con todo y los 3.5 millones de votos que presumiblemente compró.

 

“El puntero puede cambiar en 15 días y (Andrés Manuel) López Obrador va a terminar perdiendo”, vaticinó el exgobernador de Guerrero, al que difícilmente le creen siquiera sus nietos. Todo sea por repetir el sueño del primer priista del país que con la arrogancia que lo distingue a pesar de que 78 de cada 100 ciudadanos lo repudian, juraba que una candidatura presidencial del PRI se construye en unos meses, aunque se trate de un desconocido. Sólo que el México de 2018 es distinto política y cívicamente que el de 2012.

 

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